Las lágrimas brotaron de sus ojos como nunca antes. Esa fue la imagen que nunca imaginamos porque él siempre estaba. Porque pasaban los años, los torneos y Luis Scola era una fija en el seleccionado argentino. Cualquier entrenador desde 1999 a 2021 solo debió elegir a 11 para su plantel. Había uno que era inseparable de la selección. Hasta hoy. Hasta ese llanto del tipo duro que pensábamos que nunca veríamos emocionarse así en público.
Luis siempre quería jugar. No quería perderse un solo momento con la camiseta que tanto y tan bien representó. Por eso lo sorprendió ese cambio cuando restaban 51,4 segundos de la derrota contra Australia. Porque pensó que iba a jugar hasta el último instante. Porque nos hizo creer que lo veríamos adentro de la cancha cuando se escuchara el sonido del final.
Primero ese saludo tímido de Juan Pablo Vaulet al ingresar por él. Después, el choque de manos con todos sus compañeros. El reconocimiento del cuerpo técnico y de todo el banco de suplentes. También de los que esperaban adentro de la cancha para terminar el encuentro. Y se sumaron los australianos. Y el juego no continuaba porque todas las personas presentes en el estadio lo aplaudían. Agradeció con la mano en alto un par de veces. Y esos aplausos con el partido en pausa para homenajearlo se hacían cada vez más fuertes para traspasar las pantallas y llegar a todos los rincones del mundo. Y se quebró. No pudo contener las lágrimas. Luis Scola soltó las últimas gotas con la camiseta argentina puesta. Y esta vez no fueron de sudor sino de emoción. Y llegó desde atrás Facundo Campazzo, también con los ojos llorosos, para darle un abrazo. Ese abrazo que representó el de tanta gente.
"Estoy con la guardia baja, no me lo esperaba, pensé que iba a terminar el partido jugando. Levanté la cabeza y vi a los rivales, los periodistas, el poco público...me golpeó un poco. Es un regalo que me llevo para siempre, lo agradezco mucho. El respeto de tus compañeros y de tus pares es el premio final, lo máximo que uno puede conseguir. Ya me iba bien, pero con esto me voy un poco mejor. Me voy en paz", dijo Scola apenas finalizado el partido en una entrevista con la TV Pública.
Ese adiós que nadie quería y al mismo tiempo era inevitable llegó. ¿Cuánto más podía darle Luis al seleccionado argentino? En Tokio disputó sus quintos Juegos Olímpicos. Ya había jugado cinco Mundiales. Y nueve torneos continentales. Y nunca dijo que no. Lo dio todo.
El juego terminó, pero ya había quedado en un segundo plano. El triunfo de Australia ya era un hecho desde hacía varios minutos. La eliminación de Argentina en cuartos de final estaba sentenciada. Pero esa despedida no cambia en nada el camino recorrido. Porque ese Luisito que con 19 años se puso por primera vez la camiseta argentina en el seleccionado de mayores, recién se la sacó a los 41 ya siendo Luis. Nadie la vistió más que él. Nadie metió más puntos que él. Nadié la honró más que él.
Al talento, Scola le sumó una disciplina de trabajo de una exigencia superlativa. Y les marcó el rumbo a quienes compartieron planteles con él. A aquellos dorados y a quienes fueron llegando. Todos lo tuvieron como referente, como líder. "Mucha gente puede decir cosas de mí, buenas y malas, pero nunca nadie va a decir que no trabajé. Yo con eso ya estoy tranquilo. Quería llegar a hoy de esa manera, pensando en que nunca nadie va a poder decir que no estaba preparado. La selección es más que nombres. Siento que a Argentina le di mi máximo compromiso, mi máximo esfuerzo y los mejores años de mi carrera", dijo Scola.
Sergio Hernández lo abrazó en pleno partido. Lo abrazó también después. Ya se había abrazado a él desde que llegó para dirigir al seleccionado. En 2007 Oveja lo eligió como capitán y Scola respondió con creces en un momento de muchas ausencias. Y Hernández se dio cuenta de que contaba con alguien diferente. "Nuestra relación empezó yo como maestro y él como alumno y terminó al revés. Yo no fui su mejor entrenador pero él sí es el mejor y más increíble jugador que haya nacido en nuestro territorio, nos llevó a lugares insospechados. Se lo agradezco de corazón. El legado que deja Luis es increíble. En algún momento todos nos pusimos atrás de él por su nivel de liderazgo, por su ejemplo de vida, de constancia, de ética de trabajo, de lucidez, de respeto y de honrar lo que hace. Con Luis aprendí que ganar es chiquito, que lo más importante es honrar cada segundo de cada día lo que hacés en la vida. Siempre va a estar en mi corazón. Necesitamos ejemplos como el de él", dijo el entrenador después del encuentro.
Campazzo compartió plantel con Scola desde Londres 2012. Recibió muchas de sus enseñanzas. Y en este punto final del capitán con la camiseta argentina, ofreció sus sensaciones: "Todos los que estuvimos en el estadio tenemos que estar orgullosos de haber estado en la despedida de Luis. Hay un antes y un después de él. Cambió todo para bien, nos empujó siempre al 100%. Me siento honrado de haber compartido con él, es un privilegio. Lo vamos a extrañar muchísimo. Estuvo en dos generaciones increíbles y en todo momento nos ayudó a que no nos compararan con la anterior y a que creáramos nuestra propia historia".
Luis Scola y la selección argentina parecía que nunca iban a andar caminos separados. Pero un día iba a llegar ese adiós. Agarró la pelota, la tomó con fuerza, todavía con la camiseta número 4 puesta aunque el cronómetro ya estaba en cero. Y con paso firme, con la dureza de siempre, pero con las lágrimas de ahora, las que antes no había mostrado, las que no habíamos querido soltar, se fue caminando solo de una cancha semivacía en la que todavía retumban los aplausos que recibió por ser una de las máximas leyendas de la historia del básquetbol.