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River Plate
TélamEl equipo de Gallardo no pudo ganar ante el conjunto brasileño en el Monumental
BUENOS AIRES -- La fase de grupos de la Copa Libertadores tiene un solo secreto para clasificarse sin pasar sobresaltos: ganar de local. Consiguiendo esos nueve puntos, más algún otro cuando se sale de casa, casi se garantiza quedar entre los dieciséis que disputarán los octavos de final.

Obviamente que esto es sólo teoría. Nada es definitivo. La prueba de que no hay verdades inquebrantables la dio River el año pasado, que con una sola victoria en la primera parte del certamen se clasificó igual y luego terminó consagrándose campeón.

Pero claro, después de aquella estresante experiencia el Millonario no tiene el deseo de repetirla. Este año había arrancado con el pie derecho obteniendo una contundente victoria en Venezuela, lo cual parecía ser un augurio de que esta vez no iba a padecer tanto, pero sin embargo el jueves no pudo con San Pablo, de local.

Esto no es que complica su clasificación, pero de alguna manera se choca contra la máxima copera que mencionamos en el comienzo, esa que sugiere ser implacables en su estadio.

Más allá de lo que representa el marcador en sí mismo, hay otras cosas que preocupan más al cuerpo técnico. La primera de ellas es la falta de pericia que está teniendo para finalizar las opciones que genera. Aunque tampoco son tantas, con un porcentaje mayor de eficacia sufriría en una menor medida.

También deberá revisar el cuerpo técnico eso de las veces que el rival llega a posiciones de gol. El San Pablo actual está muy lejos de ser aquel equipo-cuco que, históricamente, asustaba en el continente. Así y todo, con la mezquindad y limitaciones a cuestas, le anotó un gol y podría haber marcado más de haber estado más fino en la definición.

Todos temas que Gallardo seguramente tiene apuntados y que intentará solucionar en el corto plazo.

Un tema aparte es el estado del campo de juego. El propio entrenador se quejó en conferencia de prensa de cómo se encontraba el césped del Monumental. Para un equipo como River, que pretende jugar con pelota al piso y haciéndola circular, un terreno desparejo es el peor enemigo. Lo curioso es que ese enemigo está en su propia casa.

Sabiendo como lo perturban estas cuestiones al entrenador, no debería extrañar a nadie que se produzca una convulsión interna por este punto. Que no es un detalle menor.

Luego, hay que decir que desde lo futbolístico River continúa adoleciendo de confiabilidad. Es un equipo muy inestable dentro de un mismo partido. Fluctúa entre momentos muy buenos y otros pasajes en los cuales realmente se ve dominado. Estas caras tan diversas y recurrentes son las que no le permiten encontrar su identidad.

Es cierto también lo narrado se consigue de la mano de una estructura base que pueda colocarse en cancha en la mayoría de los partidos, algo que a Gallardo, por la sucesión de lesiones, le fue imposible poner en práctica.

En definitiva, vicisitudes de un fútbol donde cada día estos imponderables tienen más ingerencia. Mirando para adelante, y siempre hablando de la Libertadores, River tendrá que ir mejorando al andar. El calendario apretado no le posibilita tener tiempos para trabajar demasiado.

El próximo escollo será la altura de La Paz, donde se verá las caras ante un The Strongest que sorprendió en el arranque del grupo. Ese, a priori, no parece ser un escenario apto para utopías. Aunque suene mezquino, un empate en semejantes condiciones adversas no se avizora como un resultado para despreciar.

Pero claro, con los márgenes ya acotados, después, en la recta final, no podrá flaquear. En ese cierre post Bolivia tendrá dos choques en su casa, y ahí definirá la fase. Por eso hacerse fuerte en el Monumental será clave. Gallardo, y este plantel, saben bien de esta historia. Sólo tendrán que recuperar la memoria.

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Fútbol argentino
TélamEl Xeneize, ya clasificado en la Libertadores, recibirá al Millo que luego se juega todo ante Trujillanos
BUENOS AIRES -- Muchas veces el fútbol se encarga de darle una bofetada a la lógica. Y esta forma irracional de expresarse a veces te da y en otras te quita.

River sabe muy de qué se trata esta historia. En el Superclásico jugó uno de los partidos más destacados del semestre y sin embargo se debió conformar con un empate el cual, según los propios protagonistas, les dejó un agrio sabor en el paladar. Mucha bronca. Y por varios motivos...

