Un bálsamo

FECHA
01/11
2015
por Javier Gil Navarro
BUENOS AIRES -- Un buen resultado siempre es un bálsamo. Más aún en el caso de River, que dentro del ámbito local le está costando mucho cosechar alegrías. Tres puntos que le sirven para trabajar con mayor tranquilidad, pero que a la hora del análisis dejan abiertos muchos interrogantes.

Y el principal es la dificultad que está teniendo el conjunto que dirige Marcelo Gallardo para recuperar el buen nivel de juego que exhibió en otros tiempos. Ni con titulares ni con una alineación alternativa está pudiendo ser lo que fue.

River
TélamAlario volvió con gol; Saviola todavía no pudo
El sábado, durante gran parte del partido, lo maniató un Vélez que está realizando una campaña errática, que cuenta con muchos juveniles en su formación. La buena noticia, la destacada, fue la vuelta de Lucas Alario, quien mantiene intacto su oportunismo y capacidad goleadora.

River necesita como el agua de alguien que culmine las llegadas transformándolas en gol, y esa tarea la cumple a la perfección el ex-Colón. Tanto él como todo el mundo Millonario ruegan para que ese hombro derecho no vuelva a salirse de su lugar y le permita jugar sin inconvenientes, al menos hasta el Mundial de Clubes.

Así cerró River una semana en la cual, allá por el miércoles, había tenido una presentación ante Chapecoense, en el marco de la Copa Sudamericana. En Brasil tampoco fue buena su producción. A duras penas pudo mantener la ventaja conseguida en el Monumental (de 3-1). Perdió 2-1, pero en el último minuto un cabezazo que se estrelló en el travesaño paralizó millones de corazones porque de haber entrado esa pelota el pase a semifinales se tenía que dirimir por tiros desde el punto del penal.

Dicha actuación fue, quizás, la más floja de la era Gallardo. Nunca con el Muñeco como entrenador se observó a un River tan dominado en todos los aspectos. El director técnico esto lo sabe y mete mano para modificar la realidad, pero el fútbol no aparece.

Marcelo Barovero le encuentra una explicación en el cansancio físico por la cantidad de viajes, por la suma de partidos, el estrés, todos motivos lógicos de un equipo que no para de jugar desde que comenzó el año. Sin embargo, Gallardo no adhiere a esa teoría. Por el contrario, casi que dio un ultimátum para aquellos que pueda sentirse de esa forma. Palabras más palabras menos, sentenció que quién está cansado, sale del equipo. Pese a todo, River ya tiene garantizado el pase a la semifinal de la Sudamericana, donde deberá enfrentarse con el único equipo que lo venció (con Gallardo como entrenador) en una final: Huracán.

Por eso al principio nos referíamos a la victoria ante Vélez como un bálsamo. Porque la necesitaba, porque siempre reconforta y sirve para que la labor de corregir errores se vuelva más amena. Y River sabe que no puede bajar los brazos. Es que más allá de lo narrado en el contexto continental, lo espera la competencia más importante de los últimos tiempos, que es el Mundial de Clubes a jugarse en diciembre, en Japón, con el Barcelona como rival soñado.

Por eso no puede relajarse, por eso no tiene tiempo para descansar, por eso todos son conscientes de que deberán elevar su nivel futbolístico, por eso la necesidad de que River vuelva a ser el River que revolucionó el fútbol argentino a mediados de 2014.

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BUENOS AIRES -- El mano a mano es el arma letal de este River. En el ida y vuelta que plantean las copa internacionales, el equipo de Marcelo Gallardo se ha vuelto implacable. Todo lo inestable que se muestra en el campeonato local, se transforma en seguridad cuando el pleito es cara a cara y se dirime en dos partidos.

Leonardo Pisculichi
Fotobaires.comPisculichi no está entre los once que chocarán ante Huracán

Es cierto, en el primer cruce de la llave de cuartos de final de la Copa Sudamericana, el Chapecoense no se mostró como un rival de temer, pero a priori no eran los brasileños el mayor escollo a superar por el Millo. Al contrario, sus propias inseguridades y vacilaciones eran las que abrían un interrogante.

En la noche del miércoles esas dudas siguieron estando, principalmente en la defensa, pero no alcanzaron para poner en peligro a River que tuvo frente a sí a un once casi sin ambiciones ofensivas y con escasas ideas como para inquietarlo. La falta de un nueve de área es la mayor complicación que el entrenador tiene que superar. Independientemente de la contundencia que expresa el 3 a 1, el trámite del encuentro dejó como muestra la posibilidad de una diferencia mayor, pero otra vez fue la puntada final la que le impidió convertir una mayor cantidad de goles.

