¿Quién es mejor técnico, 'Piojo' o 'Tuca'?
LOS ÁNGELES -- La sabiduría guio a Tigres. “Dos alesnas no se pican”. Y Cemex sentó al tormentoso y atormentado Nahuel Guzmán a darle la bienvenida al tormentoso y atormentado Miguel Herrera.
“Somos ganadores”, dijo El Piojo al saludar, para justificar los enfrentamientos verbales previos que ha tenido con el arquero de Tigres. A su favor, encaja el título del libro de Miguel Ángel Oliván: “Sólo los peces muertos siguen la corriente”. Ni él ni Nahuel, son de esos.
Según versiones regiomontanas, el elegido para tender la alfombra roja a Herrera, había sido André Pierre Gignac, pero, se disculpó.
Pero, más allá de si quiso o no el francés, la ascendencia de Nahuel sobre la fanaticada de Tigres es más poderosa por su temperamento desenfadado, festivo, irreverente, bravucón y beligerante.
Miguel Herrera promete éxitos, pero aún guarda compostura. Aún no promete títulos. Sabe que, en el futbol, el técnico es esclavo de sus temeridades y promesas.
Sin embargo, debe estar al tanto de que Mauricio Culebro tiene un proyecto muy poderoso, que resumió ante Cemex, como construir una era más exitosa que la de Ricardo Ferretti, que incluye campeonatos, espectáculo, trascendencia y formación de jugadores.
Miguel Herrera encuentra a Tigres con una similitud de cómo dejó al América: un plantel de jugadores hastiados del mensaje desde la banca y que no encontraba ya el combustible necesario para hacer explosión en la cancha.
Pero, Miguel Herrera encuentra en Tigres una situación totalmente opuesta a como dejó al América. Ahora dispondrá de un plantel mucho más rico en calidad, en experiencia y en el hábito de ganar.
Desde la segunda semana de marzo, cuando se advertía en este espacio que la llegada de Mauricio Culebro era para librarse del Tuca y sustituirlo con El Piojo, la dinámica de Tigres ha sido fortalecer un proyecto que incluye, además, contar con un nuevo estadio para que, finalmente, el equipo dé un salto al siguiente nivel.
¿Qué aportará Miguel Herrera a Tigres? Sus experiencias, positivas unas y dolorosas otras, que, sin duda, lo han bruñido, a sangre y pólvora.
El Piojo que llega a Tigres debe ser la versión más enriquecida de Miguel Herrera. Llega de fracasar con el equipo de mayor impacto en México, como lo es el América. Y desde entonces ha caído dos veces en desgracia: fue echado del equipo de manera irrespetuosa y, encima, el entrenador que lo ha relevado, Santiago Solari, no desmereció en su primera aventura en México.
Arrojado de la plataforma mediática más importante, como lo es El Nido, ahora, sin embargo, cargado de revanchas y de nuevos desafíos, tiene El Piojo la magnífica oportunidad de empujar a un club, poderoso competitivamente, a la atmósfera en la que se convierta un referente de los fines de semana.
Es un tipo inteligente, astuto, que logra ganarse la solidaridad del futbolista, que maneja el vestidor y organiza grupos con eficiencia, que ha desarrollado habilidad estratégica antes y durante los juegos, y que seguramente con el arsenal de Tigres podría regresar a sus inicios de un futbol devoto del ataque y la espectacularidad.
Además, le mete al jugador, debajo de la piel, la devoción por el equipo, por la institución, por el escudo. Y eso lo perdió Tigres el último año al dejar de lado esa combatividad que le ayudaba a salir de entrampados que los mismos felinos provocaban.
Miguel Herrera sabe sacar jugo perfectamente a su personalidad. Deberá ponerle freno. Su contrato tiene varios incisos sobre ese tema. Cemex entiende –y lo acepta-- que sea un técnico escandaloso, pero no quiere a un tipo que genere escándalos, que no es lo mismo. El escandaloso perturba, el que genera escándalos, destruye.
Sin duda, por otro lado, al torneo mexicano le sienta bien esta contratación. Mire Usted, más allá de que los clásicos regiomontanos, regionales y todo ahora tengan dos tipos dicharacheros, populacheros, de raza, en pugna, como Herrera y Javier Aguirre, puede empezar por encender chispas y terminar en incendios inofensivos, limitados sólo a la cancha.
Queda claro, para el segundo año del Vasco Aguirre, con un Monterrey remozado y fortalecido, no había un mejor contrapeso disponible para Tigres que Miguel Herrera. Ahora, se les va a prestar más atención al enriquecerse ese antagonismo directo.
Incluso, el Torneo Guard1anes 2021 nos depara un banquete cargado de morbo, de expectativas y de expectación. Saque cuentas.
1.- Los Tigres de Miguel Herrera buscando salir de Liliput.
2.- Los reestructurados Rayados de Javier Aguirre.
3.- La segunda temporada de Solari.
4.- Las Chivas supuestamente redimidas de Ricardo Peláez.
5.- Y por supuesto la consistencia del Cruz Azul.
Y Miguel Herrera llega cargado de siniestros. Ya se sabe que disfruta de charlar y que a veces lo convierte en un monólogo como parte de su propia desesperación por comunicar. En la charla con Nahuel Guzmán le prende fuego a dos que dice respetar.
1.- Ricardo Ferretti. Explica Herrera que le gusta un futbol vertical, directo, vertiginoso, ofensivo y no andar circulando estérilmente la pelota, precisamente el sello del Tuca con Tigres.
2.- Guillermo Ochoa. Hace énfasis Herrera en que (ahora sí) tendrá un portero que sabe jugar con los pies y que puede iniciar jugadas desde el fondo, como les gusta a ambos interlocutores, El Piojo y Nahuel.
Y eso que apenas fue una charla diplomática, de arrumacos, conciliadora, tranquila, generosa, de bienvenida cordial, ésta en la que departieron dos tipos muy ladinos, pero, eso sí, muy competitivos, como Miguel Herrera y Nahuel Guzmán.
Claro, esa aparente camaradería prevalecerá hasta la primera, inevitable, segura, indispensable “nahueleada” que aporte el argentino en detrimento de Tigres.
Cabe subrayarlo: hacía falta Miguel Herrera en este circo del futbol mexicano. Es su versión más madura, como técnico y, aparentemente, como ser humano. Fracasar con América fue grave, pero fracasar con Tigres podría ser ya condenatorio.
