Con Pulido, Chivas juega con diez, y gana, pero sufre
LOS ÁNGELES -- Sufriendo, Chivas. Otra vez en un Clásico. Contra diez adversarios. Con el tenebroso arbitraje amparándolo. Así, gana Chivas. 1-0 al América. Y gana poniéndole la horca en el pescuezo a Ricardo LaVolpe.
Que no oculte el penalti que negoció Alan Pulido, su nociva presencia en la cancha. Lo reitero: si tiene el balón le pone freno de mano al Guadalajara. Mercó el penalti que marcó Zaldívar, pero Pulido, más allá de que lucha, desafina en Chivas.
Y en el capricho de meter a un tipo etiquetado en 17 millones de dólares, Matías Almeyda enredó a su propio equipo: Pizarro produciendo menos y entrando menos en contacto con la pelota. Y la sociedad entre la Chofis y Pulido es imposible. El primero es un descarado codicioso, y el segundo un remilgoso con deficiencias técnicas.
Por eso, Chivas no pudo pasarle por encima al montaje lapuentista que ordenó LaVolpe este sábado. Su única catapulta, por izquierda, Samudio, incluso, se tardó en neutralizarla Almeyda. De haber arrancado con Brizuela en lugar de Pulido, habría taponado ese drenaje.
Nuevamente el arbitraje deja su pestilente huella. Luis Enrique Santander asesina los juegos con licencia expedida por la impunidad de Decio de María. La expulsión a Samudio es rigorista, y perdona una amarilla temprano al Chapito, además de un criterio voluble, reflejo de su enanismo moral y mental. Un trabajo mezquino, sospechoso.
Y de nuevo, Almeyda demuestra que su equipo sufre más cuando tiene un hombre más en la cancha. Más allá de condenar a su equipo a jugar con diez mientras estuvo Pulido en la cancha -más allá de que repelen que fabricó el penalti--, sacar a La Chofis, en lugar de a Pulido, le quitó al jugador que mejor aprovechaba los espacios en contragolpe.
Después de varias semanas, sólo queda creer que, o Alan Pulido es un fenómeno en los entrenamientos, o se encoge de gónadas y corazón en juegos oficiales, especialmente en Clásicos. O que hay consigna de Jorge Vergara para que juegue, así como impuso al Bofo Bautista en su segunda etapa con el Rebaño. Y hasta ese Bofo producía más que este Pulido.
Al final, Chivas dejó en un magro, en un poquitero 1-0, un juego que pudo resolver desde el primer tiempo, de haber realmente tenido a 11 al mismo nivel y con la misma dinámica en la cancha.
¿América? Mientras el marcador estaba 0-0, y luego cuando aún eran once en la cancha, mostró un respeto, o llamémosle pánico, hacia Chivas. Reaccionó hasta la segunda mitad, cuando tenía todo en contra, y cuando Almeyda se emboruca con los acomodos en la cancha.
Oribe Peralta sigue muy por debajo de su nivel habitual. No sólo no anota, sino además se ve lento, torpe, distraído, con balones que antes en el área sabía resolver con inteligencia e inclemencia.
Y tanto él como Paolo Goltz fueron claros en la semana. "Sabemos que el futuro del entrenador (LaVolpe) depende de este juego". Cumplieron más el papel de Judas que el de samaritanos.
Pero, en verdad quieren los jugadores de El Nido salvar a su actual entrenador. Por lo pronto, Michael Arroyo hizo ayer más que evidente el divorcio que tiene con LaVolpe, y además, manda a un novato como Marín, en lugar de utilizar al Chino Romero, quien hacía rabietas en la banca por esta decisión.
Encima, LaVolpe sale expulsado, más que por tocar la zancadilla inconsciente al Chapito, por meterse a la cancha, cuando ya había sido advertido.
Por lo pronto, el argentino se pierde el juego determinante del próximo fin de semana, cuando reciba a Cruz Azul, donde, a su vez, se tambalea Paco Jémez.
