La NBA necesita una nueva rivalidad como el aire. El último gran enfrentamiento que aún levanta suspiros es el de LeBron James frente a Stephen Curry. De Cleveland a San Francisco en un viaje interminable: se enfrentaron en cuatro Finales, con tres triunfos para Steph y uno para el Rey.
Pero los números no terminan ahí: jugaron 54 veces en total, James vence 13-12 a Curry en serie regular, pero Steph le gana a LeBron 17-12 en partidos de postemporada y play-in.
El tracking de partidos entre sí y logros se da producto de la relevancia de la rivalidad. Como pasó alguna vez con Bill Russell y Wilt Chamberlain. Como sucedió luego con Magic Johnson y Larry Bird. Herederos de una narrativa que se necesita. Que nos obliga a creer. Enemigos dentro de la cancha, amigos fuera.
Adam Silver debe soñar con algo así. Porque sabe que eso impulsa el morbo, y con el morbo, los ratings televisivos. La discusión donde sea. En las casas, en los programas de cadena nacional, en las redes sociales. Entre amigos. Con la familia. Con desconocidos.
Aún se discute sobre quién es mejor, si Michael Jordan o LeBron James. Ese juicio, con infinitos alegatos, motoriza la pasión. Les hace, a los fanáticos, pertenecer. A un jugador, a un equipo, a una época.
La NBA 3.0 está carente de rivalidades. Todos sabemos que Nikola Jokic es el mejor jugador del mundo. Quizás Shai Gilgeous-Alexander, Luka Doncic y Giannis Antetokounmpo tengan cosas para decir, pero en este póker de estrellas, todas internacionales, ninguna tiene una némesis que se contraponga. La marquesina es individual o de equipo, como ocurre con Boston Celtics. Nunca hubo un campeón más justo que el año pasado y tampoco uno tan aburrido. Por superior de punta a punta y porque sus estrellas, Jayson Tatum y Jaylen Brown, son jugadores fantásticos pero si hablamos de carisma, se llevaron esa materia a marzo. No es personal, es lo que es. Piensen en contrapunto a otras estrellas celtas: Larry Bird, Kevin Garnett y Paul Pierce. Sabrán de qué estoy hablando.
Los fanáticos lo sienten. Y la NBA lo lamenta.
Edwards vs. Morant y Wemby vs. Holmgren, las rivalidades del futuro
En esa línea surgen dos líneas de rivalidad que la liga debería explorar. La primera, la de Victor Wembanyama, el alien de San Antonio Spurs, y Chet Holmgren, el interno de Oklahoma City Thunder. Jugaron poco entre sí, pero cuando lo hicieron fue interesante. Eso sí, tampoco sobresale ninguno de los dos por ser un canto a la emotividad. Se enfrentaron en la final del Mundial U19 de Letonia en 2021, con triunfo para Holmgren (Estados Unidos) sobre Wemby (Francia). Pero claro, Chet se fracturó la pelvis en noviembre y no hay fecha estimada de regreso, por lo que este cruce por ahora es una hipótesis más que una realidad.
La otra línea de rivalidad es mucho más clara y enérgica. Ja Morant, base de Memphis Grizzlies, frente a Anthony Edwards, escolta de Minnesota Timberwolves. Los dos jugadores más espectaculares de la NBA cara a cara. Pertenecen a la época del social media: generan reels uno tras otro con jugadas fantásticas, despegues hacia el aro, y anotaciones imposibles. Y se parecen. Son provocadores, temerarios y verborrágicos. La NBA podría tomar nota de esto y hacerlos competir en un duelo de volcadas en un All-Star Game. Cualquier similitud con Michael Jordan vs. Dominique Wilkins sería mera coincidencia.
Los cuatro jugadores nombrados, candidatos a conformar las futuras rivalidades, tienen un factor común: pertenecen a mercados pequeños de la NBA. Al menos por ahora. No son ni New York ni Los Angeles sino San Antonio, Oklahoma City, Memphis y Minnesota. ¿Punto en contra? Faltan las luces de las franquicias más encumbradas ¿Punto a favor? Tienen la hoja en blanco para escribir historia grande en sus equipos.
De los cuatro, solo Wembanyama pertenece a una franquicia con historial de campeonatos. Incluso de dinastía. Morant, Edwards y Holmgren no solo no levantaron jamás un trofeo Larry O'Brien sino que en las oficinas de sus equipos nadie sabe cuánto pesa la copa.
Esto nos provoca la siguiente reflexión: la NBA tiene que entender que sus potenciales rivalidades son aspiracionales. Ninguno de ellos ha competido absolutamente por nada relevante. Es un proceso. Como Sam Presti hizo con los picks de Draft en el Thunder, Silver tiene que poner peldaños en la escalera imaginaria para edificar un producto con héroes y villanos que aún no existe. Tiene que ser, pero también tiene que parecer. El guion es importante y como tal hay que transmitirlo: vender bien esos partidos entre sí, y que los jugadores entiendan que esos cruces no pueden ser entre sonrisas. Si los fanáticos detectan chispas, anticiparán que puede existir fuego.
Como Prometeo, puede ser el principio de todo.
La NBA atraviesa un momento de interrogantes. De preguntas a la búsqueda de respuestas. De armar una NBA Cup, algo impensado tiempo atrás, a la chance de sumergirse de lleno en Europa. De firmar el convenio colectivo de trabajo a combatir el load management. De la revolución del triple a no descartar nuevas reglas. La liga entra en modo desafío porque los mercados no duermen. La inteligencia artificial no corre: galopa al ritmo de la vanguardia, siempre inspirada en revoluciones, cambios y progreso sistemático.
LeBron James tiene 40 años. Stephen Curry 37. El mundo que desaparece necesita uno nuevo que lo reemplace. Estados Unidos, además, necesita un nuevo Capitán América que lo represente.
El juego de tronos de la NBA, por primera vez en la historia, está vacante y sin candidatos firmes a la vista.
Lo que no sale de manera natural, hay que trabajarlo.
Ya no es ni deseo ni esperanza: bienvenidos, entonces, a la era de la necesidad.