Tigres y Rayados se enfrentan y dignifican el valor del trofeo de la Concacaf. También, el duelo promete cambiar parte de la mentalidad de los clubes mexicanos. Hoy, para los dos, inobjetablemente, es más importante el título regional que el de la Liga MX, siendo que ambos serán grandes favoritos en mayo, cuando comience la Liguilla. Tigres y Rayados, sus grandes inversiones, sus fantásticas plantillas, dos excelentes entrenadores, un estadio pasional y legendario, otro, fastuoso y moderno. Todo está en su lugar para que seamos testigos de una batalla histórica y sí, por la Concacaf…

Rayados, Tigres
Imago 7Rayados y Tigres previo al Clásico Regio.
 

SAN DIEGO, California.- “La madre de todas las batallas”. Y es que la Final Regia dignifica, enaltece y le da un valor diferente al título de la Concacaf.

Puede que estemos, por primera vez en la historia, ante un escenario donde los clubes mexicanos se vean más obligados a obtener un torneo internacional que la competencia doméstica. Para Tigres y para Rayados, grandes favoritos para ganar la lLiguilla de mayo, la final que comienza este martes en el Estadio Universitario, promete dejar una huella imborrable en ambos equipos.

El futbol mexicano siempre ha sido un futbol de carácter local, incluso cuando se competía en la Libertadores, parecía que había siempre mayores pretensiones y reconocimientos con el torneo doméstico. ¿Se le valora como se le tiene que valorar al título que consiguió el Pachuca en la Copa Sudamericana del 2006? La realidad es que no. El club mexicano cuenta tanto por los cetros que ha ganado en su propia tierra.

Pero el Monterrey-Tigres está para ambos clubes, por encima del trofeo de la Liga MX. Ellos le dan otra dimensión al juego, al resultado, a la batalla, a la pasión, la polarización de la ciudad y al entendido de que hay algo más que un partido de futbol entre estos dos.

Tigres y Rayados han cambiado de alguna forma, las prácticas y costumbres del futbol mexicano. Las grandes inversiones, la necesidad de reforzarse por la competencia interna que ejerce el rival, la batalla particular entre ambos por ser mejor ha propiciado que la Liga MX sea mejor. Ahora, ambos trasladan esa competitividad a un torneo internacional, que hace algunos años, no valía para nada o para muy poco y que hoy, ante la desaparición del Mundial de Clubes, tampoco tiene un premio muy definido y ambicioso, pero que, en este caso, se satisface con ganar un Clásico al odiado rival deportivo. Le han dado otro valor a la Concacaf y puede que, a partir de aquí, la historia se transforme para siempre en el futbol mexicano.

Tenemos dos cuadros muy completos, con grandes figuras -Funes Mori, Gignac, Layún, Salcedo, Nahuel, Barovero, Pizarro y Avilés- y dos entrenadores de alta capacidad -Ricardo Ferreti y Diego Alonso-. La final comienza en un estadio 'caliente' como el Universitario y concluye en uno precioso como el de Rayados. No falta nada, solo recordarles a ambos, que están jugándose un trofeo de la Concacaf que, por muchos años, había sido una recompensan poco apetecible y reconocida para los equipos mexicanos.

@Faitelson_ESPN

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LOS ÁNGELES -- Sólo en el Cruz Azul lo saben. Es la catedral absoluta del sadomasoquismo. La dimensión del sufrimiento magnifica la sensación del placer. Hedonista del dolor. 21 años, así.

Y sólo sufriendo como sufren, equipo y afición de Cruz Azul pueden vivir lo que vivieron este sábado por la noche. La zozobra, la desesperación, la angustia... y el alivio al minuto 95'.

Regresa a una Final de la Liga Mx. Regresa, aterido, trémulo, porque la batalla despiadada e intensa, para desplazar a Monterrey se vivió al borde del colapso, al borde de ese precipicio del drama y el soponcio. El infarto acechaba.

1-0, gol de Caraglio, expiando sus culpas de un inmerecido penalti merecidamente errado. El veredicto final llegó del reglamento. De la letra pequeñita de la definición salomónica tras el 1-1 global.

No fue mejor que Monterrey en 180 minutos, pero sí en la ruta del torneo. Ese medio punto --justo sin duda--, lo pone en la Final ante el vencedor de América y Pumas. Tiempo para soñar.

El suspenso, la incertidumbre, el hambre de hazaña de Monterrey, estremecieron con micro infartos a todo el universo celeste. La angustia cementera masticaba sus entrañas. Porque Rayados se levantó en armas, como no quiso hacerlo gran parte del torneo.

Entre la persistencia de Cruz Azul, la tozudez de Monterrey, la guerra en el Estadio Azteca bordeaba la tragedia, especialmente en los momentos en que Rodolfo Pizarro estuvo en la cancha.

Tras meter el balón en la tribuna desde el manchón penal, con un cobro ilegítimo, Caraglio se redimió con un regalo producto de un espasmo de Barovero al escupir un disparo de Aldrete. El 1-0 trastocó el juego.

