BUENOS AIRES -- Merecía un final así. Hubiese sido una verdadera injusticia que el ciclo iniciado por Marcelo Gallardo en River no se rubricara con un título. Y esto no es caer en conceptos resultadista, porque no ganarlo, seguramente, no lo hubiera transformado en menos positivo. Porque la validación de su idea ya se instaló, porque el haber abierto un debate acerca de las formas, también fue algo destacado. Con las antinomias del caso, pero se volvió a pensar en que se puede desplegar un buen fútbol y conseguir resultados, combo que dejaría conforme a todas las corrientes de pensamiento que hay en este deporte.

Pero además lo meritorio de Gallardo y del propio plantel es cómo alcanzó un objetivo. Y no es redundar sobre el estilo y las formas. Es referenciar que lo hizo con un grupo cualitativamente escaso. No era el Barcelona de Pep Guardiola, por comparar con el paradigma del buen juego, que tenía entre dos y tres futbolistas de calidad por puesto, en el caso de River la plantilla con experiencia no superaba los 14 o 15 integrantes. Y eso acrecienta el mérito.

Entre otras cosas destacadas hay que poner el hecho de que muchos integrantes de este proceso, son jugadores que habían sido dados de baja casi como material de rezago. A Carlos Sánchez, Rodrigo Mora, por ejemplo, los cedieron a préstamo con la idea de una futura venta.

En su vuelta, ambos tuvieron una participación directa y decisiva a lo largo de la temporada. Leonardo Ponzio no estaba jugando y, principalmente sobre el final de la temporada, recuperó su nivel y fue determinante en la mitad de la cancha. La revelación de Leonardo Pisculichi, fundamental con sus goles y en las acciones de pelota detenida, la consolidación de Ramiro Funes Mori, la cual, como contrapartida, eclipsó a un consagrado como Eder Álvarez Balanta. En fin, una pata más de un proyecto que terminará ofreciendo la posibilidad de ingresos económicos (por ventas) a la institución.

Y con este punto surge un nuevo plateo, que es el desafío que tendrá la dirigencia en el corto plaza. Porque con la Copa Libertadores a la vuelta de la esquina, ahora deberá optar por mantener un plantel austero o hacer una inversión bastante mayor como para participar del certamen Sudamericano. Cuando se habla de inversión no significa sólo compras, sino también mantener la base actual, y se sabe que para lograr algo así es necesario mejorar contratos, elevar el presupuesto (aunque la tesorería no esté del todo floreciente).

Pero claro, todo eso deberán encararlo con dos títulos sobre sus espaldas, el local logrado por Ramón Díaz y el internacional que les entregó Marcelo Gallardo después de 17 años de abstinencia, y eso alivia el andar. River inició un camino revolucionario. Ahora se le presenta un segundo paso en este proyecto. La voracidad del hincha no tiene límites y ya en medio de festejos y alegrías sueña con más. La época negra va quedando atrás, este nuevo ciclo asoma como próspero. Quizás la fase de consolidación sea la más compleja, pero es innegable que tiene con qué encararla. Buen fútbol, títulos, un maridaje que siempre cautivó al hincha Millonario. Las condiciones están dadas para que esa felicidad se extienda. River consiguió encausarse en el sendero de los éxitos, y eso no es poco...

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MEDELLÍN -- Conteniendo la respiración, con una liberadora sensación de alivio, así se fue River al vestuario en el entretiempo. Sabiendo en su interior que había sido literalmente peloteado.

Y es el ingrato recuerdo de ese flojo primer tiempo en el cual se sustenta, para darle el valor que se merece al empate que cosechó en la primera final de la Copa Sudamericana.

Aquella sensación de vulnerabilidad que lo acompañó en varios pasajes de la segunda parte de la temporada encontró una versión superadora en el Atanasio Girardot. Ya nadie duda de las bondades de el conjunto Millonario, pero tampoco de sus peligrosos baches, que por lo general vienen acompañados de una versión superadora.

La cantidad de partidos que comenzó perdiendo a lo largo de la temporada demuestran que estamos ante un equipo con un problema de concentración. Parece que le cuesta arrancar metido, y eso lo lleva a tener que depender de las inspiraciones de Marcelo Barovero, de la mala puntería del rival o simplemente del azar, todo para no irse con una ventaja irremontable en su contra.

