La estrella de los Celtics se emocionó con el título de la NBA y elogió al dominicano. Jayson Tatum cambió este lunes por la noche de piel. Su primer título con los Boston Celtics en las Finales NBA ante Dallas Mavericks fue, en sí mismo, una enseñanza
Tatum, de solo 26 años, es el ejemplo perfecto de que las cosas no se dan de un día para el otro. Las victorias demoran tiempo. Necesitan maduración. No se construyó Roma en un día: se requiere un ecosistema acorde, un grupo que sepa hacer muy bien las cosas, para que el artista logre ajustar expectativa con realidad.
Los Celtics son uno de los campeones más justos de la historia
Un grupo que levantó la bandera de la defensa en todas sus formas y que castigó en el otro costado con las diez manos disponibles. Ataque fuerte el aro, puntos desde el portabalón o descarga en un tirador abierto. Fórmula sencilla dicha de esta manera, pero ejecutada sin fisuras.
Lo dijimos antes, lo repetimos ahora: nadie es mejor que todos juntos.
Entre tanto elogio merecido, entre tanto básquetbol de galera y bastón, elijo esta noche hablar de Tatum. Nos pasamos la temporada con aplausos para Nikola Jokic, Anthony Edwards, Luka Doncic, Giannis Antetokoumpo y otras estrellas. El mejor, sin embargo, terminó siendo este muchacho, por lo que hizo dentro de la cancha, pero mucho más que eso por lo que permitió hacer al resto.
Tatum, en esta postemporada, se convirtió en un líder de verdad. Dio un paso atrás para que los demás sean mejores. Un caballero del juego, respetuoso, educado, solidario y con una mirada sobre el equipo que lo pone en línea con los mejores de la historia de una franquicia que, con 18 campeonatos en sus filas, sabe muy bien lo que significa ganar.
Fueron muchas las frustraciones de Tatum en los últimos años. Una de las más dolorosas, la caída ante Miami Heat en Finales de Conferencia el año pasado. Masticar bronca, leer críticas, y empezar de nuevo. Nunca buscó culpables ni excusas. Cada verano fue levantarse y volver a intentarlo.
Brad Stevens consiguió a Jrue Holiday y Porzingis como piezas clave de campeonato, pero Tatum eligió (sí, remarco este concepto, eligió) que los Celtics sean un equipo con todas las letras. Él, como capitán de navío, cedió protagonismo. Se olvidó de sus números personales y decidió ser catalizador de juego en vez de anotador puro. Esa película de ponerse en situación de héroe la vivió antes y solo lo empujó a soportar derrotas.
Este último juego de la temporada, esta actuación grandiosa en el quinto y decisivo partido de Finales NBA, nos muestra a las claras la calidad de jugador que es Tatum. Es decir que, cuando quiere, puede. Pero la experiencia le enseñó algo: para ganar, en este deporte, no se puede solo. No pudo espalda con espalda con Jaylen Brown en años anteriores: necesitó de los demás. Lo supo él, sus compañeros, el cuerpo técnico y la gerencia, de trabajo formidable.
Esa es la enseñanza que seguramente se lleven Luka Doncic y Kyrie Irving de esta definición. Y Mark Cuban también: para disfrutar de un trofeo Larry O'Brien se necesita mucho más que dos genios inspirados. Los milagros en el básquetbol no suceden: se construyen.
Bienvenidos, entonces, a la transformación de oruga en mariposa de Jayson Tatum. La decisión de hacer mejores a los demás lo empujó a que sea mucho mejor él. Fuera de las luces, Tatum puso los ladrillos necesarios para que esto suceda. Hace falta mucha humildad en el proceso: "Trabaja duro en silencio y deja que el éxito haga todo el ruido".
En el abrazo final con Brown dejaron atrás, juntos, una mochila pesada, rocosa, difícil de llevar. Adiós a la pregunta recurrente de si tienen lo necesario. Basta: lo tienen y posiblemente lo tengan de nuevo. Había que hacer esto y se hizo. En las lágrimas de Tatum hay felicidad, pero también desahogo.
Y en el aplauso final a Brown, elegido MVP de Finales, hay reconocimiento. Hay una sonrisa de alegría sincera. Ese es el gran mensaje de Tatum para todos los cracks que buscan ganar un título: una anotación hace feliz a una persona, una asistencia a dos. El único trofeo que importa, por el que cada jugador será recordado, es el de campeonato. Lo demás, son adornos para las bibliotecas.
De Bill Russell a Larry Bird. De Paul Pierce a Tatum. Los Celtics son, nuevamente, la franquicia más ganadora de la historia de la NBA con 18 campeonatos conquistados.
"El que no cree en nadie sabe que no se puede confiar en él mismo", dijo alguna vez Red Auerbach. Cualquier similitud con Tatum es pura coincidencia.
16 años después del último grito, el cielo Celta vuelve a estar de festejo. En algún lugar perdido en el tiempo, un habano estará encendido. Con el humo de fondo, la máxima infinita vuelve a cobijarnos: "Los Boston Celtics no son un equipo de básquetbol. Es un estilo de vida".
Como ayer, como hoy, como siempre, tarda en llegar, pero al final, hay recompensa.