Sí, ese América contra Cruz Azul, será el Clásico del Patíbulo o de La Guillotina: el entrenador que pierda, perderá además la cabeza.
Queriendo recuperarse de su migraña, las Aspirinas se toman tres tylenols, con el emblemático gol 50,000 (Bellarabi) de la BundesLiga, y agregando el 50,001 y el 50,003, con la firma de Chicharito.
Javier Hernández cambia su celebración. Ahora se cubre el rostro con ambas manos. ¿Un acto de provocación, de evocación o de invocación? Sólo él lo sabe. A cada una de sus mímicas del festejo le ha dado un significado. ¿No quiere ver o no quiere que lo vean? ¿Ciega o enceguece?
Lo cierto es que comparece de nuevo. En el gol 50,000 en la heráldica de la BundesLiga, Chicharito participa en el toqueteo envolvente, de hecho, reorienta la jugada. Bellarabi firma.
En sus ejecuciones, Javier Hernández muestra los contrastes de su carrera: de verdugo y de Chaplin del gol.
Define el primero con paciencia y frialdad. El portero hizo toda una parodia sobre el pasto del desenlace del Lago de los Cisnes, mientras él amaga, aguarda y fusila.
El segundo con réditos accidentales. Penetra, puntea, al cuerpo del arquero, pero la pelota, reconciliada ya con él, lo busca en el rebote para tropezarse con la inercia. El 2-0 confirma que mantiene el encanto fatalista del cine mudo.
Y fueron apareciendo las facetas del mexicano. Increpó a compañeros que se equivocaron por no entregarle el balón o por hacerlo mal. Sólo él conoce el áspero sabor de la sequía por casi seis meses. Sólo él conoce las urgencias. La letra invisible de su contrato obliga a los goles.
Luego, tras una entrada aparatosa, confronta al adversario. Le despojaron de la pelota y él quiso recibir la indemnización de una falta. El rival le reclama, y en la dramatización de la respuesta, jaloneo incluido, Javier ya aprendió que en inglés y alemán, la lingüística de la mentada de madre no difiere mucho, acaso una vocal en una palabra y una consonante en la otra.
Más allá del beneficio interno en Leverkusen, la rehabilitación de Javier Hernández debe llevar tranquilidad a uno de sus visitantes: Juan Carlos Osorio, quien la próxima semana debe empezar a reencontrar la relación, en la víspera del juego entre Atlético de Madrid y Bayer.
Obviamente, los reflectores suelen cruzarse. E históricamente, entre futbolistas y artistas, suele haber un magnetismo. Con toda una historia rosa reciente, entre el drama del rompimiento con su prometida española, casi al pie del altar, encuentra en Camila Sodi y la complicidad de París, las portadas de las revistas.
Y en esa kermese farandulera de la que goza el mexicano, ya las redes sociales certifican de manera apócrifa, que Camila convirtió, en de nuevo, en ese beso parisino, en príncipe del gol, al tristón sapo de los pantanos de los seis meses anteriores.
Dankeschön Fräulein Camila, dice la afición alemana. Muchas gracias, Camila, la afición mexicana.
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Y eso que el fundador del surrealismo, como corriente cultural, ni siquiera olisqueó el futbol de México. Porque, éste, terminó por engendrar su versión del neosurrealismo.
El Clausura 2017 apenas gatea, en un balompié en el que sus dirigentes perviven arrastrándose, y el año se enriquece de la magnificación de lo absurdo.
1.- Decio de María pierde su primera batalla ante los árbitros. Los títeres sabotean al titiritero. Terroristas de la cancha en el futbol de México, lejos de la pulcritud moral y huérfanos de capacidad y calidad, moral y técnica, como jueces, piden la expulsión de Edgardo Codesal.
Una rebelión similar ocurrió hace años. Esa vez, Justino Compeán, en el mismo puesto, pero sin la misma muñeca blandengue que Decio, sino con tenazas, sofocó aquella sublevación. Les amenazó con el exilio y les prometió cambios y mejoras.
