LOS ÁNGELES — Gerardo Martino anunciará este miércoles a sus Once del Patíbulo y a sus respectivos caballerangos rumbo a Qatar 2022. A bordo de una frágil barcaza con el atlas abierto, una brújula y un compás, con rumbo a Utopía: El Quinto Partido.
“Vendrá la muerte y tendrá tus letras”, escribió Mauricio Montiel. Tiene la bellísima y siniestra ternura de un epitafio. Digno de un nuevo apocalipsis futbolero para Martino y su Selección Mexicana.
Los vientos, de negros desalientos, que empujan la endeble balsa aventurera, hieden a pesimismo. Hasta las míticas sirenas han huido de esa ruta suicida que garantiza encallarse en la fase de grupos. Poseidón y el destino ceban a dos bestias (Argentina y Polonia), y una rémora babeante y jadeante (Arabia Saudita).
Al final, el fracaso, el naufragio, tan inminente y cíclico como parece evocará esa sentencia: “Vendrá la muerte y tendrá tus letras”. Esta vez con las letras de Gerardo Martino, como antes las de tantos otros.
El técnico argentino sorprende. No puede precisarse si se automedica de un alucinante ilusionismo, o de una fe guiada con la mala fe de un lazarillo deshonesto, o en verdad cree en un milagro, tan imponente que espera más una transfiguración bíblica, que una transformación humana. En Qatar no se escuchan las campanas de Belén sino las voces de Babel.
Gerardo Martino ha sido, al menos, sincero. México ha ido en un proceso degenerativo de su futbol. 2019 se llenó de fiestas patrias, pero 2022 ha sido un 2 de noviembre en Comala. Él lo acepta. “Habíamos jugado muy bien, ahora jugamos muy mal”.
Como mariscal operativo del Tri-tanic, él es el principal responsable. ¿Es también el principal culpable? Tal vez no tanto: él creyó, como muchos, como tantos, en el espejismo que deslumbra, hacia afuera, el futbol mexicano. Hamelín para principiantes.
Martino ha insistido en un razonamiento que lo exculpa, pero, también, lo condena. Poco después de las agonías ante Estados Unidos y Canadá, deslizó suavecito, la llaga del Tri: “hay una baja de juego en algunos, que afecta al equipo”.
No hay duda. Andrés Guardado, estoico, masoquista, le agrega kilometraje a unas rodillas que envejecieron antes que su corazón rojinegro. Héctor Herrera se ha jubilado como futbolista. La tragedia de Raúl Jiménez ha prolongado su inquina. Tecatito Corona invoca a los chamanes de Bahía de Kino, mientras los médicos del Sevilla y del Tri golpean el reloj de arena. Y así, contando.
Pero, por su parte, Martino no reaccionó a tiempo. No supo, no quiso o no pudo. O no lo dejaron. O todo junto. Recuérdese que se apoltronó casi un año sabático en 2020, y en 2022, oreó pañales con la ternura de un abuelo, mientras la Liga Mx reanudaba feroces zafarranchos.
Hoy, él, como muchos, descubre apenas a un notable Luis Chávez y a Kevin Álvarez, mientras hay una guerra mezquina entre el técnico y la FMF, para no domar la soberbia y acelerar la “repatriación” de Alejandro Zendejas. A Alfonso González, lo desdeña por ser Ponchito, y con su lista de vetados, el Tata podría armar una selección paralela.
Tal vez, en uno de los actos más genuinos, humildes e inútiles, pidió clemencia desde la investidura lamentablemente más desprestigiada en el futbol, la del ser humano. “La gente no me conoce, no sabe cómo soy como persona, seguramente si me conociera nada de esto pasaría”, dijo después de agresiones verbales, bautizadas con líquido caliente.
Una pifia de Martino. Nadie lo firmó por ser un franciscano, sino por un objetivo, que él mismo asumió como propio al ser presentado: ese Quinto Partido, ése, el Santo Grial del hereje futbol mexicano.
¿Qué viene? Ejercer el mando. Rescatar futbolistas, y, especialmente, rescatar a esos tipos atrincherados, trémulos y recelosos, detrás del jugador.
A Martino y a México los alcanzó su destino: una generación que entra en la decrepitud competitiva, y otra generación que apenas asoma, inmadura, sin importar las edades, a ese macrosismo mundialista, de enormes exigencias y de fantásticos cadalsos. La leña verde, con el Tri, arde mejor.
Tendrá poco más de dos semanas y dos partidos (Irak y Suecia), para hacer monumentales ajustes. A saber: devolverles el futbol a los decadentes; integrar al maremágnum a cabecitas jóvenes; empezar desde la “A” y llegar a la “Z” en el funcionamiento del equipo. Recorrer del Alfa al Omega del futbol esencial en el tren bala de la desesperación.
Gerardo Martino se ha quejado frecuentemente de la falta de intensidad de sus jugadores. Es su obligación imbuirla. Y si no la encuentra, desechar al rejego, al renegado, al desertor. El indolente es una manzana podrida.
Si en ese lapso de noviembre, antes de enfrentar a Polonia, El Tata restablece, reconfigura, resucita, a sus Once del Patíbulo y sus caballerangos, para que se acerquen a la versión 2019, habrá que labrarle una bonita lápida para el Boulevard de los Caídos en la antesala del Quinto Partido. Ahí, en la rotonda, en el paraninfo del fracaso.
Al final, tan si lo consigue como no, la fascinante expresión de Mauricio Montiel, le acompañará con letras escarlatas en su currículum vitae: “Vendrá la muerte y tendrá tus letras”.