LOS ÁNGELES -- Y si es por México o no, o si es nomás por su patria chica, chiquititita, Zuazua, Nuevo León, como quiera que sea, Tigres es finalista de la Copa Mundial de Clubes.
Es ya, históricamente, comensal de un banquete de privilegiados. La partida final sería, salvo sorpresa, ante Bayern Múnich. El no-representante de México y no-representante de Concacaf, irrumpe donde todos los de la región habían querido ser representantes. El apátrida sí, los patrioteros no. El karma sólo existe en el vientre de las galletitas chinas de la fortuna.
Vista así la Final, en plena obviedad, salta a escena la manoseada paráfrasis: un David zuazuito (gentilicio de los de Zuazua) sin honda y sin onda, ante el Goliat del futbol mundial. Las hazañas bíblicas no suelen pisar la cancha. El futbol es ateo en esos menesteres.
No hay un héroe nuevo, pero sí hay un heroísmo novedoso: André Pierre Gignac, desde el manchón. No perdona. Sabe que, desde ese fatídico punto, el balazo despiadado es un acto de piedad y de justicia. 1-0 sobre Palmeiras.
Ricardo Ferretti apretó tuercas. Su librito es infalible, mientras el rival no sea infalible. Con Gignac, el Tuca lo sabe, sólo necesita una bala en la recámara de su revólver. Y claro, una camarilla de estoicos dispuestos a matar y morir.
Si aquello hubiera sido un retablo pagano de La Última Cena, Ferretti constató que entre sus once apóstoles no hubo ningún Judas. Y que Gignac será el Pedro y la piedra sobre la que edificará su iglesia, a cuyas ceremonias rehúye la afición por sus aburridas homilías de 90 minutos.
Debió tener un doble sabor para el técnico del Ferrari Rojo: escalar la Final en Catar, y vengarse mínimamente de que Palmeiras pateara hace unos días, por el despeñadero de la segunda división, a su incubadora, el Botafogo.
Tigres pasó de soponcios iniciales, a generar taquicardias. Fue superior sin necesidad de un mejor futbol. Gignac se sintió cómodo. No estaba solo en una guerra que al final, en el tiempo acumulado, rozó los 100 minutos. Pronto, Carlos salcedo, Guido Pizarro, Rafael Carioca, y especialmente El Chaka Rodríguez, se convirtieron en incondicionales de la cruzada.
El mismísimo Ferretti, la afición de Tigres, y sus connacionales de Zuazua, deben revolcarse de la intriga: ¿Por qué demonios, feo y todo, no son capaces de jugar así, con esa vehemencia, con esa rabia, con esa humildad cada 90 minutos de cada jornada en el futbol mexicano?
De hacerlo, de engreírse así, de bestializarse así, estos Tigres, cada cita doméstica, cada lánguida tarde en Monterrey, aquello de la insustancial y lejana grandeza, dejaría de ser una quimera para el hijo epónimo de Zuazua.
Mientras en el aire festivo de las faldas del Cerro de la Silla aún copulan el confeti y las burbujas de champaña, hay un enigma serpenteando las cabecitas zuazuitas, las que velan sus glorificadas armas en Catar, y las que se desparraman de este placer, de esta epifanía de ser protagonistas en un Mundial de Clubes, incluso, borrando con dinamita, la majestuosa actuación del Monterrey ante el Liverpool en 2019.
¿Cuál es esa incertidumbre que provoca estertores entre los pros y los contras de los Tigres?
Simple: ¿creerán los felinos que ser finalistas en Catar es haber besado ya la punta de su propio Everest, o habrá aún un espacio morbosamente audaz y aventurero, para creer que la misión aún alcanza para al menos quitarle la arrogancia insultante a los alemanes del Bayern Múnich? Claro, siempre y cuando derroten a Al Ahly.
Si los Tigres aún tienen fe en que hay una utopía detrás de esta utopía materializada ante Palmeiras, y que están dispuestos al menos a intentarlo, tal vez, entonces, México empiece a sentirse celoso de que Zuazua es más inmenso de lo que parece.
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LOS ÁNGELES -- Resuelto ya el tema de si son embajadores o no del futbol mexicano, luego de que movió sólo el dedo meñique el patrón (Cemex), y le quitó lo patán al Patón Nahuel Guzman, llega el emplazamiento maravilloso de la cancha para Tigres.
Podrá molestarle al séquito felino, pero el eje de referencia inmediato, puntual, irrefutable, es la actuación de Rayados ante el Liverpool. Perdió, cierto, pero ha sido, sin duda, la más altiva y digna representación del futbol mexicano en estas lides del Mundial de Clubes.
En el futbol convergen incontables circunstancias. Es parte de su fascinación. Se rompen moldes. Se aniquilan análisis y pronósticos. Lo escrito se desvanece, en un punterazo, en un error, en una genialidad, o hasta en una nefasta confabulación masiva del VAR y el arbitraje.
En el futbol, y especialmente en estas esferas, con el cruel ultimátum del resultado, siempre hay esa ansiedad porque irrumpa el héroe accidental, el inesperado, el apocalíptico. El irreverente histórico en una historia sin irreverencias.
¿Puede Tigres? Esa debería ser la pregunta obligada, pero no es la correcta. ¿Quiere el Tuca Ferretti? Esa es la pregunta correcta. Porque poder, puede. Porque deber, debe. Pero... es el Tuca.
Jugadores tiene. Dispone de futbolistas cincelados, bruñidos, exigidos en justas mundialistas, en territorios de privilegio competitivo. Hombres que han besado copas continentales, regionales. No hay manera de que el adversario o el entorno pueda meterle miedo a Tigres.
Lo único que intimida a los jugadores, es el intimidante temor a perder por parte de su entrenador.
Porque eso es Tigres: una legión de jugadores que no se espanta ya ante citas como esta en Catar. Y que no debería retroceder ni arredrarse ante rivales como el Ulsan Hyundai, y eventualmente, el Palmeiras de Brasil.
Por eso, insisto, la pregunta no es si Tigres puede. La pregunta es si el Tuca quiere. Dueño emocional y dictatorial del equipo, por encima incluso de la directiva, Ferretti no se aparta de una doctrina mezquina para jugar al futbol, pese incluso al ridículo hecho en el Repechaje y en la Liguilla ante Cruz Azul.
Tigres ha reportado ejército completo. No hay bajas por lesión o por COVID-19. Con una plantilla de seleccionados y seleccionables nacionales, y superado el escenario de la diferencia de horarios y el jet lag, este jueves la escuadra felina tendrá el primer examen.