Pero también posee un lado b que es mucho más efectivo que su costado débil. Ahí es cuando los laterales se sueltan, cuando Carlos Sánchez desequilibra por su banda, cuando Pisculichi frota la lámpara, cuando Teo se vuelve inmarcable, cuando Mora se pone incómodo para sus marcadores... en síntesis, ahí aparece el River que justifica los elogios que recibe.

Ante Atlético Nacional, en Medellín, ambas caras salieron a la luz. Por eso la pasó muy feo y finalmente el sueño de quedarse con la Copa no terminó en pesadilla. Sigue vigente, lo tiene ahí, muy cerquita de su mano.

Por eso se ilusiona, porque palpó que es posible. Depende de sí mismo. De implementar los mecanismos para mantener en las tinieblas a la mitad nociva. Si lo logra podrá volver a dar una vuelta olímpica en el plano internacional, algo que tanto quiere y necesita.

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BUENOS AIRES -- Suele decirse que los clásicos no hay que jugarlos ni bien ni mal, hay que ganarlos, y parece que con esta idea bien metida en la cabeza salió a disputar River, no sólo el partido decisivo, sino toda la llave de semifinal de la Copa Sudamericana. Pensando que, cuando el fútbol no aparece y cuando las piernas no responden, el que empuja es el corazón.

En la revancha del Monumental, el Millo puso en el cocktail un poquito de cada ingrediente. Hasta le agregó una pizca de fortuna. Porque muchos corazones casi se detienen cuando, con un puñado de segundos disputados, Germán Delfino sancionó un tiro penal a favor de Boca. Pero cuando la noche está dada para ser recordada por lo grato, nada detiene la marcha hacia la felicidad. Por eso Marcelo Barovero, quien no es un arquero que se destaque por atajar penales, tuvo su noche de gloria. Casi como un guión escrito a su medida, dijo "presente" en cada ocasión que le tocó intervenir, y cuando no tenía ya nada por hacer recibió un guiño del azar. Y un futbolista necesita que todas las cosas le salgan bien en un clásico...

El análisis de si el físico les está respondiendo o no, o qué le sucede con el fútbol que no aparece con la eficacia de los primeros partidos del campeonato, o algún otra cuestión de coyuntura, todo queda reducido a cenizas cuando el escenario es de un festejo interminable. Ahí hay que dejar esas cuestiones para más adelante. Aunque el cuerpo técnico encabezado por Marcelo Gallardo es despiadadamente autocrítico a la hora de analizar el funcionamiento de su equipo, esta vez, como todos los que comandan el grupo conocen los gustos del mundo River, saben que las prioridades pasaban por eliminar al rival de toda la vida, sin importarle demasiado cuál es el recorrido que debe hacer para alcanzar el objetivo.

El equipo comprendió todo lo que representa un Superclásico, lo que representa para el hincha, la huella que deja marcada en la historia. Y de hecho no será un partido que la gente olvide fácilmente. Porque quebró algunas rachas negativas en el marco de competiciones internacionales. Así como en la década del noventa Boca se cansaba de ganar clásicos, en esta época la ecuación se está empezando a invertir. Ahora es River el que paladea más seguido tragos dulces en los partidos ante el rival eterno. Por eso el hincha goza, disfruta, vibra, palpita, se emociona. Todo con la íntima convicción de que ese final feliz es factible.

Líneas arriba mencionábamos algunos condimentos que tuvo la victoria del Millo. En rigor de verdad, esas contingencias (como la del penal y la de los goles que se perdió Boca) en otros tiempos eran el reaseguro de una derrota inexorable. Ahora fue el puntapié para la ilusión. Que se transformó en realidad cuando Leonardo Pisculichi la clavó junto al palo derecho del arco defendido por Agustín Orión, Ahí cada alma presente sintió la íntima convicción de que podría ser la noche mágica. La cual finalmente fue, la que le permite a River volver a codearse con los más fuertes del continente, la que lo invita a soñar con repetir una vuelta olímpica en un torneo internacional, tal como lo hizo en 1997.

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BUENOS AIRES -- En esta columna venimos alertando sobre la merma en el nivel futbolístico de River. Y en esa alarma que encendimos colocamos al trajín físico como, quizás, el motivo más destacado de esa debacle.

