LOS ÁNGELES — No hubo sorpresas, porque no había secretos. Gerardo Martino sólo hizo oficial una nómina manoseada y esparcida en los buscapiés de los rumores, de manera incansable, durante los recientes días. Son 31, y de ellos quedarán 26 después del amistoso ante Suecia.
Además, entiéndase, que, en la pobreza del horizonte futbolístico mexicano, simplemente, no hay para más. La cosecha 2018-2022 ha sido paupérrima. Una sequía, casi. Acaso se escapan dos nombres: el portero Carlos Acevedo y el mediocampista Alfonso González. ¿Marcarían diferencia? Ni ellos, ni los rehenes de la lista de vetados por Martino lo harían.
El anuncio, sobrio, austero, dejó sin duda una sensación de aspereza vigente entre los tres protagonistas, más allá de que Gerardo Martino ya no disimula –ni tendría porqué-, el hartazgo hacia cualquier protocolo mediático. Pero, el lenguaje corporal ni siquiera tenía un dejo de hipocresía, entre el Tata, Yon de Luisa y Jaime Ordiales. La mímica del desprecio.
Pero, aún quedan hogueras encendidas y hachas enterradas. La guerra más intensa, apenas comienza. Entre esos 31 citados, todos querrán una de las 26 camisetas disponibles. En cada entrenamiento, cada interescuadras, cada balón, cada orden, se agazapa el destino. Y ellos lo saben. Ya nadie puede quitarles nada, sólo ellos pueden perderlo todo.
Las 26 visas para Qatar no tienen dueño, aunque tienen preferidos. Dos de esos sitios dependerán de milagros médicos: Raúl Jiménez y Tecatito Corona aparecen en la convocatoria, pero con serias desventajas. Dependerán más de las veladoras que de la cancha.
Gerardo Martino lo ha dejado en claro: llevará a quienes estén en condiciones plenas para competir desde el partido ante Polonia. No hay treguas, ni concesiones, ni plazos, ni amparos médicos. En la caravana no habrá una ambulancia itinerante.
Lleva a tres de los porteros más confiables. Todos experimentados. Un veterano con numerosas cicatrices, que asistirá a su quinto mundial y que ser perfila como titular, más allá de la grotesca pifia que perpetró contra su América en la Semifinal ante Toluca. Guillermo Ochoa se multiplica en mundiales, y difícilmente Alfredo Talavera o Rodolfo Cota podrán desplazarlo.
Si ese error mayúsculo ante Toluca, y sus fobias para el juego aéreo, desatan preocupación en torno a Ochoa, los estremecimientos crecen cuando se revisa la lista de los zagueros centrales. Una trinchera que se fragiliza con el ocaso de Héctor Moreno, la inexperiencia de César Montes, Johan Vásquez y Jesús Angulo, hasta caer en el despistado Néstor Araujo.
En carriles laterales, Kevin Álvarez es hoy mejor que Jorge Sánchez, mientras que Gerardo Arteaga se relega ante la evidente preferencia de Martino hacia un Jesús Gallardo de más decepciones que ilusiones con Rayados.
Sólo hay un sitio en el Tri donde hay tranquilidad, es con Edson Álvarez esperando que ya muestre en el Tri, sus momentos poderosos con el Ajax. Luis Romo ha desaparecido desde aquel torneo en que Cruz Azul fue campeón, y hoy Erick Sánchez muestra mejores condiciones.
Dos de las obsesiones y esperanzas ciegas del Tata, son la explosividad y el talento de sus jugadores habilitados para funcionar como interiores. Sí, esos factores que nunca aparecieron en 2020, 2021 y 2022. Su problema es que, por derecha, Héctor Herrera fue a asilarse a la MLS y Charly Rodríguez no pudo sostenerse de manera consistente con Monterrey. Por izquierda, es de esperarse que Luis Chávez sea el relevo directo cuando flaqueen las rodillas de Andrés Guardado, sin soslayar el nivel de Erick Gutiérrez en el PSV.
¿En el ataque? Entre chiqueadores, cataplasmas, curanderas, tecnología avanzada y los rosarios de las Damas de la Vela Perpetua y el Cirio Chorreado del Santuario de la Virgen de Luján, Martino espera que Tecatito y Jiménez se levanten de su lecho de dolor y estén listos ante Polonia. A él no le sirven para hacer planes ante Argentina o Arabia Saudita. No, le urgen ante Polonia.
De la salud de ellos dependerá el destino de Uriel Antuna, Diego Láinez y Santiago Giménez. Si los dos, Corona y Raúl, sanan, estos tres quedarían fuera. Quede claro, ninguno de los cinco, hoy, garantiza marcar diferencia. Funes Mori es inamovible, y Henry Martín se ganó por derecho propio un sitio. Por izquierda, el Chucky Lozano deberá dejar de lado esa obsesión de ser el héroe de todos los juegos, y su escudero será la interrogante sobre la mejor versión de Alexis Vega. ¿El Piojo Alvarado? Sólo que alguno de estos dos se quede en el camino en Girona.
Ahora, Gerardo Martino y sus elegidos, viajarán a su lujoso reclusorio en Girona. Se aislarán del universo tóxico que se ha originado entre las tristonas actuaciones del Tri, y ese pesimismo tan mexicano, propenso a la tragedia, más aún cuando dos adversarios tienen a ejecutores como Lionel Messi con Argentina y Robert Lewandowski con Polonia.
Vendrán jornadas intensas en la encerrona. Martino está convencido, en medio del pesimismo generalizado, que en ese enclaustramiento y a marchas forzadas, podrá restablecer el mejor nivel de sus jugadores, para restablecer también el mejor futbol de la selección mexicana, como se insinuó en 2019.
Y más allá de las asignaciones desesperadas de Martino, queda una promesa abierta, hecha por el aparente líder del grupo, y que estará en su quinto mundial, Andrés Guardado: “Al final, en el momento importante, el grupo cerrará filas y haremos historia”. Algo similar dijo el mismo Tata.