Primero y fundamental, estaba en juego un choque ante Boca, con todo lo que eso representa. Segundo, porque todos los integrantes del plantel tenían muy en claro que la victoria podría significar un despegue, en un torneo errático para en Millonario, en el cual no ha podido hilvanar una sucesión de dos triunfos en forma consecutiva, algo que deberá ocurrir en el futuro cercano para no observar desde afuera la puja por el título, que es el objetivo primario a nivel nacional. Y todo esto sin descuidar el frente internacional, donde se pugna por avanzar en la Copa Libertadores.

En ese contexto, River sabe que no le queda más margen para el error, que la mencionada racha de victorias no debería demorarse más. El indicador positivo es que el nivel futbolístico repuntó respecto de lo que venía siendo una temporada con muchos vaivenes en ese rubro.

No quedan dudas de que el equipo de Gallardo sabe jugar los clásicos, la actitud y concentración que ellos demandan. quizás el atado preocupante vuelvan a ser lesiones. Balanta, Pisculichi, D'Alessandro, Viudez y ahora Maidana, configuran una lista de bajas que golpea duramente las intenciones de River.

Gallardo no tiene sobrepoblación de marcadores centrales y ahora deberá innovar para configurar una defensa segura. Es que además de las intenciones, que cada día son más complejas, en el torneo local, la Libertadores continúa siendo la obsesión del hincha, repetir da conquista es los que expresa cada fin de semana en el estadio. Por eso la mejora en su rendimiento va más allá de la bronca que manifestaron por los tres puntos merecidos y no cosechados.

Cuando la adrenalina se atenúe seguramente valorarán lo hecho en el campo. Eso sí, siempre y cuando se produzca una continuidad que le permita adquirir esa tan ansiada confiabilidad en su rendimiento, prolongando en el tiempo lo hecho el domingo.

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BUENOS AIRES -- Hablar de rivales menores en la Copa Libertadores es una falacia de la cual River pudo dar fe a lo largo de la pasada edición del certamen. No vamos a recordar paso por paso en lo sucedido, pero sí se debe refrescar aquella clasificación agónica en la fase de grupos, producto de haber perdido puntos justamente ante esos oponentes supuestamente inferiores.

Claro que el año pasado ese transito escabroso tuvo un final feliz. En su estreno como campeón continental, el Millonario tenía ante sí uno de esos partidos incómodos. Un viaje extenso hasta Venezuela (a la ciudad de Valera); un campo de juego en malas condiciones; vicisitudes que se le presentaban de la mano con la obligación de sumar de a tres que le había impuesto The Strongest, luego de derrotar a San Pablo, nada menos que en Brasil.

Y la primera reflexión es que River pudo superar esa prueba con contundencia. Más allá de que esta vez sí el Trujillanos dejó en claro que no está a la altura de los equipos competitivos de la región, el conjunto de Marcelo Gallardo, luego de un errático primer tiempo, resolvió la historia a fuerza de goles. Con una formación que no estuvo conformada por todos los titulares, por el contrario, fue casi similar la cantidad de futbolistas que juegan habitualmente y la de aquellos que no lo hacen. Así y todo aprobó el primer examen.

En este tipo de competencias, en las cuales las cosas se resuelven en apenas un puñado de partidos, resulta más que positivo no darle chances a las dudas. Eso fue lo que hizo River, dejar de lado cualquier vacilación o especulación y cosechar tres puntos en su debut copero.

Con esto queda abierto el debate. Qué se debe perseguir en la Libertadores, ¿la eficacia o la estética?. De más está decir que el ideal sería una conjunción entre los dos tópicos, algo que pocos pueden plasmar en la cancha, pero habida cuenta de la idea del propio Gallardo, exteriorizada públicamente, acerca de que este semestre es para reencontrarse con el buen fútbol, es que las distintas corrientes de opinión ya comienzan a dar su veredicto.

Nadie busca no jugar bien y ganar, está claro, pero quizás lo que no debería exponerse con tanto ahínco es eso de anteponer la belleza por sobre los tres puntos. Porque una cosa permite ir en busca de la otra. Ganando y goleando, River podrá ir, con mayor tranquilidad, por la restante G (la de gustar).

Gallardo tendrá en su cabeza, seguramente, conseguir un desafío histórico, que es obtener la Copa en dos ediciones consecutivas. Hasta ahora River no lo ha logrado, y en esta voracidad por sumar títulos internacionales que el Muñeco ha refrendado con hechos desde su arribo al club, quedar en el bronce por semejante doblete representa un seductor reto.

El camino recién empieza para el Millo. Se sabe que es largo y complejo, pero el director técnico y su grupo de futbolistas han dados muestras de renovar siempre la búsqueda de supuestas utopías….

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BUENOS AIRES -- Ya veníamos alertando desde este mismo espacio acerca de la descompensación manifiesta que se observaba en el nuevo sistema táctico del River versión 2016.