De colmillos hacia afuera, los felinos no aceptarán el poderoso acicate que representa la épica, con derrota y todo, de Rayados de Monterrey ante el Liverpool, a la postre campeón del torneo. Pero, al interior de Tigres, es evidente que rebasar lo hecho por los vecinos incómodos del vecindario regiomontano les despierta una pasión extra, una motivación sanamente insana.
Es entendible que no quieran hacer una pública referencia a ese sentimiento mixto que despierta la presencia de Rayados en el anterior Mundial de Clubes. Es una motivación, pero también es una presión, especialmente porque Tigres, multicampeón mexicano, apenas se asoma desde el balcón de la monarquía conkakafkiana, como alguna vez lo describió Guillermo Chao, hace casi medio siglo, en las páginas del ESTO.
Utilizar como referencia a Monterrey, sería para Tigres un suicidio mediático y una desilusión entre sus aficionados, pues equivaldría a establecer que el Everest de su motivación es emular al menos, y superar por supuesto, lo hecho por Rayados en la pasada edición.
¿Puede vencer a Palmeiras? El campeón de la Libertadores mandó un equipo de suplentes al juego del martes por la noche ante el casi descendido Botafogo, por cierto, el equipo en el que debutó el mismo Ferretti y con una camiseta gloriosa: la del número 7 de Garrincha.
Palmeiras estará arribando justo a tiempo para poder ver al adversario que tendrá en la Semifinal el próximo domingo. Hablando de héroes accidentales, Breno Lopes, el autor del gol en la victoria sobre Santos en la final libertadora, no podrá jugar el torneo, por registro extemporáneo.
Asumiendo que Tigres domestique a los Tigres coreanos del Ulsan Hyundai, tendría una ventaja importante en temas de adaptación, aclimatación, disponiendo además de las 72 horas de reposo antes de enfrentarse al Palmeiras.
Insisto: plantel con calidad hay, para asomarse a la Final del Mundial de Clubes seguramente ante el implacable e impecable Bayern Munich. Sapiencia, atemorizada y todo, hay en el cuerpo técnico de Tigres. Ya no se tratar de poder o de saber, se trata de querer. Por eso, la pregunta, reitero, no es si Tigres puede, sino que es, más bien, la pregunta correcta, si el Tuca Ferretti quiere.
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LOS ÁNGELES -- ¿Y ahora? Tigres no tiene derecho a festejar. Se colgó una medalla de cobre y del pobre tercer mundo del futbol. Con esa nómina, que cuesta tanto y vale tan poco, sólo tendría derecho a comprometerse a ser, al menos, una digna comparsa en el Mundial de Clubes.
Lo mejor: que finalmente ganó la Concachampions, ante el LAFC, que tuvo, la noche del martes, su Vela, la de Carlos, muy apagada.
Lo peor: que Tigres viaja a Catar con ese plantel encarecido en precio y empobrecido en futbol. Turismo relámpago.
Lo mejor: que finalmente Tigres ya no tiene que emperrarse de envidia al ver las vitrinas de su incómodo vecino: Rayados.
Lo peor: que definitivamente no será capaz de emular la gesta, con derrota y todo, del Monterrey frente al Liverpool.
Tal vez la mejor definición del logro felino, escapa del jolgorio de Andre-Pierre Gignac: “Por fin ganamos esa ¡pinche! copa”. El adjetivo, ese, el de “pinche”, es uno de los epítetos favoritos del mexicano para denigrar. Algún aficionado de Tigres podría tratar de “pinche” este mismo texto, y tendría razón.
Según Gignac, y de acuerdo con el Diccionario del español usual en México, escrito por Luis Fernando Lara, ese epíteto, esa palabra implica: “1. Que es despreciable o muy mezquino. 2. Que es de baja calidad, de bajo costo o muy pobre”.
El delantero francés festejó y denostó, al mismo tiempo, la máxima conquista internacional de los Tigres, que ya se sabe, suelen ser como los perros de rancho, que sólo a los de casa muerden, es decir, sólo a los del torneo doméstico, porque es imposible olvidar cómo se empequeñecieron en aquella final de la Copa Libertadores ante un River Plate desmantelado, castigado por lesiones y lastimado por transferencias.
Aquella actuación de Tigres ante el River Plate, estuvo, al final, muy de acuerdo a la expresión de Gignac de este martes por la noche, sobre la Concachampions. Deseable es que no deba utilizar ese mismo epíteto para estigmatizar y sintetizar su visita al Mundial de Clubes en febrero.
Lo cierto es que Tigres hizo lo correcto en la cancha ante el LAFC, más allá de que el deplorable y siempre sospechoso arbitraje de la Concacaf le perdonó un penalti y al menos una tarjeta roja.
Los angelinos tuvieron el control del juego, pero a su estrella se le acabó todo el brillo ante el América. Carlos Vela, bajo una marcación severa, correcta, seria, no encontró las libertades que le dio todo el paupérrimo aparato defensivo de las Águilas.
Y Tigres, bajo la doctrina del Tuca Ferretti, fue paciente. Asimiló sin desesperación el gol en contra, marcado por Diego Rossi, pero entendía que más allá de algunos soponcios aislados el partido se jugaba dentro de sus cánones.
Mientras Hugo Ayala conseguía el empate, llegó André Pierre Gignac a sentenciar el trámite. No sólo arrebató el boleto al LAFC, sino que pulverizó los sueños concakafkianos de Carlos Vela de ser el Botín de Oro del Tercer Mundo del futbol, como la FIFA ha clasificado a esta región.
Tigres ahora aguarda al sorteo para el torneo. Falta el invitado de Conmebol, con semifinales protagonizadas por equipos brasileños (Santos y Palmeiras), y argentinos (River Plate y Boca Juniors o Racing). La bestia de la competencia se llama Bayern Munich, el intratable equipo alemán.
Para los felinos del Tuca Ferretti no son las mejores fechas las de este Mundial de Clubes. Los toma en pleno arranque del Guard1anes 2021, que comienza el 8 de enero, y además recibiendo al monarca León.
La Liga MX abrió la posibilidad de reacomodar los juegos, en este caso de los Tigres, a la eventual representación mexicana en el Mundial de Clubes, pero, aún así, la logística del viaje, y el famoso jet lag, terminarán por afectarlos en la competencia de FIFA y, obviamente, en el regreso al torneo doméstico.