Cruz Azul se pertrechó. Eligió defender el 1-1 global que le invitaba a la Liguilla. Eligió dantescamente dedicarse a sufrir, porque el sufrimiento es parte del ADN de La Noria. El delirio en carne viva.

El mejor asistidor de la Liga Mx, Pabón, metió 13 centros al área, buscando una cabeza, una sola, que fuera capaz de vencer a Corona. No fue así. La zaga celeste abandonó con migraña la cancha rechazando la cicuta que lanzaba el colombiano.

Como si los estertores del drama no fueran suficientes, con La Máquina defendiendo el último andén, el árbitro asigna cinco minutos de alargue, y encima Cauteruccio, suplente de Caraglio, se pierde dos bendiciones de gol que le entregan en el área.

¡Vaya manera de disfrutar esa manera de sufrir! Pero en la Catedral del Sadomasoquismo, Cruz Azul ha dejado en claro que sus brindis deben ir a partes iguales con miel y con hiel.

La mejor descripción de Cruz Azul tal vez la hizo, sin saberlo, un médico francés, Alexis Carrel: "El ser humano no puede rehacerse a sí mismo sin sufrimiento, porque es a la vez el mármol y el escultor".

Cruz azul es eso: mármol y escultor de sus propios sufrimientos. 21 años así.

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LOS ÁNGELES -- Un Cruz Azul inesperado. Un Monterrey inesperado. Un desenlace inesperado.

Rayados 1-0 sobre La Máquina. 1-0 de Pizarro que destrozó la pizarra de Caixinha. Y eso, es una bendición. Porque el Juego de Vuelta lo dirigiría Tarantino con el sable de Kill Bill: a matar y morir, con el marcador, y sólo el marcador, ensangrentado.

Un Cruz Azul impensable. Un Monterrey impensado. Y un final, con dos finales, para pensar.

Viñeta Rafa Ramos

Porque La Máquina no esperaba la horda regiomontana que le asaltó apenas el árbitro graznó. Porque Monterrey decidió dejar de lado la abulia, el oportunismo, y asumió de manera espléndida el compromiso.

Un Cruz Azul desafiado. Un Monterrey desafiante. Y un desafío final para ambos.

Ahora Rayados queda emplazado a repetir o mejorar incluso sus 90 minutos de este miércoles, porque demostró que debe.

Y La Máquina tiene citatorio ante el patíbulo: debe superar todas las actuaciones de la fase regular, porque sabe que puede y que debe... demasiadas ilusiones constipadas durante 21 años.

1-0, con una sonrisa incompleta de Rayados. Afortunadamente. Porque, seguramente, sin recovecos, coloquialmente, a todos nos espera un juegazo, con un Cruz Azul desesperado y esperanzado, y un Monterrey que esperará embestir sobre los pecados capitales del rival.

La responsabilidad en La Máquina recae en todos. Las miradas en Rayados se centran en dos jugadores: Funes Mori y un exuberante Rodolfo Pizarro, que volvió a ser el de las jornadas épicas de Chivas campeón, y que se reclamaba para el Tri de Rusia.

Bajo la obviedad insultante de que el 1-0 es más frágil que corazón de quinceañera, Rayados podrá juguetear con el reloj, con la desazón y con el vértigo de sus contrataques, después de que este miércoles pudo engordar el marcador y el epitafio celeste.

Y bajo esa misma obviedad insultante, Cruz Azul ya conoce las reglas del juego, aunque le toca la edición más peligrosa, al no marcar gol de visitante. Y porque la tragedia tiene esa perversidad inmoral de ensañarse con los más necesitados.

Por eso, si el juego de este miércoles por la noche vivió momentos extremos de drama, desde el remate fulminante de Rodolfo Pizarro --más abandonado, ignorado y desatendido que un ciudadano en oficina de gobierno--, hasta el último centro pateado con más angustia que intención al área de Rayados, si fue así, el juego de este sábado, se vivirá con los pucheros exasperados del suspenso.

Columpiándose en ese gol, en ese 1-0, Monterrey tuvo capacidad de respuesta absoluta en la sublevación celeste. Incluso, en instantes de desesperación, se vio otra cara oculta de Cruz Azul, sí, esa, la de entender qué tan endeble puede ser, en un descuido, el castillo de fantasías construido durante 17 jornadas y la ronda de Cuartos de Final.

Conforme el reloj se desangraba, Cruz Azul iba renunciando a la elaboración para abusar de centros al área, e incluso mostró esos síntomas inequívocos de la desesperación: faltas innecesarias, disparos desesperados, caprichos de gloria individual, balones mal entregados, detalles que permitieron incluso a Rayados posibilidades de hacer un segundo gol.

Y ciertamente el diagnóstico de Pedro Caixinha no rezuma hipocresía. El técnico celeste cuestiona la actitud de algunos jugadores. Si el compromiso cojea, se paralizan la atención, la concentración, la devoción y el orden.