Y Decio ha terminado como hizo quedar a los árbitros muchas veces. Despersonalizado, sin autoridad, como marioneta de la primera revolución de unos tipos que llevan años, generaciones, con actuaciones que oscilan entre la sospecha y la ignorancia, entre la estulticia y la trampa.
Hay una versión oscura detrás de esa debilidad de Decio: los árbitros se equivocarán menos en contra del América. Inmunidad para el equipo del jefe de Decio, a cambio de la cabeza de Codesal, quien dicho sea de paso, no goza de ninguna guirnalda, ni siquiera de medio cachete, para ostentar en su currículum.
Claro, en el exterminio de Codesal ha participado activamente Héctor González Iñárritu, ex vicepresidente de América, y quien en su primera irrupción dentro del arbitraje mexicano, fue el patiño de Decio en aquella estupenda farsa del ordenador como el cerebro inteligente de las asignaciones arbitrales.
¿Ahora quién elige a los árbitros para cada partido? ¿Ocurrirá como aquella época ochentera y noventera, cuando los jueces se distribuían los juegos de las quinielas de Pronósticos Deportivos y... claro, siempre acertaron? ¡Ah, Loretta Lynch, tan cerca de FIFA y tan lejos de la FMF!
2.- Ocupémonos de otro de los tentáculos de Decio de María: la Comisión Disciplinaria. Obra bien castigando a Novaretti, quien tendrá seis semanas de ocio para acumular más saliva y mejores hábitos, que andar escupiendo colegas.
Pero, ahora, en un caso sublime de ceguera absoluta o de corrupción absoluta, decide no levantarle el castigo a Gabriel Peñalba, porque a su juicio, la Comisión Disciplinaria estima que hay intenciones depredadoras del jugador, y mantiene la suspensión por un encuentro.
El video es irrefutable: ni siquiera existe falta de Peñalba. Por lo tanto la expulsión fue injusta, y ese error, la Comisión decide refrendarlo con otro error: la sanción.
Después, decide obrar de oficio sobre el presunto escupitajo de Peñalba sobre Nico Castillo aún sin la petición oficial de Pumas.
La injusticia queda consumada, pero, puede ser peor todavía. La Disciplinaria ya se exhibió como un organismo incapaz de hacer justicia con el video que exonera al jugador.
Ahora, Peñalba, en el peor de los casos, para él, es irse siete juegos suspendido, y perderse casi medio torneo.
Y, en el peor de los casos, para una Comisión Disciplinaria siempre cuestionada por su honorabilidad, es que no encuentre argumentos suficientes para castigar por el escupitajo, pero que, en realidad, sea una forma de justificar y compensar por el partido de suspensión que ya le estampó a Peñalba.
Algo así como: "te castigo inmerecidamente por un juego, para no castigarte merecidamente por otros seis". Tráfico de impunidades.
Como quiera que ocurra, castigando dos veces a Peñalba, o exonerándolo del escupitajo a Peñalba, queda claro, la Disciplinaria, uno de los tentáculos más torvos de Decio, ya demostró su incapacidad para regular la justicia.
Quien tiene la moral putrefacta, no tiene autoridad para dictaminar sentencias, pero, en el neosurrealismo del futbol mexicano, no sólo es permitido, sino prohijado.
Agreguemos a la consideración de Bretón, una más. Esta de Salvador Dalí: "De ninguna manera volveré a México. No soporto estar en un país más surrealista que mis pinturas".
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Chicharito, la monedita de oro, ¿ya mostró el cobre?
Agrega el artículo de uno de los medios de mayor impacto en Alemania que Chicharito desdeñó la convivencia navideña con el equipo y que no se suma solidariamente a la crisis del equipo. Un ermitaño en tiempos de crisis.
El texto hace referencia al sondeo efectuado al interior del equipo, para palpar el momento del jugador que vive una crisis común de infertilidad, de impotencia junto con su equipo, en el impasse de una Liga que se reactiva hasta fines de mes.
La conclusión lleva a la postura del Bayer Leverkusen: el delantero mexicano está disponible ya para quien se acerque con 25 millones de euros, unos 30 millones de dólares, factibles de negociarse. Según el sapo, será la pedrada.
