RAFAELA -- Jugando bien o jugando mal. Casi como rindiendo un tributo a lo que canta la hinchada, River sigue superando adversidades. Cuando juega bien, gana. Y cuando sucede lo opuesto, también se queda con los tres puntos. Desempolvando una gama de argumentos que no hacen más que refrendar los motivos de tan buena campaña.

Soportó en el primer tiempo, cuando la peor versión de River en el semestre tambaleó al punto de que el 1-0 en contra con que se fue al vestuario dejaba una sensación de haberla sacado barata. Pero cuando a un equipo así se le da una oportunidad, no la desaprovecha.

TélamRiver logró una importante remontada en Rafaela

Pelota parada de Pisculichi y otro acierto de Marcelo Gallardo en un cambio (puso a Gio Simeone y no le tembló el pulso para sacar a un errático Teo Gutiérrez), abrieron el camino a una remontada que le permite al Millo mantener la diferencia en la punta, un detalle no menor teniendo en cuenta que el torneo entra en la recta final.

El costado malo fue realmente muy malo. Fue un equipo largo, sin dinámica ni sopresa, bloqueado en su faz creativa y con serias grietas en la mitad del campo, lo cual redundaba en que los centrales pagasen esa deuda generada por no poder tener la pelota.

Sin embargo, como todo buen equipo genera anticuerpos, deja abierta siempre la posibilidad a un cambio. ¿Qué fue lo que hizo? Reaccionó a tiempo. Ya esta señalado que terminó ganando y que pudo mantener la punta y la diferencia con sus seguidores, pero más allá del dato estadístico, hay que dimensionar el daño anímico que género en sus rivales. Porque es duro para los de atrás observar que el líder no se cae ni siquiera cuando juega mal.

Por todo lo expuesto, es trascendente lo que se trajo de Rafaela. Y además porque estamos en la recta final de una carrera que transita por los últimos tramos. Y en esta recta, el cuerpo no debe fallar.

En un fútbol tan exigente y resultadista, Marcelo Gallardo logró pasar de ídolo a entrenador en apenas unos minutos. Es hora de dosificar esfuerzos con la precisión de un relojero, para no quedarse con las manos vacías.

Sería una pena, y hasta injusto por la propuesta que siempre intentan plasmar en la cancha, que algo asi suceda.

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BUENOS AIRES -- River tiene la facultad de convertir lo previsible en real, una finalidad que persigue cualquier entrenador, pero son pocos los que logran alcanzarla. No se trata de algo tan común de observar en el fútbol de estos tiempos. Cuando aquellos partidos que en los papeles se presentan como sencillos y finalmente lo son, es porque hay una conjunción de cosas que se están haciendo bien. Esto es producto de desplegar un fútbol ambicioso, que sabe lo que quiere y que tiene bien aceitada el arma para herir a su oponente. Sin importar los intérpretes que coloquen en cancha. Porque los recambios le están permitiendo a Marcelo Gallardo llegar a los objetivos trazados. La base es el equipo, el conjunto, el colectivo. Aunque hay futbolistas que están atravesando por un buen nivel, siempre es el funcionamiento el que termina sobresaliendo por sobre los nombres. Tal vez por este motivo cuesta encontrar una figura que se destaque mucho del resto. Este pensamiento llega al punto de que, hablando con la gente en los diferentes estadios, cuesta encontrar una idea homogénea respecto de la figura. Quizás Teo Gutiérrez se convirtió en el emblema, pero también destacan a Carlos Sánchez, a Leonardo Pisculichi, a Jonatan Maidana y así continúa la lista hasta completar a los once titulares. Todos aportan algo positivo.

En el caso del choque de vuelta por los octavos de final de la Copa Sudamericana, ante Libertad, la premisa fundamental era no dejarse llevar por lo seductor del resultado de ida (3 a 1 en Paraguay). Ese rumor general de "asunto liquidado", podría haber resultado un arma de doble filo. Pero no lo fue. River estuvo concentrado y, más allá de algunos sofocones, eso le valió superar la fase y además benefició al técnico porque pudo hacer que descansen algunos futbolistas base de la formación. Participando en las dos competencias, el técnico debe armar el equipo pensando mitad en el compromiso más cercano y la otra mitad en el subsiguiente. Casi como un partido de ajedrez. Para mover una ficha hay que estar seguro del otro paso que deben dar.