Eso le preocupa de su Máquina a Caixinha. El poderoso acorazado de los anteriores 19 partidos tuvo en Monterrey espectros de Titanic. ¿Espejismo sobre espejismo?

Por eso, un Cruz Azul sorprendido, un Monterrey sorprendente y una sorpresa generosa para el Juego de Vuelta. Amén.

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Viñeta Rafa Ramos
LOS ÁNGELES -- Se agradece la rebeldía, el dramatismo, el arrepentimiento, la sublevación, la obstinación. Se agradece que los muertos quisieran salirse de sus tumbas.

Pasadas por ese fino y esplendoroso filtro del teatro supremo de las emociones del futbol, están definidas las Semifinales del Apertura 2018: Cruz Azul frente a Monterrey, y América contra Pumas.

Y por momentos, algunos eternos, algunos breves, los vivos estuvieron muertos de miedo. América tuvo un nudo en la garganta ante diez jugadores del Toluca, en un desenlace de partido con las Águilas empequeñecidas en su Nido.

Mientras tanto, Santos se negaba a ser mártir ante Rayados, pero de nuevo el poder de su ataque amenazante en la temporada regular menguó tanto como lo hizo su presuntamente impenetrable defensa, ante la única rescatable actuación de Monterrey en el año.

Pumas sufrió por las convulsiones desesperadas de Tigres, que se lanzaron como hienas en su oficio de rapiña, pero la trampa angustiosa de David Patiño, terminó devorándolo.

Mientras tanto, por un brevísimo momento, por unos instantes, Cruz Azul estremeció a sus propios fantasmas, haciendo pensar que todo lo que parecía imposible, dejaba de serlo, aunque sipo sofocar la reacción de Querétaro.

Y entre los sofocones de la cancha, el arbitraje ha dado un paso al frente. Se trasladó del ridículo al hazmerreír.

Ya bastante tenían los jueces con sus propias boberías, para que encima, ahora se convierten en el hazmerreír de la competencia, víctimas de las equivocaciones de criterio o de juicio o de resolución o de autoridad, de sus amigos, que más bien parecen enemigos, ubicados manejando el VAR.

El VAR mismo se ha convertido en un remedo del principio de asesoría y de criterio. Incluso algunas transmisiones de los juegos corroboraban hasta defectos técnicos en las imágenes y las repeticiones.

Y, en el paso de los años, en esa duda existencial y generacional de si el arbitraje es malo o mal intencionado, las sospechas se inclinan por lo segundo.

Al final, queda, sin embargo, agradecerles a los ochos equipos, los cuatro del ataúd y los cuatro en terapia que están también en Semifinales, que la Liguilla se ha visto ornamentada de compromiso, de intensidad y de ese dramatismo épico en los desenlaces.

Cruz Azul ratifica su condición de favorito. Acaso reclamarle ese lapso en el cual pensó que los Gallos Blancos estaban en la rosticería, pero llegaron a intimidarlo.

Imago 7
¿América? Confirma lo dicho: ofrece a veces unos primeros tiempos subyugantes, pero en los complementos se desorienta, se conforma, se distrae y termina sufriendo innecesariamente, al grado que con uno menos, Toluca lo metió en el embudo del pánico.

Monterrey amenaza, porque sus jugadores, después de vagabundear 17 fechas, en la Liguilla asumen el compromiso y se meten a Semifinales, dejando sin vida al campeón Santos.

Cierra la lista Pumas. En los primeros juegos del torneo, la pregunta es porqué no se ha ido David Patiño, pero este equipo, especialmente ante Tigres, demostró un sello que había caducado en la institución: combatividad extrema.

Los cuatro semifinalistas sólo pueden mejorar, pero, lamentablemente, hoy sólo queda pensar que el arbitraje y el VAR, sólo pueden empeorar.

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LOS ÁNGELES -- Cruz Azul cumple 20 años ensayando. Y fallando. 20 años sin descendientes en una sala de trofeos con herrumbre de mitología. El fracaso no preña ilusiones.

Pedro Caixinha es la nueva apuesta. En La Noria lo habían apalabrado cuando Paco Jémez aún vociferaba ante la prensa. En Cruz Azul tienen lista la llanta de refacción antes de que termine de desinflarse la original. En ese quirófano celeste operan sin diagnóstico.

20 años. Para el tango, no son nada. Para la febril ansiedad de la afición cruzazulina, huelen a eternidad. La matriz se volvió anciana y estéril.

Aquella postal está fresca. Aquella de hace 20 años y días. Aquella escena en la que, en Ángel David Comizzo se engendró Chuck Norris y le desacomodó de una patada artera, la quijada a Carlos Hermosillo y le reventó el labio. Penalti.

Era gol, era título, era sentencia, era venganza, desde antes de que lo cobrara Hermosillo. El hilo de sangre en su rostro tenía ese perfume fresco y escarlata de la vendetta.