Con la llegada del goleador paraguayo Carlos González, procedente de los Pumas de la UNAM, Ricardo Ferretti redondeó el plantel para la obligación de ser campeón en la Liga MX, aunque todavía deberá organizar la logística más correcta para el peregrinar inmediato del Mundial de Clubes, en el cual debutará el 4 de febrero de 2021.
El grupo de jugadores tendrá apenas unos días libres en las fiestas de fin de año, con la pretensión del Tuca de alcanzar ritmo futbolístico, aprovechando los juegos de la Concachampions en la burbuja de Orlando, y después en la Liga MX.
Sin embargo, aunque parezca que, a diferencia de sus antecesores en el Mundial de Clubes, a excepción del América de Ricardo LaVolpe y el Monterrey del Turco Mohamed, esta vez Tigres tendrá una ventaja al llegar con ritmo competitivo oficial, lo mismo ocurrirá con sus eventuales adversarios.
Enrique Bonilla, quien ya no despacha desde las oficinas de la Liga MX, había garantizado todas las facilidades para el equipo que acudiera al Mundial de Clubes, pero ahora, bajo el control de Mikel Arriola, muy poco enterado de este tipo de necesidades y maniobras, la directiva de Tigres deberá ser muy eficaz para conseguir el apoyo necesario.
Pero, al final, los felinos de Ferretti consiguen el trofeo regional que les urgía. Ahora que los Tigres se sacaron la rifa del tigre, habrá que esperar que sepan qué hacer con él, para no regresar de Catar con el epíteto favorito de Gignac a cuestas.
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LOS ÁNGELES -- Cruz Azul recuperó la memoria. Y recuperó el hambre. Y la rabia. Y el talento. Y la efectividad. Y volvió a tener la Cabecita (Jonathan Rodríguez) bien colocada sobre sus hombros. Lo hizo a tiempo, en tiempo, con tiempo.
Domesticó a Tigres en su propia guarida. Con un marcador lapidario: 1-3, con sólo tres disparos a gol, esos mismos que inflaron el marcador, y desinflaron las ilusiones de un felino de angora y su entrenador, al que la directiva, nomás le pide “que trabaje mucho” aunque recolecte cada vez menos trofeos.
Sin embargo, ya se sabe, Tigres es una fiera herida... y marrullera. Y La Máquina ha hecho más grandes promesas... y ha entregado más grandes decepciones. Restan 90 minutos, y en el futbol las hazañas y los fracasos cohabitan incestuosamente.
Pero, Cruz Azul recuperó su arsenal de sangre y fuego. ¿Será que esta vez la Cenicienta del terrible 2020 no se trompique en las escalinatas de la gloria y no pierda la zapatilla? Tres jugadores clave, además de Rodríguez: Luis Romos, Orbelín Pineda y El Piojo Alvarado.
La Máquina no le dio a Tigres capacidad de respuesta. Le entregó el balón, pero no el control. Primero lo sometió en lo futbolístico y después en lo anímico. Y lo más importante: nunca le tuvo miedo. Se atrevió a jugarle al anfitrión en ese terreno agreste, ladino, en esa media cancha donde Ricardo Ferretti anhela resolver los partidos.
El Tuca no cree en variantes y vio morir a su equipo bajo la monótona burocracia de no hacer nada. Cruz Azul le rompió el esquema sin tapujos y sin contemplaciones. Carioca, Pizarro, Aquino y Luis Quiñones habían sido acordonados, obligados incluso a jugar recluidos, y desesperados, en su propio pedacito de terreno. La pelota era suya, pero era un misil desactIvado.
Cruz Azul tuvo un orden absoluto. Fue asfixiante. Se repuso del soponcio al minuto 15, cuando Aquino remata de cabeza en el área y Corona se zambulle por el balón. Se preocupó menos por Gignac y se ocupó más de sus generadores. El francés se quedó sin ubres y Tigres con hambre.
¿Y alguien puede explicar la caprichosa obsesión por el suicidio deportivo que tiene Ferretti? Por qué otro motivo insistiría en dos de las peores contrataciones de su historia, como el taimado, abúlico, despistadísimo Diego Reyes, y un Carlos Salcedo propenso más a la violencia que al futbol.
El resto sería ya control absoluto de La Máquina, despistes ofensivos, incluyendo los de Nahuel Guzmán en el segundo y el tercer gol, sin menospreciar la efectividad de los Cementeros, y de nuevo, las liviandades de la defensa gatuna.
Al minuto 20, Jonathan Rodríguez perdona tras un pase de mariscal de campo de Pablo Aguilar, pero al 30, el mismo Cabecita genera por izquierda, se burla de la burla que es Diego Reyes, sirve al Piojo Alvarado, quien alarga a Juan Escobar. El escopetazo, desviado por Salcedo, hizo titiritar a Guzmán. El 0-1 era mérito de haber hecho que el partido se jugara bajo sus cánones.
Apenas arranca el segundo tiempo, y Tigres encuentra a un Cruz Azul entumido, desorientado. El 1-1 es un cabezazo de Guido Pizarro, gracia a una cobertura infame de Catita Domínguez, quien salta mal, a destiempo, sin la rabia que exigía el momento.
No habría más descuidos de La Máquina. Sólo aciertos. Las estadísticas podrían servir de miserable consuelo a Tigres. Dobleteó en todo a Cruz Azul, pero éste los tripleteó en el marcador. Un 72 por ciento de posesión felina por un 28% de los celestes.
Resolvería La Máquina el juego con el quehacer de Cabecita, quien se encuentra solo, literal y competitivamente, recibiendo el balón ante la bobalicona marca de Diego Reyes, amaga dos veces a Nahuel Guzmán, quien lo acosa, lo vigila, lo contempla, pero nunca se atreve a ir por el balón. 1-2, efectividad absoluta.
Tras las taquicardias de un disparo de Pizarro al larguero, el tiro de gracia llega a los 70. Alvarado de nuevo, mete un balón al espacio casi copado por Tigres, aparece el afanoso Orbelín Pineda, se entrega Salcedo, arrastra a fondo, centra en diagonal hacia atrás, y Luis Romo, en un acto de malabarismo, controla y define, nuevamente, ante un contemplativo Nahuel.
El 1-3 parece, entonces, una historia definitiva. Tiene todo el contorno de un epitafio. Pero, tiene enfrente a un equipo marrullero, taimado, que tiene al impredecible Gignac, aunque, de visitante, si el marcador ya lo hace chiquito, suele empequeñecerse más Tigres.