Sólo, será necesario, que ese juramento colectivo, la conviertan en su Credo.
Gerardo Martino, 'vendrá la muerte y tendrá tus letras'
LOS ÁNGELES — Gerardo Martino anunciará este miércoles a sus Once del Patíbulo y a sus respectivos caballerangos rumbo a Qatar 2022. A bordo de una frágil barcaza con el atlas abierto, una brújula y un compás, con rumbo a Utopía: El Quinto Partido.
“Vendrá la muerte y tendrá tus letras”, escribió Mauricio Montiel. Tiene la bellísima y siniestra ternura de un epitafio. Digno de un nuevo apocalipsis futbolero para Martino y su Selección Mexicana.
Los vientos, de negros desalientos, que empujan la endeble balsa aventurera, hieden a pesimismo. Hasta las míticas sirenas han huido de esa ruta suicida que garantiza encallarse en la fase de grupos. Poseidón y el destino ceban a dos bestias (Argentina y Polonia), y una rémora babeante y jadeante (Arabia Saudita).
Al final, el fracaso, el naufragio, tan inminente y cíclico como parece evocará esa sentencia: “Vendrá la muerte y tendrá tus letras”. Esta vez con las letras de Gerardo Martino, como antes las de tantos otros.
El técnico argentino sorprende. No puede precisarse si se automedica de un alucinante ilusionismo, o de una fe guiada con la mala fe de un lazarillo deshonesto, o en verdad cree en un milagro, tan imponente que espera más una transfiguración bíblica, que una transformación humana. En Qatar no se escuchan las campanas de Belén sino las voces de Babel.
Gerardo Martino ha sido, al menos, sincero. México ha ido en un proceso degenerativo de su futbol. 2019 se llenó de fiestas patrias, pero 2022 ha sido un 2 de noviembre en Comala. Él lo acepta. “Habíamos jugado muy bien, ahora jugamos muy mal”.
Como mariscal operativo del Tri-tanic, él es el principal responsable. ¿Es también el principal culpable? Tal vez no tanto: él creyó, como muchos, como tantos, en el espejismo que deslumbra, hacia afuera, el futbol mexicano. Hamelín para principiantes.
Martino ha insistido en un razonamiento que lo exculpa, pero, también, lo condena. Poco después de las agonías ante Estados Unidos y Canadá, deslizó suavecito, la llaga del Tri: “hay una baja de juego en algunos, que afecta al equipo”.
No hay duda. Andrés Guardado, estoico, masoquista, le agrega kilometraje a unas rodillas que envejecieron antes que su corazón rojinegro. Héctor Herrera se ha jubilado como futbolista. La tragedia de Raúl Jiménez ha prolongado su inquina. Tecatito Corona invoca a los chamanes de Bahía de Kino, mientras los médicos del Sevilla y del Tri golpean el reloj de arena. Y así, contando.
Pero, por su parte, Martino no reaccionó a tiempo. No supo, no quiso o no pudo. O no lo dejaron. O todo junto. Recuérdese que se apoltronó casi un año sabático en 2020, y en 2022, oreó pañales con la ternura de un abuelo, mientras la Liga Mx reanudaba feroces zafarranchos.
Hoy, él, como muchos, descubre apenas a un notable Luis Chávez y a Kevin Álvarez, mientras hay una guerra mezquina entre el técnico y la FMF, para no domar la soberbia y acelerar la “repatriación” de Alejandro Zendejas. A Alfonso González, lo desdeña por ser Ponchito, y con su lista de vetados, el Tata podría armar una selección paralela.
Tal vez, en uno de los actos más genuinos, humildes e inútiles, pidió clemencia desde la investidura lamentablemente más desprestigiada en el futbol, la del ser humano. “La gente no me conoce, no sabe cómo soy como persona, seguramente si me conociera nada de esto pasaría”, dijo después de agresiones verbales, bautizadas con líquido caliente.
Una pifia de Martino. Nadie lo firmó por ser un franciscano, sino por un objetivo, que él mismo asumió como propio al ser presentado: ese Quinto Partido, ése, el Santo Grial del hereje futbol mexicano.
¿Qué viene? Ejercer el mando. Rescatar futbolistas, y, especialmente, rescatar a esos tipos atrincherados, trémulos y recelosos, detrás del jugador.
A Martino y a México los alcanzó su destino: una generación que entra en la decrepitud competitiva, y otra generación que apenas asoma, inmadura, sin importar las edades, a ese macrosismo mundialista, de enormes exigencias y de fantásticos cadalsos. La leña verde, con el Tri, arde mejor.
Tendrá poco más de dos semanas y dos partidos (Irak y Suecia), para hacer monumentales ajustes. A saber: devolverles el futbol a los decadentes; integrar al maremágnum a cabecitas jóvenes; empezar desde la “A” y llegar a la “Z” en el funcionamiento del equipo. Recorrer del Alfa al Omega del futbol esencial en el tren bala de la desesperación.
Gerardo Martino se ha quejado frecuentemente de la falta de intensidad de sus jugadores. Es su obligación imbuirla. Y si no la encuentra, desechar al rejego, al renegado, al desertor. El indolente es una manzana podrida.
Si en ese lapso de noviembre, antes de enfrentar a Polonia, El Tata restablece, reconfigura, resucita, a sus Once del Patíbulo y sus caballerangos, para que se acerquen a la versión 2019, habrá que labrarle una bonita lápida para el Boulevard de los Caídos en la antesala del Quinto Partido. Ahí, en la rotonda, en el paraninfo del fracaso.
Al final, tan si lo consigue como no, la fascinante expresión de Mauricio Montiel, le acompañará con letras escarlatas en su currículum vitae: “Vendrá la muerte y tendrá tus letras”.