La mirada de Hermosillo aterraba. Comizzo no veía la pelota. Estaba hipnotizado por la mirada de la cobra parada ante el balón. El odio era el cordón umbilical entre verdugo y víctima. La lividez del portero argentino era síndrome de rendición.

Ese día, ante ese Hermosillo, ni dos Comizzos habrían detenido el balón.

Tal vez a La Máquina que presume ser de sangre azul, a pesar de ser manufactura de gente obrera, de gente de overol sin etiquetas, de artesanos del cemento, tal vez le urge sentir el sabor de la sangre, de la roja, de la genuina. Tal y como ese 7 de diciembre de hace dos decenios, Hermosillo la paladeaba, manando, mamando, caliente.

Cruz Azul espera que Pedro y su Caixinha (cajita, en portugués) de herramientas espirituales, amputen ese aburguesamiento del jugador celeste. Cobra bien y a tiempo. Y si fracasa, el maldito y ruin rufián es el técnico. Ellos, como Dimas y Gestas.

Porque la sangre azul es una metáfora del elitismo, de la nobleza. En la vida real, sólo algunas alimañas, crustáceos y moluscos tienen sangre azul. Aunque, a veces, sí, parece, que algunos de ellos se visten de celeste.

Caixinha se ha guardado el discurso triunfalista. "Vamos a trabajar para darle a la afición lo que tanto desea", dijo a su llegada a la Ciudad de México.

Tarde o temprano deberá montar sus bastiones. Porque su misión está clara. Nadie lo engañó. Está obligado a ser campeón. Menos que eso, sería agregarlo al camposanto celeste, donde yacen los cadáveres de las buenas intenciones.

El portugués tiene una ventaja: un mejor presupuesto del que dispuso en Santos y una población cautiva en el vestidor, de jugadores compungidos, contritos y ansiosos de reivindicarse.

La plantilla de Cruz Azul es competitiva en el archivo muerto de los currículos. Necesita, sin embargo, volverse competitiva en el juzgado inapelable de la cancha. Sin duda, Paco Jémez lo habría conseguido si no fuera por sus desesperadas e histéricas ansias de fuga, para volver al confortable vientre de su patria.

Cierto que las pretensiones de Caixinha, respecto a refuerzos, serán reguladas desde Miami. Aunque Cruz Azul sostiene que Carlos Hurtado es "una leyenda urbana", como el Chupacabras. Lo cierto es que cada torneo, como el Chupacabras, devasta el gallinero azul.

La turbulencia será en diferentes frentes. No sólo en el vestuario, sino en la relación banca y tribuna, conforme a los designios de los resultados, y habrá que ver qué tan divertidas, viscerales y tormentosas se vuelven las conferencias de prensa.

Con Caixinha llega la modernidad. Los jugadores deberán ampliar sus horizontes. Los dispositivos ya no serán para redes sociales, juegos y videos morbosos, sino para que carguen con tarea a casa.

Recordemos que el técnico, que se ampara como discípulo de José Mourinho, gusta de desmenuzar en tabletas el destino inmediato de sus jugadores. Les nutre pormenorizadamente de información de sus rivales y de su entorno.

Los futbolistas de Cruz Azul sabrán hasta el signo del zodiaco de sus contrarios y hasta el número del "pollo" (dícese de ese celular confidencial que muchos jugadores tienen a escondidas de su club, su promotor, sus directivos, su técnico... y sus familias) de sus colegas y adversarios.

Habrá pues que esperar que Pedro saque del fondo de su Caixinha de Pandora, como en la mitología griega, la esperanza, para contrarrestar todos los males del planeta azul.

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LOS ÁNGELES -- Monterrey 2017. La metrópoli de la gloria. La metrópoli de la frustración. Y es la urbe con esas facciones mixtas de la comedia y el drama. Medio corazón de euforia y medio corazón de luto. Cada paso de baile del carnaval pisa un alma en pena del funeral. Vecinos más distantes que nunca.

Tras esta Guerra Civil, futbolísticamente, Monterrey, la ciudad, la macrópoli, ya no volverá a ser la misma. La supremacía ya tiene un rostro.

Tigres, campeón. Rayados, subcampeón, es decir, el primero de los 17 súbditos de este Clausura 2017.

Pero, lo más importante para Tigres es ser el omnipotente señor feudal de Monterrey, San Nicolás de los Garza y anexas.

Qué profundo debe ser el placer de Tigres y sus feligreses. Que profundo debe ser el desconsuelo de Rayados y sus dolientes.

Este domingo por la noche era más que un título, era más que un trofeo, era más que una medalla, era, es y será, el bastón absoluto de mando del territorio.

Se jugaron 115 Clásicos Regios para que, finalmente, tuvieran una cita en una Final. Era la Madre de todas las Guerras Civiles. La ganó Tigres, a su modo. La perdió Monterrey, a su modo.