La ausencia de Lucas Alario es, quizás, la baja que más está sufriendo. Ese centrodelantero es el que le puede aportarle eficacia en la culminación de la jugada. El otro costado que aún continúa con inconvenientes visibles es la defensa. Esa línea de fondo que en algún momento se mostraba inexpugnable, hoy ya no lo es. A River le están convirtiendo más de la cuenta. Inclusive, en el caso de Chapecoense, con muy poquito, apenas una acción profunda en noventa minutos, pudo anotarle ese gol de visitante que tanto anhelan los que van a jugar afuera de su casa. Pero claro, fue tan pobre y poco ambiciosa su presentación que River, con vocación ofensiva y mucha tesón, superó la narrada falta de gol y por cantidad de llegadas pudo torcer la llave a su favor luego de momentos de vacilación producto de imprecisiones propias.

Este equipo fluctuante en su juego y en su mentalidad, que tiene infinidad de altibajos, que sabe que puede pero que muchas veces se topa con inhibiciones que parten de sus carencias, posee tanto poderío y en la Sudamericana enfrenta a un rival tan inferior, que pese a las dudas le alcanza para seguir adelante. Tendrá que rever, de cara a lo que se le viene, cuestiones vinculadas con esa seguridad defensiva que no es la de antes y, por supuesto, con el sacar provecho a todo lo que genera. Por lo pronto dio un paso respecto del torneo local y pudo ganar con cierta holgura.

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BUENOS AIRES - Cuentan aquellos que fueron testigos presenciales, que en el entrenamiento que River protagonizó el viernes, el cual Marcelo Gallardo cerró imprevistamente después de haber perdido dos días antes contra Defensa y Justicia, el entrenador estaba muy enojado. Es que más allá de saber que no tiene posibilidades en el torneo local, tampoco le gusta que la imagen de un equipo tan prestigioso se esté deshilachando producto de un funcionamiento que no encuentra el rumbo.

Hubo tirón de orejas para todos y ahí el Muñeco tomó una decisión llamativa: poner mayoría de titulares en el choque contra Aldosivi pese a tener que jugar el miércoles el cotejo de ida de los cuartos de final en el marco de la Copa Sudamericana. Es más, muchos de los que habitualmente no tienen posibilidades de acumular minutos y suelen tener chances en este tipo de compromisos, ni siquiera fueron concentrados.

Esa bronca con mezcla de preocupación lo llevó a patear el tablero. Sin embargo, el efecto buscado no fue el deseado por el DT. Porque River no ganó (empató en su propia casa) y ya suma nueve puntos sobre treinta en juego desde que regresó de Japón (esto en el ámbito local). Con el agravante de que no consigue resultados y tampoco despliega un fútbol de alto vuelo.

¿Qué le pasa a este equipo que hasta hace muy poco marcaba una tendencia en el fútbol argentino? Una mezcla de situaciones. Por un lado, el desgaste físico les está pasando factura a los jugadores clave. Además se le han ido hombres importantes que no han podido ser sustituidos ni con los que llegaron ni con los que estaban. Es un equipo sin buen jugo, sin gol y con mucha intensidad y poca claridad.

Gallardo siempre fue un cultor de una idea futbolística que hoy, ni por asomo, se asemeja a la de otros tiempos. Tampoco el cambio de sistema (con enganche y un solo volante central) le hizo un guiño a ese mejoramiento perseguido por el entrenador.

En fin, con la Copa Sudamericana en el horizonte cercano y con el Mundial de Clubes como el gran objetivo, River busca, hasta el momento en forma infructuosa, recuperar el nivel individual y colectivo, algo que, por ahora, queda como una asignatura pendiente para el entrenador y para los jugadores.

Muchas veces los títulos maquillan algunas situaciones. Hace un tiempo que desde esta columna alertamos sobre el transitar errático del Millonario. Dentro de lo preocupante que puede resultar el cuadro, lo positivo es que Gallardo comparte este diagnóstico e intenta revertirlo metiendo mano. Quizás lo está haciendo con una carga temperamental más grande de lo aconsejado. Una prueba interesante para un entrenador joven que hasta ahora se ha codeado siempre con la obtención de títulos y pocas veces tuvo que mostrar sus condiciones para conducir al grupo en la tormenta y para modificar el presente dentro de un marco complejo.

Habrá que ver, entonces, de qué forma resuelve este enigma. Chapecoense, por la Sudamericana, será el termómetro que medirá si la recuperación está o no encaminada.

