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En el Día del Amigo, las mejores historias de amistad en el boxeo

Cuenta la historia que cuando el Hombre posó su pie en la Luna en 1969, otro hombre, vecino de Lomas de Zamora, provincia de Buenos Aires tuvo de inmediato una idea. Y así fue que Enrique Ernesto Febbraro empezó a moverse enviando cartas por todo el mundo para que el 20 de julio fuera considerado como El Día del Amigo…

Aunque el boxeo es para muchos solamente una actividad de combate, y por ende de confrontación, hay casos de amistad que sobreviven al tiempo.

Tal vez uno de los más emblemáticos le pertenezca a Joe Louis, “El Bombardero de Detroit”. En la época de la Segunda Guerra Mundial participó ofreciendo exhibiciones. Lo mismo hizo su amigo Ray “Sugar” Robinson. Ambos tuvieron muchos encuentros en donde quedó también un sabor amargo, ya que siendo Afroamericanos, podían participar en exhibiciones y mostrarse ante los soldados, pero a la hora de comer, por ejemplo, tenían que hacerlo aparte, lejos de los combatientes blancos…

Esa amistad perduró durante años. Ambos murieron un mismo día, 12 de abril. Luis a los 66, en 1981 y Robinson en 1989, a los 67.

En el caso de Joe Louis, hubo otra historia relacionada con la amistad, que se forjó tras su rivalidad con el alemán Max Schmeling. En 1936, Max –que había sido campeón mundial pesado entre 1930 y 1932-, le ganó por nocaut en 12 asaltos a Joe Louis, terminando con su invicto de 24 peleas.

Con el correr del tiempo, la sombra del nazismo se convirtió en una amenaza real y el clima político se enrareció. A tal punto que, cuando se anunció la revancha entre Louis y Schmeling, ésta se convirtió también en un símbolo.

Por razones políticas, Max había tomado un té con Adolf Hitler y esa foto lo persiguió durante años. De hecho, Hitler puso énfasis en que la victoria de Schmeling iba a ser de una gran influencia de propaganda.

Lo mismo ocurrió con Joe Louis, quien fue recibido por el presidente, Franklin D. Roosevelt, para alentarlo, más allá de su condición de afroamericano.

Para cuando se organizó la revancha, el 22 de junio de 1937, el clima adverso hacia el alemán fue notorio. Se lo acusaba de nazi y los norteamericanos pusieron todo el apoyo posible para los puños de Joe. El mismo que no podía cenar con los blancos y mucho menos salir con una mujer blanca, era ahora quien debía vencer al alemán.

La visita a los Estados Unidos fue una amarga experiencia para Max: “Me tiraban puchos encendidos, me insultaban por la calle, ni siquiera me dejaban dormir por los bocinazos”, respondió una vez.

Louis ya era entonces campeón mundial, tras vencer a James Braddock en junio de 1937, pero cuando los periodistas fueron a verlo, su frase fue: “No me digan campeón hasta que le gane a Schmeling”.

Ante Schmeling, Louis, amplio favorito, realizó la cuarta defensa de su corona. Fue el 22 de junio de 1938 en el Yankee Stadium de Nueva York, ante unas 70.000 personas. Hecho un vendaval, “El Bombardero de Detroit” arrasó con su rival a quien, tras derribarlo en tres ocasiones, noqueó en apenas 2 minutos y 4 segundos de la primera vuelta y lo mandó al hospital. Esa victoria fue celebrada como algo más que un triunfo deportivo por todas las razones ya mencionadas.

Sin embargo, después de esa victoria, Louis se ganó un amigo. Schmeling, cuyo manager era judío, ayudó a muchos judíos a escapar de Alemania, gracias a sus contactos. Y con el tiempo, también ayudó muchas veces a Joe y hasta pagó su funeral, dejando en claro que los amigos, como suele decir un tango, “Se ven en las buenas y en las malas”.

Alfredo Prada y José María Gatica protagonizaron una gran rivalidad, con 6 peleas entre amateurs y aficionados entre 1942 y 1953. “Llegamos casi a pelearnos en la calle más de una vez”, recordaba Prada. Ganaron 3 peleas cada uno, con un saldo de costillas fisuradas, mandíbulas rotas y dientes perdidos. Fue uno de los grandes duelos del boxeo argentino, si no el más simbólico de todos, también por razones políticas. Gatica era apoyado por los peronistas que llenaban las tribunas populares. Por esa misma razón, los contrarios al gobierno decidieron volcarse a favor de Prada, colmando el ring side.

Cuando todo pasó, Prada ayudó muchas veces a Gatica, quien lo llamaba afectuosamente, “Padre”.

