La unión nos hace tan fuertes como débiles la desunión -- Ésopo
Esta es la historia de un sueño fragmentado. Una ilusión hecha añicos entre lluvias de balas, lágrimas de pólvora y odio diseminado entre familias que alguna vez supieron ser amigas.
Allí está de nuevo Dragan Stojković, hoy entrenador de Serbia para el Mundial de Qatar 2022, eludiendo rivales uno tras otro con la complicidad de un público expectante. Nada por aquí, nada por allá. Ahora me ves, ahora no me ves. Es el año 1990, mes de marzo, y Stojković viste la camiseta de Estrella Roja de Belgrado, uno de los poderosos del fútbol balcánico de aquellos años, con orígenes serbios.
Faltan solo meses para jugar el Mundial de Italia 1990 y Yugoslavia unida -será la última vez que se la vea así, límpida, poderosa, profunda- apunta a ser protagonista principal de un torneo plagado de estrellas de primera línea.
Sin embargo, la historia cobija en sus entrañas una pesadilla que empezará en una cancha de fútbol y continuará por más de una década en las calles, dejando el saldo escalofriante de más de 100.000 muertos.
Enfrente a Estrella Roja está el Dinamo Zagreb, con raíces croatas. El aire se corta con cuchillo en el Maksimir Stadium. Hay un clima enrarecido en las tribunas que se desprende de los constantes conflictos surgidos en la década del '80, pero este día se desatará el desastre. La tormenta que atormentará generaciones, el embudo de tristeza y desolación que provocará heridas imposibles de cerrar en el tiempo. Y que acabará por siempre con el fútbol serbio. Este día, maldito en el calendario de una región sufrida, significará la explicación de los constantes fracasos en las citas mundialistas posteriores.
Yugoslavia tenía un equipo maravilloso. Arte con los pies en estado puro, genios desparramados a lo largo y ancho de la cancha. Pongamos en contexto: en el once de Estrella Roja había siete jugadores, entre los que figuraban Stojkovic y Robert Prosinecki, que serían titulares en la final de la European Cup en Bari al año siguiente. En Zagreb, estaban, entre otros, Davor Suker, estrella de Real Madrid, y Zvonimir Boban, talento de AC Milan.
Juntos, pudieron ser indestructibles. Separados, la gloria siempre les dio la espalda.
Tanto Serbia como Croacia querían ser estados independientes. El partido se da dos semanas después de que la Unión Democrática Croata (HDZ), liderada por Franjo Tuđman, ganara las primeras elecciones parlamentarias libres en Croacia. El programa ultranacionalista que tenían no parecía traer una solución pacífica a la crisis yugoslava imperante. Era cuestión de tiempo que se desatara una guerra civil.
Comenzaron entonces los cánticos nacionalistas, con banderas independentistas a cuestas y eje en los líderes políticos de aquel entonces. La situación empezó a desmadrarse al punto tal que los policías, con clara intencionalidad, dejaron zonas liberadas y eso provocó que los fanáticos de Estrella Roja y Dinamo Zagreb se encontraran en las tribunas para desatar una de las peleas más escandalosas de la historia del fútbol.
Dentro de la cancha, los jugadores se quedaron en el estadio. Y fue Boban el que con una patada voladora golpeó a un policía para terminar de desatar una batalla que continuaría luego en las calles entre los Delije y los Bad Blue Boys, ultras de ambos equipos. El saldo: 65 fanáticos detenidos, 79 policías lesionados y cientos de heridos. Las piedras volaban a centímetros de la cabeza de los niños en el estadio. Los gases no permitían respirar.
Muchas fuentes coinciden en que Arkan, Zeljko Raznatovic, estaba entre los Delije aquel día. Arkan fue un reconocido comandante de la fuerza paramilitar serbia durante las guerras balcánicas, condenado por crímenes de lesa humanidad en la corte de La Haya en 1997. Fue asesinado en un hotel de Belgrado en 2000.
La patada de Boban tendría consecuencias deportivas también. Por ese hecho, no formó parte del equipo yugoslavo en Italia '90, pero terminó siendo considerado un héroe en su país. La disociación entre estrellas del mundo del deporte, y la caída de seleccionados poderosos, se asocia también a la ocurrida en el básquetbol con Vlade Divac y Drazen Petrovic, examigos divididos por el maltrato a una bandera croata luego de conquistar el título mundial el mismo año en el estadio Luna Park de Buenos Aires, Argentina.
Mientras Croacia logró alcanzar algo de éxito en el fútbol mundial con un tercer puesto en Francia 1998 y un subcampeonato veinte años después en Rusia 2018, el fútbol serbio se desplomó para siempre.
En cuanto a Serbia, pasado el Mundial 1990, las sanciones impuestas por la Unión Europea no le dejaron jugar la Eliminatoria a Estados Unidos 1994 ni participar de la Eurocopa 1996. Llegó a octavos de final en Francia 1998, pero no clasificó en Corea-Japón 2002 ni en Brasil 2014, siendo eliminado en primera ronda en Alemania 2006, Sudáfrica 2010 y Rusia 2018. Todo un fiasco para un territorio que supo tener figuras de la talla de Dejan Savicevic, Predraj Mijatovic, Savo Milosevic y Dejan Stankovic, entre otros.
El quiebre del fútbol serbio no fue fortuito. En el deporte grupal la unión es clave para alcanzar méritos y la guerra, injusta, dolorosa, profunda e inexplicable a los ojos del mundo, caló hondo en las almas y corazones de todos los habitantes de estas tierras. El tiempo trajo falta de financiamiento, infraestructura destruida y corrupción en distintos estamentos.
Quizás la brisa de renacimiento que generó el Mundial Sub 20 de 2015, la única Copa Mundial ganada por Serbia en su nueva historia, signifique algo de esperanza rumbo a Qatar 2022. Pero lo cierto es que en este país, la política abrazó por décadas al deporte conformando un candado imposible de romper. Proscriptos, golpeados, abatidos, los representantes de Serbia buscarán por primera vez quitarse un lastre mental que los agobia como a ninguna selección en el mundo.
Dragan Stojković, exdirigente, hoy entrenador, ayer jugador de uno de los partidos más dramáticos de la historia del fútbol, buscará con su experiencia dar vuelta la hoja, transmitir valores a sus dirigidos y hacer, finalmente, historia grande.