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Alemania con gripe es aún más mortífera

RÍO DE JANEIRO, Brasil -- La mano de Neuer. La mirada con estrabismo de Benzema. El pie de Kroos. La cabeza de Hummels. La simplificación de la anatomía de una victoria alemana.

1-0 sobre Francia. Y a partir del minuto 13, desapareció la pomposa Alemania. Y apareció la obrera, la musculosa: el Nationalelf (El Once Nacional), el colectivo.

Siete alemanes habían sufrido de gripe, fiebre, dolores, garganta irritada. En Alemania nadie ha muerto de eso.

Alemania sufre una pandemia de gripa, pero los velatorios los montan al pie de la Torre Eiffel. Alemania enfermó de gripe para que Francia muriera de neumonía.

Alemania es un país donde los muertos acuden a entregar el acta de defunción para que no los despidan de su trabajo antes del funeral. Si ocurre después del funeral, ya no importa.

Que no agradó ni embelesó ni subyugó Alemania, la ventanilla de quejas por ese tema, está cerrada, la han convertido en almacén de trofeos. La victoria es un dogma de vida en este país.

Por eso sospechan de Pep Guardiola. En un país que para decir gracias dice "danke", y en realidad suena a "tanque", es evidente que la belicosidad competitiva es parte de su ADN.

Y Guardiola quiere quitarle bayonetas y poner rosas --sin espinas-- a una infantería que juega al futbol cuando es una misión de someter a la esclavitud al adversario. Es difícil pedirle a un soldado que se vuelva horticultor, o pretender que un verdugo se convierta en maquillista.

Joachim Löw mandó a su banda de griposos y constipados a que se desgarraran los pulmones ante Francia. Lo había advertido el jueves en la conferencia de prensa: "Habrá que esperar. Tal vez estén enfermos, pero (siendo alemanes) estarán listos".

Y Alemania, con más estornudos que faltas, hizo lo necesario para ganar, aunque también hizo lo recomendable para golear a Lloris, pero seguramente patear a gol con los ojos llorosos les impidió marcar un par de tantos.

Convencidos de que los fundamentos emblemáticos de "igualdad, lealtad y fraternidad", son principios de la decadencia de los perfumados franceses, los alemanes cerraron espacios y de repente el gnomo, que había sido desquiciante frente a hombres más torpes de espíritu que de piernas, se vio enjaulado y Valbuena dejó de creerse el Messi galo y de tratar de inventar una nueva teoría de los clones del futbol de acuerdo a la estatura.

Alemania puede matar de aburrimiento cuando se dedica a ser el malo tras unos chispazos de jugar al bueno. El problema es que en ese proceso de fastidioso tedio se lleva entre la apatía al adversario. Y en el Maracaná, en el templo donde los juglares del pueblo brasileño son venerados, la escuadra de Löw se dedicó a ganar el partido dejando bocas abiertas por los bostezos.

Con el termómetro bajo la lengua en el vestidor y con esa sensación incómoda de escalofríos, los alemanes escucharon el discurso de su entrenador antes de salir a la cancha.

"Les dije que era el momento de jugar nuestro mejor futbol para vencer a Francia. Lo entendieron y lo hicieron", explicaría el mismo entrenador después del partido.

Löw se amparó en la redundancia. Le prestó el púlpito a Perogrullo y exigió algo muy simple: les pidió a los alemanes que fueran alemanes. Y para los alemanes no hay ofensa más grave que alguien los cuestione si honran su raza.

La frase está castigada por abuso. Es tan legítimamente auténtica que ya es ilegítimamente promulgada por todos.

Gary Lineker explicó que el futbol es un deporte que inventaron ingleses como él, pero en el que siempre --o casi siempre-- ganan alemanes como los de este viernes por la tarde en el Maracaná.

Alemania volvió a ser Alemania. Francia volvió a ser Francia.

Unos se perfuman con pólvora. Otros con Chanel No.5.