Sin duda alguna, el mundo de espectadores anhelaba que los cuatro punteros de La Liga pegaran un gran salto o bien se desplomaran el fin de semana. Quería que tomaran un rumbo definitivo hacia el triunfo o el desastre, en vez de un par de empates entre Barcelona, Atlético de Madrid, Real Madrid y Sevilla, que abrieron las puertas que la gente afirmara, falsamente, que terminamos con un mero status quo.
Sin embargo, cualquiera que no se haya dado cuenta de que hubo dos momentos rock n' roll en el Camp Nou y el Estadio Alfredo Di Stéfano, que merecen permanecer emblemáticos durante muchos años, debe ser un autómata insensible, carente de emociones, que no merece ver fútbol español. Sobre todo, si estos dos sensacionales momentos terminan impulsando a Atlético s su tercer título de liga en casi medio siglo.
El escenario estaba preparado. La tensión ya era de calibre Hitchcock mientras esperábamos descubrir a quién le daría vértigo y acabaría trastabillando.
No fue el caso del enorme arquero esloveno de Atleti, Jan Oblak, quien quizá nunca haya hecho una mejor y más importante atajada en toda su vida como la que hizo contra Lionel Messi.
Tampoco el del árbitro del ultra dramático y polémico empate a dos goles del domingo por la noche entre el campeón reinante de España y el actual ganador de la Europa League, Sevilla. Se llama Juan Martínez Munuera y no lo conocerás tanto como conoces a Oblak. Nació dos días después de la final del Mundial de 1982 en España, cuando Italia venció a Alemania Occidental 3-1. Su padre también es árbitro, es un expolicía, y como el domingo por la noche se unió a Oblak desafiando las expectativas, y haciendo lo que ha entrenado para hacer desde pequeño, posiblemente sea el enemigo público número uno en el mundo del madridismo.
Lo que une a Martínez Munuera y a Oblak es que el manómetro de sus respectivos mundos de pronto se disparó a esa zona roja denominada '¡a punto de explotar!' Pero se mantuvieron firmes. Si alguno de ellos no hubiera logrado actuar con semejante excelencia, entonces digerir ese fracaso les habría dolido en el alma, probablemente por el resto de sus vidas.
Comencemos en orden inverso. Para el domingo por la noche, Madrid sabía que ganarle a Sevilla no sólo lo dejaría primero en la división, sino que lo convertiría en el favorito de La Liga gracias a su total de puntos y a su ventaja según criterio de desempate con respecto a los demás candidatos.
Este partido no sólo era un potencial antídoto para la desmotivada derrota en Londres que lo dejó afuera de la Champions League y puso a Chelsea en la final, no. Fue lo más parecido a una final que puede haber en la batalla de la liga, ese tipo de oportunidades "a todo o nada" que Madrid suele devorar en el fútbol nacional, ante un conjunto de Sevilla que había perdido sus nueve partidos anteriores de visitante contra los blancos por una diferencia total de goles de 33-7.
Si tuviste la mala suerte de no haber visto el dramático, caliente y emotivo partidazo de cuatro goles, entonces imagina la escena ... desde el punto de vista del árbitro Martínez Munuera, si no te importa.
Ya lo habían guiado para eliminar el potente cabezazo de Karim Benzema porque cuando Álvaro Odriozola metió el centro para el 'gol', su dedo gordo estaba fuera de juego. Así de finito fue. Si el VAR no existiera, no habría habido absolutamente ninguna posibilidad de que un árbitro pudiera haberlo notado en la cancha.
En lugar de estar 1-0 arriba, Madrid de pronto estaba 1-0 abajo tras el prolijo remate de Fernando a corta distancia luego de una jugada a pelota parada de Sevilla. Zidane, un mago a la hora de producir goles con sus cambios, volvió a practicar su magia blanca con el gol del empate de Marco Asensio 70 segundos después de que entrara a la cancha.
Luego vino el momento de Martínez Munuera -- uno de los más difíciles, abrumadores y de más alto perfil de su carrera de 27 años en el arbitraje (sí, se registró como árbitro por primera vez a los 11 años). Para el resto de nosotros, fue puro espectáculo.
En el minuto 77, Sevilla gana un corner y el remate del lateral izquierdo Marcos Acuña le queda demasiado lejos al imponente Thibaut Courtois para tomar o rechazar la pelota.
Madrid no cuenta con sus centinelas de preferencia en el área --Sergio Ramos y Raphael Varane-- y sus relevos, Nacho y Eder Militão, ya cedieron un gol por un centro al área tras una jugada a pelota parada. Están nerviosos, vacilantes... y simplemente no son tan buenos como Ramos y Varane.
