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Facundo Campazzo, la NBA y el poder de los sueños

Despedida de Campazzo en el Real Madrid. EFE

Facundo Campazzo confirma que deja Real Madrid para firmar por dos años con Denver Nuggets. En la Casa Blanca, acostumbrados a concretar contratos multianuales de números estratosféricos, observan la situación con incredulidad. Le explican que hay una cláusula millonaria que hace las cosas inviables, pero Campazzo, en vez de dudar, acelera. Lo mismo que hace en la cancha, lo hace ahora en las oficinas. Podría refugiarse en la tranquilidad de una zona de confort que lo garantiza todo, pero Campazzo, aventurero, dice que no. Que las cosas serán como él decida. Y se arriesga. Un alarido de libertad que destruye cadenas, que reescribe libretos, que escapa a su manera de los agoreros de lo esperable para sumergirse en las aguas de lo impredecible. Campazzo sabe que es ahora o no será nunca. No busca caminos alternativos ni inversionistas desquiciados: dice, con total naturalidad, que será el quien pagará la cláusula de seis millones de euros para irse. Descabellado. En la NBA, ni siquiera preguntan: si está el dinero, no importa de donde sale. Si está loco, allá con él. El contrato de dos años que le ofrecen arruina un potencial negocio para sus arcas: esos seis millones, por los próximos dos años, esconden la obligación de deducir al menos un 30% de impuestos, lo que significa que Facu pagará por ponerse los cortos hasta 2022.

Repito: pagará por jugar en la NBA.

¿Por qué un jugador elite, en la plenitud de su carrera y con expectativas de ampliar sin demasiado esfuerzo sus cuentas bancarias hace una cosa así? Digamos que este fichaje, que muchos tildan de desafío, no es otra cosa que la concreción de un sueño que evita verse postergado. Una promesa marcada a fuego con uno mismo en alguna noche pesada de algún verano cordobés. En una agencia libre NBA de números obscenos y pases cuestionables, Campazzo edifica una ruta ilógica para un mundo capitalista extremo. En una economía detenida por el coronavirus, en un país en el que los números están para imponerse siempre a las ideas, Campazzo abraza la incertidumbre. Demuestra, una vez más, por qué el fanático de a pie lo admira pero por sobre todas las cosas lo quiere; la emoción, con él, suele estar por encima de la razón. Esta vez, sin pisar la cancha, construye una jugada memorable de atrevimiento, una apuesta inverosímil que como tal contiene riesgo en sus entrañas, pero que también puede transformarse en una oportunidad única de trascender. Empuja las fichas y deja todo arriba de la mesa para poder ver las cartas del rival. El objetivo no será ganar o perder, sino evitar quedarse con la duda.

Animarse, en definitiva, no es algo hecho para todos.

Campazzo se presenta, una vez más, como una brisa refrescante en un profesionalismo que agobia. No anda con vueltas: hace lo que los demás dicen que harían pero que en realidad nunca se atreverán a hacerlo. Compañeros, entrenadores y fanáticos se unen en una cruzada de apoyo. Es una defensa colectiva. Allá están, entonces, los Felipe Reyes, Sergio Llull, Rudy Fernández y demás leyendas del Real Madrid cruzando los dedos para que el navío hecho en Córdoba encuentre tierra firme en su odisea hacia El Dorado. Para que la fantasía del mundo Campazzo que ellos conocieron en Madrid sea descubierta en Denver. Su traspaso, su ticket de oro hacia la meca del básquetbol, no es otra cosa que una enseñanza encubierta.

En la vida, las mejores cosas no se hacen por plata.