Si bien Marcelo Gallardo y algunos integrantes de la comisión directiva sentían una cierta comezón cuando escuchaban la palabra "cansancio", lo concreto es que el entrenador terminó reconociendo con hechos que lo expresado era real: en el partido más importante que tenía que disputar en el marco del torneo local, se volcó por poner en cancha una formación conformada por casi todos suplentes. Sí, eligió a los juveniles para dirimir las posibilidades de pelear por el título.

No es que se haya vuelto loco ni nada por el estilo. Está claro que el Muñeco es lo suficientemente inteligente como para interpretar qué es lo mejor para su equipo. Por esto, de la evaluación de las últimas presentaciones del Millonario entendió que los titulares necesitaban descanso. Como conocedor del mundo riverplatense, otra de las cosas que comprendió fue que todos los hinchas quieren eliminar a Boca, esa es la prioridad, entonces, para definir la fase en el Monumental deberá tener a todos sus soldados bien descansados.

Este domingo casi mágicamente aprendió a la perfección el significado de la palabra "rotación". Después de haber sacado dos puntos sobre nueve en disputa (con la derrota en Avellaneda son dos de doce). Quizás lo aconsejable hubiese sido que la practicase antes, así no tenía que hacerla en forma tan abrupta. Con los hechos consumados y ya sin la punta del campeonato, da la sensación de que no estuvo rápido de reflejos en los compromisos anteriores de River. No en este, porque, como marcamos, la serie con Boca es demasiado trascendente como para dar ventajas.

La gran pregunta, es: si bien se trata de intérpretes distintos, ¿podrá influir en el rendimiento del Superclásico la nueva derrota? A priori todo hace suponer que no. Porque los titulares poseen la suficiente experiencia como para comprender que cada competencia tiene que transitar por un carril distinto, junto con sus emociones positivas y negativas. Eso sí, también saben se viene un choque "sin red". La gente puede perdonar perder un campeonato en la fecha 17, pero lo que tardaría en digerir sería una eliminación a manos de su archirival.

Para volver a ser River deberá retomar sus convicciones. Y esperar que las piernas respondan al mandato de la cabeza. Tendrán que jugar con la intensidad y contundencia de las primeras presentaciones, a lo largo de las cuales se transformó en el equipo sensación y se llenó los oídos de elogios. Recuperar la memoria, entonces, es la consigna que tiene a corto plazo. Porque la inminencia de las definiciones lo deja sin margen de maniobra. Desempolvar ese fútbol dinámico, de rotación, sin posiciones fijas de mitad de cancha hacia delante, explosivo, serán los tips a cumplir para ser en de antes. Si lo hace con éxito, podrá perpetuar su tranquilidad, si no, la catarata de elogios que recibió en este tiempo se le vendrá encima como un boomerang...

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BUENOS AIRES -- Llega un momento en el cual las piernas no dan más y hay que usar la cabeza. Porque todo lo que el cerebro ordena, el cuerpo lo cumple con reticencias. Conclusión, se debe dar un golpe de timón para seguir en competencia. Una ecuación tan obvia como inevitable.

A consecuencia de la seguidilla de partidos, River no llegaba al primer Superclásico semifinal en el marco de la Copa Sudamericana, con la misma condición de favorito que había ostentado en el campeonato local, por esto es que Marcelo Gallardo no lo dudó y modificó el esquema táctico: nada de salir a buscar y descompensarse, poca presión alta como para cuidar el físico, mucha actitud. Así fue como el Millo se calzó el overol y trabajó como nunca en el semestre un partido. Desde el sacrifico, desde la lucha, quizás resignando lo que era su valor agregado hasta el momento: el fútbol vistoso.

Un clásico y de Copa, imposible que no haya pierna fuerte, fricciones, discusiones, peleas. Hay mucho en juego como para no ponderar determinados aspectos que, aunque no vuelvan más bello el espectáculo, son condimentos típicos de un choque con tanta historia. La consecuencia lógica fue un cero a cero y un enfrentamiento con pocas llegadas de peligro en ambos arcos.

River sabía que la fase se dirime en 180 minutos y que le toca definir la historia en su casa, quizás por eso el esquema implementado por Gallardo. A esto hay que sumarle que Teo Gutiérrez y Carlos Sánchez venían de jugar con sus respectivas selecciones (con viajes incluidos) y que a último momento se le sumó la baja de Rodrigo Mora, por un virus intestinal.

Por todo lo narrado es que el semblante en el mundo riverplatense en el post partido de la Bombonera, reflejaba optimismo. Saben que en su casa todo puede cambiar y que allí saldrán a buscar el resultado con la vehemencia y la intensidad que River nos tiene acostumbrados.