Con el 1-1 de herencia en la Final de Ida, con la fastuosa, explosiva, generosa, multidecibélica, trinchera del estadio de Rayados, los Tigres se emanciparon de temores y de maleficios, de sentencias anticipadas y de velorios prometidos.

Cuando Pabón pavoneó la ventaja en el marcador, un 2-1 global que al minuto 2 de juego se erguía como epitafio de un mausoleo magnífico para Tigres, Rayados tendió la trampa en la que sucumbiría.

Pareció, por momentos, que la desventaja, los malos augurios, el escenario mismo, asfixiaban a Tigres. Sufrió para enderezarse, para creer que debía creer, mientras Monterrey se paseaba cómodamente en su cancha, como vistiendo de galas y oropeles el recinto de su coronación.

Pero, llega primero un zapatazo de Edu Vargas en el que tal vez a Hugo González se le debilitaron las muñecas. El 1-1 (2-2 global), dejaba el suspenso, y en la tribuna indecisa, festiva a veces, sofocada otras, las dudas y los demonios de la era Mohamed, se convertían en incómodos recuerdos.

A los 34 minutos, cuatro después de que Vargas resucitara a los felinos, remata cómodamente entre los distraídos rascacielos albiazules. El cabezazo es seco, brutal: 1-2 (2-3 global).

Las voces en la tribuna eran apenas estertores, lamentos, convulsiones sonoras de una fe menguada aún con los 56 minutos, más los seis de compensación que vendrían.

Monterrey hizo lo suyo. Tigres lo hizo mejor. Pareció equivocarse Ricardo Ferretti en la entrada de Acosta, pero tras perder balones en media cancha, rescata uno, dramático, cuando ya Funes Mori, en el área, martillaba la escopeta contra Nahuel Guzmán.

Tigres montó su guarnición, levantó un muro. Y resistió. Porque Rayados sacó su mejor repertorio. Jugadas a velocidad, paredes, desbordes por los extremos, centros envenenados, jugadas de doble cabeceo. Y al fondo, estaba Nahuel.

Y La Pandilla tendría la mejor oportunidad de salvar el pellejo. Ahí, en ese manchón voluble, donde se levantan monumentos o se cavan tumbas. Desde el punto penal.

Irónico, el futbol, unge de gloria en el torneo, pero después embarra de estiércol al elegido: Avilés Hurtado, goleador, futbolista completo, ídolo de Rayados, se muerde los labios, los ojos bailotean, ante la danza de Nahuel desde la raya. El balón no golpeó la red, sino que colando metros encima del arco, impactaría el centro neurálgico de la desgracia y la rendición.

Desde los once pasos, el fracaso es más tétrico, más patético, menos consolable. El hubiera sólo entrega medallas en el Limbo.

Las bancas elucubraban. Mohamed montaba una bayoneta y Ferretti enviaba un escudo más. El Muro de Jericó del Tuca no caería y las trompetas rayadas guardarían silencio hasta el autohomenaje luctuoso con la cadenciosa marcha fúnebre de Chopin.

¿Fracasa Mohamed? Sí, sin duda, porque pierde de nuevo una Final. Pero, no puede soslayarse la magnífica temporada de 22 jornadas en el torneo... excepto en el más importante, el juego 23, la Final de Vuelta.

¿Debe seguir? ¿En qué se equivocó? ¿Podrá rescatar a Avilés Hurtado? ¿La afición perdonará dos veces quedarse vestida y alborotada, enviudando antes de la luna de miel?

¿Ferretti? Está inventariado ya entre los bienes de Tigres. Si decide irse en el 2020, ya sabe que será presidente honorario de Zuazua.

Porque este domingo, a Tigres no le importa si se corona amo y señor del futbol mexicano. Le importa, le viste, le engalana, le interesa, haber sellado la inmortalidad de ganar la Gran Final a su rival de vecindario.

Tigres gana la omnipotencia de Nuevo León... ¿a perpetuidad?

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LOS ÁNGELES -- En hábitat de esquimales, con coloquial aguanieve y despiadado granizo, para flagelar aún más a los jugadores, quienes, todos, demostraron la raza genuina de futbolistas profesionales, en una batalla implacable que terminó con saldo de tregua: 1-1, en un veredicto salomónico.

Al marcador le ensuciaron la cara. Nahuel Guzmán opta por el harakiri clavando la pelota en el vientre de su arco, en su incapacidad para reaccionar a un balón desviado con la mollera por 'El Pato' Sánchez. Nahuel en su versión cómica: 0-1.

El empate llega con un aparatoso clavado, con un penalti que Isaac Rojas ve, en un arremolinamiento donde nada se puede precisar. Trata de maquillar la pifia Enner Valencia, al cobrar con esa temeraria imprudencia a lo Panenka, mientras que Hugo González abrazaba a su izquierda su frustración sofocada. 1-1.