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El futbol mexicano se probó en el escenario internacional y lo hizo en un Mundial de Clubes que termina siendo un termómetro injusto, porqué pretende mezclar y hacer competir al Campeón europeo con los demás representantes. La diferencia llega a ser abismal. Tigres, en gran parte, logró reducirlo, aunque a entender de algunos, el mío, en lo personal, le faltó tomar un poco más de riesgos que hubiesen arrojado sensaciones diferentes de su caída en la final ante el poderoso Bayern de Munich. Pero el resto de su trabajo en el Golfo Pérsico fue, en verdad, positivo y remarcable. Le ganó al Campeón asiático y al de Libertadores y mostró que el futbol de México no es tan malo como dicen algunos ni tan bueno como lo aseguran otros. Tigres hizo, hasta cierto punto, lo que debía hacer en Qatar. Nosotros, mientras tanto, seguimos buscando el punto de equilibrio adecuado para medir nuestro juego...
Vivimos o sobrevivimos bajo el mismo enigma de siempre. Aún después del “exitoso”, y si quieren quitarle las comillas, estaré de acuerdo, viaje de Tigres al Golfo Pérsico, el futbol mexicano sigue preguntándose lo mismo: ¿Dónde está? ¿A qué lugar pertenece? ¿Tiene un sitio entre las 10 mejores ligas del mundo? ¿Está en el mismo nivel que Argentina y Brasil? ¿Qué tanto lejos esta del Campeón europeo?
Los más optimistas y benévolos, por así llamarles, hacen las cuentas fáciles. Tigres le ganó al Campeón de Asia, al Campeón de la Libertadores y perdió por la mínima diferencia y, con un gol que debió haber sido invalidado, ante el mejor club del futbol del mundo, el Bayern de Múnich. Lo más rigurosos y pesimistas, por así llamarnos, creemos que tres juegos definen poco y que al club mexicano le falto tomar más riesgos en la final del evento. Cualquiera de las dos posturas es bienvenida, pero lo esencial, como casi siempre ocurre, es encontrar un punto de equilibrio, un punto medio que realmente ubique nuestra realidad como futbol en el mundo.
Lo que vemos cada fin de semana ayuda poco. El futbol mexicano parece sumergido, hoy más que nunca, en el abismo de un nivel que ha empeorado a raíz de la lucha de los equipos y de los futbolistas contra el Covid-19. No existe la regularidad y la mayor parte de los juegos generan pocas emociones y muchos bostezos. Siendo realistas, lo que atestiguamos ahora en nuestras canchas no ayuda para medir el verdadero nivel en el juego del futbol mexicano.
A decir verdad, Tigres no iba a Qatar a medirse con el Bayern de Munich. Tigres iba a Qatar a medirse contra su propio nivel. Es ahí donde las sensaciones, más allá del resultado que era el esperado, perder ante el club alemán, no parecen las adecuadas. Pero el equipo del “Tuca” Ferretti pudo haber mostrado en los dos primeros juegos las condiciones reales de nuestro futbol, un futbol que puede competir ante rivales asiáticos y ganarles, está por encima de ellos, y un futbol que también puede hacer frente a los rivales sudamericanos, pero que sigue requiriendo de ese roce, fogueo e intensidad que le permita seguir creciendo.
El Mundial de Clubes es un termómetro injusto, inequitativo. El campeón europeo, el que gane la Champions, juega un deporte que también llaman futbol, pero, que, por grandes momentos, es muy diferente que se practica en el resto del mundo. Podemos, entonces, dividir el evento de clubes que realiza la FIFA en dos segmentos muy distintos y en el que le corresponde, Tjgres cumplió y cumplió con creces. Pretender que haya sido un poco más osado o atrevido en el nivel máximo del juego, cuando jugo ante el Bayern de Munich, es, o puede ser, un error o una interpretación errónea de nuestra pasión y sueños por jugar en la mayor escala del futbol.
Por eso, antes y después del juego ante el Bayern de Munich, yo hablaba de sensaciones y no de resultados. La forma en que íbamos a medir al futbol mexicano y la manera en la cual el mundo nos vería tras ese juego sería a través de la capacidad de resistencia, de competitividad y hasta de personalidad que mostrara Tigres. Para mí, en ese sentido, quedo a deber.
Ahí está el futbol mexicano, debatiéndose semana a semana entre lo que ve y no ve en sus canchas, pero consciente de que no es tan malo, como muchos piensan, ni tan bueno y extraordinario, como otros apuntan. Busquemos el equilibrio.
@Faitelson_ESPN
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LOS ÁNGELES -- Resuelto ya el tema de si son embajadores o no del futbol mexicano, luego de que movió sólo el dedo meñique el patrón (Cemex), y le quitó lo patán al Patón Nahuel Guzman, llega el emplazamiento maravilloso de la cancha para Tigres.
Podrá molestarle al séquito felino, pero el eje de referencia inmediato, puntual, irrefutable, es la actuación de Rayados ante el Liverpool. Perdió, cierto, pero ha sido, sin duda, la más altiva y digna representación del futbol mexicano en estas lides del Mundial de Clubes.
En el futbol convergen incontables circunstancias. Es parte de su fascinación. Se rompen moldes. Se aniquilan análisis y pronósticos. Lo escrito se desvanece, en un punterazo, en un error, en una genialidad, o hasta en una nefasta confabulación masiva del VAR y el arbitraje.
En el futbol, y especialmente en estas esferas, con el cruel ultimátum del resultado, siempre hay esa ansiedad porque irrumpa el héroe accidental, el inesperado, el apocalíptico. El irreverente histórico en una historia sin irreverencias.
¿Puede Tigres? Esa debería ser la pregunta obligada, pero no es la correcta. ¿Quiere el Tuca Ferretti? Esa es la pregunta correcta. Porque poder, puede. Porque deber, debe. Pero... es el Tuca.
Jugadores tiene. Dispone de futbolistas cincelados, bruñidos, exigidos en justas mundialistas, en territorios de privilegio competitivo. Hombres que han besado copas continentales, regionales. No hay manera de que el adversario o el entorno pueda meterle miedo a Tigres.
Lo único que intimida a los jugadores, es el intimidante temor a perder por parte de su entrenador.
Porque eso es Tigres: una legión de jugadores que no se espanta ya ante citas como esta en Catar. Y que no debería retroceder ni arredrarse ante rivales como el Ulsan Hyundai, y eventualmente, el Palmeiras de Brasil.
