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James Rodríguez, un ejemplo de superación

El fútbol tiene algo especial: hace que todos, sin excepción, estén en igualdad de condiciones. Para jugarlo, hace falta algo tan simple como un balón. Y si no hay plata para comprarlo, alcanza con hacer uno de trapo. Esto lo entendió muy bien desde chico James Rodríguez. En su casa no sobraba el dinero para grandes regalos, o para juguetes sofisticados. Sí, para comprarle una pelota.

Así que James, con ella, salía a la calle y jugaba desde temprano y hasta el anochecer con sus compañeros de barrio. Su historia es parecida a la de muchos chicos que, como él, nacieron en hogares humildes. En su caso, la fuerza y la perseverancia, acompañada por el talento, le permitieron pegar el salto y llegar a ser una estrella dentro del fútbol mundial.

Su padre lo abandonó de muy pequeño, cuando tenía apenas tres años, y por ese motivo fue criado por Pilar, su mamá, y por su padrastro. El talento para el fútbol que demostraba cada vez que salía a una cancha no pasó inadvertido por los formadores y cazadores de talentos. Así, el Envigado puso los ojos en él, y allí, con apenas 14 años, debutó en Primera.

Hasta que a comienzos de 2008, con 17 años, llegó la chance de arribar a la Argentina. Fue Banfield, un equipo de la zona Sur de Buenos Aires, el que decidió ficharlo por dos años. No fueron tiempos fáciles. Es que a pesar del crecimiento, en lo profesional y lo económico, James debió dejar su país y arrancar una aventura lejos de su tierra natal, de sus seres queridos. Y a muy corta edad.

En el Taladro hizo historia. Se convirtió en el jugador extranjero más joven en debutar y marcar un gol en la Primera División de la Argentina, con 17 años, y a finales de 2009 se consagró campeón del Torneo Apertura, con 18. Su presencia fue fundamental para que Banfield levantara la copa, la primera del club en la era profesional desde su fundación.

Europa ya lo tenía en la mira. Y al poco tiempo comenzó a formar parte de la lista de posibles refuerzos de clubes grandes, como la Juventus. Pero finalmente, fue el Porto el que decidió contratarlo. Allí jugó cuatro años, y ganó un total de ocho títulos. La experiencia en Portugal le sirvió para llegar, en julio de 2014, al Real Madrid.

Estuvo hasta mediados de 2017: se cansó de ganar títulos, en uno de los ciclos más exitosos de la historia del club, pero por la falta de continuidad dentro de un elenco de grandes figuras decidió cambiar de aires. Y del club merengue pasó al Bayern Munich, donde para no perder la costumbre, también se consagró campeón.

La Selección merece, sin dudas, un capítulo aparte en la historia de James. Con su país, jugó un total de 88 partidos y marcó 29 goles. El cucuteño ya disputó dos Mundiales. En Rusia, el último, no mostró su mejor versión: una lesión lo tuvo a maltraer y no le permitió rendir en plenitud.

Brasil, sin embargo, fue su Mundial. Colombia hizo en tierras sudamericanas un muy buen papel (cayó eliminada en cuartos de final ante los locales) y James acompañó el andar del equipo con su talento, al que le puso una buena cuota de gol: marcó seis, y se consagró como máximo artillero de la cita mundialista. Fue elegido como el mejor futbolista de Brasil 2014 en la fase de grupos, pero para muchos el premio le quedó chico: debió llevarse el trofeo del Balón de Oro, que quedó en poder de Lionel Messi.

James siempre brilló a nivel clubes: fue campeón en la liga argentina con Banfield, en la portuguesa con el Porto, en la española con el Real Madrid, donde también ganó la Champions, y viene de consagrarse en la alemana.

Un ganador, en todo sentido.