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#911... Rafa Márquez

CIUDAD DE PANAMÁ -- Tiene esqueletos en el armario. Pecados confesables. E inconfesables. En su época de brío, el abuso vigoroso de la violencia lo convirtió en villano. Recluso de sus propios demonios.

Pero, Rafa Márquez debe ser el espartano más redituable para México. Por encima de cualquiera. La hazaña impredecible de la oportunidad y el oportunismo. Aparece cuando hay que retocar y retrucar el drama. SOS, marque el #911.

Lo demostró ante Estados Unidos. El Tri, en esos momentos de desespero y angustia, estaba más propenso al sacrificio que a la proeza. Pero apareció ahí, en ese instante donde el fatalismo elige a los predestinados. La hazaña es una viuda que a no todos guiña el ojo.

Y Rafa Márquez, en el área, olvidado, desdeñado, se convierte en el mortero cómplice de Miguel Layún. El balón viaja sobre el cuerpo encorvado. El remate más preciso que precioso redacta el milagro de los humanos: perseverancia. EEUU 1-2 México. El Muro de Jericó en Columbus se desplomó.

Héctor Moreno sugiere criogenizarlo, y sacarlo de ese estado de hibernación sólo cuando urja. Como un dispositivo de emergencia. Cuando el cataclismo amenaza, sacar la #Rafaseñal y marcar el 911 al teléfono rojo de los rescates.

La idea de Moreno es tan alucinante como improbable. A los 37 años, con ese apolillado aroma de los 38 inviernos, cuando de un futbolista profesional se trata, Rafa Márquez sólo proclama: "Aún tengo gasolina... para el juego ante Panamá, ja, ja, ja".

"Deberíamos clonarlo", sugirió alguna vez Miguel Layún, pero desde la oveja Dolly hasta hoy, no se confirma que todas las astillas sean del mismo palo. La clonación es una réplica física, no de las virtudes... ni del espíritu.

Rafa Márquez hoy empieza a ser más un embajador de la nostalgia que un legionario de fe. El pasado se vuelve achacoso cuando le agendan una longevidad por urgencia y desesperación.

Los últimos impulsos, los estertores gloriosos de su experiencia terminan entregando ese tipo de réquiems a los rivales, como ante EEUU, además de un par de jugadas en el último metro antes de la portería, cuando sus huesos viejos reaccionan más por nemotecnia que por razonamiento.

Ante Bradley, ante Altidore y ante Woods, la memoria genética y fisología de Rafa Márquez, le permitió saltar desde la trinchera para despojarlos de sus ansias de carabineros, con la frente de Alfredo Talavera en su mira telescópica.

Hoy Rafa Márquez quema menos calorías para desvestir de peligrosidad a un adversario, que los ímpetus de Héctor Moreno o cualquiera de sus socios para tratar de desarmar a un contrario. La experiencia es un acto reflejo de la sabiduría.

En ese entorno, Rafa Márquez se vuelve irremplazable. El casting para entregar su camiseta, comenzó hace años. Los aspirantes se tropiezan en las pasarela de los desafíos. Se enredan en los atuendos y los tacones de la gloria ajena.

Imprescindible. Esa es la heráldica que le dejan a Rafa Márquez las legendarias jornadas con una selección que suma frustraciones incontables, con saldo rojo como código de barras de sus intentos pueriles, por al menos, colarse a un quinto partido, como polizonte de la fortuna.

El gol a EEUU tuvo reverberaciones melancólicas en Europa. Los millenians del Barcelona revisan los archivos, para darse cuenta que lo que hizo en Columbus, fue también parte de la redención catalana en momentos de apremio.

Loa madridistas se atreven a desafiar su código de ética y lo colocan en la inmortalidad paralela de Sergio Ramos, y sus aportaciones al Real Madrid y a la selección de España. Mellizos de rivalidades extremas.

Sin duda, si el Kaiser no hubiera nacido en Zamora, jugueteando en las aguas de Camécuaro, y la cigüeña, miope mensajera, lo hubiera abandonado en un cunero español, habría cumplido el sueño de Carles Pujol: "Rafa habría sido titular indiscutible en la selección de España".

Su trascendencia en el Barcelona queda compendiada en los anaqueles heroicos. La Ilíada y la Odisea blaugranas tendrían que relatar en su museo las añoranzas de Rafa Márquez.

Más allá de sus actos de villanía, magnificados en aquella entrada patibularia sobre Cobi Jones en el Mundial 2002, y de pasajes poco dignos como en la MLS, su habilidad embrionaria para la reconstrucción la demuestra en el segundo torneo con el León, cuando advierte que quiere jugar el Mundial de Brasil. Algunos lo consideraron decrépito en ese entonces. Hoy, en el indecoro, se suman al coro de alabanzas.

Voz de mando, control del vestuario, consejo a veces paternalista y a veces de padrastro, se convierte en un mentor enérgico de los que se quieren atrever a despojarlo de su investidura y además se perfila para ser un excelente incondicional en las urgencias del entrenador. Lo sabe: la obediencia es el primer requisito de la autoridad. Un mal soldado nunca será general.

Pero, mientras aún tenga gasolina, que Osorio tenga a la mano el teléfono rojo y el #911. Las reumas aún respetan el alma devota del capitán hacia el Tri.

Walt Whitman le endosaría la inspiración de su poema: "¡Oh, Capitán! ¡Mi Capitán! Levántate y escucha las campanas;/ levántate -por ti la enseña ondea- por ti suena el clarín;/ por ti son las guirnaldas y coronas -por ti se apiña gente en la orilla;/ por ti clama, la inquieta masa a ti se vuelve ansiosa".