Después del 1-1, hubo más. Hubo mucho, pero lejos de la red. Lejos del marcador. Lejos de insinuar un veredicto en La Final del Apertura 2017. En El Volcán, la tribuna vomitaba lava, mientras cadenciosamente bailaba en su funeral el plumaje del aguanieve.

Una fiesta de futbol, generosa, sin ser absoluta en la pizarra, con la nación felina viviendo silencios, ese mutis de angustia, de desesperación, de rictus cardiacos, mientras los ataques de Monterrey se sumaban a la incertidumbre en torno al Patón Guzmán.

Habría que someter a revisión algunos esfuerzos, pero podría ser engañoso a través del escueto paisaje de la televisión. En la pasarela de las culpas, con la clemencia ante las circunstancias del juego y de la misma acción del tiro de esquina, sólo el arquero de Tigres queda sentenciado.

Insisto, bastante inclemente era ya el escenario, porque más allá del clima, la sofocante presión de que esta Final había que jugarla al límite de todos los límites, los futbolistas respondieron.

Una prueba fehaciente de la gran responsabilidad asumida por todos, es que más allá del despliegue físico, de la intensidad anímica y pasional, el único amague de calambres en el juego, queda claro que fue una argucia más que una realidad.

Esto habla de que cada futbolista fue profesional 24/7 para este encuentro, y que ninguna banca dejó nada a la deriva. Cierto es su obligación, pero no siempre la cumplen.

Por eso, sin que el 1-1 sea el más suculento de los desenlaces, en un juego de tan álgido compromiso y lucha, lo cierto es que la demostración de sus alcances, escaló cerca de la perfección.

La Final de Vuelta tiene 90 páginas de suspenso e incertidumbre. Este viernes se hará el recuento de los estropicios. Tigres pierde a Hugo Ayala y Monterrey a Leonel Vangioni. La roja del felino es un castigo a la torpeza. La roja al rayado, es una tibia reprimenda a sus desvíos de carnicero.

Los médicos pesarán en las alineaciones del juego dominical: ¿Avilés Hurtado estará recuperado? ¿Bastarán una sobada con linimento mágico para Enner Valencia?

Esperar pues. Y desear que la integridad de jugadores y profesionales, la respeten, nuevamente, finalmente, en el desenlace para conocer la nuevo campeón.

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LOS ÁNGELES -- Una Final nuclear. Seis de los mejores 19 goleadores de la Liga estarán en el Juicio Sumario del Apertura 2017. Alrededor de 33 por ciento de los mejores romperredes del torneo.

Un desenlace de la Liga MX con jugadores explosivos. Sí, todos extranjeros: Avilés Hurtado (Monterrey, 14), Rogelio Funes Mori (Monterrey, 12), Enner Valencia (Tigres, 11), Eduardo Vargas (Tigres, 6), André Pierre Gignac (Tigres, 6), Dorlán Pabón (Monterrey, 5).

Sin duda, La Final misma exalta esa brutal competencia: ¿cuál delantera es más demoledora? Aquí, no necesariamente, lo más costoso es lo más valioso.

Liga MX

Marcan, las estadísticas, la diferencia entre valor y precio. Y la balanza se inclina a favor de Monterrey en esta comparativa entre estos seis jugadores que han sido seleccionados nacionales de sus países.

La trinca infernal es la de Rayados, según el análisis de Carlos Zafra, de ESPNDeportes. Cuidado porque no necesariamente todos los goles son determinantes en el marcador, pero la regla de FIFA para determinarlo, a veces, peca de subjetiva.

Las cifras explican que el trinche de Monterrey marcó 31 goles y el costo de las transferencias es de 15.4 millones de dólares por los colombianos Avilés Hurtado y Pabón, y el argentino Funes Mori.

¿Qué ha recibido Tigres en el Apertura 2017 a cambio de una inversión de 25.5 millones de dólares? La producción de 23 goles.

En una comparativa fácil, superficial, pero útil, cada gol de los tres felinos ha costado cerca de 1.1 millones de dólares.

En el caso de La Pandilla, cada gol de estos tres artilleros le ha costado 490 mil dólares, es decir menos de la mitad de la inversión hecha por los universitarios con la compra de las cartas de sus futbolistas.

¿Significa algo este comparativo? Una referencia ociosamente genuina y anecdótica para agregar condimentos a La Final.

Porque, por ejemplo, con Tigres, sólo Gignac suma dos títulos de Liga, mientras que el triunvirato de Rayados no suma ningún campeonato en su carrera. Y el francés, queda claro, en medio de esa parsimonia con la que parece comportarse en la cancha es el detonante felino, especialmente -casi siempre- en fases finales.

En la cancha, además, son futbolistas muy diferentes. La explosividad vertiginosa de Rayados le permite improvisar ataques con una armonía desquiciante para el adversario, especialmente si cuenta con espacios, esos que seguramente Tigres no le dará.

Los felinos elaboran más, hasta que en los últimos metros, a pura inspiración, le permite generar las jugadas de gol.

