Es la hora de festejar

Pueden buscarse, y encontrarse, las causas de la única derrota de Argentina: pero la medalla plateada es un sueño hecho realidad: el de estar otra vez en el primer nivel del básquet mundial

BUENOS AIRES -- Siempre se quiere algo más y el no lograrlo provoca desazón y hace olvidar cuál era el objetivo primario.

El argentino es muy proclive a ese tipo de estados anímicos y su primera reacción es sentirse amargado, cuando la realidad indica que triunfó, porque alcanzó largamente la meta establecida previamente.

Desde el momento en que cayó el telón del partido final del Mundial Indianápolis 2002 de básquetbol un manto de frustración cubrió a la enorme mayoría de un pueblo ilusionado por la conquista del título, asociándose al sentimiento de los jugadores y del plantel técnico.

Es cierto, faltaban 1m38s y Argentina ganaba por siete puntos (73 a 66). Faltaban 17 segundos y se mantenía al frente por un doble (75 a 73), con la pelota en su poder. Es cierto, existió la falta que los árbitros no cobraron en el último instante del encuentro y que le hubiera permitido a Argentina ser campeón mundial.

No es hora de analizar si lo perdió Argentina en ese minuto y medio decisivo o se lo "robaron" los árbitros al no marcar la evidente infracción. Aunque se tiene conciencia que las estadísticas ubicarán a Yugoslavia como campeón y los detalles pronto se convertirán en anécdotas. ¿Acaso alguien recuerda como le robaron a Estados Unidos la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Munich en 1972? Lo único valedero es que la Unión Soviética le quitó el invicto a un seleccionado olímpico norteamericano.

LAS COSAS EN SU LUGAR
Pero sí es la hora de poner las cosas en su lugar. Ni ese desafortunado minuto y medio, ni la falla de los árbitros, ni la opaca labor en el suplementario pueden echar por tierra la mejor actuación de un seleccionado argentino en las últimas cinco décadas.

De un seleccionado que partió pensando en clasificarse para los cuartos de final. "Llegar a las semifinales y después alcanzar un lugar en el podio sería extraordinario", expresaban todos. Inclusive el periodismo en general. Por favor, no puede ser que sufran de tal mala memoria.

Revivo mi trayectoria periodística siguiendo al seleccionado argentino de básquetbol y encuentro sólo un período, desde 1948 hasta 1955, en el que me sentí en el primer nivel cómo ahora me lo brindó este sensacional plantel.

UNA ÉPOCA BRILLANTE
¿Qué sucedió en 1948?, preguntarán muchos. Argentina perdió por un doble ante Estados Unidos (59-57, tras ganar el primer tiempo 33-27) en los Juegos Olímpicos de Londres, cuando los demás partidos el equipo norteamericano los ganó por más de 40 puntos de diferencia.

¿Qué sucedió en 1950? El título en el primer Campeonato Mundial, jugado en la Argentina.

¿Qué sucedió en 1951? Medalla de plata en los Juegos Panamericanos, tras perder la final con Estados Unidos por 59-53.

¿Qué sucedió en 1952? Cuarto en los Juegos Olímpicos de Helsinki. Perdió la semifinal con Estados Unidos por 85-76 y el tercer puesto con Uruguay, en un accidentado encuentro que finalizó con sólo siete jugadores en la cancha, tres uruguayos y cuatro argentinos.

¿Qué sucedió en 1953? Campeón mundial universitario, que por entonces, cuando aún reinaba el amateurismo, tenía tanto valor como el mundial tradicional.

¿Qué sucedió en 1954? No participó en el segundo Campeonato Mundial por discrepancias políticas entre el gobierno peronista y el de Brasil.

¿Qué sucedió en 1955? Medalla de plata en los Juegos Panamericanos de México. Vence a Estados Unidos por un punto, pero pierde con Brasil y el oro se define por promedio de tantos a favor de los Estados Unidos, a los que Argentina vuelve a superar en un partido desquite fuera de esos juegos que se jugó en la ciudad fronteriza de El Paso.

¿Qué sucedió en 1956? La Revolución Libertadora, mal asesorada políticamente, declara profesionales a los integrantes de todos los integrantes de los seleccionados argentinos.

UN TORTUOSO CAMINO
Mataron a dos generaciones de basquetbolistas y se debió comenzar de nuevo.

Mi mente retrocede en el tiempo. Dirigentes divididos. Técnicos divididos. Provincianos contra porteños y viceversa. Vuelve a transitar el tortuoso camino por donde tantas ilusiones murieron para renacer al día siguiente.

La debacle del Mundial extra de Chile, justo cuando surgió Yugoslavia, en 1966. De ese último puesto a la rueda final un año después en Montevideo, donde se estuvo para mucho más del sexto puesto. El polvo del tiempo cubrió el momento que Argentina vencía a Estados Unidos por 25-12 y un desgarro eliminó de la competencia a Tomás Sandor, el único 2,04 del plantel.

El Mundial en Puerto Rico en 1974, con Alberto Cabrera, Finito Gerhmann, Carlos González, Alberto Perazzo, viendo como España nos dejaba fuera de la etapa decisiva, tras estar en ventaja hasta los últimos minutos.