Independientemente de lo que haya pasado por la cabeza del brasileño, Militão gira en el aire, y su pierna fuerte hace que el resto de su cuerpo gire tras ella y, cuando su brazo derecho se tuerce, no cabe duda de que la pelota le pega en la mano. Tampoco hay duda de que dos jugadores, Miguel Gutiérrez de Madrid, y el máximo goleador de Sevilla, Youssef En-Nesyri, están detrás de él esperando que la pelota caiga. No irá a "ningún lado".
Pero ni Martínez Munuera ni sus asistentes están 100 por ciento seguros de si es penal o no, de manera que, conforme a las instrucciones de la FIFA, en lugar de limitar el juego abierto, simplemente lo dejan fluir para que el partido pueda continuar, mientras los oficiales del VAR, desde un bunker tecnológico al otro lado de la capital española, reevalúan lo que acaba de ocurrir.
Llega el primero de los dos dobles peligros de los próximos 20 segundos.
Sevilla PODRÍA haber ganado un penal, pero ahora Madrid se está desbordando arriba. Los visitantes están desorganizados, algunos se desconectaron esperando el pitazo (chicos, NUNCA hagan eso) y ahora el equipo de Zidane está haciendo lo que más le gusta hacer. Lo llaman fútbol de "transición" -- el lapso entre la recuperación de la pelota, entendiendo que el rival fue sorprendido con los pantalones bajos, reaccionando, hilando pases instantáneos de contraataque en busca del gol.
Vinícius Júnior es quien reacciona más rápido a la locura del pinball en el área, y permite que Karim Benzema salga corriendo libremente. El príncipe heredero del madridismo, ciertamente el mejor jugador de los campeones reinantes esta temporada y el perfil aquilino por el que el arquero de Sevilla, Bono, lleva desde el jueves sin dormir, de pronto se aproxima al arquero internacional marroquí.
A Benzema le gustan sus posibilidades, no le pasa la pelota a Asensio, e intenta bailar como Fred Astaire alrededor de Bono [¿qué tal ese choque de culturas musicales?]; el arquero de Sevilla se lanza a los pies del francés, sólo para cometer una falta clara. Penal. Clamor en Madrid. Martínez Munuera está en el punto de penal, sabe que quedó en medio del mayor dilema de su carrera profesional, y escucha.
La voz del VAR-th Vader, José Luis González González, que le dice al oído: "Probable penal para Sevilla – te sugiero que vayas a la pantalla para revisar la acción". Y así lo hace.
Las reglas de la FIFA dicen: "Es una falta si un jugador toca la pelota con la mano/brazo si su mano/brazo ha hecho que su cuerpo se agrande sin naturalidad. NO hay mención sobre si tiene que ser deliberadamente o no. Eso es irrelevante pero muchos ex profesionales siguen citando eso como un factor, y no lo es.
No hay mención sobre si el árbitro debería tener en cuenta lo que dicen los futbolistas retirados y los analistas de televisión: "Que en mi opinión NO DEBERÍA haber un penal". No hay mención sobre si un árbitro debería tener en cuenta si otros de su profesión hubiesen tomado una decisión diferente en circunstancias vagamente similares anteriormente en esta temporada. Tampoco se hace mención en las reglas de la FIFA, con mucho asesoramiento de Martínez Munuera, sobre el hecho de que Madrid tiene, sin dudas, la mayor influencia sobre los medios escritos y televisivos en España – algo que es completamente natural siendo el club más grande, más exitoso y con la mayor cantidad de seguidores.
Si este árbitro descarta lo que sería un penal y una tarjeta amarilla a favor de Madrid (Bono está involucrado en el 'otro' doble peligro en cuanto a que un cambio en las reglas que data de 2016 establece que si un penal es cometido pero el ofensor está genuinamente intentando ganar la pelota, entonces es un penal y una amonestación, no un penal y una tarjeta roja) y va directo a darle un penal a Sevilla entonces se desatará un infierno hasta que termine el partido.
La FIFA establece las normas y deja que los árbitros se hagan cargo del caos que ocasionan. Pero puedes ver a Martínez Munuera sopesando toda esta cuestión mientras que queda mirando a la pantalla demostrándole que, sin dudas, Militão ha cometido un penal de manera involuntaria.
En última instancia, a los que nos encanta el fútbol, en cualquier país, queremos ver habilidades asombrosas, inteligencia, estrategia, goles, atajadas, astucia y tackles majestuosos que evitan situaciones peligrosas. Pero la corriente cálida en una noche fría que se aplica a todas las ligas, todos los partidos, todos los minutos es drama. Y este es el aspecto principal.