Y, del otro lado, entre la esperanza y la angustia, Cruz Azul, el de las grandes promesas y de las grandes desgracias.
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LOS ÁNGELES -- “El cerebro no es un vaso por llenar, sino una lámpara por encender”, escribió Plutarco un siglo Antes de Cristo. Nada ha cambiado 22 siglos después. Y el futbolista profesional da evidentes muestras de ello.
¿Qué lo lleva a atentar contra su oficio? Son tipos privilegiados, predestinados. Algunos, obviamente, como en cualquier destreza, muy superiores a otros. Y claro, esos personajes diferentes, distintos, sobresalientes, gozan aún de mayores privilegios.
No son, ni remotamente seres perfectos. Como a todos, los azuzan temores, inseguridades, problemas, perturbaciones, depresiones, inestabilidad, frustraciones.
Parecería que hay solo una gran diferencia: ellos sólo se tienen que dedicarse a jugar al futbol lo mejor posible, para hacer a un lado semejantes acechanzas. No parece tan complicado, pero lo es.
El futbolista vive en un universo complejo de exigencias, demandante: equipo, compañeros, entrenadores, aficionados, promotores, familiares, medios, redes sociales, competencia, y todo ese entorno los aguijonea exigiéndoles ser los mejores en su puesto. Algunos sucumben, algunos claudican, algunos se rinden y escapan.
Algunos, ese fenómeno de escapismo, lo desahogan dramáticamente, con todos sus miedos, sus temores, a través de los instintos, de los impulsos, de la inmediatez. Una escapada con vino, mujeres, excesos, termina por aislarlos del reto, del compromiso y del miedo al fracaso... o hasta un coach de vida.
Otros, reaccionan de manera distinta. Se refugian en su familia, en el entrenador, en verdaderos amigos, y se comprometen con la disciplina del trabajo para ser mejores. Encuentran, por ellos mismos, o a través de su entorno, las soluciones. No culpan a los demás, se responsabilizan ellos mismos.
Obviamente todo esto es en referencia al momento de Chivas y que sin tener portero aún, pero ya tiene la columna vertebral del casi once perfecto de los indisciplinados. Y es un equipo, en apariencia, de alta competencia: Alexis Peña, Chicote Calderón, Dieter Villalpando, Chofis López, Juan José Vázquez , Uriel Antuna y Alexis Vega.
Y si son necesarios refuerzos, podemos agregar al ya ido Alan Pulido y sus frecuentes violaciones al reglamento; al del frustrado traspaso, Víctor Guzmán, sin marginar a Miguel Ponce, compañero de visitas con La Chofis al relajante Calatrava, corroborado con videos. Y contando…
Para fortuna de Chivas, Antuna y Vega, advertidos estrictamente de que una indisciplina más y se van, tras su #TamarindoParty, han retomado el nivel que de ellos se esperaba. Tratan de reivindicarse semana a semana en la cancha.
Ahora, con el tan violado y manoseado código de conducta que los jugadores aceptaron firmar a insistencia de Ricardo Peláez, sin violar ningún contrato de trabajo o ley laboral, Chivas puede y ¿debe?, desprenderse de Villalpando, La Chofis, el Gallito y Peña, sin finiquito de por medio.
¿Qué pasa por las cabecitas de todos estos irresponsables? Son privilegiados, insisto. Tienen el mundo, su mundo, en sus manos.
Chivas es el mejor aparador del futbol mexicano. Es la última trinchera que aboga por el jugador mexicano. Paga bien y paga puntualmente. Los premios totales, en la ya poco probable coronación del Guadalajara en este #Guard1anes 2020, rozarían casi el millón de dólares para cada uno. Y sin embargo…
Sabiendo que pueden consolidar su futuro y el de su familia; sabiendo que pueden aspirar a la selección mexicana; sabiendo que pueden dejar un legado; sabiendo que pueden comprometerse y ser disciplinados, y después vivir tranquilamente el resto de sus días, sabiendo todo ello, ¿lo tiran por la borda?
Son seres humanos. Eso explica mucho pero no justifica nada. Porque, confirma, esta casi oncena de la insubordinación y la deserción, que está más propensa a incriminarse de nuevo, antes que a corregirse. Séneca lo explicaba: “Errare humanum est, sed in errare perseverare diabolicum (Errar es humano, pero perseverar en el error es diabólico)”.
¿Cuántas oportunidades ha recibido La Chofis López? Tal vez ahora que Chivas lo expulse, entenderá el diagnostico que de él hizo su capitán Jesús Molina: “uno más del montón”, a pesar de sus enormes facultades. Es más, en este momento debe estar pensando que si Chivas lo exilia, estarán, de inmediato, ante la puerta de su casa media centena de equipos buscándolo.
Porque, el futbolista también disfruta de vivir en el autoengaño. Cree que su carrera es eterna. Cree que es capaz de jugar al futbol toda su vida. Cree que siempre habrá un equipo con alguien más imbécil dispuesto a contratarlo.
Se puede tratar de entender la presión bajo la cual viven. El promotor quiere ganar más, y que su futbolista juegue más y mejor. Les preocupa qué digan amigos y familiares, si terminan siendo suplentes o marginados de la convocatoria.
Incluso, la resaca después de una derrota, un gol fallado, un error defensivo, no jugar, ser sustituido, son detonantes dramáticos en seres inestables como lo son algunos jugadores, y es entonces cuando buscan compensar su fracaso de ese día. Entienden que incluso acudir a casa les representa un tormento antes que un alivio.
Y a eso están expuestos todos en el futbol. Incluso estudios en Italia exponían que entre árbitros, jugadores y cuerpo técnico, una derrota, especialmente con elementos agravantes (fallar un penalti, soltar un balón, no marcar una falta), llevaban a un estado de impotencia sexual a estos protagonistas.
Mire Usted, le cuento una referencia del técnico más cerebral y fuerte mentalmente de la actualidad, Marcelo Bielsa. Cuando perdía partidos con el Atlas, sus vecinos albergaban a sus hijas durante esa noche y el día siguiente. No corrían peligro, pero la imagen de derrota, en esos momentos, no era el panorama más noble de Bielsa, un tipo que ahora en la madurez, incluso, sufre ante resultados adversos, y de esos comportamientos dan cuenta incluso los jugadores del Leeds United.