Existió también una gran rivalidad entre Eduardo Lausse, el “Campeón sin corona” de los años 50 y Andrés Selpa, “El Caqique de Bragado”. El 10 de agosto de 1956, regresando de sus peleas en los Estados Unidos, Lausse combatió con Selpa en Bahía Blanca. Lo que parecía un trámite para “El Zurdo” terminó siendo una derrota que sacudió a la afición boxística.

Selpa, ni lerdo ni perezoso, llamó al Luna Park: “Fue un accidente, creo que deberíamos hacer la revancha”.

La revancha se efectuó unos meses después, el 13 de octubre de 1956 y Selpa ganó por nocaut técnico. Jugando sicológicamente con los nervios de Lausse, “El Cacique de Bragado” lo puso fuera de sí. Y, mientras un Luna lleno lo abucheaba tirándole monedas, él se puso a recogerlas sonriendo despreciativamente. “El público necesitaba un villano y yo se lo di”, confeso años más tarde, confesó años después internado en un hospital siquiátrico.

Por fin vino la tercera edición, en 1958, y esta vez Lausse ganó por puntos.

“Sin embargo”, añadió, “Cuando estuve en la mala, el único que se arrimó para regalarme yerba para el mate y cigarrillos fue Eduardo. De esa forma, Lausse me demostró cómo se comporta un amigo de verdad”.

Si hubo una hubo una rivalidad extraordinaria fue la de Arturo Gatti y Micky Ward, protagonistas de tremendas batallas. En la primera, el 18 de mayo de 2002 en Uncasville, Connecticut, Gatti ganó por puntos tras ser derribado en el noveno por Ward. Para muchos uno de los asaltos más feroces de la historia. En el resumen final, Arturo Gatti se impuso en dos y Ward en una, pero más allá de los resultados, resultaron peleas de altísimo nivel emocional, fuera quien fuera el vencedor. Pero siempre fueron amigos y, de hecho, Ward asistió a Gatti en su esquina, cuando enfrentó a Alfonso Gómez, el 14 de julio de 2007, en la que fue su última pelea.

Gómez vapuleó a Gatti quien terminó perdiendo en el séptimo asalto.

La amistad también tiene sus reglas. Cuando le reprocharon a Ward por qué, siendo “El Trueno” su amigo, no lo retiró del ring, su respuesta fue: “Eso no, porque Arturo es un guerrero y los guerreros eligen como perder”.

Ubaldo Sacco, conocido por “Uby”, fue entrenado por su padre, Ubaldo, que fue campeón argentino de peso mediano. “Uby” llegó a campeón del mundo en la división welter junior WBA en 1986. Y, aunque en el medio local se imponía una pelea con un talentoso como Adolfo Arce

Rossi, jamás se enfrentaron porque eran amigos. “Nos encantaría pelear ver quien es mejor, pero nunca lo vamos a saber”, decían cuando se les preguntaban.

Sacco también vivió una circunstancia curiosa con otro amigo con el que sí combatió, Horacio Saldaño, “La Pantera Tucumana”. Pelearon dos veces en el Luna Park y en ambas se impuso Sacco. La del 8 de octubre de 1983, fue la última actuación de Saldaño, un ídolo legítimo del Luna Park. Su esquina lo retiró al comienzo del quinto asalto, ya que estaba recibiendo mucho castigo. A pesar del resultado, “La Pantera Tucumana” bajó del ring ovacionado como siempre.

Después de la pelea, Saldaño, que ya tenía 35 años, evocó: “Cuando estaba en mi esplendor y viajaba a Mar del Plata, Ubaldo (Sacco) me confiaba a su hijo para salir a pasear. Lo llevaba al circo y, cuando se portaba mal, le tiraba del pelo para castigarlo. Bueno: era Uby y esta noche, en el Luna, se tomó la revancha de aquellos tirones de pelo… Es un gran amigo”, decía el tucumano. Sacco, a los 28, estaba en plena confirmación de su gran capacidad boxística y fue el lógico ganador.

En esa pelea, el que dictaminó el abandono de Saldaño fue Ramón La Cruz, ex campeón argentino y sudamericano, quien peleó por el campeonato mundial con Curtis Cokes y que también supo ser gran rival de Saldaño.

“Le tiré la toalla porque sentí que ya Horacio no estaba en condiciones de continuar, aunque él me pidió seguir peleando”, dijo La Cruz. Habían sido rivales y siguieron siendo amigos. Tanto es así que Saldaño le pidió a La Cruz que fuera el padrino de una de sus hijas, Poldi, y que, además, la entrenara para boxear, lo mismo que a su otra hija, Carolina.

Dicen que el boxeo es el único deporte en donde se comienza a los golpes y se termina a los abrazos.

Es bueno recordar estos ejemplos. Guerreros que saben tener en sus corazones el respeto por uno de los grandes y mayores sentimientos del ser humano: la amistad.