Aún en la victoria, el rival podía vulnerar con relativa facilidad la línea de volantes y llegar con pelota dominada y con mucha gente hasta el área de un Marcelo Barovero que hacía lo que podía para tapar cada uno de los mano a mano. Un contexto no muy favorable para cualquier equipo.

No es lo conveniente realizar una propuesta de ataque que demande, para instrumentarla, cambiar golpe por golpe. Entre otras cosas, porque, inexorablemente, muchas veces será el oponente quien golpee más. Y no sólo eso, a River le viene sucediendo que además lo golpean primero, con lo cual ir a remontar un resultados adverso siempre demanda de otra energía, de otra carga emotiva, se suelen dejar más espacios (aún) en defensa y se juega con una mayor presión.

Acá no hay demasiadas dudas en el diagnóstico, lo que se expresó en el comienzo se observa como el inconveniente central. River está descompensado. Los tres volantes con buen pie que se paran por delante de Nicolás Domingo no tienen la aptitud para recuperar, por eso les ganan las espaldas y los rivales llegan al área contraria con pelota dominada y con espacios hasta las propias narices de Domingo y de toda la defensa. Ese panorama culmina con un mano a mano que puede ser gol o no, pero que en todo momento desnuda errores estructurales que no ha podido solucionar en los tres partidos que van del campeonato.

En las dos derrotas consecutivas que le propinaron Belgrano y Godoy Cruz, dos equipos que no son de los más encumbrados del torneo, siempre los mano a mano que padecieron los de Gallardo fueron numerosos. En Córdoba hubo un piso de cinco y en el Monumental no menos de siete u ocho. En ambos casos, muchísimo para un equipo que pretende pelear por el título.

Dentro de este panorama poco alentador, el jueves escuchamos una declaración del entrenador que denota una autocrítica que podría inducir a un cambio positivo. Tras la derrota con Godoy Cruz dijo, palabras más palabras menos, “conmigo nada es de definitivo”, dando a entender, y con razón, que cuando algo no funciona es proclive a modificarlo. Y los antecedentes lo avalan en este sentido.

Recordemos las mutaciones que fue sufriendo el River multicampeón, que empezó jugando muy buen fútbol, con un solo cinco y enganche, y que terminó con un 4-4-2 utilizando una doble contención (Ponzio y Kranevitter) porque le daba muy buenos resultados. El domingo se deberá enfrentar a uno de los mejores equipos del campeonato, un Rosario Central que tiene voracidad ofensiva y contundencia, con tanta debilidad defensiva el augurio no es el mejor. Quizás por eso las palabras de Gallardo, tal vez estén anticipando una volantazo necesario. Sería inteligente efectuarlo al menos en ese partido.

No todos los oponentes tienen las mismas características y, por ende, los sistemas tácticos a utilizar ante cada rival tendrían que ser flexibles. Eso no redunda en convertirse en un equipo defensivo, al contrario, sería saber dosificar los ataque y ser equilibrados. Todo parece indicar que se viene un cambio de sistema. Por lo que se viene observando, se impone que eso ocurra.

River sabe que, así como juega hoy, le será muy complejo pelear con posibilidades en los dos frentes. Más aún en la Copa Libertadores, donde cada excursión al exterior ofrece sorpresas.

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Martinez y Gallardo
Fotobaires.comGallardo sigue apostando a Pity Martínez
BUENOS AIRES -- Casi como una continuidad de lo que había sucedido en los partidos de pretemporada, River inició el Torneo asociado a los buenos resultados. En este caso, agregándole, además, contundencia a su juego. Con un fútbol que todavía presenta algunas cosas por mejorar, es lógico y eso lo ha reconocido el propio Marcelo Gallardo, pero superando situaciones que le dan una magnitud mayor a la goleada que le propinó a Quilmes.

Las bajas a último momento de dos titulares, Luis González y Leonardo Pisculichi, ambos aquejados por una gastroenterocolitis, obligaron al entrenador a configurar la mitad de campo de otra forma. Luego, antes de iniciarse el partido la lesión de Eder Álvarez Balanta (estuvo apenas ocho minutos en cancha) representó un nuevo contratiempo que fue resuelto con pericia por el DT. Está claro que, más allá de todo lo narrado, River marcó, por segunda vez en la era Gallardo, cinco goles (anteriormente le había marcado a Rafaela con aquellos cuatro tantos de Fernando Cavenaghi).