Campazzo, ahora, vuelve a padecer el escepticismo general. Lo sufrió en la Liga Nacional, en la Selección, en Europa y ahora será en la NBA, con analistas acostumbrados a bastardear lo desconocido. Si le pasó a Luka Doncic, ¿cómo no le va a pasar a Campazzo? Es cierto, Facu mide 1.81 metros en una liga acostumbrada a biotipos de excelencia, que juegan por encima del aro, por lo que muchos se ven tentados a sacar conclusiones antes de tiempo. El problema en el mundo de las redes sociales es que la ignorancia, siempre atrevida, encuentra adeptos a velocidad geométrica. Y en cada posteo disfrazado de dogma, gana confianza. Campazzo llega a la NBA con muchos kilómetros recorridos. Mike Malone, un entrenador que llegó a los Nuggets volando bajo el radar pero que demostró su valor ante el mundo en la pasada burbuja de Orlando, sabe lo que tendrá entre manos. El base argentino necesitará aclimatarse, competirá entre los perimetrales para acompañar a Jamal Murray con Monte Morris, Gary Harris y Will Barton, pero tiene todo para triunfar: defiende con intensidad, cuenta con una velocidad de piernas encomiable, es un tiempista de excelencia y crea juego como pocos. ¿Acaso importa si será titular? La experiencia Manu Ginobili, uno de los mejores sexto-hombre de la historia del básquetbol, debería enseñar bastante acerca de lo que significa ser un jugador de equipo. En definitiva, importa más quien termina los juegos que quien los empieza.

Con el arribo de Campazzo y la presencia de Nikola Jokic, Denver se perfila como el equipo más pícaro de toda la competencia. La creatividad y la ocurrencia al servicio del aficionado. Dos jugadores que utilizan sus deficiencias, el primero la altura y el segundo el peso, para demostrar que el básquetbol, más allá del físico, es para los inteligentes. Campazzo lo ha demostrado en innumerables oportunidades en Real Madrid: sus compañeros no son otra cosa que extensiones de su cuerpo. Herramientas que le permiten alcanzar lo que su porte diminuto no puede. ¿Cuántas veces hemos visto a Walter Tavarez finalizar acciones nacidas del intelecto de Campazzo? Miles. Usar lo mejor del otro para alcanzar el máximo grado de eficiencia. Con un pase oblicuo, encontrar un tirador abierto. Con un latigazo lacerante, ejecutar un alley-oop oportuno. Con un amague ocurrente, encontrar una ventaja inexplorada. Con una rotación defensiva oportuna, la diferencia para ganar un juego.

Campazzo es, en sí mismo, una fisura. En un deporte pensado para gigantes, él cautiva porque luce como un ciudadano de a pie. Casi un oficinista. Pero detrás de su figura de absurda normalidad se esconde algo extraordinario. Como los superhéroes, oculta su identidad entre la multitud y se descubre cada vez que toca una pelota de básquetbol. Un rompe-sistema capaz de quebrar reglas en función de conquistar un objetivo. Correcaminos histriónico, insoportable, meticuloso, y por sobre todas las cosas, un abanderado de la alegría. Extrovertido, locuaz y ocurrente. Magnetismo absoluto para la tribuna: si juega Campazzo, no se discute, se paga la entrada. Seduce, conmueve y avanza. El barrio que derrota a la ciudad. Cordones desatados en una final del mundo. Camisa abierta y zapatillas en una cena de etiqueta. Campazzo es ilusionismo en estado puro, porque parece una cosa pero es otra. Contradicción escalofriante: mentalidad de cerrojo escondida detrás de una sonrisa adolescente, despojada de preocupaciones.

"Debo ir a cumplir mi sueño. Llevo una vida esperando concretarlo", dice Facu en su carta de despedida de Real Madrid. Y su decisión atípica para la mayoría, es esperable en una persona como él, acostumbrado a esquivar los lugares comunes. Desde que apoyó la cabeza en la ventana del colectivo que lo trasladó desde Córdoba a Mar del Plata siendo solo un jovencito de 16 años, un zumbido lo persigue. Y es momento de quitárselo. Se vive como se juega y se juega como se vive. Detrás de esta decisión, de este salto al vacío, hay un halo de frescura. Basta por favor de ser tan predecibles. Basta de ser engranajes lógicos de una maquinaria aburrida. El mundo necesita más locos así, porque los sueños se persiguen, las convicciones se sostienen y a la adversidad se la enfrenta.

Campazzo deja Real Madrid con once títulos ganados en la Casa Blanca, siendo 26 en total en su carrera. Sin embargo, en la NBA, todavía no lo conocen.

Prepárense, entonces, para descubrirlo.

Es solo cuestión de tiempo.