Ni remotamente pretendo justificar a los amantes de la parranda en Chivas. Por el contrario, queda claro, que tienen posibilidades de elegir en sus momentos de crisis. Desde ampararse en su mismo entrenador, algún directivo, un compañero, tal vez su representante, por supuesto la familia, la esposa, en lugar de esos actos de escapismo que nunca terminan bien.
Y a veces, el atleta, en general, se siente demasiado poderoso. Y abusa del entorno. Abusa de las oportunidades, por eso se han dado denuncias muy graves, incluyendo a atletas de magnitud mundial, como Cristiano Ronaldo y Kobe Bryant.
Y por supuesto, poco ayudan los aficionados, cuando por congraciarse a cambio de un “like”, les insisten a los futbolistas en que no pasa nada, que tienen derecho a disfrutar sus ratos libres.
Por eso, insisto, son seres humanos, pero ni remotamente eso les autoriza a comportarse como el espécimen más detestable de un ser humano.
Y todo esto, confirma la adaptación de la reflexión de Plutarco: “El cerebro (del futbolista de Chivas) no es un vaso por llenar, sino una lámpara por encender”. Pero, en el Guadalajara parece que hay muchas sombras y ninguna antorcha…
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Córdova pone dos sombreros de bobo a Nahuel y golea América
LOS ÁNGELES -- En medio de la crisis por la pandemia, numerosos contagios, horrores arbitrales, dislates dirigenciales, y un monumento a la mediocridad como lo es el repechaje, en medio de semejantes aberraciones, a la Liga Mx le alcanza para repartir dedazos de suspenso, de histeria y de ilusión en el cierre de la fase regular.
¿Qué quiere Usted? Aún en los circos más pobretones, afortunadamente, hay espacio para buenos magos, regulares cirqueros, y uno que otro mal payaso. Y la función de la Jornada 17, promete.
La victoria del América (3-1) sobre Tigres, le agrega frenesí al desenlace, aunque ya tiene su boleto de manera directa a la Liguilla. Sólo el León tiene potestad sobre el pent-house de la Liga, más allá del desenlace ante Santos este lunes por la noche.
Las Águilas tienen de momento El Nido en el segundo escalón. Cierran con Juárez, que olisquea, en la zona de menesterosos, una limosna roñosa para el repechaje. Con todo y el #FueraPiojo, y un hospital sim camas vacías, Miguel Herrera tiene al América en condiciones de posesionarse de ese puesto.
Polémico, como suele ser cada partido de las Águilas, el triunfo del América se consuma merecidamente con dos genialidades de Sebastián Córdova, y otras más de las boberías espectaculares que Nahuel Guzmán guarda en el inagotable morral de su soberbia. Pero, decíamos, el circo debe perder su solemnidad con uno que otro bufón decadente.
El 2-0 lo marca Emanuel Aguilera, anticipando una marca indolente, desidiosa, bobalicona, de André Pierre Gignac, quien anda de nuevo viviendo de sus chispazos en el torneo de la intrascendencia, como marcar el 2-1, que en nada ayudaba ya a los Tigres.
El 3-1, lo firma el cada vez más fascinante Córdova, a pase del Oso González, poniéndole, nuevamente, el sombrero de bobo a Nahuel Guzmán, al tocarle el balón por arriba, ante una timorata salida. Dos veces mentecato a los pies de Córdova. Patoso, el Patón.
El VAR ratifica su encono hacia Miguel Herrera. Un golazo legítimo de Henry Martín, se lo escamotea, haciendo gala de ese morbo enceguecido de venganza, desde aquella nefasta y funesta tarde de El Piojo, cuando dijo “pregúntenle al pu… árbitro que viene atrás”. Vamos, el árbitro ni siquiera se acercó a revisar la jugada, ya sea por pereza, por negligencia, por dolo o por cobardía.
Pero, hablemos del suspenso en el cierre del Torneo Guard1anes 2020. León y América están dentro. Pumas y Cruz Azul se enfrentan entre sí. Un empate y una victoria de Monterrey (ante las parranderas Chivas), enviaría a La Máquina al foso de los desahuciados en el repechaje.
Sin embargo, el que gane, se queda entre los cuatro VIP, y el otro se consume en la barranca de los miserables, si Rayados al menos empata. Tigres está menos muerto que la versión acobardada de este domingo ante el América. Un triunfo goleando al siempre posible de ser goleado, el Atlas de Diego “El Guardiola de América” Cocca, con empate entre Pumas y Cruz Azul, metería a los felinos entre los cuatro primeros.
Los sitios para el repechaje aún pueden sufrir revolcones. El Guadalajara arrastra su linaje y su historia, como lo hacen sus jugadores en los sitios más promiscuos posibles, con compañías de dudosa calidad moral, y bebidas de igualmente dudosa calidad etílica. La nobleza de Chivas en la vecindad lúgubre y prostituida del Quinto Patio.
Como sea, la expectación aumenta y las expectativas se generan. La última jornada, que debería jugarse con todos los partidos a la misma hora, al menos promete suspenso y misterio, como si fuera una novela, de pésimos capítulos, pero un buen final. Buenos malos, regulares cirqueros y uno que otro payaso.
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LOS ÁNGELES -- Escribió Chejov: “Un perro hambriento sólo tiene fe en la carne”. Y tras el fracaso en la Copa Mx, la afición de Chivas sólo tiene fe en trofeos, no en promesas, ni en evocaciones e invocaciones con estampitas guadalupanas.
Ricardo Peláez había prometido no más terapias hablando de evadir el descenso, sino carnavales de sumar títulos. Y la Copa Mx entre ellos, había garantizado el presidente deportivo del Guadalajara.
Eliminado en la Copa Mx, vía los penales por un emisario del ascenso, como lo es Dorados, el Rebaño escribe el primer fracaso de la nueva gestión tripartita (Peláez-Tena-Vergara), la cual debía recoger copas para escanciar champaña y no cuencos para recolectar lágrimas.
¿Fracasa el proyecto de Chivas? Absolutamente, no. Pero el remezón es oportuno, si es que algún fracaso lo es en realidad. La bofetada mediática de la sorna y el pitorreo, es apenas la parte lúdica del daño.
De hecho, más allá del estigma perecedero por este fracaso, Guadalajara se saca de encima un lastre como lo es la Copa Mx, especialmente para un equipo que debe visualizar su pase a la Liguilla como objetivo fundamental.