Subidas y bajadas. La clasificación para los Juegos Olímpicos de Moscú en 1980. Chispazos. Solamente chispazos.

La alegría de la tarde de Oviedo al vencer a Estados Unidos en Mundial de España en 1986. Ahí están abrazándose Marcelo Milanesio, Campana, Montenegro, Cortijo, Romano, Uranga, Camissasa.

Escucho la ovación del publico norteamericano en los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996 como reconocimiento a la excelente actuación frente al Dream Team.

CÓMO SE LLEGÓ AL PRIMER NIVEL
No es obra de un día, sino de los granitos de arena puestos durante más de 40 años. "Todos los esfuerzos valen, siempre habrá alguien capaz de recoger las experiencias, así se irá sumando hasta que un día uno alcanzará la ansiada meta", decía Casimiro González Trilla, el maestro de los maestros de los técnicos argentinos.

La lista es enorme. Abelardo Dasso, Bala Ripullone, el puertorriqueño Flor Meléndez, el yugoslavo Ranko Zeravika, Heriberto Schonwies, Alberto Finger, Carlos Boismoné y Alberto Trama, valor en los juveniles.

Pero el golpe de timón vital lo dio el inolvidable León Ruso Najnudel, con la creación de la Liga Nacional y su paso por el seleccionado nacional.

Desde entonces se comenzó a avanzar con Guillermo Vecchio, Julio Lamas y finalmente con Rubén Magnano. El Hombre de Hierro logró hacer realidad el gran sueño que predijo Don Casimiro.

CON EL ESPÍRITU DE UN EQUIPO DE BARRIO
¿Qué tuvo este plantel para ser lo que es? Fundamentalmente tener el espíritu de los viejos equipos de barrio.

¿Como es ese espíritu? Primero, saber que ninguno es el salvador. Que todos son para uno y uno es para todos. Nadie se quejó de un error de un compañero. No se observó ningún mal gesto. Todas las mentes estaban en positivo. Eso produce una fortaleza que se trasluce en el convencimiento de que no existe rival imposible de vencer.

Esa personalidad arrastró lo demás. Argentina no entró pensando en especular ante ningún adversario, por mas poderoso que fuese. No existió la preocupación que existía antes al pensar como vamos a hacer para frenarlos.

Es decir, tuvo estilo propio. Aguerrido en defensa. Esa intensidad defensiva sirvió para disimular cualquier otro problema en ataque y aparecer siempre en los momentos difíciles.

En ataque tuvo penetración, presencia debajo del tablero, pese a las diferencias de altura, y buena resolución exterior.

TALENTO, OFICIO Y SOLIDARIDAD
Los jugadores fogueados en la competencia internacional mantuvieron la calma y la concentración en los momentos duros, con excepción de los últimos minutos de la final.

Fueron disciplinados tácticamente, respetaron los planes estratégicos y luego definieron sobre la base de su enorme capacidad.

La falta de egoísmo es la marca registrada de este plantel. Es un grupo de amigos que se conocen desde cadetes. Así se construyó una formación y una amistad indestructible.

La preparación física permitió dosificar esfuerzos para soportar un torneo extenuante, con nueve partidos en once días.

Por último, todo eso no hubiera sido posible sin la responsabilidad de Rubén Magnano y sus asistentes Enrique Tolcachier y Fernando Duró. Planificaron cada uno de los detalles con precisión y supieron explotar los defectos de los demás.

MERECIERON MUCHO MÁS
Los esfuerzos de Emanuel Ginobili, Pepe Sánchez, Fabricio Oberto, Hugo Sconochini, Rubén Wolkowyski, Luis Scola, Andrés Nocioni, Alejandro Montecchia y Leandro Palladino merecían el título.

Fue el mejor equipo reconocido en cuanta nota se publicó en todos los idiomas.

¿Por qué no podemos entonces lucir la corona? Por la lesión de Ginobili ante Alemania en la semifinal. Por el error que tuvieron los árbitros al no penalizar una falta a Sconochini en el último instante. O porque nos agarro un terrible parate y en 6m38 sólo conseguimos cuatro puntos ante un rival que obtuvo 21 tantos.

"Nos faltaron cinco para el peso", dijo un amante de la filosofía porteña.

Pero como expresé al principio no es hora de buscar las causas de la única derrota.

Es la hora de festejar. De volver a cantar, a gritar, a emocionarse, a dejar correr las lágrimas por nuestro rostro, iluminar con fuegos artificiales para reflejar la alegría de ver un sueño hecho realidad: el volver a estar en el primer nivel del básquetbol mundial.

EDUARDO ALPERÍN es periodista deportivo desde 1958. Fue prosecretario de deportes del diario La Nación de Buenos Aires y cubrió los Juegos Olímpicos de Montreal 76, Moscú 80, Los Angeles 84, Seúl 88, Barcelona 92, Atlanta 96 y Sydney 2000. Actualmente es jefe de prensa del Comité Olímpico Argentino, asesor de prensa de la Asociación Argentina de Polo, cubre el área de prensa de ESPN Sur y es columnista de ESPNdeportes.com.

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martes, 10 de septiembre