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Chávez vs. Canelo banalizó la narrativa boxística

Esto es un pedido de disculpas, pero también es una reflexión sobre la razón para pedir disculpas. Necesariamente hay que entender que la derrota de Chávez Jr. o la nueva victoria insípida de Canelo Álvarez, va más allá de la pelea misma. No solo afecta la credibilidad en el boxeo, también afecta la credibilidad en nosotros mismos y en el ejercicio sincero de esta profesión.

A muchos periodistas que nos dedicamos al análisis desde hace muchos años, lo que ocurrió el sábado en el T-Mobile Arena de Las Vegas nos terminó de contaminar el discurso. Quienes deploraron el espectáculo del sábado y extendieron su enojo hacia el periodismo sincero, les doy una noticia. Tienen razón y los apoyo. Yo también estoy enojado con mi discurso previo. Estoy fastidiado con mis claves, con mis predicciones, con mis especulaciones, con mi inocencia al creer las declaraciones previas de los actores y hasta estoy enojado con el respeto a la objetividad. Necesariamente la actuación de Chávez Jr. la tornó obsoleta, la banalizó. En una palabra, fue una pérdida de tiempo, bastaba un redactor de farándula para estar a tono con el show. Pero hay que explicarlo. Claro.

TRES TIPOS DE FANATICOS

Cuando aparecen estos eventos, no solo aparecen los fanáticos de siempre, los que entienden de boxeo, los que siguen a este deporte y sobre el mismo tienen una visión objetiva, respetuosa, sincera, real. Son los que aportan el ángulo intelectual, son la platea permanente, son la platea fiel y el verdadero valor diferente en el enorme circo del boxeo.

También regresan los "pseudofanáticos", aquellos que viven el deporte como si integraran la barra brava de un equipo de fútbol: apuestan por el suyo y listo. Si gana el mío yo soy el experto y los demás son unos imbéciles. Se parece al futbol, es verdad, pero en boxeo hasta hoy no había lugar para esa conducta de tribuna popular.

Y finalmente está el otro grupo, el de fanáticos inocentes. Los que llegan a experimentar esa emoción que genera el evento. Ellos no entienden de palmarés, no conocen estadísticas, no analizan desempeños, no conocen de técnicas boxísticas ni de planes de pelea o estrategias defensivas. Menos saben para que se detiene la pelea entre round y round o el papel que le corresponde a las esquinas y ni siquiera el trabajo de los jueces o el réferi. Les basta con ver a "aquellos dos tipos golpeándose en "un cuadrilátero cercado por sogas" y olvidan el resultado tan rápido como al día siguiente.

A esos tres grupos, nos obligaron a venderles una narrativa inútil, fuera de lugar, irrespetuosa de la realidad y definitivamente carente de sentido. Asumo la decepción de los lectores y tomaré unos párrafos para explicar mi propia decepción.

¿PARA QUE IMAGINAR LO QUE NO VA A OCURRIR?

En el mundo de los escritores deportivos, la credibilidad no nace tanto de sus convicciones, nace en general de sus argumentos. Esos recursos se forman de una geometría apreciativa integrada por datos, estadísticas, resultados, desempeños anteriores, variabilidad de la escala técnica en cada púgil, calidad de la oposición enfrentada, combinaciones de los tres rubros y un porcentaje menor que incluye "la apreciación personal". Para analizar la pelea de Julio Cesar Chávez Jr. y Saúl "Canelo" Álvarez recurrí a esa geometría, creyendo en el pasado de ambos y tomando en cuenta los desempeños de ambos. Respetando las diferencias físicas, atendiendo la existencia de diferencias de poder, tomando en cuenta expectativas por los desafíos en el peso, las debilidades o fortalezas técnicas de ambos y por sobre todas las cosas: creyendo en los discursos de los actores.

El discurso de Memo Heredia (preparador físico de Chávez) "Veremos a un Junior mucho más fuerte, llegará en la mejor condición de toda su vida". El discurso de Nacho Beristain (entrenador de Chávez): "La pelea será una auténtica guerra". El discurso de Chávez Jr.: "voy a demostrar por qué (Canelo) no ha querido enfrentarse con GGG o con otros de mayor peligro. Conmigo va a perder". "Llego muy fuerte, con mejor defensa y buenos hábitos que con el tiempo uno va olvidando". El discurso de Oscar de la Hoya, "si le ganamos a Chávez entonces sí habrá pelea contra GGG". No era así, la pelea ya estaba firmada y el cronometrado show posterior para presentarla era parte del libreto. No fue deshonesto el anuncio, pero si lo fue no advertirlo de antemano y evitar que el resultado cayera como cayó en un oscuro pozo de sospechas y suspicacias.