Por esos 25 millones de euros, según referencias de mercado en Europa, negociando con ahínco, el Leverkusen podría tener acceso, por ejemplo, en diversas posiciones, a Ibrahimovich, Bonucci, Arda Turán, Ricardo Rodríguez, Akinfeev, Yarmolenko, Coleman, Hamsik, todos ellos referentes en sus selecciones nacionales.
Bueno, con esa cantidad que etiqueta a Chicharito, hasta podría llevarse el Bayer Leverkusen a André Pierre Gignac y a Giovinco. Al dos por uno.
Vayamos a las acusaciones. Ya reiteradamente en este espacio, ante las agruras, los cólicos, las constipaciones de los biliosos, sensibles y leales ultrafanáticos de Javier Hernández, se había hecho referencia a la veleidosa actitud del jugador, de repercusión, incluso, en el seno de la selección nacional.
También se había citado, con detalles, el ninguneo que mostró hace un año en Orlando hacia Juan Carlos Osorio y Santiago Baños, técnico y director operativo de la selección mexicana. Pasó dos veces frente a ellos en un carrito de golf, los ignoró, aunque, en la segunda, detuvo el vehículo y regresó a, finalmente, saludarlos.
"Si no se hubiera detenido y regresado, seguramente nos habríamos ido, porque él (Javier) sabía que estábamos aquí", dijo Baños al reportero de ESPN, Diego Cora.
La presencia masiva de su clan, incluyendo retrasos en maniobras del Tri, a causa de su novia Lucía Villalón, generó, semejante intemperancia, molestias en cuerpo técnico, directivos y compañeros en el Tri, porque incluso, en una ocasión, la delegación completa debió esperar media hora.
Cierto: no hay nada nuevo. Javier Hernández circula en la órbita de la arrogancia. Para muchos la fama del goleador ha masticado, deglutido y sigue en digestión, la humildad que rodeó en algún momento al delantero. El personaje se atragantó del ser humano.
Ojo: de los cargos contra Chicharito hay uno que es, teóricamente, pero no laboralmente, injusto: él, tiene todo el derecho de pasar las fiestas navideñas y de hecho su tiempo de ocio con quien se le pegue la gana.
Y si en su paladar amistoso no caben sus compañeros, es su decisión. Claro, lo recomendable es convivir con los socios en las buenas, en las malas y en las peores. Entre los perros que jalan el trineo no se auscultan el pedigrí.
E incluso si la referencia de egoísmo hacia Javier es sobre su rendimiento en la cancha, esa, la voracidad egoísta del delantero, del goleador, es totalmente entendible, razonable, sin ser absolutamente justificable. Nadie acaricia con el hocico.
Respecto a las aseveraciones de su rechazo a trabajar en equipo y de mantenerse reacio a ser solidario en la crisis, es evidente que sí hay un efecto desgastante directo en la armonía del equipo, especialmente si él fue en su primer torneo el ídolo, la figura, el bienamado, el héroe. El líder no puede claudicar a su papel de líder.
Y, además, la suma de 1,095 minutos sin gol, más los que se puedan agregar, ya es un desprestigio y una pérdida de credibilidad hacia el jugador. Y cada vez más es evidente el daño mental, el trauma que azuza y se agudiza a un tipo cuya asignación suprema es el gol. La impotencia toma las riendas.
Cierto: Javier Hernández se ha convertido en un jugador útil al equipo. Sus recorridos cada vez son más largos, intensos, esforzados. Es un atacante que hace coberturas en media cancha y en zona defensiva. Cuando juega, es uno de quienes más terreno recorre en labores de apoyo. Pero a él le exigen el gol. Zapatero a tus zapatos.
Ahora, por otro lado, y esto lo hemos destacado en medios electrónicos, se han presentado ocasiones en que estando mejor colocado que otros compañeros, no le entregan el balón. Si Javier aparece por izquierda, el conductor tuerce el flujo hacia la derecha. Y viceversa. Divorcio.