Por eso, insisto, la pregunta no es si Tigres puede. La pregunta es si el Tuca quiere. Dueño emocional y dictatorial del equipo, por encima incluso de la directiva, Ferretti no se aparta de una doctrina mezquina para jugar al futbol, pese incluso al ridículo hecho en el Repechaje y en la Liguilla ante Cruz Azul.
Tigres ha reportado ejército completo. No hay bajas por lesión o por COVID-19. Con una plantilla de seleccionados y seleccionables nacionales, y superado el escenario de la diferencia de horarios y el jet lag, este jueves la escuadra felina tendrá el primer examen.
De colmillos hacia afuera, los felinos no aceptarán el poderoso acicate que representa la épica, con derrota y todo, de Rayados de Monterrey ante el Liverpool, a la postre campeón del torneo. Pero, al interior de Tigres, es evidente que rebasar lo hecho por los vecinos incómodos del vecindario regiomontano les despierta una pasión extra, una motivación sanamente insana.
Es entendible que no quieran hacer una pública referencia a ese sentimiento mixto que despierta la presencia de Rayados en el anterior Mundial de Clubes. Es una motivación, pero también es una presión, especialmente porque Tigres, multicampeón mexicano, apenas se asoma desde el balcón de la monarquía conkakafkiana, como alguna vez lo describió Guillermo Chao, hace casi medio siglo, en las páginas del ESTO.
Utilizar como referencia a Monterrey, sería para Tigres un suicidio mediático y una desilusión entre sus aficionados, pues equivaldría a establecer que el Everest de su motivación es emular al menos, y superar por supuesto, lo hecho por Rayados en la pasada edición.
¿Puede vencer a Palmeiras? El campeón de la Libertadores mandó un equipo de suplentes al juego del martes por la noche ante el casi descendido Botafogo, por cierto, el equipo en el que debutó el mismo Ferretti y con una camiseta gloriosa: la del número 7 de Garrincha.
Palmeiras estará arribando justo a tiempo para poder ver al adversario que tendrá en la Semifinal el próximo domingo. Hablando de héroes accidentales, Breno Lopes, el autor del gol en la victoria sobre Santos en la final libertadora, no podrá jugar el torneo, por registro extemporáneo.
Asumiendo que Tigres domestique a los Tigres coreanos del Ulsan Hyundai, tendría una ventaja importante en temas de adaptación, aclimatación, disponiendo además de las 72 horas de reposo antes de enfrentarse al Palmeiras.
Insisto: plantel con calidad hay, para asomarse a la Final del Mundial de Clubes seguramente ante el implacable e impecable Bayern Munich. Sapiencia, atemorizada y todo, hay en el cuerpo técnico de Tigres. Ya no se tratar de poder o de saber, se trata de querer. Por eso, la pregunta, reitero, no es si Tigres puede, sino que es, más bien, la pregunta correcta, si el Tuca Ferretti quiere.
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LOS ÁNGELES -- ¿Y ahora? Tigres no tiene derecho a festejar. Se colgó una medalla de cobre y del pobre tercer mundo del futbol. Con esa nómina, que cuesta tanto y vale tan poco, sólo tendría derecho a comprometerse a ser, al menos, una digna comparsa en el Mundial de Clubes.
Lo mejor: que finalmente ganó la Concachampions, ante el LAFC, que tuvo, la noche del martes, su Vela, la de Carlos, muy apagada.
Lo peor: que Tigres viaja a Catar con ese plantel encarecido en precio y empobrecido en futbol. Turismo relámpago.
Lo mejor: que finalmente Tigres ya no tiene que emperrarse de envidia al ver las vitrinas de su incómodo vecino: Rayados.
Lo peor: que definitivamente no será capaz de emular la gesta, con derrota y todo, del Monterrey frente al Liverpool.
Tal vez la mejor definición del logro felino, escapa del jolgorio de Andre-Pierre Gignac: “Por fin ganamos esa ¡pinche! copa”. El adjetivo, ese, el de “pinche”, es uno de los epítetos favoritos del mexicano para denigrar. Algún aficionado de Tigres podría tratar de “pinche” este mismo texto, y tendría razón.
Según Gignac, y de acuerdo con el Diccionario del español usual en México, escrito por Luis Fernando Lara, ese epíteto, esa palabra implica: “1. Que es despreciable o muy mezquino. 2. Que es de baja calidad, de bajo costo o muy pobre”.
El delantero francés festejó y denostó, al mismo tiempo, la máxima conquista internacional de los Tigres, que ya se sabe, suelen ser como los perros de rancho, que sólo a los de casa muerden, es decir, sólo a los del torneo doméstico, porque es imposible olvidar cómo se empequeñecieron en aquella final de la Copa Libertadores ante un River Plate desmantelado, castigado por lesiones y lastimado por transferencias.
Aquella actuación de Tigres ante el River Plate, estuvo, al final, muy de acuerdo a la expresión de Gignac de este martes por la noche, sobre la Concachampions. Deseable es que no deba utilizar ese mismo epíteto para estigmatizar y sintetizar su visita al Mundial de Clubes en febrero.
Lo cierto es que Tigres hizo lo correcto en la cancha ante el LAFC, más allá de que el deplorable y siempre sospechoso arbitraje de la Concacaf le perdonó un penalti y al menos una tarjeta roja.
Los angelinos tuvieron el control del juego, pero a su estrella se le acabó todo el brillo ante el América. Carlos Vela, bajo una marcación severa, correcta, seria, no encontró las libertades que le dio todo el paupérrimo aparato defensivo de las Águilas.
Y Tigres, bajo la doctrina del Tuca Ferretti, fue paciente. Asimiló sin desesperación el gol en contra, marcado por Diego Rossi, pero entendía que más allá de algunos soponcios aislados el partido se jugaba dentro de sus cánones.