El Muñeco está mostrando inteligencia y capacidad para regular los esfuerzos de cada engranaje. En esta semana que paso, casi todos tuvieron un tiempito para reposar los entumecidos músculos. Y los resultados cosechados fueron óptimos: tres jugados y tres ganados.

No sólo por su buen fútbol River es el equipo más observado. Hay muchos que siguen esperando que el cansancio lo aleje del objetivo. Y ahí regodearse con ese pensamiento resultadista del equipo que no ganó nada. Más allá de lo que suceda de aquí en más, no habría que cometer la torpeza de sacar a la luz temas vinculados con lo estético. Sería injusto para los propios futbolistas. Trataremos de evitar esos caminos. Porque despojarse de lo que ocurra en el epílogo sería fundamental para analizar el fútbol en su estado más puro.

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BUENOS AIRES -- Ni el calor de Paraguay, ni el cansancio, ni las cinco modificaciones que introdujo Marcelo Gallardo en el equipo, nada parece detener la marcha de este River arrollador, que ya acumula 26 partidos invicto y que se sigue consolidando gracias a estupendos niveles individuales, pero, por sobre todas las cosas, merced a una envidiable labor de conjunto.

Aquella frase "van a tener que pelear mucho para ganarnos", que alguna vez lanzó el entrenador Millonario, se sustenta en cada presentación. Donde supera imponderables y derriba mitos históricos, como por ejemplo aquel que habla de la complejidad de participar de dos competiciones al mismo tiempo. En esta fructífera semana, River se trajo un contundente 3 a 1 del calor agobiante de Paraguay (ante Libertad), en el marco de la Copa Sudamericana, y apenas tres días después derrotó con goleada a Belgrano. Creer o reventar, pero cada fecha la formación de Gallardo exhibe un costado productivamente nuevo.

En el plano colectivo, el once está preparado para cobijar a integrantes que se van sumando. Una muestra clara es Guido Rodríguez, el juvenil que reemplazó a Leonardo Ponzio y que superó con aplomo el impacto que representa ser titular en el estadio Monumental. Para que esto suceda, más allá del trabajo del entrenador, tiene que haber puntales adentro del campo. Y River los tuvo ante Belgrano: Jonatan Maidana y Leonel Vangioni en la defensa, Carlos Sánchez y Ariel Rojas en el medio y Teo Gutiérrez en el medio. Con cualidades para todos los gustos. Maidana un tiempista, Vangioni un dotado para llegar al área rival, el desequilibrio vertiginoso de Sánchez, la entrega sin restricciones de Rojas y la contundencia con estilo de Teo.

Con engranajes periféricos que tampoco desentonaron. River hace todo sencillo, pero de más está aclarar que en el fútbol nada lo es. Inclusive en los momentos de desconcierto siempre alguien responde (el domingo fue Marcelo Barovero). Por eso nunca mejor utilizado el mote de "equipo".

Qué diferente se ve todo hoy, con más de la mitad del semestre recorrido, respecto de lo que se auguraba en el inicio de temporada. Cuando no llegaron los refuerzos que Gallardo demandaba, mucho pensaron en el Apocalipsis. Porque la sombra de un Ramón Díaz que se había ido campeón revoloteaba con forma de un lastre complicado de empujar. Más aún para un técnico desconocido en nuestro medio. Y fue justamente su capacidad de trabajo, sus variantes, su manera de expresarse y de hablarles a los jugadores, lo que llegó muy profundo en el plantel. Así es como la historia se está escribiendo con un texto de ensueño.

Agoreros y resultadistas estarán pensando que todavía no ganó nada. Por supuesto, eso está claro, pero el solo hecho de haber generado una revolución en el aletargado fútbol argentino ya es un mérito enorme. Después, si la pelota entra en el arco rival o no será lo que, injustamente, califique su labor. Reglas del juego que deben soportar todos los que están adentro de este medio.

Por ahora da pasos con firmeza, convencido de lo que hace. Confiando en su potencial y en el sistema que está implementando. La orilla está cada vez más a la vista y se acerca a ella con brazadas bien firmes.