Pero independientemente de los números fríos hay otras cuestiones que deben poner feliz al Muñeco. Por ejemplo: los dos goles del Pity Martínez y el buen segundo tiempo que jugó Nicolás Bertolo. Ambos estaban necesitando de actuaciones destacadas y el tenerlas hace que vayan recuperando el nivel que exhibieron en sus anteriores clubes. Y de alguna manera también libera a los protagonistas de la angustia que viven en el día a día cuando las cosas no le salen.

El gesto del Gonzalo Martínez después de su primer gol, el segundo de River, es más que elocuente. Ese dedo en la boca pidiendo silencio a un público que lo venía hostigando por sus desaciertos no es más que una descarga emocional de alguien que está sufriendo. ¿Esto justifica lo hecho? No, pero es entendible que las revoluciones a mil más la inexperiencia de un joven terminen en este tipo de episodios. Que no son graves, es verdad, pero que deberían evitarse.

Martinez y Bertolo
Fotobaires.comBuen segundo tiempo de Bertolo, con asistencia para el doblete de Pity

Bertolo, por su parte, también necesitaba reencontrarse con su fútbol. Ese que lo acercó a River, pero el que no había podido desplegar desde que llegó a Núñez. Un buen segundo tiempo, con una asistencia para Martínez incluida, podría ser el disparador del reencuentro consigo mismo de alguien al que Gallardo lo pidió con la idea de que juegue como titular.

El lado B de este River contundente se vio en el período inicial. La presión de Quilmes en la salida no siempre fue resuelta con pericia por el Millo. Al contrario, con muy poquito le desnudaron grietas en el fondo y en la mitad de cancha. Porque destrabar un partido cerrado le costó más de lo aconsejable. Y en este tipo de compromisos es donde se observa la diferencia de calidad de las individualidades.

El desequilibrio suele llegar gracias a inspiraciones personales. Por esa vía fue como River terminó haciendo fácil aquello que había comenzado con problemas.

El camino es largo y la historia recién comienza. De más está decir que cuando un equipo inicia el recorrido por los puntos con un triunfo, eso facilita la labor diaria y contribuye a que pueda mejorar los aspectos negativos con mayor tranquilidad. Gallardo se había puesto como meta para esta temporada recuperar el buen fútbol. En ese camino transita. No es una tarea sencilla, pero tiene plantel para lograrlo. Calidad más convicción es un combo ideal para llegar a un destino tan ambicioso.

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Caso y Gallardo
Fotobaires.comGallardo ahora debe conseguir que River sea regular en los 90 minutos
BUENOS AIRES -- En esa búsqueda por la excelencia futbolística que Marcelo Gallardo se ha puesto como meta para este semestre, quizás el segundo tiempo que River jugó contra San Lorenzo fue como paradigma de esa idea.

Un fútbol dinámico, sin posiciones fijas, profundo, con gol, seguro en el fondo, casi sin fisuras. Suele decirse que es complicado plasmar en un partido todo aquello que se trabaja en los entrenamientos, pues bien, en esa narrada segunda mitad lo que ensayó en la pretemporada de Punta del Este fue lo que se observó en el campo. Casi calcado. Es cierto que lo hizo ante un rival que, a la luz de los hechos, está sufriendo horrores esa modificación de estilos a la cual apostó.

De aquel de Edgardo Bauza a este Pablo Guede hay un abismo, son formas bien antagónicas, pero de ninguna manera esto puede opacar lo que produjo River. Al contrario, en todo caso fue una superación respecto del Superclásico el haber podido usufructuar esas ventajas, porque ante Boca tuvo todo a su disposición y no logró sacar provecho a eso.

De todas formas continúa teniendo ese "lado b", la cara opuesta que no le permite estar pleno. El primer tiempo fue demasiado flojo si tenemos en cuenta lo que puede dar (y dio) y las pretensiones que tiene un club de semejante jerarquía.

Estuvo individualmente endeble y esto llevó a que colectivamente otorgue beneficios que podrían ser letales en otro momento. Gallardo supo pegar un volantazo en el momento indicado (con dos cambios en el entretiempo y seguramente una buena lavada de cabeza en el vestuario), pero no siempre esa fórmula es redituable. De más está aclarar que dista mucho de la idea del entrenador el configurar un equipo bipolar, pero no se puede soslayar que le está costando adquirir la regularidad que realmente desea.

Sebastian Driussi
Fotobaires.comSebastián Driussi aparece como una buena alternativa para la delantera

Otro tema. Cuando Sebastián Driussi jugaba en las divisiones inferiores era moneda corriente encontrarse con él en el tope de la tabla de goleadores. Cada temporada anotaba una buena cantidad de tantos. En el salto a primera esa cosecha fue enflaqueciendo. No porque haya perdido la pericia para definir, sino más bien porque le tocó ocupar puestos que lo alejaban del arco. El martes, como punta, recuperó ese olfato y dio muestras de su aptitud en el área (hizo dos goles). Una buena variante para Gallardo en una posición en la cual no tiene sobrepoblación.