Quizás fue la necesidad la que llevó al entrenador Millonario a arriar por unos días una de sus más preciadas banderas (la del buen fútbol). ¿Criticable? No, porque se trata de una llave eliminatoria que, además, tiene todos los condimentos negativos que ya fueron contados. Sí pasará a ser un error si decide aferrarse a ese sistema en la revancha, ahí Gallardo estaría tentando a la suerte casi de manera prepotente.

Si bien desde esta columna siempre ponderamos el juego vistoso y la entrega permanente, el fútbol tiene matices. Por eso pueden cambiarse sistemas sin ningún temor, el tema es que un buen resultado coyuntural no lleve a modificar una idea. Y todo invita a penar que con River esto no ocurrirá, que volverá a sus fuentes y dentro de siete días en el Monumental buscará regresar al sendero del toque, del fútbol de ataque, de presión, de desborde por las bandas, de voracidad ofensiva. Si esto sucede estará refrendando una idea inteligente. De lo contrario, entraría en una mezquina vorágine que podría dejarlo con las manos vacías.

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BUENOS AIRES -- Ya fue señalado en más de una oportunidad a lo largo de las diferentes entregas: cuando un equipo anda derecho, todo sale bien. Los que nunca hacen goles empiezan a meterla, los futbolistas menos destacados rompen la mediocridad y cumplen con tareas épicas, el entrenador hace modificaciones que terminan por otorgarle un resultado positivo, etc, etc. Todo es color de rosa y los cuestionamientos siempre se miran desde lejos.

Pero nada es eterno y a todos les cabe las generales de la ley. River cosechó apenas dos puntos de los últimos nueve disputados, con el agravante de que los dos compromisos finales los jugó en su casa, y ahí fue derrota (ante Estudiantes) más empate (contra Olimpo). Con una salvedad y es que no sólo los resultados fueron desalentadores, sino, y esto es fundamental, no está apareciendo su fútbol atildado y desequilibrante, ese que lo puso como equipo sensación en la primera parte del semestre. Ahí es donde se encienden las alarmas.

Explicaciones se escuchan muchas, que los equipos ya le tomaron la mano, que los juveniles no asumen protagonismo cuando les toca ingresar, pero más allá de determinados factores hay uno que es preponderante y tiene que ver con lo físico. Marcelo Gallardo no apeló tanto a la rotación. La sucesión de buenos resultados los tentó a no hacer demasiado recambio y eso a la larga se paga. Más aún si se implementa un sistema táctico que demanda tanto esfuerzo del cuerpo.

Y hoy, con un recorrido largo sobre sus espaldas, hay jugadores que están sintiendo el trajín de jugar dos veces por semana. Eso se observa en su juego. Muchos dirán que es presentar un escenario demasiado apocalíptico para un equipo que perdió un solo partido en la temporada. No es la idea. Sí, en cambio, marcar aspectos que ya se venían vislumbrando. La rotación y el posible escenario complicado desde lo físico era algo que se lo colocaba como uno de los adversarios más complicados de enfrentar en el mediano plazo. Hoy ese momento llegó y las consecuencias están a la vista.

Es innegable que la inminencia del Superclásico le otorga a cualquier detalle una magnitud mayor. Y es lógico porque ese partido, más aún cuando es eliminatorio y correspondiente a la semifinal de una copa internacional, potencia con la misma intensidad tanto lo bueno como lo malo. Tampoco hay que se injustos. Más allá de que Gallardo haya tenido (o no) la íntima convicción de que les iba a dar el físico para las dos competiciones, no se debe soslayar que el plantel de River tiene bien diferenciado quiénes son los titulares y quiénes los suplentes. No es un equipo largo. Aunque en el discurso el entrenador haya dicho que para él no existían los titulares ni los suplentes, los hechos demuestran claramente que si hay un equipo principal y un grupo que viene algunos escalones atrás.

Es la merma futbolística la que lleva a pensar en un futuro complicado. O al menos no tan próspero como se imaginaba hace algunas semanas. Los diez días que se vienen serán determinantes: Boca como visitante, Racing (por el certamen local) y la revancha antes el Xeneize, colocarán a River hacia un rumbo definido. Si no tiene un final feliz no será motivo para condenar a un proceso, pero sí sacará a la luz errores de estrategia, logísticos. Pero claro, si se corona con una vuelta olímpica Gallardo podrá hacer las correcciones en un contexto de mayor tranquilidad. Se viene la fase del "todo o nada", y el anhelo del Millo hoy se topa con una realidad que hace poco tiempo atrás parecía impensada....