Mientras Hugo Ayala conseguía el empate, llegó André Pierre Gignac a sentenciar el trámite. No sólo arrebató el boleto al LAFC, sino que pulverizó los sueños concakafkianos de Carlos Vela de ser el Botín de Oro del Tercer Mundo del futbol, como la FIFA ha clasificado a esta región.
Tigres ahora aguarda al sorteo para el torneo. Falta el invitado de Conmebol, con semifinales protagonizadas por equipos brasileños (Santos y Palmeiras), y argentinos (River Plate y Boca Juniors o Racing). La bestia de la competencia se llama Bayern Munich, el intratable equipo alemán.
Para los felinos del Tuca Ferretti no son las mejores fechas las de este Mundial de Clubes. Los toma en pleno arranque del Guard1anes 2021, que comienza el 8 de enero, y además recibiendo al monarca León.
La Liga MX abrió la posibilidad de reacomodar los juegos, en este caso de los Tigres, a la eventual representación mexicana en el Mundial de Clubes, pero, aún así, la logística del viaje, y el famoso jet lag, terminarán por afectarlos en la competencia de FIFA y, obviamente, en el regreso al torneo doméstico.
Con la llegada del goleador paraguayo Carlos González, procedente de los Pumas de la UNAM, Ricardo Ferretti redondeó el plantel para la obligación de ser campeón en la Liga MX, aunque todavía deberá organizar la logística más correcta para el peregrinar inmediato del Mundial de Clubes, en el cual debutará el 4 de febrero de 2021.
El grupo de jugadores tendrá apenas unos días libres en las fiestas de fin de año, con la pretensión del Tuca de alcanzar ritmo futbolístico, aprovechando los juegos de la Concachampions en la burbuja de Orlando, y después en la Liga MX.
Sin embargo, aunque parezca que, a diferencia de sus antecesores en el Mundial de Clubes, a excepción del América de Ricardo LaVolpe y el Monterrey del Turco Mohamed, esta vez Tigres tendrá una ventaja al llegar con ritmo competitivo oficial, lo mismo ocurrirá con sus eventuales adversarios.
Enrique Bonilla, quien ya no despacha desde las oficinas de la Liga MX, había garantizado todas las facilidades para el equipo que acudiera al Mundial de Clubes, pero ahora, bajo el control de Mikel Arriola, muy poco enterado de este tipo de necesidades y maniobras, la directiva de Tigres deberá ser muy eficaz para conseguir el apoyo necesario.
Pero, al final, los felinos de Ferretti consiguen el trofeo regional que les urgía. Ahora que los Tigres se sacaron la rifa del tigre, habrá que esperar que sepan qué hacer con él, para no regresar de Catar con el epíteto favorito de Gignac a cuestas.
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Buscando la victoria, Croacia pierde. Evitando la derrota, Francia gana. Y el enaltecimiento de la víctima, es el enaltecimiento del vencedor.
Francia es campeón del mundo con la exquisitez del cazador. Croacia es segundo, con la audacia del conquistador. Imposible medrar ni mediar la inteligencia de uno o la persistencia del otro.
El desenlace, la coronación francesa, no erosiona el colectivo, el equipo, el grupo croata. A la maquinaria perfecta la hacen imperfecta las imperfecciones de sus piezas.
Al final, esta Final de Rusia 2018, el epitafio incómodo del 4-2, tendrá su crónica con señalamientos sobre los asombrosos errores humanos (autogol, penalti polémico, yerro de Lloris), y sobre las consumadas heroicidades del genuino futbolista.
90 minutos bastaron. Francia no desperdició aliento ni músculo: al terminar el primer tiempo, ganaba ya 2-1, pero sólo había hecho un disparo a gol. Los autogoles enloquecen las estadísticas y provocan la bancarrota de los tahúres.
Los estoicos legionarios de la angustia prolongada tenían sin duda espíritu para otros 120 minutos de aquelarre, de hostilidad pura, antes de permitir, esos croatas irremisibles, la certificación de su exterminio. Su alma drena la devoción, si el músculo o el aliento dudan.
¿Mezquino? ¿Pragmático? ¿Ratonero? ¿Práctico? ¿Prosaico? Las piedras lanzadas no alcanzan a abolir ni a abollar la investidura de monarca universal de Francia.
Su ungimiento real podrá ser cuestionado por los métodos. Se sabe, cortesía de Maquiavelo, el fin justifica los medios... y los miedos.
A pesar de la enorme riqueza de sus futbolistas, Francia armó la emboscada y Croacia tiene una legítima lágrima de plata colgando de un pescuezo que debe permanecer erecto, orgulloso, gallardo. Por el honor suyo y por el honor de su verdugo.
"Una derrota peleada vale más que una victoria casual", aseguró José de San Martín. La frase es hermosa, pero tan inútil como un ungüento para este tipo de desenlaces. No hay bálsamo para el dolor balcánico.
Mbappé, Pogba, Griezmann, el triángulo equilátero del crimen perfecto, alcanzan, sin duda, para desarrollar mucho más en un jeroglífico ofensivo, pero las sagradas escrituras según Didier Deschamps, necesitaban el saldo justo de su arsenal, para la gran meta: ser bicampeones del mundo.
Cierto, Mandzukic, el torpedo que aniquiló la armada de la Reina, se calzó el botín de Judas. Después el árbitro Pitana es corregido por el VAR, para que Griezmann instale el Arco del Triunfo en la estrechez del manchón penal. Perisic los salvó de perecer a los croatas y había descontado.
En el complemento, Pogba y Mbappé pusieron ese resuello de talento juvenil en el marcador, para dejar en claro las diferencias de alcurnia futbolística. Y Mandzukic rescataría el caramelo de la ilusión en un error de Lloris, que hoy, ya no se sabe si fue una, auténticamente, metida de pata, o fue un acto de extremaunción para la horda generosa de croatas.
Insisto: nada dignifica más la coronación de Francia, de esta Francia tan joven y dueña de un futuro maravilloso, como la dignificación de su propio esfuerzo, de su trasiego, de su recorrido carne a carne y sangre a sangre por parte de Croacia.