En cada caso de ficción que termina en un tribunal, y este EL formato de entretenimiento más prevalente en los libros, la radio, la televisión o las películas, toda la historia se encamina hacia la persona que nos cuenta que han llegado a un veredicto – y cuál es el mismo.
Nuestro árbitro el domingo por la noche pensó en todo, sin dudas pensó en su padre (un árbitro durante muchos años y además un hombre que le dijo que pusiera su profesión en primer lugar), en su hermano más joven que también es un árbitro profesional, e incuestionablemente procesó el hecho de que incluso al tomar la decisión correcta, iba a terminar siendo vilipendiado. E hizo lo correcto, invalidando el penal de Madrid para dárselo a Sevilla.
Independientemente del hecho de que el mediocampista de Sevilla, Ivan Rakitic, haya o no pateado el penal (cosa que hizo), o si Madrid podía dar pelea (cosa que hicieron, con un ecualizador desviado vía Eden Hazard en el minuto 93) o si Sevilla podía aguantar, eran todos dramas completamente diferentes. Cualquiera que aprecie la fragilidad, la presión, la duda y el profesionalismo humano ... este fue un momento de pura magia.
Barcelona vs. Atleti tuvo precisamente cuatro goles menos, no fue el show que todos habían esperando y se nos negó la alegría por la desgracia ajena de Luis Suárez terminando con las chances en la liga de su ex club con un gol o una asistencia astuta, debido a que el uruguayo tuvo un partido pobre.
Hubo chances, hubo animosidad entre el arquero de Barça, Marc-Andre ter Stegen, y Suárez; hubo otra actuación sorprendentemente tosca o simplemente mala por una mala lectura del juego por parte del entrenador, Ronald Koeman, pero la historia central fue la de Messi vs. Oblak.
Unas semanas atrás, el esloveno habló acerca de su némesis y explicó: "Nunca puedes predecir hacia dónde pateará Messi y tampoco puedes predecir en qué momento lo hará. ¡Cuando hablamos de Messi, nunca puedes predecir nada! Es un gran jugador, increíble, el mejor.
"¡Muchas veces anota y te quedas con la sensación de que no puedes entender cómo lo ha hecho con tanta facilidad! No estás siquiera cerca. ¡A veces sientes que simplemente hace un pase al arco, que ni siquiera es un tiro! Aunque estés 100% en forma, si quiere anotar en tu contra, lo hará. Si Messi está en un buen día y en buena forma, no podrás detenerlo. La mayor parte del tiempo, tienes que aceptar que el hecho de que él pueda anotar el gol o no sólo dependerá de él".
De todas formas, en medio de este partido, cuando el cansancio, las tácticas y el fútbol de los porcentajes estaban dominando el Camp Nou, hubo un momento. Un momento de oro.
Justo antes del descanso, Messi levantó la pelota no muy lejos de donde había anotado ESE gol en la final de la Copa del Rey ante Athletic Bilbao en 2015 -- uno que para muchos es el mejor de todos los que ha marcado. En esta oportunidad se dirige campo adentro, mientras supera a Koke, Saúl Ñíguez, Mario Hermoso, Stefan Savic, Felipe y Marcos Llorente. Es una erupción increíble de habilidad y ritmo antes de la explosión al arco.
Y el arquero esloveno que había sido superado tantas veces por los esfuerzos indescriptiblemente sorprendentes de Messi, quien había explicado que este genio argentino te deja sin la posibilidad de reaccionar, predecir o prevenir lo que va a hacer, simplemente desafía sus propias palabras. Y eso fue una verdadera belleza.
Oblak salta a su izquierda, el toque que hace con las puntas de sus dedos de alguna manera desvían la pelota que viene disparada como bala de cañón por el poste -- magia. Pura magia.
Y probablemente le cuesta la victoria a Barcelona, les cuesta los tres puntos y quizá hasta el título. También dio lugar a que Atleti tenga su momento cuando Militão cometió un penal la siguiente noche que Martínez Munuera tuvo la valentía de otorgar.
Los dos empates de esta semana no nos dejaron con el mismo status quo -- los mismos aumentaron las chances de Atleti de alcanzar a manotazos un título que hace unos meses tenían asegurado porque queda un partido menos y el equipo de Diego Simeone escapó ileso de su prueba más importante que todavía les quedaba.
Pero el drama de quién terminará ganando La Liga continúa: Los grandes ganadores de este fin de semana fueron Martínez Munuera y Oblak. Cuando llegó el momento de cada uno, ellos simplemente brillaron.