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BUENOS AIRES -- Un paso gigante, inmenso, casi decisivo. River vivió un fin de semana ideal. Después de la seguidilla de empates, de la eliminación en la Copa Argentina, cuando, quizás, las dudas comenzaban a asomar porque el destino era Newell's como visitante con la complejidad que eso a priori supone, afloró el espíritu de un equipo con hambre. Y que además sabe lo qué quiere y cómo desea conseguirlo.

A lo largo del torneo demostró saber sobreponerse a la adversidad y el domingo lo hizo cuando estaba mostrando una de sus peores caras. Porque el River de la primera etapa había sido todo lo opuesto a lo que pretende su entrenador. Justamente en ese cambio es donde estuvo lo meritorio. Saber fortalecerse en la adversidad es síntoma de madurez y de templanza.

Pero aparte de todo lo positivo que tiene y va mostrando como equipo, quienes lo persiguen no parecerían estar a la altura de lo que necesitan. La irregularidad es lo que exhiben y eso les imposibilita usufructuar los baches que por momentos tienen los de Gallardo. Es ahí donde crece en magnitud lo expresado, en las virtudes propias y en las carencias ajenas. Tal vez esto es lo que percibieron el domingo por la noche, plantel, cuerpo técnico y dirigentes, quienes celebraron la victoria casi como un campeonato.

Sólido en defensa, con la pelota parada como un buen recurso para llegar al gol cuando el juego asociado no aparece, fuerte desde lo anímico e inteligente para superar adversidades (entre otras, las bajas de Leonel Vangioni y de Teo Gutiérrez), así está River hoy.

En el caso del partido con Newell's, hasta Marcelo Gallardo mostró una faceta diferente. Percibió que con todo lo complejo que venía resultando el encuentro ameritaba, una vez que se pusieron en ventaja, un golpe de timón desde lo táctico: así fue como alguien que habitualmente se caracteriza por variantes ofensivas o por buscar el gol en todo momento más allá del resultado, mandó a la cancha a Guido Rodríguez, volante central, y sacó al cerebro del equipo, Leonardo Pisculichi.

Como se dice habitualmente, cerró el partido. Y no estuvo mal, porque hay veces que las cosas no salen dentro de lo planificado y se debe claudicar en alguna idea. Así como River fue mutando y madurando, con el técnico ocurre lo mismo.

Como fue señalado, esta vez lo ganó gracias a la pelota parada y no con juego asociado. En ese rubro posee armas letales. Le tocó convertir a Ramiro Funes Mori, el verdugo de Boca en La Bombonera, con coincidencias respecto de aquel partido, porque la conquista llegó tras un corner, Néstor Pitana era el árbitro y él jugó como lateral, apenas un dato estadístico. Pero lo notable es que además del Mellizo, pudieron marcar Gabriel Mercado y Lucas Boyé, y se sabe que Jonatan Maidana y hasta Rodrigo Mora son buenos cabeceadores. Recursos variados.

Lo concreto es que el horizonte se le aclaró a River. Y que consiguió una victoria que, en el final de la carrera, podría terminar representando un título. Todo porque supo salir de la adversidad y porque, como se marcó, sabe qué desea y cómo pretende conseguirlo.

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BUENOS AIRES -- El sueño de la triple corona se frustró en la noche sanjuanina. Lo que para muchos era considerada como la competición de menor trascendencia (equivocadamente), no encontró una empatía con el gran momento de River y terminó por convertirse en una frustración.

Parecía que un certamen en el cual habían quedado en el camino muchos de los a priori llamados favoritos, no iba a demandar un esfuerzo tan titánico. Sin embargo Marcelo Gallardo se decidió por un equipo suplente, y si bien en el trámite la historia estuvo pareja y por momento favorable al Millo, la estadística marca que, como suele ocurrir muchas veces, los merecimientos sirvieron de poco.

Un equipo con la pólvora mojada tuvo que dirimir su suerte en la serie de penales, y en esa instancia no pudo imponerse a Rosario Central. Pues bien, el debate está abierto: ¿fue acertada o no la decisión del entrenador? Seguramente la pregunta desembocará en respuestas para todos los gustos. Pero, quizás, para dar un veredicto sin analizar mirando el resultado, habrá que irse un poco más atrás. Porque daría la sensación de que la rotación debería haber venido antes, más paulatina, y no toda junta en forma tan abrupto. No cambiar a un todo de golpe, aunque esta haya venido siendo la metodología aplicada en Copa Argentina.