Ya habíamos señalado desde esta columna la trascendencia del triunfo ante Boca, el cual representaba, entre otras cosas, poder transitar una pretemporada en paz. Esta nueva victoria fortalece más esta idea y le quita presión de cara al último Superclásico del verano. Es cierto que en ese tipo de partidos no es posible relajarse, pero una cosa es jugar además presionado. River tendrá sólo la obligación que se tiene en estos compromisos y no otra, como sí se hubiese cargado si el primer capítulo de la saga se resolvía de otra forma.

Gallardo busca mejorar el juego y de a poco lo va logrando. El desafío no es sencillo ni muy común en tiempos de resultadismo extremo, porque muchas veces ese intento queda en el camino por la opulencia feroz de las victorias, pero el entrenador se ha propuesto no claudicar en la búsqueda. Porque se pueden conseguir las dos cosas, jugar bien y ganar. Un buen mensaje que en la fase de preparación es posible sostener, pero que en la competición oficial apuntalarlo se vuelve más complejo. El Muñeco tiene espalda y deseo de hacerlo. ¡¡Bienvenido sea!!

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BUENOS AIRES -- Para aquellos que todavía, con un cierto aire de ingenuidad, observaban a los Superclásicos del verano como un partido amistoso, el choque de Mar del Plata hizo añicos a esa pueril idea. Desde hace tiempo que esos enfrentamientos que marcan la agenda del verano, los humores de la pretemporada y, en algunos casos, hasta fueron disparadores de renuncias de entrenadores.

Con todos estos ingredientes y después de haber perdido en el debut veraniego ante Independiente, River inhaló una bocanada de aire fresco que le sirve para recorrer sin sobresaltos lo que queda de la etapa preparatoria. En rigor de verdad, si realizamos un análisis frío, abstrayéndonos del resultado, la inquietud para Marcelo Gallardo debe estar presente. Porque es cierto que su equipo ganó, pero estuvo muy lejos de una producción que el director técnico pretende. Según sus palabras, este será el año en el cual River intentará reencontrarse con el fútbol del segundo semestre de 2014, quizás el mejor del la era Gallardo, pero esa búsqueda hasta el momento se ha quedado sólo en eso, un intento.

Quizás la modificación táctica haya sido lo más saliente hasta el momento. Con un solo volante central al comienzo, con Leo Ponzio metido entre los centrales cuando ingresó Nicolás Domingo, con un Eder Álvarez Balanta que de a poco se va reencontrando con su nivel, con la auspiciosa aparición de Nacho Fernández, con Rodrigo Mora jugando algo más lejos del área, con Lucas Alario como único referente fijo del ataque, con Lucho González como primer pase en la salida y con una presión bien alta, todos estos, y algunos más por supuesto, son los condimentos con los cuales Gallardo intenta refundar a su equipo. Ante Boca no logró que todo funcione a la perfección, sólo se vieron destellos, pero nuevamente se impuso la personalidad de un equipo que, más allá de cuestiones tácticas, sabe lo que quiere. Porque si hay algo que nadie le puede negar a este plantel es esa voracidad por ganar.

Paradójicamente, mientras jugaron once contra once River se mostró más sólido que a medida que a Boca le fueron expulsando gente. Luego se fue enredando en el vértigo innecesario y en las imprecisiones y casi no generó acciones de peligro ante la valla de Agustín Orión. Tampoco pasó sobresaltos, pero le dio a Boca la oportunidad de quedar siempre a un gol, con el riesgo que eso conlleva en un fútbol donde la pelota parada y las jugadas aisladas vía un pelotazo pueden definir un partido. Por eso la alegría medida del entrenador en el final.

Los jugadores, después de un partido demasiado friccionado y áspero, si desataron su felicidad. Como corresponde. Son ellos mismos los que se encargan de fortalecer la idea de que los Superclásicos hay que ganarlos y que el buen fútbol se busca en el resto de los partidos. Así aprendieron a vivir ese tipo de compromisos, casi como los hinchas.