¿Quién es más implacable en la antesala del gol? Avilés Hurtado tiene más recursos, aunque Enner Valencia perdona muy poco.

¿Hay más semejanza entre Funes Mori y Eduardo Vargas? En eventuales funciones en la cancha, sin duda, pero el primero es indispensable, mientras que el chileno, a veces, al igual que Enner, debe chupar banca.

Gignac con esa frialdad astuta, se acomoda en la cancha, a veces lejos del gol, pero cerca de ser la catapulta final del equipo, mientras que Dorlán Pabón, con ocho asistencias, ha asumido, sumisamente, ceder el protagonismo del gol a Funes Mori y a su paisano Hurtado.

Al final, más allá de esa intrincada ecuación de costos, goles, partidos jugados y remuneración en puntos de cada gol, queda la implacable presencia de área de todos ellos. Por eso, insisto, la atención se centra en ellos.

Una Final Nuclear, sin duda, en la que, por supuesto, impactan en ese rendimiento el resto de la plantilla, porque Tigres tiene a Jürgen Damm y Javier Aquino, mientras que Monterrey se respalda en Neri Cardozo y Jonathan González.

Sin duda, por su recorrido como entrenadores, tanto Tuca Ferretti como el Turco Mohamed deben estar más preocupados por depurar sus comando antiexplosivos, que por refinar sus recursos ofensivos.

Veremos...

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LOS ÁNGELES -- La Final del desdén, del menosprecio, del ninguneo. O, tal vez, La Final de la envidia, del egoísmo, del rencor, del resentimiento.

Eso parece ser el desenlace del torneo entre Monterrey y Tigres. Un acto segregacionista por parte de las aficiones de los otros 16 equipos de la Liga que, desde la inclemencia apática del sofá, pueden, o no, arrimarse al festín regiomontano.

"Clásico de pueblo". "Clásico regional". "Clásico de rancho". Algunos de los estigmas más generosos o menos ingratos en las redes sociales hacia La Final entre Monterrey y Tigres.

Lo cierto es que, más allá de fanatismos enceguecidos y enceguecedores, seduce a cualquier aficionado al futbol, especialmente por la investidura de ser La Final del Apertura 2017.

Liga MX

Despojados de vestimentas y pasiones elitistas, como los feligreses de Tigres y Rayados, el juego se sostiene del clímax del juicio sumario a una campaña que en la Tabla de Clasificaciones fue controlada por estos equipos y que merecen la oportunidad de coronarse.

El regionalismo es una sulfurosa sustancia genética del mexicano. Hay una sensación de que ser tapatío, capitalino, chilango (porque no todos los capitalinos son chilangos, ni todos los chilangos son capitalinos), regiomontano, veracruzano, yucateco, colimote o culichi, es un título nobiliario que supera al destino de ser puntualmente mexicano.

En un país que es capaz de discurrir once tipos de moles y 13 tipos de pozoles, según los condimentos y creatividad de la región de donde provenga el platillo, es entendible que la denominación de origen para un equipo de futbol sea más radical.

El mole y el pozole se sirven en cualquier plato, cualquiera que sea la etnia de su recetario, pero no cualquier camiseta se ajusta a cualquier cuerpecito ni a cualquier ideología futbolística.

Lo cierto es que en medio de los resabios regionalistas, especialmente hacia el estado, Nuevo León --pulso financiero e industrial del país--, la expectación nacional, por vehemencia al futbol mismo, se mantendrá vigente.

Con una sobrepoblación de jugadores extranjeros, prohijada por la estulticia de la FMF, pero Monterrey y Tigres confirman tener los mejores planteles con 13 futbolistas seleccionables de diferentes países, y 21 que han sido o son seleccionados nacionales.

Más allá de los cuestionamientos acerca de la exquisitez futbolística de ambos entrenadores, lo cierto es que Monterrey es la mejor versión del Turco Mohamed como técnico, en todos sentidos, incluyendo el delicatessen futbolístico.

Por su parte, Tigres debe ser el equipo más maduro del Tuca Ferretti, más allá de que no pudo encontrar una versión para el futbol de transición que llegó a ser Rafael Sobis, o el aporte mixto de Guido Pizarro.

Entendiendo que los 16 clubes ausentes de La Final conjugarán el término fracaso o no, según las dimensiones de su importancia y de sus metas, la distancia que marcaron felinos y regios del resto de los equipos no puede ser cuestionada.

Por eso, más allá de esos regionalismos que supuran de manera lastimera epítetos como "clásico de rancho grande", lo cierto es que La Final tiene el encanto de la riña entre los más poderosos futbolísticamente del Norte, y financieramente, los más pudientes de la Liga MX.

Ojo, no reculo a la opinión que tengo de que muchos de estos clásicos regios, en temporada regular, e incluso en Liguilla, se juegan bajo el precepto escabroso del "miedo a no perder", especialmente con Mohamed y Ferretti, y quedan a deber en espectacularidad, que seguramente, por el apasionamiento de sus fanáticos, por los estremecimientos naturales de la pugna, para ellos, pasa desapercibido este punto.