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BUENOS AIRES -- A lo largo de los últimos partidos jugados por River, siempre hemos destacado el amor propio como valor agregado de un equipo que venía sufriendo el desgaste por la seguidilla de compromisos. Un plantel corto, con escaso recambio de características parecidas a los titulares, obligaron a Marcelo Gallardo a posponer en más de una oportunidad a una necesaria rotación. Así fue como el técnico decidió darle descanso a una porción mínima de futbolistas. En este contexto, la merma de rendimiento se hacía notoria. Pero siempre esa convicción y ganas de ir para adelante lo fueron salvando de lo que parecían ser seguras derrotas.

Todo esto obliga a mirar la realidad de manera objetiva, y de esta se desprende que no llama la atención que River se haya quedado en 31 partidos el invicto de no conocer la derrota. Para Estudiantes la tercera fue la vencida. Después de haber perdido en los dos choques de Copa Sudamericana, el Pincha se tomó revancha y le recordó al Millo que es un equipo terrenal, capaz de caer en peligrosos vaivenes. La noticia es que River perdió. Y la verdad es que no sorprende. Por el contrario, los flojos partidos que venía disputando (de los últimos 13 en 10 arrancó perdiendo) eran una invitación a que pensemos que esa costumbre de ganar tendría una corta vida. Eso ocurrió finalmente. Un equipo con una diferencia táctica importante respecto de lo que venía haciendo (marcó con tras en el fondo) y con futbolistas ausentes (porque deben representar a sus selecciones o porque les dieron descanso), no estuvo a la altura de lo que venía desplegando el puntero del campeonato. Y ya expresamos en diferentes entregas que los suplentes no tienen el funcionamiento de los titulares. Son habilidades casi antagónicas. Algunos acompañan bien, pero aún les falta una vuelta de rosca para ser ellos los que tengan en sus pies la posibilidad de modificar el rendimiento.

La derrota previa sufrida por Lanús a manos de Tigre, dejó dos interpretaciones abiertas: una, la que se manifiesta por lo bajo, y es que River dejó pasar una posibilidad notable de afianzarse en la cima del campeonato. Y la otra, que muchos optaron por erigir, que dice que es mejor perder cuando lo mismo le sucede al inmediato perseguidor. Lo concreto es que continúa al tope de las posiciones y que su escolta no le acortó la brecha. Pero más allá de especulaciones y otras yerbas, lo que la gente quiere es que River vuelva a ser River en los partidos con Boca, por la Copa Sudamericana. Ese es el sueño, el anhelo, el deseo, la exhortación. Al hincha los títulos le interesan, pero mucho más eliminar a Boca. Por eso, cuando escuchan que el próximo oponente es Olimpo y no el clásico rival, enseguida empiezan a imaginarse en sus mentes lo que podrá suceder. Inclusive algunos, cuando se retiraban del Monumental tras haber resignado el invicto, sugirió que no era malo perder ahora, porque podría ser una alarma para despertar en el Superclásico. Lo destacado es que Estudiantes terminó con el invicto de River, ahora habrá que ver sí eso lo revitaliza y motiva de cara a lo que se le viene...

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BUENOS AIRES -- Con el final de temporada ahí a la vista, comienzan a surgir algunos temas de preocupación para cualquier equipo que esté afrontando con posibilidades ciertas dos competencias: la rotación se vuelve algo inexorable, y, de la mano de ella, la merma del funcionamiento también se transforma en un tópico imposible de esquivar.

Porque son muy pocos los clubes del mundo que tienen titulares y suplentes de la misma jerarquía. Y River no escapa a esa regla.

En cada puesto que Marcelo Gallardo decide cuidar, la diferencia de rendimiento, por lo general, es notoria. De hecho para jugar ante Vélez en Liniers, el técnico ordenó cinco modificaciones respecto del once que le había ganado a Estudiantes en la Copa Sudamericana, y esa transformación de casi medio equipo se vio reflejada en el juego. Al punto de que fueron muy pocas las veces a lo largo del semestre en las cuales River dio una sensación de vulnerabilidad tan grande como la que se vio en el primer tiempo en Liniers.

