<
>

¿Qué pasaría si Leo hubiera sido Messi-Cano? Capítulo 2

play
¿Y si Messi hubiera nacido en México? (1:09)

Rafa Ramos hace una ficción sobre lo que habría sucedido si el astro no hubiera nacido en Argentina. (1:09)

Rafa Ramos nos cuenta la segunda parte de la historia ficticia de Leovigildo Messi Cano, un extraordinario futbolista que nació en México


Con Tulio Bartolo desplazándose a paso acelerado, entre el pesado tránsito de frustrados derechohabientes del Instituto Nacional de Seguridad Social (INSS), los Messi le siguieron hacia la esquina donde estaba un tipo como salido de una película de ficheras, de esas obras de arte del guionista Víctor Manuel Castro: traje guinda a tres piezas, zapatos de charol a dos colores, café y blanco, corbata rosa y camisa negra, peste a colonia pirata y barata, con un enorme puro en la boca, y un oloroso plato con cinco tacos de tripa en la mano derecha, sobre el cual sobrevolaban dos moscas, de esas, de las verdes, de las panteoneras, cargando, seguramente, una dosis flotante y fulminante de shigelosis, salmonelosis, leptospirosis, difteria o por lo menos una miasis intestinal.

Aquí puedes leer el capítulo 1

“Aquí el caballero”, explica Tulio Bartolo, “es un especialista en exportación e importación de medicamentos de alta calidad, a los cuales no tenemos acceso nosotros. Él les puede ayudar”, agregó, mientras guiñaba el ojo a aquel personaje prófugo de un papel secundario en una película de gánsteres de Juan Orol.

“Licenciado Lorenzo Tejodo, para servirle. ¿Gusta?”, se presentó el maniquí de daltónicas combinaciones, ofreciendo de su manjar, comprado en un puesto a unos metros, donde el taquero se secaba el sudor, contenía el resfriado que sufría, cobraba y daba los vueltos, y eventualmente aplacaba su hemorroides, con la misma mano desnuda con la que servía las exquisiteces de su menú, con total indecoro ante su clientela tan variada, desde enfermos que tosían sobre la comida que parecía tener vida propia, hasta médicos que la degustaban, e incluso un sacerdote que la bendecía antes de comerla.

“¿Tejada, me dijo?”, preguntó Messi.

“No, Tejodo, porque el del Registro Civil tenía artritis y estrabismo, y no le puso la colita a las ‘as’. ¿Qué milagro le podemos hacer? Tengo viagra alemán, marihuana holandesa, ginseng coreano, que es mejor que el japonés, y del Japón, precisamente, me acaba de llegar un cargamento de shirako, lo mejor para la virilidad, que a usted seguro le hace falta, porque, mire qué guango le salió el chamaco. El shirako es el esperma del pez globo, le cura la diabetes, el cáncer y hasta una hiperplasia suprarrenal congénita”, dijo el personaje de lustroso bigote y acicalada y aplacada melena, con notorias plastas de vaselina.

Jordi Messi, quien había llevado ya a Leovigildo a todo tipo de médicos y hasta curanderos, que le habían sugerido costosos tratamientos de Urolitin A, hasta ramalazos de laurel o chiqueadores en los sobacos, estaba dispuesto a buscar otro recurso, aunque, prudentemente, siempre consultaba con su cuñado Juan Alberto Cano, quien lo había salvado ya, en innumerables ocasiones, de charlatanes.

De cualquier manera, le reveló las urgencias de Leíto a Tejodo, quien escuchó atento, mientras hurgaba los dientes con la larguísima y mugrosa uña del meñique derecho, mientras observaba a Leíto cómo hacía florituras con el balón, incluso tirando túneles entre los transeúntes, algunos de los cuales, molestos, le tiraron unos zapes, pero, si el mocoso estaba acostumbrado a eludir patadas de niños hasta tres o cuatro años mayores que él, podía esquivar aquellos manotazos sin dificultad.

“La casca el chamaco ¿eh? Se ve que le entiende a eso de la pelota, pero si dice que tiene 10 años, parece como de siete, y está muy guanguito. Métale unos tacos de sesos y de hígado, seguro que agarra cuerpo. Mire Don Jordi, voy a investigar con mis socios en las Europas, para ver cuáles son las mejores medicinas y que no sean tan caras, porque se me hace que usted anda medio jodido de centavitos. Dice que cuesta 20 mil dólares el tratamiento, pero vamos a conseguir algo más barato, pero bueno, de alta calidad, de nueva tecnología de punta, mi jefe. Casi, casi de los laboratorios secretos de la NASA”, le dijo Tejodo. “Le iba a pedir un anticipo, pero usted parece de buena ley, parece decente y pues es su chamaco el que nos preocupa. Yo también soy padre de familia”.

Messi le dio su información personal, y recibió una tarjeta de presentación del comerciante, con número de celular, registro de cédula profesional como abogado y como médico internista, además de un número de teléfono en Alemania. “Es el de las oficinas, pero llámame a mi celular Jordi. ¿Te puedo tutear? ¿Te puedo decir Jordi? Al cabo ya somos socios para salvar a tu muchachito”, dijo Tejodo, señalando a Leovigildo, quien estaba rebotando el balón contra un muro, sin perder el control. “No te preocupes Jordito, se va a curar y va a ser más bueno que nuestro Cuauhtémoc Blanco, que ya ves, jorobado, con las rodillas torcidas y los pies al ‘diez para las dos’, era un crack”.

Jordi Messi tomó de la mano a Leíto, quien de rabona rebotó el balón en un poste de la luz, para que dócil cayera en su brazo libre. El padre estaba feliz. Veía y reveía la tarjeta de plástico grueso, fino, delicado, eso sí, hacía juego con el estrambótico paladar estético del dueño: de color violeta, y en letras y números dorados, estaba toda la información. Tenía que hablarle a su cuñado, para recibir su consejo.

“Vamos Leíto, hay que avisarle a tu mamá y a tu tío. Parece que encontramos alguien dispuesto a ayudarnos, un alma generosa”, dijo el padre, mientras revisaba la hora. Aún tenían que viajar al otro extremo de la ciudad, donde le harían una prueba a su hijo en las instalaciones del Rebaño Sagrado, un club donde jugaban puros mexicanos, y que, al menos eso decían, daba mucho apoyo y les abría las puertas a los niños y jóvenes con talento en las fuerzas básicas.

Esa era otra gran oportunidad de encontrar apoyo para el tratamiento de Leíto, porque el Rebaño Sagrado tenía un dueño altruista y filántropo, y ya había hablado con él, en una de las convenciones de su empresa dedicada a la fabricación de suplementos para la salud. “Llévalo a Valle Verde. Toma mi tarjeta, diles que vas de parte mía. Si es tan bueno tu hijo, seguro se queda”, le dijo Jorge Melgara. “Además, con ese apellido, me sirve para promover mi negocio de MexiLife”.