Lo cierto es que, seguramente, de esta versión regional de mole y pozole -aunque en realidad será puro cabrito-, que se servirán en Monterrey, el resto de las 16 pasiones regionales del país quisieran haber alcanzado una probadita.

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LOS ÁNGELES -- La televisión, inevitablemente, nos muestra en retazos el partido de futbol. Un rompecabezas incompleto, con un paisaje en constante movimiento. Y eso, nos priva, a quienes sólo tenemos ese recurso, de ver al Monterrey en plenitud.

Se advierten sus virtudes ya cuando el ave de rapiña se ceba sobre su presa. Se descifran algunos de sus movimientos y se infieren otros de ellos, pero como la constante actividad de sus jugadores permite improvisar sobre el modelo táctico, hay más sorpresas.

Este Monterrey es la mejor versión de 'El Turco' Mohamed. Muy superior a aquel Xolos que hizo campeón, y mucho más agradable que el América que también coronó entre el tormentoso divorcio con Ricardo Peláez.

Ciertamente favorecido por la calidad y madurez de los jugadores que tiene, Mohamed expone, guardando proporciones, dinámicas, estados físicos y ritmos, algo muy similar a lo que hacía en la cancha aquel Tigres de Carlos Miloc, y que el uruguayo fundamentaba, sobre todo en la transición en los principios del basquetbol.

Insisto: similitud no quiere decir réplica, ni semejanza quiere decir copia, porque, a final de cuentas ni fue aquello un invento de Miloc, ni lo es hoy de Mohamed. Bien lo dijo Arrigo Sacchi: "En el futbol no hay nada nuevo, sino nuevos jugadores que lo hacen novedoso".

Confesando la envidia hacia quienes pueden ver en vivo a Monterrey, y entretenerse incluso con observar, diría la sabiduría china, el bosque entero, sin entretenerse en el árbol que lleva el balón, grabo los juegos de Rayados y los veo de nuevo tratando de encontrar todas las respuestas. Imposible.

La televisión, insisto, por necesidad, por obviedad, persigue a la esférica odalisca, porque ella escribe marcadores, dramas y festejos en la cancha de futbol. Y es imposible en la frescura de un rectángulo cambiante, poder observar todo lo que hace, en sus mejores exhibiciones, el grupo de jugadores de Mohamed.

Criticado, y me incluyo en esa caravana, por quienes hacíamos malabarismos por los defectos de 'El Turco', e incluso hasta envenenarse con las dudas que sembró Peláez acusándolo de irresponsabilidades laborales, pero Mohamed hoy coloca un modelo de futbol que, insisto, en esas tardes luminosas, sólo queda regodearse con lo que intentan, y lamentarse por todo lo que generan pero desperdician ante el arco rival.

¿Era lo que pretendía alcanzar con América en un proceso más largo? Una pregunta ociosa que sólo tendrá respuesta la medianoche del Día del Juicio Final, después que se resuelvan otros asuntitos más importantes.

Más allá de que es evidente que Mohamed está articulando un equipo de época, por la edad de sus jugadores relevantes, hay dos extremos que fascinan en este Monterrey que exhibe condiciones consagratorias.

Esos dos puntos determinantes son la confianza absoluta en Jonathan González, al que inexplicablemente Juan Carlos Osorio, no le presta atención, y la forma en que Mohamed reinventó a un jugador que se enfilaba a la zona de desechos: Neri Cardoso.

Al primero lo debutó por necesidad y lo mantuvo por convicción. Al segundo, le reinventó el puesto, los pulmones, y los valores personales. Cardoso vive sus mejores momentos en el futbol mexicano.

Donde nos privan del espectáculo en las transmisiones de televisión, es en el último tercio de la cancha, insisto, no porque no podamos apreciar la terminación de las jugadas en gol o en aproximación, sino porque para llegar ahí, a ese punto culminante, hay una rotación constante, con una lectura inteligente entre compañeros.

Ahí, en ese último tercio, cuando la pelota aún no llega, o apenas empieza a acercarse, los demonios que tiene al ataque improvisan bajo una partitura de repeticiones ensayadas en la semana.

Y el poder de convencimiento de Mohamed es haber, por ejemplo, despojado, aparentemente, a Pabón, de esa obsesión de paladín del equipo, al grado que parece, tal vez sólo parece, haberse convertido en un generoso doméstico al servicio de Funes Mori y Avilés Hurtado.

Explicaba alguna vez Bora Milutinovic que la mejor posición para entender un partido de futbol, había que colocarse en la zona de los tiros de esquina, y lo más alto posible de una tribuna baja, o a la mitad si es de un solo nivel el estadio.

Ahí, en esa zona, sin duda, y olvidándose de la odalisca esférica, es donde seguramente puede apreciarse claramente lo mejor de este Monterrey de la mejor versión de Mohamed.

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