Por eso el festejo. Podrá avalarse o no ese pensamiento, pero la vehemencia con la cual se disputó el River - Boca de Mar del Plata demuestra que ya nadie se relaja. Por el contrario, la exigencia es desmesurada. Al punto de que lleva a los protagonistas a cometer irresponsabilidades. Y da la sensación de que esto de "todo o nada" se incrementa, lamentablemente, con el correr del tiempo. De ahí que hayamos visto poco fútbol y mucha lucha. River paladea el grato sabor de haberse quedado con la primera "batalla", un bálsamo que le alcanzará para vivir relajado lo que resta de la pretemporada, aunque íntimamente sepa que deberá mejorar bastante para pelear arriba en las competiciones oficiales de este semestre.

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BUENOS AIRES -- Con el recuerdo aún fresco de la final del Mundial de Clubes, jugada nada menos que contra el fantástico Barcelona, la memoria emotiva del hincha se queda clavada allí, en Japón, en el sueño que no pudo ser para los protagonistas y para la gente, en los imponentes banderazos, en esos 20 mil fanáticos que juntaron hasta el último peso (y en muchos casos asumieron una deuda de meses para poder viajar) para estar en tierras niponas, pero la realidad es que este 2015 de River fue mucho más que eso.

Fluctuante desde lo futbolístico, pero altamente redituable en lo deportivo, entre otras cosas consiguió alzar la Copa Libertadores, ese anhelo histórico, que tuvo como agregado, al igual que en la Sudamericana 2014, el bonus track de haber eliminado de la competencia a Boca. En una llave que se cerró con matices olvidables, como aquella irracional decisión de un grupo de hinchas xeneizes de arrojarles gas pimienta a los jugadores de River, pero que, sin dudas, de cara al balance del año eso queda como una mancha más en un golpeado fútbol, pero que no opaca en absoluto la conquista. Esa que le permitió abrir la puerta del mencionado Mundial de Clubes.

Pero vayamos por partes. Para ir ordenando las ideas, en un año en el que la conquista de la Libertadores engrosó las vitrinas y el Mundial de Clubes lo puso en los ojos del planeta, lo futbolístico fue, quizás, la mayor deuda que le quedó al equipo de Marcelo Gallardo. Paradójicamente, fue efectivo desde los resultados pero sin codearse con la excelencia. Apenas un puñado de momentos excelsos son los que se pueden destacar. Por supuesto que en el podio figura la eliminación de Boca de la Copa Libertadores, por todo lo que representa para los corazones Millonarios. Que volvió a ser más destacada desde lo temperamental. Al igual que en la Sudamericana del año anterior, el valor agregado del espíritu les permitió terminar la llave con una amplia sonrisa.

RiverAPRiver ganó la Libertadores después de 19 años

Y quizás haya pocas voces disidentes a la hora de encontrar el mejor rendimiento del año. La exhibición brindada en Belo Horizonte, cuando la derrota por 1 a 0 ante Cruzeiro, en el Monumental, parecía ser una sentencia de eliminación, refrendó la imagen de un equipo que se agranda en las difíciles. Con un 3-0 contundente, acompañado de un notable funcionamiento individual y colectivo, cargó los tanques emotivos para superar con éxito los tramos finales.

No hay que olvidarse de los guiños previos que a River el destino le había dado en la fase de grupos. Tigres de Monterrey tuvo en sus manos la continuidad del Millo en dos ocasiones, y en ambas lo perdonó. Conclusión: luego llegaron a la final y festejaron los argentinos. Una de las comentadas posibilidades de dejar en el camino a uno de los favoritos fue en México, cuando ganaba 2-0, se durmió y Mora terminó empatando sobre la hora. La restante, cuando en el último partido de la fase de grupos River necesitaba de un triunfo del conjunto mexicano (ya clasificado) en Perú, y esa victoria llegó. Darle una vida más a los grandes tiene sus riesgos.

El destino quiso que el peor clasificado, River, se enfrentase con el mejor puntaje de todos, Boca. La historia ya es conocida: triunfo de los de Gallardo por 1 a 0 en el Monumental, y el bochornoso final con el gas pimienta a los futbolistas del Millo cuando salían a jugar el segundo tiempo. Más allá de las vicisitudes extradeportivas, el hincha paladeaba, por segunda vez en seis meses, el grato sabor de eliminar en fase directa al rival de toda la vida.

Con la felicidad de los festejos a cuestas, un día después de obtener la Libertadores, River debió viajar a Japón para jugar la Suruga Bank ante el Gamba Osaka. Otra vez privó la garra y levantó la tercera copa del año, pero a partir de esa conquista se acentuó el bajón futbolístico y sobrevino el peor momento de la era Gallardo. Hablamos de tercera copa y sólo mencionamos dos. El primer festejo de River se había producido allá por febrero, cuando en partido de ida y de vuelta (ambos ganados por 1 a 0) se quedó con la Recopa Sudamericana, venciendo a San Lorenzo, en aquel momento campeón vigente de la Libertadores.