Con apenas tres peldaños por sortear, y en calendario bastante generoso por la distancia entre compromiso y compromiso (si pasaba iba a jugar allá por el 12 de noviembre), podría haber metido menos suplentes en la formación. Claro, muchos dirán que entre campeonato y Sudamericana se viene una seguidilla muy importante, y es cierto, pero por eso marcábamos lo de haber iniciado la rotación un poco antes. También por esto es que venimos escribiendo a lo largo de las semanas sobre la parte física y el desgaste que está teniendo este equipo para sostener una idea táctica innovadora, la cual necesitaría de una mayor rotación para poder sostenerla en el tiempo.

Porque, en definitiva, la carrera es larga y de poco sirve mostrarse explosivo en el comienzo de la temporada e ir desinflándose con el correr de la misma. Esto no significa que vaya a suceder, pero resulta innegable que se está produciendo una merma (de hecho River hace cuatro partidos que no gana), tal vez producto de lo narrado sobre el cansancio.

Lejos de pretender pintar un escenario apocalíptico, porque el conjunto de Gallardo sigue puntero en el campeonato y continúa participando de la Copa Sudamericana, tampoco se puede ocultar que la secuencia de compromisos fue repercutiendo en el físico de los titulares, que son quienes vienen sin tanto recambio. Por esto es que el técnico decidió seguir con el equipo muletto, y falló.

Es verdad que la obsesión del torneo internacional desvela a todo el mundo River y que el bi campeonato tiene mejor prensa que la Copa Argentina, pero, sin desmerecer a ninguno de los competidores, cuando se observa el fixture se lee entre líneas que se trataba de un certamen muy accesible. Ahora la realidad indica otra cosa. La era Gallardo ha sufrido su primer revés. De todas formas le quedan dos competiciones para redimirse.

Eso sí, de ahora en más empezarán a darse cuenta de que son terrenales, eso es lo que saca a flote una frustración, y dentro de ese escenario cualquier cosa puede suceder...

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BUENOS AIRES -- Hay una materia que el River revelación, ese que todos cargamos de elogios por su juego bonito, el puntero, el que continúa con posibilidades concretas en los tres frentes que compite, todavía continúa sin aprobar, y no es otra que la de la cancha embarrada.

Su estigma, su sombra negra. Le sucedió en la cancha de Arsenal, cuando apenas consiguió igualar en un terreno anegado por la lluvia, y ahora se repite la escena en el Superclásico disputado en el Monumental.

Es como si cuando le restaran la posibilidad de jugar por abajo, con pelota al ras del suelo, su potencia ofensiva se neutraliza. Y encima le abre grietas en su defensa. Más allá de que ante Boca haya sacado a relucir el amor propio que había mostrado contra Lanús, hay un dato cierto de la realidad: jugó gran parte del partido con un hombre más y, pese a esto, no logró sacarle provecho a esta ventaja. ¿Por qué le ocurre esto? Porque es un equipo que está configurado para jugar por abajo, para presionar, para asociarse, y todo esto cuando el campo está embarrado es imposible lograrlo.

Claro, usted pensará, entonces, que debería sacarle punta a ese costado flaco, y tiene razón. Ser un equipo integral, que se adapta a todos los terrenos, le permitiría transitar con mayor tranquilidad batallas tales como el que tuvo con Boca. En la cual presionó, tuvo al menos cuatro ocasiones claras para anotar, pero falló. Otro punto que deberá fortalecer.

El análisis frío del Superclásico parte de una premisa: no se tendría que haber jugado. El escenario no estaba en condiciones. Los que se vio estuvo muy lejos de parecerse al fútbol.

Tirar la pelota para arriba y correr detrás de ella, poner pierna fuerte y estar atentos a alguna pifia del rival, fueron los aspectos saliente de un partido deslucido desde lo estético y, como todo River  Boca, emotivo y pasional. Pero con los atenuantes sobre la mesa no se puede soslayar que el Millo de los últimos nueve puntos que disputó apenas consiguió cosechar tres. Por eso, así como desde esta columna hemos marcado las virtudes cuando el desempeño así lo ameritaba, ahora hay que encender una luz de alerta.