Previsible e inevitable que eso suceda. Porque sostener el ritmo de dos partidos por semana con la intensidad de juego que propone el Millonario sin hacer una rotación, redundaría en una historia sin final feliz. Por esto es que le está costando cada vez más resolver sus pleitos. Lo que hace algunas semanas era sencillo, hoy se transformó en trabajoso. Con el agravante de que River se convirtió en el equipo a vencer, con lo cual sus rivales redoblan esfuerzos cuando lo enfrentan. Sería algo así como el lado oscuro de ostentar un invicto.

Si bien hay cuestiones técnicas y tácticas que no necesitan de una verificación empírica, Gallardo se llevó de Liniers una idea irrefutable: si hay un jugador imprescindible para el esquema del Millo, ese es Leonardo Pisculichi. Es el alma futbolística del equipo, el conductor, el que abastece, el que hace jugar, el cerebro. Sin él dentro del campo, aunque parezca desmedido, River se vuelve previsible y vulgar. Sin exagerar, son dos equipos distintos cuando Piscu está y cuando no. Y el técnico no tiene a otro futbolista de características similares al cual acudir a la hora de darle descanso.

Por eso su ausencia la siente, la sufre, la padece. Gallardo probó con el chico Lucas Boyé rotando posiciones con Teo Gutiérrez, retrasándose ambos en forma alternada para tomar el balón en tres cuartos, pero ninguno de los dos mostró la aptitud del ex hombre de Argentinos.

Pese a todo, como River es un equipo que está muy fuerte de cabeza y que posee la plena convicción de que atacando puede cubrir cualquier falencia, es que no dejó su invicto en el Fortín. Ahora suma 31 partidos sin conocer lo que es ser derrotado y alcanzó la cifra más alta de su historia, igualando la marca del año 1922. No es poco, más aún si tomamos como contexto un fútbol actual que se caracteriza por su notable paridad. Y pensar que cuando renunció Ramón Díaz, aún paladeando el título de campeón, todos conjeturaban sobre la mochila que iba a tener que acarrear el entrenador que se hiciese cargo. Con ese supuesto estigma llegó Gallardo y trajo a River hasta estos días donde tiene abiertos dos frentes de pelea. Además todos hablan de la forma en la cual llegó hasta este envidiable sitio. Un escenario impensado. Pero real. Y sí, podríamos decir que "Gallardo lo hizo".

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BUENOS AIRES -- Marcelo Gallardo suele ser siempre muy autocrítico. No es llamativo que en las conferencias de prensa post partido suela decir más o menos lo que piensa. Y después de la trabajosa victoria ante Estudiantes, la cual le permitió a River clasificarse para la semifinal de la Copa sudamericana, donde se encontrará nada menos que con Boca, el director técnico se despojó de la pilcha triunfalista y se despachó con un calificativo poco frecuente para rotular lo hecho por el Millonario: "fuimos un equipo ordinario", lanzó sin antes destacar la entrega que le pusieron al juego sus muchachos.

Y no deja de ser cierto, porque estuvimos ante la versión más desprolija y vulnerable de River. Pero claro, aquí donde el análisis no es indulgente con el once conducido por el Muñeco, en esa misma adversidad conceptual, termina saliendo bien parado. Porque quién puede dudar del esfuerzo, de la entrega, del convencimiento que tuvieron los protagonistas para torcer un destino que parecía inexorable.

Cuando promediaba el segundo tiempo, pocos observaban como viable que fuese a mantener el invicto. Los presagios no eran optimistas. Sin embargo, gracias a la pelota parada, un recurso al cual le ha sacada bastante provecho en este semestre, lo que parecía improbable le terminó arrancando otra sonrisa al hincha Millonario. River ganó aún sin jugar bien, se coló en la semifinal de la Copa Sudamericana, batió el record de partidos invictos que el club ostentaba (el fin de semana lo había igualado y ahora lo superó, sumando su cotejo número 30 sin conocer la derrota), y, como bonus track, tendrá que dirimir el pase a la final contra Boca. En un semestre con mucha adrenalina, le agregó una dosis más de intensidad a su estimulada alma.