Después de un primer semestre muy bueno en lo que a resultados se refiere, y sin tantas luces futbolísticas, las idas de Teo Gutiérrez, de Ariel Rojas, de un Fernando Cavenaghi que jugó poco pero que aportó muchos goles, y de Ramiro Funes Mori, jamás pudieron ser reemplazadas con acierto. Con la excepción de Lucas Alario, las incorporaciones no rindieron, ni por asomo, dentro de lo que se pensaba. Esto, sumado al cansancio de un año con muchos compromisos y viajes, hizo que River no llegara de la mejor forma a la última parte de la temporada.

Así se reflejó en el torneo local, donde casi no peleó por la punta, y en la eliminación de la Copa Sudamericana a manos de quien, hoy, es su sombra negra. Huracán le había privado, en el mes de abril, de elevar la Supercopa Argentina (la disputó gracias al titulo nacional ganado por Ramón Díaz antes de dejar el cargo a mediados de 2014). Y fue el Globo el que volvió a ahogar el grito, esta vez en semifinales de la Sudamericana.

River llegó a fin de año con las energías por debajo de lo aconsejable. Perdiendo más de lo que ganó, algo que no había pasado con Gallardo como técnico. Con esas falencias a cuestas llegó al Mundial de Clubes. Dejó en el camino, con dificultad, el escollo del Sanfrecce Hiroshima, y soñó con una épica victoria ante el Barça hasta que Messi y sus compañeros abortaron, con fútbol, ese deseo.

Pero, por supuesto, con tres copas sobre sus espaldas nada alcanza a opacar lo que fue una notable temporada, principalmente en su primera mitad. Ahora River y Gallardo se encuentran ante un gran desafío: rearmar un equipo que parece haber dado todo y que necesita de aires renovadores. El entrenador anunció que se vendrá un cambio de sistema, justamente para amoldarse a lo que tiene y no tanto a sus ideas. Para superarse tendrá que remotivar a los que se quedan y acertar con las compras (la deuda del DT).

De todas formas, nadie le quitará a este River el haber sido protagonista de un año que quedará en la historia del club como uno de los que más alegrías le brindó a su gente.

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BUENOS AIRES -- El fútbol está lleno de cuestiones que comúnmente se dice que son para "creer o reventar". Uno de los rubros que suele sobrecargarse con este tipo de asuntos es el de las paternidades. Históricas o pasajeras, indistintamente. Cuando esto sucede, no importa demasiado si hay equivalencia o no entre los equipos, quien viene mejor o peor en cuanto al nivel futbolístico, lo que siempre termina por imponerse es esa mágica cuestión de la recurrencia en el resultado.
RiverFotobaires.comEl Millonario no se sintió cómodo con un sistema poco ensayado

Al River de Marcelo Gallardo, un equipo acostumbrado a ganar, a poner en fila y eliminar rivales en ese ida y vuelta que proponen las competiciones internacionales, desde hace un tiempo le ha salido un sobrehueso en el talón que se llama Huracán. Durante el ciclo del Muñeco, no ha podido ganarle. El jueves a la noche se refrendo esta situación. Quedó eliminado de la Copa Sudamericana a manos del Globo. Otra vez ese oponente le coloca un toque amargo al transitar de River. Ahora bien, tampoco todo es azaroso ni forma parte de esos caprichos inexplicables que tiene el fútbol. La idea de la introducción era contextualizar esa sombra negra que tiene el Millo, pero a la hora del análisis hay otros varios puntos que pueden tirarse sobre la mesa para entender el por qué de eliminación del conjunto de Gallardo.

La primera de ellas, es que hace ya bastante tiempo que le está costando ser lo que fue (más precisamente, desde que volvió de Japón). En todo este certamen no había logrado clasificarse a la siguiente fase con algo de holgura. A pesar del penal malogrado por Liga en Quito, de aquel cabezazo agónico en Chapecó que terminó por estrellarse en el travesaño, y de un rendimiento poco convincente, siguió. Ahora, ante Huracán, perdió en cancha de River y el técnico fue a buscar el pasaje a la final con un esquema diferente y sorpresivo (una especie de 3-2-3-2). Tanto como los intérpretes que colocó en cancha. De esta forma fue maniatado en el primer tiempo y ahí dejó su clasificación. A pesar de la remontada del segundo. Que tuvo como eje al amor propio (algo para destacar de este equipo) y no al fútbol, más allá de un accionar indulgente de Huracán que, cuando agotó su resto físico, le ofreció a River muchas facilidades.