Esto no significa caos ni crisis, que se entienda el concepto, pero sí deberá encontrar rápidamente el sendero de los tres puntos. Porque así como las victorias en fila lo han llevado a escaparse en la punta de la tabla, la secuencia de empates le otorga a los que vienen atrás la inmejorable posibilidad de acercarse.

El barro lo lleva al esfuerzo, a meter, al juego desprolijo. Y esos no son los caminos que lo colocaron en lo más alto del podio de preferencias dentro del fútbol argentino. Ante Boca, tanta agua que cayó lo llevó a tener que acudir en forma obligada a dejar la ropa de gala y a colocarse el overol. Eso sí, de aquí en adelante tendrá que trabajar más fuerte para sobreponerse a los momentos en los cuales el campo no le permite desarrollar su juego.

Gallardo sabe que dentro de ese ideal que el busca, todavía tiene una asignatura pendiente. Para lo que resta de la carrera la respuesta anímica será decisiva. Porque se le vienen tiempos en los cuales la competencia se le intensificará, no tendrá tanto descanso y cuenta con un plantel demasiado corto. Esta vez no pudo lograr el envión espiritual que representa ganar el Súper (cosa que sí consiguió en el semestre pasado, cuando salió campeón). Al menos logró un empate que también parecía distante en una tarde donde todo le salía al revés. Premio consuelo, poco para un equipo que sueña con cosas grandes...

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BUENOS AIRES -- Cada vez que se acerca un Superclásico fluye en forma inmediata un lugar común: es un partido aparte. Quizás la idea en algún punto pueda ser cierta, pero también tiene una intención encubierta de liberarse de presiones. Los protagonistas no quieren hablar de favoritismo o validar con palabras el buen momento por el cual atraviesan. Como si una afirmación semejante pudiese tener una incidencia directa en el resultado.

En fin, cuestiones reñidas, quizás, con las cábalas, algo tan utilizado en el fútbol. Pero los observadores externos, y más los que tenemos la posibilidad de poder opinar, no debemos caer en esta telaraña. Debemos analizar. Acá van, entonces, algunos indicadores que, a priori, podrían llegar a marcar el favoritismo de River en el choque con Boca.

SU ELEVADA AUTOESTIMA
En una época el reproche para el Millo venía justamente por el opuesto a esta sentencia. Cada presentación era un enigma. Su funcionamiento dependía de la ciclotimia y de la forma en que los astros estaban alineados ese día. Lejos de confiar en sus fuerzas, lo azaroso se robaba el papel principal, Hoy esto se ha modificado. La cabeza de River funciona a la perfección.

El título conseguido en el semestre pasado y la confirmación de que no se trató de una casualidad, lo han colocado, desde lo mental, en una posición que hace años no tenía. Sabe que entra a la cancha con grandes posibilidades de quedarse con los tres puntos. Por eso, si los jugadores no sienten la presión de un partido de semejante magnitud, las chances de repetir lo que viene desarrollando en el torneo son realmente elevadas.

UN MONUMENTAL INEXPULGABLE
Jugar en casa dejó de ser una presión. En otros tiempos el apoyo de la gente se transformaba en una carga, ahora el hincha va a la cancha sabiendo que encontrará una respuesta desde adentro del campo. Por el lado del fútbol o si no, cuando el juego no aparece, desde la entrega. Los números así lo muestran.

Su estadio ya no es el lugar de gestas épicas para clubes que llegan maltrechos, pero soñando con el gran triunfo que les salve la temporada. Ahora los que pasan por Núñez ya toman otros recaudos. Esto no es casual, tiene como fundamento el notable funcionamiento del equipo.

River
GettyImagesRiver pasa un gran momento como equipo

UN ATAQUE PODEROSO
Encontrar en River una figura descollante decisiva e irremplazable, es difícil. Son muchos los futbolistas que tienen un nivel parejo. Esto, sumado a la vocación ofensiva que les ha inculcado Marcelo Gallardo, arroja como resultado la contundencia en el área rival. Y si bien aún no ha logrado un elevado porcentaje de aprovechamiento de las situaciones que genera, son muchas las posibilidades de gol con las que cuenta en cada partido.