Al sector mayoritario de la fanaticada se le vendió una guerra y terminaron comprando un partido de dominó. Y como no existe devolución de lo gastado, el discurso exultante de los vencedores y las justificaciones patéticas de los perdedores se asemejan a una declaración pública dirigida a los asistentes bajo el título de ¡embrómense! Y de toda esa comedia, los periodistas o los analistas, empezando por Bernardo Pilatti, fueron los escritores del libreto previo. Los altoparlantes del desastre y al final del día, los que tienen que poner el pecho a las balas. ¿Nos equivocamos? ¡Claro que nos equivocamos! Hay que asumirlo sin hipocresías.

Se la creímos a Floyd Mayweather y Manny Pacquiao en aquella mentada 'Pelea del Siglo' y ahora se la creímos a Chávez y Canelo en la promocionada "Guerra por el orgullo mexicano". Nos repitieron el plato aunque con distinto nombre.

Las horas de análisis de las peleas anteriores de uno y de otro, el tiempo destinado a la interpretación de la estadística real, las horas de acompañamiento de los dos campamentos, los viajes a cualquier lugar donde se promocionara el evento, el tiempo destinado a grabar piezas digitales adecuadas a la importancia del evento, todo se transformó en discurso banal, en tiempo perdido.

Y para refrendar esto último, basta con establecer la línea de promedios de Chávez. Ante Sergio 'Maravilla' Martínez, Chávez, había alcanzado su peor desempeño en golpes acertados, pero su rebeldía en los asaltos finales compensó todo lo malo anterior. Más allá de esa pelea su promedio habitual de golpes lanzados por asalto usualmente superó los cincuenta y el de aciertos superó los 20 impactos por episodio. Ya sabemos que en toda la pelea con Canelo solo pudo conectar 71 golpes, o sea, acertó menos de seis golpes por asalto y no tuvo una rebeldía similar a la que mostró ante Maravilla. ¿Alguien podría en lo previo vaticinar ese desastre?

Se habló de una posible mala rehidratación como factible causa de la derrota. Hay que descartarlo. Chávez no padeció ese problema, soportó golpeo, nunca se vio agotado y llegó en pie a los 12 asaltos. Si alguien quiere saber cómo opera en el cuerpo bajo una mala rehidratación y en una idéntica circunstancia, pregúntenle a Oscar de la Hoya. En la última pelea de su carrera, bajó al extremo de su peso (142 libras) para enfrentar a Manny Pacquiao y al octavo asalto no consiguió siquiera ponerse en pie de su esquina y abandonó.

Tampoco se puede alegar con argumentos posibles como la debilidad, problemas para entender el plan de pelea o directamente que haya sentido miedo. A lo largo de toda su carrera, siendo un boxeador sin técnica, lo único que motivó a Chávez Jr. fue su coraje en el intercambio. Si hubo miedo o falta de coraje, lo obtuvo de algún lugar exclusivamente para esta pelea.

Literalmente, Julio Cesar Chávez Jr. se negó a boxear, se negó a lanzar golpes y no hay ninguna razón que lo justifique. Tampoco hay una explicación para entender lo que ocurrió en las contadas ocasiones en que iniciaba una tímida ofensiva. En esos momentos, era el juez Kenny Bayless que escapaba del libreto lógico para caer en el libreto absurdo. Primero cuando Chávez se acordaba de ensayar una de sus clásicas maniobras: recostar la cabeza a la cabeza del contrario y desde allí golpear en corto con las dos manos. Cada vez que eso ocurría, el referí realizaba ostentosas señas reclamándole por posibles cabezazos e interrumpía el intento del púgil.

Otro momento absurdo lo constatamos en esas oportunidades en que Canelo se recostaba a las cuerdas y se mofaba del rival dejándolo golpear. O bien Chávez no se animaba a golpear, como si una fuerza extraña se lo impidiera o si intentaba su clásico golpe por afuera a las costillas, Kenny Bayless le hacía señas de que "levantara" la mano, en una zona donde "no existen golpes bajos".

El sorpresivo show del final con una aparición cinematográfica de Gennady Golovkin, completó una jornada surrealista o digna de la farandulesca lucha libre, en la cual los rivales hacen que pelean, la asistencia hace que les cree y los vencedores hacen que ganaron. Tal vez, sea eso lo que nos espera en las "próximas" guerras. Quizás, el único remedio contra futuras decepciones, será oficializar la narrativa banal que aprendimos con Julio Cesar Chávez Jr. Al final, el boxeo comercial es una película de ficción que siempre está buscando a su próximo actor secundario. ¿Será Gennady Golovkin el dueño de ese papel?