De no ser por esa promesa aventurada y aventurera de “vamos a ganar la Copa Mx”, que hace que Chivas se enrede y se tropiece con su propia lengua, ahora podrá enfocarse en la Liga y en lidiar con las próximas e inevitables convocatorias a diferentes selecciones nacionales.
Nadie escapa a este fracaso. Luis Fernando Tena deberá poner la cara por quienes pusieron la cara por él, en el cierre del torneo anterior.
Incluso la elección de jugadores y momentos para hacer cambios, cuestiona mucho la lucidez táctica de un entrenador que debe ser incuestionable, con los títulos que tiene a cuestas y la medalla olímpica de oro.
Desesperada, citando de nuevo a Chejov, de ser necesario, ya un sector de la afición del Guadalajara cuestiona la capacidad de Tena, y si habría sido un error mantenerlo, en esa afición populista de querer destazar entrenadores.
Ciertamente, Tena se equivocó al confiarse en que Dorados era una víctima propiciatoria. En el Juego de Ida quedó claro que el equipo se le fue de las manos. Todos quisieron ser héroes individuales en el desastre colectivo. Ahí, quedó eliminado el Guadalajara, no el martes en Sinaloa.
Y tras el exilio de Chivas desde el manchón penal, sólo quedaron dos imágenes: la desolación del veterano Miguel Ponce, y la dinámica de Ricardo Peláez, santiguándose con la estampa de la Virgen de Guadalupe y no la de San Cucufato, como afirman algunos herejes.
Desde fuera, parecería que el proceso de integración del bloque de refuerzos dentro de un grupo que defiende su derecho de antigüedad, está aún lejos de consumarse, cuando debió ser el paso inmediato.
Y ciertamente, convertido en el protagonista del morbo en este Apertura 2020, lo que menos tiene Chivas, es tiempo. Es decir, si gana, no tiene mérito, con semejante inversión realizada; si pierde, la cascada de escarnio está garantizada.
Ciertamente Chivas confronta un problema de inmadurez en el grupo. Y en todos sentidos. La atención desmesurada que recibe, expone a algunos jugadores a efectos secundarios.
El caso más palpable es el de J.J. Macías. Un notable futbolista que jugaba en el León sin presión, sin atención, sin asignaturas especiales, sin obligaciones de mesías o redentor, sin obligaciones de ser el estandarte del equipo, ahora se encuentra en otra posición.
La lesión de Macías, esa fatiga extrema no es producto de la intensidad de sus partidos con el Guadalajara, sino producto de esa carga acumulada de responsabilidades, que jamás debió montarse a la espalda con el León.
Alguna vez lo explicaban dos tipos que saben de la materia. Daniel Ipata y el doctor Rafael Ortega, coincidían en que algunas lesiones surgían cuando el estrés se cebaba exageradamente en el jugador.
Y sin duda, Macías, un tipo extremadamente profesional, comprometido, se fatiga, se lesiona, con una carga de trabajo y de minutos de juego, que ni mella le hizo en el León, y es por el efecto de ese compromiso saturado, excesivo, agobiante que él mismo asumió en Chivas.
¿Se cura? Sí, especialmente en tipos con la personalidad, como la del mismo Macías. Pero son experiencias y desafíos nuevos, al jugar como referente en el equipo más importante del futbol mexicano, como lo es Chivas.
Y circunstancias parecidas asedian al resto de jugadores que llegan al establo rojiblanco. Algunos, como quedó claro en la serie ante Dorados, quieren ser héroes de un día y quieren ganar el partido ellos solitos, sin entender que sabotean lo colectivo.
Pero, Tena y Peláez tienen tiempo, y con el sermón obligado, tras al fracaso ante Dorados, tienen argumentos de peso en la mano.
Ahora, deben conseguir que todos sus jugadores, reaccionen como la misma afición, bajo el principio de Chejov: “Un perro hambriento sólo tiene fe en la carne”.
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LOS ÁNGELES -- Estuve ahí. Esas dos veces. Dos citas a ciegas con un histórico encaprichado en hacer historia. Bajo ese privilegio de observar más que ver, que impone este oficio. Ahí, inquieto y ansioso por querer, poder, saber y deber relatar lo irrelatable.
Recordar no es vivir, es revivir. Estremecimientos incluidos. La piel de la memoria electrifica la otra piel. Porque la historia sin histeria no es historia.
Aquel día en que el francotirador afinó el instinto criminal y encestó doce triples consecutivos ante Seattle. Y aquel día en que acribilló con 81 puntos a los Raptors.
Estuve ahí. Uno más de esos 19 mil y tantos que esperaban una noche victoriosa de Lakers, sin saber que al destino se le pegaba la gana de citarnos como testigos. E insisto, el privilegio de reseñar lo que nadie había reseñado antes: dos de las jornadas más imponentes de Kobe Bryant.
Una de las restricciones inviolables de este oficio es el acallar el instinto para sensibilizarse a las sensaciones, sentimientos y sentidos de quienes gobiernan la tribuna. De esas noches en las que se quisiera quitarles los grilletes a esos instintos.
Recuerdo especialmente el maratón de los 12 triples. Mi rústica laptop en dualidad de funciones. Bufaba, con ese ronroneo desquiciante de las computadoras abusadas.
Simultáneamente, en la tribuna de medios del Staples Center, debía escudriñar el juego para escribir la crónica para el diario La Opinión, y hacer actualizaciones editoriales para la página de ESPNDeportes.com. en la guardia nocturna.
De hecho, no era nada complicado. Lo había hecho antes. Pero, lo complicó todo Kobe Bryant. Esa bendita costumbre de transfigurar la calma en una tormenta.
Francotirador de oficio, esa noche ajustó la mira telescópica y empezó a columpiar la hazaña entre lo impensable y lo improbable. Porque sobre lo imposible, Kobe reservaba su afición herculina para los tiempos de ocio.
Conforme Bryant incrementaba los triples, las estadísticas saltaban en los escritorios de los medios en el Staples Center, en las majestuosas pantallas del coliseo, y en el sonido local. Un heraldo comunitario auguraba la grandiosidad de la proeza.
Y ahí estaba. Contemplativo, nervioso. Tratando de redondear la crónica para La Opinión con rumbos insospechados, y tratando de actualizar la página del futbol mexicano en ESPNDeportes.com. Y esos estremecimientos de la fiebre de lo inimaginable.
Lo confieso: por momentos se escapaban los pájaros rebeldes de los instintos. Era complejo. Estrujado por un circo en paroxismo, con las casi 20 mil personas saltando del asiento con un estridente pujido, cuando Kobe ajustaba desde el perímetro, era tan fácil unirse a la cultura icónica de las huestes.