Claro, los morbosos dirán que para qué se la entregan si la va desperdiciar, como ha hecho, incluso con penaltis, pero la realidad despierta suspicacias, y se fortalecen con la referencia de la nota de SportBild: la monedita de oro ya mostró el cobre.
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A veces, las estadísticas, tienen el descaro de un bikini y a veces la mojigata hipocresía de un hábito de monja.
Hoy, los números crucifican a Javier Hernández. Más de mil minutos sin gol. 14 juegos sin anotar. Más de dos meses de sequía. Y contando.
No hay aspirinas en Leverkusen para semejante migraña. Porque oportunidades y apoyo incondicional ha tenido. Hoy, el Bayer ha debido usar, como versión homeopática, para anotar, a los escoltas del mexicano.
Y cuando un equipo golea y su goleador nominal se va en blanco y encima el portero De Sanctis colabora con un autogol, tras un cobro de penalti que Wendell estrella en el larguero, el Bayer y Javier, más que Aspirinas, necesitan Tylenol.
Chicharito ha merodeado la red. Pero el Chaplin del gol ha perdido la graciosa obscenidad para anotar con la mollera o con el hueso iliaco o con el Chipote Chillón. Y ha perdido, en el otro extremo, la soberbia exquisitez como aquella parábola asesina al segundo poste de hace unas semanas.
Su calvario continúa. Desde el clímax de lo grotesco en el penalti del fin de semana pasado, hasta el intento este miércoles, desesperado, histérico, por marcar en el 92', en un disparo en el que tuvo tiempo, espacio, perfil y hasta un indiferente defensa rival que ya iba camino a la ducha y estiró la pierna nomás por no dejar.
Alguna vez, en el Estadio Jalisco, jugando para el Atlante, le preguntaba a Hugo Sánchez "¿por qué falla goles infalibles un delantero?". Esa noche el Pentapichichi se había comido dos. Y así como había eludido la red, eludió la pregunta.
"Eh, Salvador (le gritaba a Luis Miguel, a unos metros). Acá me preguntan que porqué un delantero falla los que no debe fallar, ¿cómo ves?". Luis Miguel se encogió de hombros y se fue a las regaderas.
"¿Porqué Hugo?", se le insistió. Y el emblema del futbol mexicano, contestó ceceando y con muletillas madrileñas. "¡Coño, joder! ¡Pues, porque las fallas!". Molesto, le dice al utilero mientras sigue la ruta a las duchas: "Eh, te encargo, aquí dejo mis cosas y hay mucho periodista".
Es un misterio. Y en esas garras oscuras está atrapado Javier Hernández. Y si un legendario desalmado, un histórico sanguinario del área, como el Pentapichichi no tuvo entonces respuesta, hoy Javier Hernández debe buscar la suya desesperadamente.
De repente, se escuchan argumentaciones facilitas, facilistas y facilonas, de esos habituales abogados que viven postrados ante el futbolista, en general.
"Es que por lo menos está ahí". "El juega bien, aunque no la meta". "Los goleadores son de rachas, ya vendrá la suya". "El portero también cuenta". "Es que es más importante la labor de equipo". "El gol no es lo más importante de un goleador", o hasta una, inolvidable, como "no sé si el gol es lo más fundamental del futbol".
De repente, escoltar con semejantes paños de agua tibia, con fomentos de disculpas compulsivamente advenedizas y zalameras, ayuda menos al jugador a superar una crisis. La absolución colectiva, por irracional, hace más grave el pecado del pecador.
Indudablemente, Javier Hernández tendrá que hacer su propia exploración. El problema no es su hábitat, porque el hábitat no ha cambiado. Él sigue en la misma Liga, en el mismo equipo, con adversarios similares, oportunidades de gol idénticas, el mismo balón y el mismo césped. "En el mismo lugar y con la misma gente", diría el filósofo de Parácuaro, Michoacán.
Aunque, obviamente nada esté cambiando, para Chicharito todo ha cambiado. El gol sigue siendo la única empresa bajo su organigrama en la cancha. Sin duda, atribuir a una situación mental, esta crisis que vive, sería una obviedad.