¿El mejor mundial de la historia? Los románticos que vivimos de punta a punta el México 70 como aficionado, el México 86 en este oficio, el Francia 98 y el Corea del Sur/Japón 2002, tenemos derecho a mantener algunas dudas.
No tuvo al Pelé esplendoroso de 1970, ni al Maradona exuberante de 1986, ni tampoco ese concierto de Ronaldo, Rivaldo, Ronaldinho y Cafú de 2002, pero Rusia 2018 sin duda en su conjunto, como país, por su gente, por su paraíso cultural, tiene todo el derecho a meterse al mismo tabernáculo legendario de los otros.
Fue además la conclusión de un bellísimo mundial en un país que develó y desveló, genuina, absolutamente, todas y cada una de las Matrioshkas que le componen, y todas fueron, para turistas, medios, competidores, y para la misma abyecta FIFA, generosas anfitrionas de los óptimos, buenos, malos y peores visitantes.
Para Catar, el desafío está a la altura de la perfección.
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En la realeza de un club, donde la mayoría viste de sonrisa aperlada y frac, como portada de revista, él eligió el atuendo de soldado raso.
A veces, en el Real Madrid es el que zapa la trinchera, y a veces el que zarpa el buque de guerra. ¿Recluta o almirante? El juego mismo le da y le quita galones al eje de Croacia. Cava si hay que cavar y cala la bayoneta si hay que atacar.
Rehúye hablar de la Guerra Civil de los Balcanes, pero con esa sangre multigenética, se ha persignado cada día, cada juego, cada fase de esta Copa del Mundo. "Eso está siempre con nosotros", dijo Modric en conferencia de prensa.
Porque las víctimas de la crueldad bélica no están sólo en su cripta, o en las cenizas, o en el anonimato, o en el obelisco, o en los mausoleos, o en las efigies espartanas de las rotondas. La muerte les ocurre a todos, especialmente a los sobrevivientes.
También ahí, en el hipocampo de quienes sobreviven, en el penacho luctuoso de la memoria, la muerte se convierte en un mercenario recurrente y ocurrente. Modric lo sabe, lo sufre: su abuelo eligió la muerte, para garantizarle la vida.
Actor y autor intelectual, desde ese oficio de caudillo silencioso, de hacer esas cosas maravillosas que otros se imaginan, Luka Modric ha tenido su mejor momentum futbolístico en el mejor momento posible: la Copa del Mundo Rusia 2018.
Precipitada, pero razonablemente, el sufragio virtual -e inútil- de las redes sociales, lo encamina para ser la figura de la gesta mundialista. Cierto, las alforjas de sus contiendas como madridista, ayudan a que los sastres de la opinión pública le corten el traje a la medida.
Como reflejo de una nación bruñida a fuego y fe, de refulgente aparición en casi todos los ámbitos del deporte, Luka Modric da constancia de todos los valores espirituales del competidor genuino, pero, necesariamente, con el requisito de jugar bien al futbol.
No basta ese gen suicida en eterna pugna por ganar, además hay que oficializar en la cancha el amasiato con el balón. De otra manera, los samuráis serían amos de la Copa FIFA.
Este domingo, ante Francia, irónicamente, Luka Modric, disputa el Balón de Oro, con alguien con quien quizás deba compartirlo en el futuro en los parajes gloriosos de la Casa Blanca: Kylien Mbappé.
La victoria final depositará en la urna vanidosa, y muchas veces tramposa de FIFA, el voto final para designar al ganador del Balón de Oro. Modric y Mbappé saltan a la cancha y asaltan al adversario por un doble botín: uno para casa y otro para una nación ansiosa.
Más allá de la epopeya física y fisiología de los croatas, hay un agregado en el caso valeroso de Luka Modric: la amenaza de cárcel por perjurio. Su expediente está abierto con el riesgo de cinco años de cárcel.
Evidentemente, semejante amenaza puede ser, o un acicate o un desafío para el jugador, pero evidentemente no ha sido represor ni inhibidor de sus condiciones espirituales y futbolísticas. Eso ha sido una bendición para Croacia: jugar con la conciencia tranquila.
¿La coronación de Croacia incluye eventualmente el indulto? Popularmente, tal vez sí. Pero sería una medida impopular para el gobierno croata, un peligroso precedente, para una nación que hace del rigor moralista, al menos, su bandera.
Y peligrosa, pero esperanzadoramente también, Modric disfruta de cierta inmunidad o esperanza. Como hada madrina o como chambelán de sus actuaciones, ha estado muy cerca la Presidenta de Croacia.
Protagonista en tribuna y palcos, Kolinda Grabar-Kitarovic, es el punto de referencia peligroso para Modric, porque significa la fragilidad humana del poderoso, pero también la dureza de comportamiento de una forma de gobierno.
Esto, porque la saltarina mandataria ha prometido descontarse de su sueldo los días festivos en Rusia, viajando además en clase turista, pagando sus propios boletos, y sin drenar al erario croata.
¿Puede esperar Modric clemencia judicial después de tantas victorias de impacto nacionalista en Rusia? Tal vez, y sólo tal vez.
Si consigue la Vuelta Olímpica en Luzhnikí este domingo, hombro con hombro con Kolinda, tal vez este posible Balón de Oro termine su ruta, esa misma que comenzó en un refugio en Zadar, en la pinacoteca de hombres ilustres croatas y no en la Crujía 10 de Zagreb.
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Son combatientes con cicatrices profundas, internas, eternas, invisibles, indivisibles. Infancias de trinchera y barricadas.
No hay un ser humano de Croacia que no tenga un cirio encendido: por un amigo, por un familiar... y hasta por él mismo. Cada escapulario en el altar familiar es un obituario. La muerte es parte del reparto genealógico.
Y parecerá sacrílego, hasta profano y por supuesto inapropiado citar al dictador sanguinario Josip Broz Tito, para explicar las membranas menos exquisitamente futbolísticas y más poderosamente humanas, de la hazaña de Croacia en esta Copa del Mundo. Y en Rusia. Y en este 2018.