Proyección por las bandas (con Sánchez y Mercado, por la derecha, y con Vangioni y Rojas, por la izquierda), un armador de juego (Leonardo Pisculichi) y dos hombres de punta que pueden moverse con acierto tanto adentro del área como afuera de ella (Mora y Teo Gutiérrez), configuran a un equipo con variantes. A las cuales les saca rédito y también las utiliza como arma para intimidar a los rivales.

UNA DEFENSA SÓLIDA
Más allá de lo narrado del potencial y la determinación que muestra en su ofensiva, River no es un equipo desbalanceado. Si bien por momentos padece atrás por buscar demasiado en su delantera, lejos está de tener un promedio de goles en contra que lo intranquilice. Por el contrario, en nueve jornadas disputadas le han convertido apenas cinco tantos.

La pérdida de Matías Kranevitter a causa de una lesión abrió el interrogante sobre qué podía suceder. Pues bien, Leonardo Ponzio ha suplido a ese hombre clave con mucha eficacia.

EL APOYO DE SU GENTE
Fue señalado líneas arriba, hoy River ya no padece por un Monumental colmado y ansioso. Ahora disfruta de eso. La maduración llegó por ambas partes y con la tranquilidad de haber dado una nueva vuelta olímpica. Después de muchos padecimientos, la gente va a la cancha a gozar del espectáculo. Intuyendo lo que puede suceder con el resultado, pero con la certeza de que el buen juego ya no es una casualidad.

La recurrencia en ese rubro le quitó el rótulo de fortuito al fútbol atildado y vistoso que despliega. Quizás por esto es que los hinchas hacen hincapié en el disfrute y lo colocan en el podio de lo que más les gusta de este River. Una revalidación de un paladar histórico en un momento que muchos ya lo daban como un lujo del pasado, como algo que jamás volvería.

Por todo esto es que el Millo puede ganarle a Boca. Y que nadie se horrorice por ese favoritismo que River ostenta a priori. Expresar esta idea no va a modificar nada el domingo. Imaginar algo así sería utilizar esos artilugios que tan mal le hicieron a la estética de nuestro fútbol.

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BUENOS AIRES -- Hay partidos que dejan marcas. Quizás no siempre por un resultado, ya sea positivo o negativo, pero dejan una huella importante en el recorrido de un equipo.

El choque que River tuvo con Lanús, en la previa, se observaba como importante porque se medían el líder del torneo contra uno de sus seguidores. Hasta aquí, sólo especulación de algo que podría suceder habida cuenta de los puntos y del funcionamiento que venían teniendo ambos. Sin embargo, por la forma en que se dio el cotejo River salió fortalecido desde lo anímico. Pese a que no consiguió ganar, la adversidad que vivió durante gran parte del encuentro pudo revertirla a base de una notable convicción y amor propio.

Y lo hizo ante un oponente muy sólido, armado como equipo, que viene siendo, desde hace años, animador de las competencias en las cuales participa. Pero como dijo el mismo Marcelo Gallardo, sus dirigidos dieron una notable muestra de carácter. No sólo eso, desde aquí agregamos que, cabeza y protagonistas, entregaron una muestra de convicción táctica.

Dividamos el análisis. En el primero de los rubros, cuando su invicto estaba en juego porque se encontraba abajo en el marcador, atravesaba el peor momento en cuanto al juego y las piernas ya empezaban a pesarle (venía de jugar hacía apenas 72 horas con cancha muy embarrada ante Arsenal), la fortaleza mental mitigó esas molestias físicas. Plateó un partido de golpe por golpe, de ataque por ataque, sabiendo que así tomaba riesgos. Esa osadía lo llevó a igualar el cotejo desde lo posicional, primero, y en el resultado, después. Todo con intérpretes que, como fue señalado, no derrochaban energía a causa de la acumulación de minutos que viene soportando.