Y pensar en que la redención hipnótica de John Milton con André Pierre Gignac, quien suma cinco goles en tres partidos, sería la panacea para el estrabismo del (ex) goleador del Bayer Leverkusen, equivaldría a menospreciar, a ningunear, que el delantero mexicano ha logrado encumbrar su carrera domesticando y sometiendo todos los demonios, las calamidades, las lesiones. Las confabulaciones y los retos en su carrera.
Ahí es donde entra el entorno de Javier Hernández. Y necesita un entorno que lo fiscalice, no que lo apapache. Las palmadas en la espalda a destiempo, son puñaladas traperas con la delicadeza de Judas contemporáneos.
Necesita Chicharito un entorno que lo cuestione, lo confronte, y no que lo arrulle en voces queditas de consuelo. Ese tipo de terapias oportunistas, sólo provocan confusión en el jugador, al secuestrarlo en el monasterio falaz y conformista del "yo estoy bien, pero el mundo se equivoca". Ora pro nobis.
Cuidado con algo. Javier Hernández es hoy de manera revolucionada y evolucionada más útil a la batalla colectiva. En datos un poco volátiles, imprecisos y cuestionables, hay quienes contabilizan que es el delantero que más balones recupera, tanto en cancha del adversario como en la propia. Una estimación aventurada y aventurera.
Visto dese fuera y lejos, muy lejos, podría plantearse la teoría de que Javier Hernández se ha aburrido. Y es entendible que, inconscientemente, se deje atraer convulsivamente por aquellos molinos de viento pendientes de vencer en Inglaterra y España, aunque muchos consideran que él debe seguir ahí, sin atreverse a regresar a una Liga y sumarse a un equipo de más exigencias.
El fin de semana le llega un desafío interesante a este Bayer que ya necesita más que aspirinas en su liga. Enfrenta al Schalke 04, ubicados ambos en la mediocridad de la tabla con 17 puntos, por debajo del 50 por ciento de rendimiento.
Pero, el Schalke llega con un fascinante registro: de sus últimos 13 juegos, hasta este miércoles, suma diez victorias, dos empates y una derrota, el pasado domingo, ante, por cierto, el subyugante Leipzig.
¿Podrá? ¿Querrá? ¿Sabrá? Lamentablemente para Chicharito, falta saber, todavía, si será titular.
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100 goles desde 2010. En Europa. Dicha cantidad se sonroja y se cubre el rostro en el espejo ajeno de las comparaciones. Omitamos a monstruos: Messi, Cristiano, Suárez, Zlatan. Vayamos con un mortal: Robert Lewandowski, suma 126 sólo en la Bundesliga desde 2010.
Pero, juguemos a la Corte del Rey Salomón, justicia pura. Se le puede semejar con otro mexicano, con más años -virulentos todos--, en Europa: Carlos Vela suma 80 goles en clubes en ligas. Y La Hiena resta, mientras el otro suma.
Y en tiempos en los que a Vela se le veía como el faro reacio del futbol mexicano, como candil de la calle y penumbra en su casa, Chicharito pujaba desde la ansiedad de la banca, no sólo en Europa, sino ya antes, en Chivas. La marginación reiterativa, desde su cuna, le blindó la piel y el carácter.
Sin llegar a los orfeones penosamente racistas que vomitaban sobre Hugo Sánchez en el Vicente Calderón, con aquellos gritos de "indio, indio, indio", de las resacas franquistas en España, sin pisar esos extremos de canibalismo masivo que sufrió el Pentapichichi, pero en su momento, Hernández también vivió su cautiverio clasista.
Cuidado: la permeabilidad costrosa, espesa, que le fue blindando, lo hizo un mejor competidor. La lealtad es subjetiva cuando matar y morir giran acrobáticamente en la misma moneda. Y en el futbol de Europa, en el vestuario, los duros, los guapos, se rasuran con botellas rotas.
Y Chicharito, de manera directamente proporcional, se fue acorazando conforme entendió lo impío de la competencia. Entendió que en la guerra por un puesto, ni las sombras de los jugadores cohabitan pacíficamente.