"La voluntad de un pueblo es mucho más poderosa que la fuerza de un ejército. No me interesa cuán grande sea usted, mientras mi voluntad de hierro siga en pie, yo le venceré", vociferaba el Mariscal Tito, mientras desafiaba la veintena de asesinatos orquestados por Stalin.
Sobrevivientes a 240 minutos de fragor, más compensaciones, este miércoles, Croacia desplegó la estrategia básica de la victoria, el heptagrama del triunfo: disciplina, concentración, orden, paciencia, devoción, compromiso y futbol.
Y completada la travesía (2-1) casi monástica de otros 120 minutos, dejaron fuera a Inglaterra, que desde el fortín frágil del 1-0, decidió administrar sus ilusiones de ser finalista de la Copa del Mundo Rusia 2018.
Innegable es que el futbol se gana con sus obviedades. Y con sus misterios. Y con sus inspiraciones. Y sobre sus imponderables. Y con el poder inalienable del individuo. Y con el poder supremo del colectivo.
Pero, claro, el futbol, en la retórica inigualable de Perogrullo, se gana con futbol. Y eso hizo Croacia, pero además, lejos de ceder al peso de la historia, a la gravitación del drama, terminó amamantándose del agobio de semejantes lastres, para fortalecerse.
Luego de gestas impresionantes en las praderas mundialistas, longevas, aparentemente interminables, no hubo un instante, un soplo, un gesto, vamos, ni siquiera, un maldito calambre muscular de renuncia, de rendimiento, de deserción.
"Cuando el músculo duda, cuando los pulmones dudan, cuando el cerebro duda, es que el corazón ha empezado a dudar... entonces, todo está perdido", citaba alguna vez Vince Lombardi entre sus muchos discursos amparados por esa doctrina imperecedera del Segundo Esfuerzo con los Empacadores de Green Bay.
Cierto que Inglaterra tampoco dudó. En ningún momento. Tal vez su debilidad fue desestimar la fuerza de su adversario. Y la paciencia fortalece al débil, porque la impaciencia debilita al fuerte.
En un recital de belicosidad inocua, porque incluso las conflagraciones cuerpo a cuerpo, las libraban en el saludable instante de la jugada, el juego encontró su pasión y su encono. Era una refriega sin rencor, pero sin tregua.
Tras un primer tiempo desestabilizado, Croacia resucitó. Pareció ungirse de sus raíces, de los trasiegos momentos de sus mudanzas y sus tragedias familiares, de la conciencia nacionalista de una sonrisa espartana a cada uno de los que aguardaban en casa o en los retablos de los camposantos.
Y Croacia armó su sublevación. Inglaterra debió entender el viejo refrán: "Cuando fuiste martillo no tuviste clemencia, ahora que eres yunque, ten paciencia", y resistió y trató de sacarse el yugo.
El golazo de Trippier, un bazucazo asesino, pone en distancia a Inglaterra, en el cronómetro de la locura, en el minuto 5. Un disparo al amanecer es casi un acto de traición. Croacia tardó en sacudirse el impacto. Parecía noqueado en el primer tiempo.
Pero en la segunda parte, el francotirador Perisic, en un embate de alto combate, anticipa con un remate de bayoneta, sobre la cabeza de un adversario. Era el 1-1. Dios salve a la Reina, porque Inglaterra debía luchar por su propia salvación.
En el minuto 109, cuando se suponía que las piernas croatas debían ser piltrafas de agotamiento, víctimas de la fatiga del sobresfuerzo, en realidad el engarrotamiento fue de la zaga inglesa. Como en un museo, ante estatuas blancas, Mandzukic ataca un balón de botes inciertos y lo pesca pegado al poste izquierdo del arquero.
El vuelco del marcador y el vuelco de los temores. Croacia había hurtado el botín. El boleto a la Final de la Copa del Mundo era la ofrenda.
Más que una noche de gloria para Croacia, se convertía en una jornada de glorificación. Los árboles genealógicos retoñaron.
Francia debió recibir el mensaje. No irán contra once croatas, sino contra 22: once vestidos de futbolistas y dentro de ellos otros once con una heráldica genética de combatientes.
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Macario sólo convidó a la muerte. Mientras estuviera cenando con él, no podría llevárselo.
CR7 ha hecho lo mismo que Macario: no vende su alma ni a Dios ni al Diablo, y elige ser dueño de su destino, de su propio pavo, porque, sabiamente, elige no ser esclavo de nadie.
El Real Madrid podrá extrañarlo, pero no podrá reclamarle. Cristiano Ronaldo cumplió cada cláusula y cada sueño de la entidad merengue. El matrimonio por conveniencia fue extremadamente prolífico.
De hecho, a pesar de la cabalgata abrumadora de rumores sobre su salida, Cristiano Ronaldo logró una transición perfecta en su separación. No hay lágrimas, ni gritos, ni abogados, ni demandas. Acaso la congoja y la nostalgia lleguen al arrancar la Liga en España.
En el museo de la Casa Blanca la capilla mayor será una ofrenda suntuosa para el jugador más rentable, mediático y ganador en la historia del Real Madrid.
Seguramente de haber permanecido Cristiano Ronaldo, habría peligrado el bautizo del Santiago Bernabéu.
No lo abrumo a Usted con cifras, porque además sus números asombrarían a cualquier corredor de Wall Street, y en ese oficio de fariseo trajeado, querría vender acciones sobre el organismo del futbolista aún candidato al Balón de Oro en 2018.
Mientras en la Juventus se prepara una fiesta de bienvenida sin precedentes, en el entorno madridista hasta el dulzor de la más reciente Champions empieza a rezumar amargura, porque El Bicho se ha mudado en condiciones futbolísticas para un par de años más.
Insisto: Cristiano no cena ni con Dios ni con el Diablo. Su alma le pertenece como retribución intocable de cada minuto dedicado a esculpir, a ser su propio Miguel Ángel de su propio David. La perfección.