Y en segundo punto resaltado es un poco la génesis del primero. Eso de la convicción táctica parte de la cabeza del grupo y genera un efecto liberador en los protagonistas. Los jugadores saben que tienen respaldo cuando las cosas no salen y que esa consigna de atacar siempre no es sólo un discurso para la gente. Se trata de una idea bien arraigada. Las pruebas quedaron a la vista. En el segundo tiempo, con Lanús en ventaja, Gallardo (quien había sido expulsado del banco) ordenó los siguientes cambios: un delantero (Lucas Boyé) por un defensor (Leonel Vangioni) y un mediocampista por otro (Augusto Solari por Carlos Sánchez). De esta manera quedó parado con tres en el fondo. Esto no sorprende porque debía revertir un marcador adverso y la forma de hacerlo era arriesgando. Tres defensores y la misma cantidad de delanteros fue el camino buscado por el entrenador. Pero el mensaje que ponderamos llegó después. Porque a minutos de las variantes River consiguió empatar, y lejos de proponer algo más conservador para el tiempo que quedaba siguió jugando de la misma forma, con la clara idea de buscar la victoria. Que no la consiguió, pero que estuvo cerca de lograrla. Parecer y ser, eso es lo que se destaca, y más aún en un estadio tan complicado y ante un oponente tan encumbrado como Lanús.

Este aperitivo le llega con el Superclásico asomando en el horizonte. A decir verdad, por lo que viene exhibiendo en cancha, si no siente la presión de estar ante un partido tan trascendente para la vida riverplantense, el pronóstico es auspicioso para los de Gallardo. Pero claro, el que se avecina es el partido donde no existen las estadísticas ni los buenos momentos, por eso deberá escribir una nueva historia y tendrá que hacerlo con un trazo bien firme y, por sobre todas las cosas, contundente.

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BUENOS AIRES -- El fútbol tiene esas cosas maravillosas. Cuando todo parece ser previsible, lo infrecuente termina por irrumpir en la escena. Los favoritos dejan de serlo y aquellos que, a priori, parecen convidados de piedra, se vuelven objetivos inexpugnables. Es cierto que a River últimamente no le venía padeciendo esto. Por el contrario, había logrado transitar por el complejo camino de la lógica.

Sin embargo, cuando el banquete se observaba como presto para devorarlo, flaqueó. Aquel Arsenal que llegaba tambaleante, herido, se retroalimentó de las fuerzas de su rival y jugó un partido ordenado, prolijo y sacrificado, que le permitió empatarle al equipo sensación. Como local, es cierto, pero en la previa esa medición de fuerzas lo ubicaba en un sitio de desventaja. Por eso, a la hora de mensurar lo realizado, Martín Palermo terminó yéndose conforme con el punto cosechado.

Marcelo Gallardo, lógicamente más ambicioso, se fue con un sabor algo más agrio. Y esto tiene que ver, entre otras cosas, porque sabía que ganar lo posicionaba con seis unidades de ventaja en la cima de la tabla y, además, porque, como señalamos en anteriores entregas, River se ha acostumbrado a ganar,

La cancha excesivamente mojada producto de la lluvia, conspiró contra la estética que suele plantear el Millonario. Y es obvio, el terreno en esas condiciones suele equiparar fuerzas entre el empeño y el juego. Cada cual con sus armas. La explosión habitual del conjunto de Núñez está vez quedó opacada por la imprecisión a la hora de definir. En cantidad no generó tantas ocasiones como en presentaciones anteriores, pero tampoco logró un grado de eficacia similar al que exhibió, por ejemplo, ante Independiente.

La gran pregunta pasaba por cómo iba a absorber la ausencia de Matías Kranevitter, un hombre clave en este esquema. Y si bien Leonardo Ponzio no brilló, tampoco desentonó para lo que es un futbolista que llevaba tanto tiempo sin ser titular y con pocos minutos en cancha. Esto significa que no fue el responsable de la carencia de juego. Sí, en cambio, River en su conjunto pareció haber sufrido el rigor de la seguidilla de partidos y el ingrato maridaje que representa el agotamiento físico con una cancha tan embarrada. Ese enemigo que creyó haber evitado el día de la suspensión del partido, volvió a hacerse presente y jugó un papel preponderante.

También es verdad que a River ya lo conocen y van entendiendo de qué manera deben jugarle. Contra esto deberá combatir en lo que resta de las competiciones que deba afrontar. Lo mismo que jugar con equipos tan cerrados, como lo fue Arsenal. Es obvio y hasta razonable que todos no saldrán a cambiar golpe por golpe.