Cuando Kobe encesta su triple número diez, iba y volvía de mi drama al drama colectivo. Recuerdo que me sorprendí de estar de pie en la tribuna de medios. Los camaleones festivos me habían camaleonizado.
Había perdido el hilo de la crónica. Había perdido el hilo de las noticias del futbol mexicano. Me había conectado umbilicalmente con esos otros 19 mil y tantos que rendían un culto poderoso al histórico desatando la histeria en la historia.
Recuerdo que llamé por teléfono a la redacción de deportes de La Opinión. “Hoy, la crónica de Lakers se va a demorar un poco más, esto es una locura”. Normalmente la enviaba entre uno y cinco minutos después de concluido el juego.
La editora, Genoveva Guerrero, seguro percibió la inestabilidad en la voz: “No te preocupes, estoy viendo en la televisión lo que está pasando”.
Me desplomé en el asiento. Y entonces, ya Kobe preparaba su decimosegundo bazucazo. Y tuve que ponerme de pie. Era imposible seguir el juego de otra manera. La odisea de Bryant era circundada por un ballet delirante, por la coreografía explosiva de la ansiedad.
Y ocurrió. La pelota viajó de sus manos con esa parábola perfecta que se enjaretaba en la garganta voraz de protagonismo en esa noche preñada de magia, de gloria. Doce triples consecutivos. Lo impensable y lo improbable se vestían con el frac de un nuevo récord.
Entonces, justo entonces, fue el momento de recluir a los pájaros rebeldes de los instintos. Sensibilizarse a los sentidos, sensaciones y sentimientos de otros, era la mejor tinta para reseñar la epopeya de esa noche de Kobe Bryant.
A veces los testigos, son los mejores cronistas de las gestas de sus ídolos. No era sólo la dimensión de los 12 triples consecutivos de Kobe, sino esos rostros, esa mímica, esas caras desfiguradas por la emoción, esos gestos de quienes agradecían la referencia histórica del testimonio.
Hoy, reviviendo, entiendo que lo que pude poner en blanco y negro en La Opinión, no era Kobe Bryant, ni siquiera era yo mismo. Era, sin duda la deliciosamente flagelante felicidad de tantos que habían ejercido de complicidad con la historia.
¡Qué privilegios de este oficio! Poder ser testigo presencial con el privilegio de narrarlo. Sí, de esas dos noches de Kobe Bryant y del gol de Diego Armando Maradona en 1986.
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GUADALAJARA -- Víctor Guzmán debe pagar por sus pecados. Y con toda severidad. Pero no debe pagar por los del sistema de incompetencia del futbol mexicano.
El eventual positivo del Pocho Guzmán es un reflejo del entorno negativo de una Liga MX en la que desde hace años el proceso antidopaje no existe. Se recolectan muestras de orina, pero no se procesan.
Para la FMF y la Liga Mx este tipo de escándalos es equivalente a un hilo corrido en la media de la mujer galante en que se ha convertido en el futbol mexicano. No obedece a lineamientos de ética, sino a reclamos de sus intereses.
Un futbol que ha hecho de la anarquía su ley de vida, especialmente en aquellos temas que no afectan los intereses de la industria. El pecado se tolera, pero tratar de quitarse el yugo, no.
Se pueden permitir casos como el de Kuri, o el cohecho de promotores y entrenadores, o la irrupción del narcotráfico, o los casos de dopaje como el de Guzmán, pero que nadie se atreva a mencionar siquiera los derechos de transmisión de la selección nacional, porque entonces la mano del amo es despiadadamente implacable.
Víctor Guzmán había confesado hace meses sus pecados. Reconocía que había tocado fondo, pero que había encontrado la ruta de rehabilitación. Evidentemente, mintió. Confesarse culpable es la mejor forma de engañar. La lástima conduce al indulto del “pobreteo”.
En este entramado, en el que el futbol mexicano elige la mejor mascarada de los culpables, el silencio, aún quedan demasiados hilos sueltos, en el que insisto, ese silencio, busca cebarse sobre el principal responsable: el jugador.
¿Cuánto y desde cuándo lo sabía Pachuca? ¿Por qué se le mantuvo en competencia? Queda en entredicho la solvencia moral de los Tuzos, esa misma que ya había sido estercolada de manera despiadada por un reportaje impecable por Televisa, a no ser por los motivos secundarios que la originaron.
Que Pachuca se atreviera a usar a Guzmán, implica que, sabiéndolo el equipo, no advirtió a su entrenador, o que si lo hizo poco le importó a su entrenador Martín Palermo. Y que ambos sabían que el antidopaje en el futbol mexicano ha sido una farsa desde hace un par de años.
Chivas ha hecho bien en guardar silencio. Los clubes no están obligados a denunciar positivos de antidopaje ante su federación, confederación, FIFA y WADA, cuando ocurre fuera de temporada.
El Guadalajara habría detectado la situación del Pocho Guzmán antes del silbatazo ante Ciudad Juárez, por lo tanto, no debe asumir ninguna responsabilidad, incluso no se verá forzado a hacer ninguno de los cuatro pagos negociados ante Pachuca.
Así, la postura de Chivas, decidida por Ricardo Peláez, es la correcta. No debe manifestarse sobre el caso de un jugador que dejaba de pertenecerle en el momento mismo en que eventualmente se comprobaba su violación al reglamento de competencia.
Serán, sin embargo, Pachuca y la Liga MX las que deban aclarar su participación, pasiva o activa, al callar o documentar en todo caso, el desliz detectado por el Pocho Guzmán.
Insisto, el jugador ya vive su propio infierno. Necesitará de una delicada manera de conducirse y de manejar la situación por parte de los clubes y de los diferentes involucrados de la FMF, para tratar de rescatar su carrera. El estigma queda.
Lo importante, y también poco probable, es que la FMF decida exponer hechos, responsabilidades, con argumentos convincentes sobre todo nuevo dramón del futbol mexicano.
Ojo: siempre será importante que se hagan públicas todas las anomalías, los errores, las infracciones y fechorías, que se hagan las denuncias correspondientes, porque la verdad no tiene fecha de caducidad.
Pero lo más importante, es la capacidad para reaccionar. Lamentablemente, en el sistema de corrupción coludida del futbol mexicano, Víctor Guzmán dejará de ser chivo, pero no expiatorio.
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