Volviendo al planteo táctico, lo curioso fue que Gallardo haya optado por utilizarlo con tan poco rodaje (apenas un puñado de entrenamientos). Así como desde está columna hemos ponderado la pericia y la visión del DT para superar momentos complicados, en este caso equivocó el camino y a los futbolistas del once inicial, lo cual redundó en la eliminación de su equipo.

Casco de volante derecho y Vangioni en la misma ubicación pero por la izquierda, fue una innovación casi suicida. A tal punto que en el entretiempo los sacó a los dos. Mantuvo el esquema y mejoró, es cierto, pero ya ante un Huracán cansado y obstinado en cuidar la diferencia de dos goles que había conseguido (una decisión poco saludable).

Pero dejando a un lado el hecho coyuntural, hay que decir que River no se reencuentra consigo mismo, con su juego, y esa es una alarma pensando en el gran objetivo que tiene por delante. Obviamente que para todo el mundo Millonario quedarse en las puertas de otra final representa un dolor, sin embargo es el futuro lo que más lo inquieta. Porque sabe que tiene que mejorar y eso no sucede. Quizás sean las recetas conocidas las que lleven a River a reencontrarse con los grandes momentos, que no son tan lejanos. Poniendo cada pieza en su lugar y dejando para otro momento ideas que se imaginan como innovadoras. Barajar, dar de nuevo, tomar energías e intentar una gesta épica que se llama Mundial de Clubes. Algo muy difícil, no imposible.

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BUENOS AIRES -- El diagnóstico no es nuevo, no debería sorprender. Desde esta columna venimos advirtiendo acerca del bajo nivel futbolístico que está exhibiendo River. El cual, en algunos casos, es tapado por los resultados, pero en definitiva a la larga la coyuntura no puede ocultar un inconveniente central.

River
Fotobaires.comRiver siente el cansancio y tiene poco recambio

El equipo de Marcelo Gallardo no viene derecho y, aunque a muchos les cueste asumirlo, esto es así. Se trata de una realidad irrefutable la cual, de ninguna manera, menoscaba lo hecho anteriormente.

A no confundir los tantos, lo anteriores ya fue ponderado oportunamente pero en esto del fútbol el análisis se hace día a día y cuando el equipo en cuestión es River, la exigencia es aún mayor.

Hay un dato curioso para destacar del post partido con Huracán, de la derrota en el partido de ida correspondiente a la semifinal de la Copa Sudamericana. Es el siguiente: luego del traspié en Chapecó, que no le impidió a River superar la fase, Marcelo Barovero hizo una lectura (a nuestro juicio acertada) del momento. Habló de un equipo cansado en lo físico y en lo mental. Minutos después, Gallardo salió a cruzar al arquero y capitán. Palabras más palabras menos, dijo algo así como “no es tiempo para sentirse cansado, el que lo esté saldrá del equipo”. Una rara reacción del entrenador.

Pero más curiosa fue la conferencia posterior a la derrota contra el Globo, en el mismísimo Monumental. Ahí el Muñeco puso como excusa del mal funcionamiento de su equipo el cansancio y la necesidad de descanso. ¿Qué pasó en el medio? Sin dudas que hubo una conversación entre las partes y que le hicieron comprender al DT que el sentir de Barovero es general. Que todos están agotados. De ahí el repentino cambio de discurso.

Nada mejor entonces que el parate que se viene en la competencia. Esa posibilidad de desconectarse será fundamental para el plantel y una medida exacta de cara no sólo a la revancha con Huracán, sino que además para ese objetivo que se llama Mundial de Clubes.

Luego del descanso y de la mini pretemporada se verá para qué está realmente el equipo de Gallardo. Pero en algunos casos no se trata sólo de desestresarse. Porque los refuerzos que llegaron tendrán que aprovechar la falta de competencia para tomar impulso y comenzar a entender el motivo del flojo rendimiento que vienen teniendo.

Es que a excepción de Lucas Alario, al resto le está costando, y mucho, rendir con la camiseta de River de la misma forma que lo estaba haciendo en sus anteriores clubes. Y este no es un detalle menor, porque sin el aporte de ellos el plantel se queda muy corto en cantidad de alternativas para el entrenador. No se trata de una realidad irreversible, pero sí hay que abrir los ojos y no fallar en la estrategia. La competencia soñada está a la vuelta de la esquina y a River no le queda demasiado margen ni tiempo para ensayar esa necesitada recuperación.

Y, en verdad, el nivel actual no le alcanza para salir airoso de compromisos tan exigentes. Es momento de cambiar. Gallardo y los jugadores lo saben, la pregunta es: ¿podrán hacerlo?

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