El cansancio se hace sentir, los dolores se exacerban con el correr de las fechas, pero todo esto Gallardo deberá enfrentarlo con inteligencia. Porque está claro que su equipo no cuenta con un recambio tan eficaz como para darles descanso a aquellos futbolistas más desgastados. Ahora tendrá que jugar ante uno de los escoltas, Lanús, y ahí en entrenador pondrá en la balanza que entre ese compromiso y el posterior, que será nada menos que el Superclásico, contará una semana para rehabilitar a sus jugadores. Por eso solicitará un esfuerzo más. Así es el fútbol de impredecible y de testarudo, cuando la mayoría presagia algo, se encarga de abofetear a esos falsos profetas. Esta vez Arsenal acarició la hazaña (ganaba 1 a 0), pero River despertó a tiempo. La enseñanza que dejan estos compromisos es más que conocida: nadie puede relajarse. Cuando se baja la intensidad, se paga con puntos que quedan en el camino.

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BUENOS AIRES -- Después del errático transitar, desde lo futbolístico, que tuvo ante Godoy Cruz en el marco de la Copa Sudamericana, River sentía la íntima necesidad de demostrarse a sí mismo que su solidez táctica y que ese sistema tan efectivo y vistoso que venía desplegando, aún permanecía intacto.

Por eso la prueba con Independiente tenía en sí misma varios condimentos. Además de el de poder quedar solo en la punta, estaba el narrado, esa idea del plantel de volver a sentirse pleno. Y debía hacerlo ante un rival que venía teniendo un buen inicio de temporada.

FotobairesRiver vapuleó a Independiente en Núñez

Vaya si lo hizo. Superó el clásico con una notable solvencia y eficacia. Aventó fantasmas, si es que realmente andaba sobrevolando por alguna cabeza, y recuperó el juego y la eficacia en el arco rival. Pero como nunca la alegría puede ser completa, en una noche que parecía mágica terminó sufriendo un hechizo que para Marcelo Gallardo eclipsa la enorme felicidad.

La referencia es para la lesión de Matías Kranevitter, uno de los jugadores clave de este equipo. El volante central padece una fractura del quinto metatarsiano del pie derecho, un dedo que ya tenía golpeado y que volvió a sufrir un traumatismo, esta vez aún mayor. De esta manera, tendrá un período de recuperación de tres meses que, por supuesto, lo inhibe de cualquier convocatoria al seleccionado argentino, algo que, trascendió, iba a suceder.

Más allá de que River tiene un reemplazante de experiencia como Leonardo Ponzio, lo cierto es que Kranevitter se encontraba en un gran nivel. Un escollo importante para Gallardo, quien deberá generar los anticuerpos para superarlo.

Y esta baja se le produce justamente a las puertas del partido más trascendente para el hincha, ese por el cual se la pasó cantando en la noche del domingo: el Superclásico. Esa obsesión que tiene por derrotar a Boca casi lleva a la gente a olvidarse de los dos choques que tiene por delante, el del jueves ante Arsenal y el del domingo ante el escolta del torneo, Lanús, como visitantes ambos en canchas que históricamente le han sido complicadas.

En ese contexto es que el equipo de Gallardo navegó por sensaciones tan extremas en sólo una jornada. Ya ahondamos en la mala, la lesión de Kranevitter, ahora nos iremos para el costado opuesto, el gran triunfo y funcionamiento demostrado. Más allá de algún momento de desconcierto, lógico en cualquier equipo de fútbol, River mostró tener personalidad, amor propio y voracidad. Volvieron a marcar sus delanteros, Teo Gutiérrez y Rodrigo Mora, también lo hizo su generador de fútbol, Leonardo Pisculichi, quien encendió la alerta amarilla porque fue reemplazado con una molestia en su rodilla (aparentemente no reviste gravedad), y también se hizo presente en la red, en este caso por primera vez en forma oficial desde que llegó a River, Ariel Rojas.

Es decir, que en ese andar casi perfecto, todo funcionaba de maravillas hasta la lesión ya comentada. Y que no le parezca exagerado el redundar sobre este punto, porque estamos hablando sobre, quizás, el jugador más importante de este equipo. Avatares de un deporte donde los protagonistas están expuestos a estas contingencias y, por consiguiente, los entrenadores a demostrar que están capacitados para superarlas.

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