Alguna vez, Alfonso Pescado Portugal explicaba la metamorfosis del que había sido su yerno. Todo comenzó en su hotel en Madrid, tras una trasiega jornada de horror para Hugo Sánchez. La tribuna del Atlético de Madrid quería exiliarlo a México, con el certificado apestoso de la ignorancia, al vociferarle "indio", como si fuera una segregación al leprosario.
"Esa noche Hugo lloró. Pero con rabia. Nos dijo (al clan familiar) que 'era la última vez que iban a gritarle de esa manera, se van a arrepentir'", recordaba Portugal.
Y así fue. Hugo ya nunca se detuvo de preñar redes. Y cobró con creces a la tribuna arrepentida. De Júpiter se fue a La Cibeles, con todo y la alfombra roja y el agua bautismal de los éxitos. Hoy aún aparece en el equipo de todos los tiempos del Real Madrid.
Lo de Javier Hernández no tuvo ese zafarrancho social y denigrante para la misma afición colchonera. A Chicharito ninguna tribuna lo ha insultado. Por el contrario, hoy tiene un sagrario en Manchester, una capillita en Madrid, y una catedral en Leverkusen.
Ha, sin embargo, cargado con una cursi diplomacia, con una innecesariamente hipócrita bandera de paz. La traición más grave le ocurrió en Manchester. Un día catalogó como frustración su letargo en la banca.
Y Sir Alex Ferguson que un día lanzó un zapato al apolíneo rostro de David Beckham, ese patrimonio de la humanidad femenina, no dudó en mandar al banco a Javier Hernández. El padrino de sangre azul, le recordó al mexicano que su sangre era roja.
Más allá de que el lunático Van Gaal ya estaba predispuesto contra Javier, y que éste mismo, ayudaba a cavar su tumba errando en la inminencia del área y desde el manchón, quedó claro que el holandés hace de su hábito mitómano un recurso para dirigir.
Al Real Madrid llega de carambola. Ya el pellejo se le había endurecido. Aprendió a leer esos ojos que mienten más que las palabras. La viscosidad del engaño es un abrazo de Judas. Nunca entró en el círculo de los maniquíes. La gloria merengue tenía potestad en el salón de belleza.
En el goleador del Leverkusen asoma la mímica de Hugo Sánchez. La mirada lo denuncia: el lobo convertido en el lobo de sus competidores. La solidaridad es un mandamiento de 90 minutos. La lealtad tiene mil caras el resto de la semana.
Hugo delimitó su territorio. Eligió cómplices en lugar de amigos. La batalla comienza dentro, y la guerra se gana afuera. A Jorge Valdano aún le dolía hace unos años: "Hugo fue un goleador legendario, maravilloso, pero, como persona...".
Hoy, Javier Hernández, en el centenario de sus herculinos esfuerzos, acosa a Hugo y a Jared Borgetti. Tarde o temprano rebasará las cifras en Champions de uno, y en la selección mexicana al otro. El Chaplin del Gol aún tiene comedias para sus vecinos distantes. El confeti puede reciclarse.
Ojo: los pecados que se le imputan dentro y alrededor de la selección mexicana, ahí siguen, ahí quedan. Son gárgolas de inescrutable incomodidad.
Con una cosecha sin control en Europa, ni el mismo Chicharito lo sabe, pero al final podría terminar su propia epopeya con el Tri en las mismas condiciones que Hugo: con las manos vacías.
Y de ello, de esa infertilidad histórica con México, será, como el Pentapichichi, sin duda responsable, aunque no será, ni remotamente, el principal culpable.
Escribió García Márquez en Cien Años de Soledad: "Uno no es de ninguna parte mientras no tenga un muerto bajo la tierra".
Y Chicharito ha entendido, como Hugo en aquella noche de catarsis con el Atlético de Madrid, que los muertos de su pasado son la carne fresca de su futuro.
Que viva quien deba vivir inoculado de ese dulce veneno de la gloria.
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