En el futbol existe la creencia —sobre todo de los aficionados, pero también de algunos periodistas— de que el cambio de entrenador en un equipo supone una solución mágica a los problemas que arrastra, y no hay nada más erróneo que eso.
Una sola persona por más que sea la cabeza, guía, referente, quien conduce el barco pues, por sí sola es incapaz de modificar una realidad, y mucho menos en un corto tiempo.
Sin embargo, es verdad que en ocasiones un ‘golpe de timón’ es necesario o hasta indispensable, y a todas luces en el FC Barcelona ese es el escenario.
Ronald Koeman está absolutamente rebasado —siempre lo estuvo, pues no era DT para el Barça— y su gestión no da para más. Perdió la credibilidad de la directiva, y lo más importante, la de sus futbolistas.
Mientras él sale a declarar que tiene una plantilla muy pobre y que aspirar a ganar LaLiga o trascender en la Champions es una meta inalcanzable, dos de los capitanes —Piqué y Sergi Roberto— lo contradicen públicamente.
Los partidos ante el Granada y Cádiz sencillamente desnudan lo que ha sido un periodo oscuro en la historia del Barça con Koeman como entrenador: un equipo que no respeta su filosofía, que no tiene mejoría en ninguna de sus líneas y que se mantenía ligeramente a flote gracias a Leo Messi, pero nada más.
No hay un sistema, no hay un estilo, y sí hay un entrenador que se llenó de poder y soberbia sin argumento alguno salvo haber ganado un trofeo menor como la Copa del Rey.
Koeman ha cambiado de discurso cada que empeoran los resultados del Barcelona, y no se diga el accionar del equipo, pues ante la salida de Messi instó a pasar página, convencido de que el plantel que se quedó sería capaz de sobrevivir sin el argentino.
No van ni dos meses de temporada y en reiteradas ocasiones —hasta el lamentable comunicado que leyó antes del partido ante el Cádiz— ha reiterado que el equipo con el que cuenta no alcanza para competir y que terminar entre los primeros cuarto de la tabla prácticamente será un gran logro.
La crisis del club a nivel económico y deportivo es innegable, pero no al grado de quedar exhibido como un equipo chico y carente de recursos ante rivales tan endebles como el Granada y el Cádiz.
Koeman puede hablar de que apuesta por los jóvenes, de que tiene a hombres importantes lesionados y de que se fueron Messi y Griezmann, pero desde que dirige al club no ha sido capaz de hacerlo jugar bien, de que de forma progresiva se noten mejoras en su funcionamiento o de que la defensa alcance cierta solidez. Nada.
Son los resultados y sobre todo la forma en la que se consiguieron lo que ha condenado a Koeman. Un entrenador que tras más de dos décadas dirigiendo llegó al Barça gracias a una acción desesperada del innombrable expresidente Josep María Bartomeu.
Aplaudir el ‘valor’ del holandés por tomar al equipo en crisis sería tanto como creer que cualquier trabajador que es contratado para resolver un problema es un fuera de serie por realizar la labor para la que se preparó durante muchos años.
No pasa nada si se dice —porque la realidad no miente— que Koeman fracasó de forma estrepitosa en su faceta como técnico del club en el que forjó una leyenda en su etapa de futbolista.
Hoy es así y es momento de que el FC Barcelona pase página e inicie una verdadera reconstrucción, la cual va a doler, pero ya no se pude perder más tiempo.
Barcelona no es un equipo de “es lo que hay”; Barcelona es “más que un club”, y así debe entenderlo y manejarlo el próximo entrenador.