Joe Torre, una de las voces más respetadas en el mundo del béisbol, encabeza una delegación de Grandes Ligas que el martes 15 de diciembre iniciará una visita histórica a Cuba.
Histórica por muchas razones y que podría marcar un punto de giro definitivo en las relaciones beisboleras entre Estados Unidos y Cuba.
Para nadie es un secreto que desde el pasado 17 de diciembre del 2014, cuando Barack Obama y Raúl Castro anunciaron la intención de restablecer relaciones diplomáticas después de más de medio siglo de enemistad, los directivos de MLB pusieron inmediatamente sus ojos sobre el mercado más cercano y natural que pueden tener las Mayores.
Pero como mismo no se reparan en meses vínculos rotos por 50 años, tampoco es fácil restaurar las relaciones beisboleras con sólo chasquear los dedos.
Torre va al frente del grupo que incluye al también miembro del Salón de la Fama Dave Winfield y a varios de los mejores jugadores de la actualidad, como el zurdo Clayton Kershaw, el dominicano Nelson Cruz y el venezolano Miguel Cabrera.
Es la primera embajada ligamayorista en la isla desde el viaje de los Orioles de Baltimore en 1999.
Pero más extraordinario aún es que en el grupo viajan cuatro peloteros cubanos que jugaron en la isla y que hasta ahora eran considerados por el gobierno como traidores: José Abreu, Alexei Ramírez, Brayan Peña y Yasiel Puig.
Más allá de que las autoridades cubanas pusieron como condición para dejarlos formar parte del grupo ciertas restricciones de movimientos dentro del país, el hecho de que hayan dado luz verde a su presencia es un paso de avance enorme, gigantesco, sobre las futuras relaciones beisboleras bilaterales.
Esa no es una decisión de los federativos cubanos. Eso viene desde el más alto nivel de la nomenclatura cubana, entiéndase Raúl Castro, pues en un país donde el poder está tan centralizado, nadie se atreve a autorizar algo que pueda tener semejante impacto.
Cuba estaría apostando entonces a la diplomacia beisbolera como punta de lanza para romper el ya resquebrajado, pero aún vigente embargo comercial.
El que peloteros residentes en la isla puedan venir a Estados Unidos a jugar béisbol y regresar tranquilamente a pasar el invierno en la isla puede representar un ingreso considerable para las arcas vacías del gobierno cubano.
La cuestión clave a negociarse entre las partes es cómo será ese proceso, en el que hasta ahora Cuba se ha manejado como agente único de los peloteros contratados en otras ligas extranjeras, apropiándose de una parte del contrato que supera el porcentaje establecido en las Grandes Ligas.
Sin embargo, no existe un criterio claro establecido sobre el que se han basado esas contrataciones en Japón, Canadá, México o Colombia y hasta ahora todo ha quedado en la decisión de los jerarcas del béisbol cubano, sin que los jugadores tengan poder de decisión.
La opción más lógica es el sistema de posteo, similar al que existe con Japón. Los equipos interesados en tal o más cual jugador deberán abonar una cifra determinada de dinero por los derechos a negociar con los peloteros, quienes posteriormente quedarían libres de contratar a un agente profesional que los guíe en las negociaciones contractuales.
Pero los japoneses tienen que cumplir determinada cantidad de años de servicios en su país antes de ser elegibles por las Mayores, algo que en teoría está establecido en Cuba para quienes van a jugar a otros países, pero que en la práctica ha sido violado una y otra vez.
Hay mucho que reconstruir y para ello es imprescindible primero derribar muros con golpes de buena voluntad, dejando de lado recelos y paranoias.
Pero toda construcción comienza por el primer ladrillo y ese será colocado esta misma semana con la histórica visita de la delegación que encabeza Joe Torre.