Dueño de una fortuna que amparará a sus descendientes hasta el Día del Juicio Final, seguramente a CR7 no lo mueve ni lo conmueve la fortuna que le depositará la Juventus, sino la arrogancia válida, legítima, de demostrar que su vigencia competitiva no depende necesariamente de la glamorosa y gloriosa historia de una camiseta.
Él no tiene el pecho frío por eso opta por atreverse a salir de su sitio de confort. Por el contrario, quiere conquistar, también en otra de las ligas más poderosas de Europa, tras conseguirlo en la Premier y en España.
Escoltado en el ceremonial de una hégira victoriosa por mensajes de sus ex compañeros madridistas a través de las redes sociales, Cristiano desciende de la cúspide del madridismo y se va sin escándalos, sin bochornos legales, sin cláusulas ocultas, o demandas mutuas, como, por ejemplo, la escapada de Neymar del Barcelona.
Florentino Pérez terminó siendo súbdito del jugador portugués. Incluso, el tempestuoso dirigente del Real Madrid, quedó eximido de ataques a tomatazos, al subrayar ambas partes que el mismo Cristiano solicitó la anuencia para una nueva cruzada, con otra bandera y en otro balompié.
Se asocian, además, el amo y señor del Calcio, y el amo y señor de Europa. La Juventus y CR7 sellan un nuevo matrimonio por conveniencia.
Y entre los más entusiastas con la llegada, está, irónicamente, el mismo que dijo "con Messi yo no puedo jugar", pero, resulta, que con Cristiano Ronaldo, sí. Dybala mandó un doble mensaje, una navaja de doble filo.
Y seguramente, con la sacudida más violenta del mercado de transferencias, la Liga de Italia entera rinde pleitesía al atrevimiento de la Juventus, que aún espera rescatar unos centavitos para ir de compras más adelante.
¿Amor a la camiseta? Más allá del romanticismo confuso, lo cierto es que esa relación es de una sola vía. La camiseta, veleidosa, por muy ilustre y memorable que sea, tampoco salvaguarda al futbolista. ¿Iker y Raúl se sentirán correspondidos por todo lo que dieron y la forma en que se fueron?
Por eso, con un par de años, al menos, comandando la elite competitiva europea, Cristiano Ronaldo deja inmaculadamente victoriosa a la camiseta del Real Madrid, pero deja claro, incluso al llegar a la Juve, que él no invita de su pavo ni a Dios ni al Diablo.
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Ya antes del primer soplo arbitral de vida en el Mundial de Rusia 2018, Neymar parecía el inevitable Rey Midas a expensas de que las puertas de Kremlin abrieran sus puertas y le extendieran su larga y afelpada lengua roja de bienvenida.
Balón de Oro, Botín de Oro, Jugador de Oro, Goleador de Oro, Míster Simpatías de Oro, el Catrín de Oro. El Rey Midas, pues. Pero, entre maroma y maroma, como panda en cautiverio, Neymar dejó escapar la galería áurea de la consagración y la inmortalidad.
Y fue una lástima. Porque estaba inevitablemente destinado a los altares célebres y divinos de las Copas del Mundo, esos mismos en los que nunca pudieron aparecer ni Messi ni Cristiano. Y se quedó ahí, en el sobrepoblado galerón de las promesas chamuscadas.
A cuentagotas, Neymar dio un recital de todo lo que puede, cuando quiere, aunque a veces quiera tan poco. A México le descoyuntó el espinazo hasta emparejárselo con el esternón, en tres jugadas diabólicas, dos de ellas grabadas en el heraldo del marcador.
Tan sabido era que este debía ser el Mundial de su consagración, de poder arrimarse a los nichos de sus paisanos Pelé y Garrincha, que se decidió a juguetear en lugar de jugar al futbol.
Cuando ya seguramente reposa en una playa, con una dosis generosa de caipiriña, y espera el desenlace de sus escarceos románticos con el Real Madrid, siguen pululando los memes sobre sus trompos lastimeros, simulando que le lesionaron hasta las caries en las muelas del juicio.
Sí, un futbolista tan rico, pero misérrimo como actor. Sus dolencias fingidas son, han sido y serán tan lamentables, que de usar bombín, bastón, un bigotillo hitleriano y caminar como pingüino, podría competir con las escenas de cine mudo de Charles Chaplin.
Porque Neymar simula que llora, y el universo llora de la risa ante las muecas pantagruélicas de sus ridículos.
Y no sólo fue un acto de desprecio a su carrera, a su futbol, a sus compañeros, sino a ese país que pendula emocionalmente cada cuatro años en torno al balompié, especialmente porque aún supuran las siete llagas que le abrió Alemania, en su propio circo, en el 2014.
Y así como Messi y su pechito criogenizado, y Cristiano, más ateo que nunca, fueron en su momento parte de la hemeroteca creativa de los memes, a Neymar tenía que llegarle su capillita de la burla y el sarcasmo.
Necesario aclararlo: en la profusa flagelación de Neymar, al ser expulsado del Mundial por Bélgica, la diversión vino especialmente de la afición mexicana, pretendiendo explicar su propio deceso mundialista con las pobres artes escénicas de la versión futbolera del Coyote.
Y con ese sentimiento de que lo roben, con Robben y Neymar, la afición mexicana sabe que las penas con pan y con memes son buenas, y así encontró en el brasileño la cura a la cruda, así como lo hizo con el holandés hace cuatro años.
Como sea, Neymar desperdició su mejor oportunidad de consagrarse como el mimado de Rusia y del Kremlin, especialmente cuando Messi y Cristiano seguían vigentes.
Dentro de cuatro años, en Catar, seguramente Neymar habrá aprendido la lección, y muchos de sus escoltas actuales en Brasil, llegarán fortalecidos, y sobre todo, más presionados por su afición, luego de dos mundiales lamentables.
Y con este despecho por el fracaso competitivo, Neymar no podrá utilizar ninguna de sus redes sociales, sin encontrarse con la pasmosa y penosa realidad: al Rey Midas, esta vez, sólo le alcanzó para ser el Meme de Oro.
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