Cuando se iban del Monumental, entre sonrisas, muchos hinchas decían: "además de jugar bien, ligamos". La referencia es obvia y tiene que ver con que en un momento la mano venía muy complicada para River. Pero nada es casualidad, todo está relacionado, cuando la cabeza está firme, se sabe lo que se busca y cómo conseguirlo, no resulta extraño que se alcancen utopías. Eso es producto del abanico de alternativas que posee, de los diferentes caminos que recorre para llegar al gol, de esa idea de no claudicar ni aún en los momentos complejos. Tambaleó el invicto, se cruzó una imagen de no clasificarse, pero siguió adelante, derribando fantasmas y ganándole la pulseada a esa posible adversidad. Guapeó y se burlo de ella.

No es casualidad, es la consecuencia de una búsqueda que nunca cesa. Es el premio al respaldo, sin temores, de un estilo, de una forma que muchas veces tienta a dejarla de lado, más aún cuando el resultado hace un guiño. Podría haber sido más especulador cuando a los 37 segundos de juego se puso en ventaja, ahí la tentación de cuidar y resignar el ataque era grande, pero pudo más seguir el camino de los conceptos incorporados por Gallardo. En tiempos de mezquindad extrema, semejante acto de convicción y generosidad por el espectáculo debe ser ponderado. Sufrió, pero ganó. Tuvo que batallar demasiado, pero sigue adelante. Y lo hace con el grato sabor que le deja el no haber arriado sus banderas.

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RAFAELA -- Suena redundante, pero no por eso deja de ser cierto. La costumbre de ganar que se ha tomado River ya la pone en práctica jugando bien o en esos días en los cuales las cosas no le salen como las planifica. ¿Convicción? ¿Aprovechar los momentos? ¿Anda derecho? ¿Le sale todo bien? ¿Mérito a seguir sus convicciones? Un poquito de cada cosa.

Si sale medianamente bien parado del temporal, lo más probable es que después le haga un guiño a la historia. El que lo sufrió esta vez fue Estudiantes. Tras un gran primer tiempo de los platenses, luego de los cuales se fueron al vestuario con un gol de ventaja (producto de un error de Ramiro Funes Mori en la salida), sobrevino la reacción del Millo. La de siempre, esa que aparece en los segundos tiempo. Y que, por lo general, llega de la mano de alguna acción destacada (esta vez fue la previa del primer gol, que estuvo llena de toques).

Ramiro Funes Mori
TélamRiver y Estudiantes se cruzan en Mar del Plata
¿Será que la confianza es tan fuerte que le sirve para optimizarse hasta en los peores momentos? Eso parece. Porque la recuperación siempre aflora. Con un gol como punto de partida o con un buen funcionamiento, eso no importa, lo que sí debe decirse es que los rivales suelen esforzarse y logran mantener el ritmo sólo por un tiempo. Eso le duró el envión a Estudiantes. Casi de la misma forma que le pasó a aquellos que creyeron tener maniatado, al borde del knock out, a River. Nada más engañosa que la postal que muestra a los oponentes de turno creyendo tener a la fiera domada. Desorientada es probable, pero ya dominada, no.

No sirve de mucho contar los argumentos que lo han llevado a sumar 29 partidos sin conocer la derrota. Ya son conocidos. Pero sí resulta imposible soslayar el estupendo nivel de Jonatan Maidana, el buen partido jugado por Leo Ponzio, el incansable trajinar de Carlos Sánchez y las siempre necesarias atajadas de Marcelo Barovero, cartas que todos ya conocemos y que repetimos semana tras semanas, pero se afianzan en cada presentación.

Por esto es que, más allá de algunos momentos de zozobra, sería necio no reconocer la fortaleza de este River, que ha dejado atrás un pasado cercano bastante tumultuoso para instalarse en este presente casi ideal.

Es cierto que ya no gana con la misma holgura ni contundencia de presentaciones pasadas. Y es lógico, porque los rivales le juegan tácticamente de otra manera y porque se preparan desde lo anímico para enfrentarlo. Bajar al puntero, invicto y que sigue en carrera en la Copa Sudamericana, es un ejercicio que todos, hasta ahora en forma infructuosa, se lo proponen. Pero los de Gallardo resisten embates a fuerza de goles. Ganan aunque no lo merezcan, porque saben que los tiempos en los que el viento sopla de cola tienen que aprovecharlos como sea. La fase de cuartos de final de la Copa Sudamericana, aún está abierta. Eso sí, dieron un gran paso rumbo a la semifinal. Todos quieren bajar a River, pero el Millo se sostiene erguido y derrochando salud,,,

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