Pasarán los años, y cada 13 de abril infinidad de aficionados de Los Angeles Lakers seguirán diciendo: “Parece que fue ayer”.
Y es que realmente parece que fue ayer cuando Kobe Bryant llegó vestido de riguroso negro al estadio mientras periodistas locales y extranjeros seguían cada paso que daba. Se trató del último partido de una carrera de 20 años y mil 346 partidos jugados, del baño de masas final antes de colgar las botas para explorar un terreno desconocido para él: el de la creatividad a través de una lente.
Aunque en ese momento Kobe ya estaba trabajando en guiones y el documental sobre su trayectoria -Muse- ya se había estrenado, aquellos 60 puntos anotados no fueron la ficción salida de una pluma ingeniosa para algunos, condescendiente para otros y brillante para la mayoría. El que los Lakers y Utah Jazz no se jugaran nada en el último partido de la temporada 2015-16 y la defensa sobre la Mamba Negra no fuera la habitual, aquellos 50 intentos a canasta, de los que 21 fueron desde el perímetro, debían tener su recompensa. No hubo manos que le taparan las intenciones con rudeza, pero incluso así, y a pesar de la débil oposición, Kobe debía hacer que el balón entrara por el aro de la misma manera que todo guión se tiene que cerrar.
Las piezas encajaron a la perfección y la red fue superada en un total de 32 veces, 16 anotaciones de dos puntos, seis de tres y 10 desde la línea. Kobe se gustó y al público le encantó. Ningún jugador se había retirado de esta manera en la historia de la NBA y con 37 años de edad y una gira de despedida anunciada a bombo y platillo, el escolta mudó su piel como las serpientes cuando quieren crecer.
Su corteza no aumentó al ritmo que lo hicieron sus inquietudes. Y entonces le creció la barba, la misma que luce en la actualidad. La Mamba Negra dejó su pellejo sobre la duela del Staples Center, una epidermis seca que dejó atrás a la figura, al tercer máximo anotador de la historia de la NBA con 33,643 puntos, al ganador de cinco anillos de campeón, de dos medallas de oro olímpicas e infinidad de éxitos tatuados en nuestra memoria (y los cutis de más de uno y de una).
Después del partido, Kobe no se lo podía creer.
“Fue imposible imaginármelo. Es un sueño”, confesó a ESPN Digital.
Un sueño hecho realidad como la esencia del Kobe del que todos nos despedimos el 13 de abril de 2016. El de ahora está trabajando arduo para llegar al mismo punto como contador de historias, como creativo del mundo audiovisual. La soledad de horas enteras lanzando a canasta para mejorar su efectividad tiene los mismos silencios que sus momentos de escritura. Kobe ya no oye el sonido hueco de balón al botar, ni el raspado del esférico al atravesar la red, ahora escucha sus dedos pulsar el teclado. Sus ansias de aprender siguen intactas.
Un año después de su adiós, a Kobe se le ve poco. Ya no hay eventos de la marca deportiva que le patrocina, ni constantes encuentros con los periodistas. Ahora vive mucho más aislado y por eso cuando se le ve en contadas ocasiones se nota que parte de su piel actual echa de menos a la serpiente mudada. La última vez que se le vio en un acto público fue durante la presentación de la estatua de Shaquille O´Neal.
Bryant guardó sus escritos para otro momento y optó por improvisar cuando subió al podio. Sus palabras salieron del corazón y fueron definidas en el momento. Tras las fotos y los saludos, Kobe y su esposa Vanessa se dieron un paseo por el Staples Center. El estadio aún estaba cerrado al público antes del encuentro de los Lakers, sólo quedaban algunos periodistas y empleados.
Agarrado de la mano de su esposa, Kobe saboreó lo que ya no tiene. Rodeó el recinto antes de subirse a su helicóptero y dejar atrás su vida de antes, los aromas de 20 años de básquetbol, para regresar a su vida de ahora: la de la producción de contenido.
Ironías de la vida.