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BUENOS AIRES - Desde la llegada de Marcelo Gallardo a la dirección técnica, River no está acostumbrado a ser dominado de forma tan categórica. No es habitual encontrarlo maniatado, sumiso, sin capacidad de resolución ni de reacción, desconcentrado, reconociéndose implícitamente inferior. Sin embargo, en su paso por Avellaneda la imagen que quedó difiere bastante de la que la realidad apuntala con sus números inapelables. Debe haber sido la peor versión colectiva del millo del último año. Más allá de todo lo negativo, dentro de un partido en el cual se juntaron la peor cara de River con la mejor de Independiente, le quedan a los de Núñez cosas para destacar. Como por ejemplo la autocrítica de su entrenador. Que fue despiadada, cruda y realista. Y eso es bueno, porque significa que no está dispuesto a tirar la basura debajo de la alfombra y llama a las cosas por su nombre. Gallardo asumió su error táctico, la mala lectura que hizo de lo que podía suceder. No cargó las tintas sobre sus dirigidos. También destacó como un error colocar en cancha a futbolistas que venían de jugar en la altura y de un viaje que fue muy largo en horas de vuelo y escalas. Una vitrina llena de títulos le permite efectuar semejante autocrítica. Pero más allá del crédito que posee, la hizo, y ese es un gesto poco común en nuestro fútbol, donde las excusas están a la orden del día.

Está dicho que desde lo futbolístico River volvió a tener una labor poco convincente. Algo que se viene repitiendo (aunque no de forma tan notoria como el domingo), desde que volvió de Japón a esta parte. Falló como equipo, no tuvo respuestas en lo individual, y no pudo suplir su letargo ni siquiera con algún arrebato aislado. Fue tan claro en dominio de su oponente, que cuando se observa la diferencia de 3 a 0 todos coinciden en que fue exigua. ¿Qué debe suceder para que River vuelva a ser el equipo de otros tiempos? Por sobre todas las cosas, tiene que recuperar algo de su fútbol. Hoy adolece de ideas claras, carece de impronta y está vulnerable en la defensa. Desde la ida de Ramiro Funes Mori, que posibilitó a Eder Álvarez Balanta contar con mayor rodaje, el colombiano no ha podido parecerse al solvente marcador central que era codiciado por importantes equipos del mundo, al contrario, hoy está vacilante e impreciso, por lo cual la franja izquierda de la línea de fondo, que comparte con un errático Milton Casco, se ha vuelto una tentación para los ataques rivales.

De todas formas no es el único costado flaco del equipo. Tampoco ha conseguido el fútbol que esperaba con la vuelta de Leonardo Pisculichi. Más allá de que le aportó una mayor fluidez al juego, aún no consiguió hacer la diferencia, con lo cual los delanteros tampoco son abastecidos en forma correcta ni permanente. ¿Es motivo de preocupación este presente? Si Gallardo logra encontrar los mecanismos para solucionar parte de las falencias, se tratará sólo de algo pasajero, pero si se extiende en el tiempo como viene sucediendo, habrá que concluir en que no se trata de algo tan coyuntural como parece. Eso sí, a la hora de los mano a mano, como disputan en las copas internacionales, ahí se vuelve implacable. Pero no deberá sostenerse en esos pergaminos, tendrá que levantar su nivel porque las ideas de su conductor así lo demandan. Por convicción y por necesidad, para que un ciclo exitoso continúe teniendo vigencia.

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BUENOS AIRES - Otro fin de semana que pasa para River y que se le va sin poder festejar un triunfo.

Más allá de todas las conquistas obtenidas por este equipo, las cuales fueron largamente narradas y ponderadas, la realidad marca que el conjunto dirigidos por Marcelo Gallardo, sobre los últimos dieciocho puntos que disputó desde su regreso de Japón, apenas ha logrado sumar cinco unidades. Pero esto no sería tan alarmante (por el contrario, es entendible que haya un relajamiento involuntario tras alcanzar un objetivo importante), si no fuese porque además la magra cosecha vino acompañada de una no menos flaca labor futbolística.

Y aquí es donde el entrenador pone el ojo, es ese punto el que le genera preocupación. Ante este panorama, decidió meter mano. La primera modificación fue táctica: el doble cinco, por el momento, quedó archivado y quien dejó el equipo de los dos volantes centrales fue uno de los emblemas en la conquista de la copa Libertadores por parte de River, la referencia es para Leonardo Ponzio.

El regreso al 4-3-1-2 apunta, en la cabeza de Gallardo, a recuperar el juego que lo distinguió en la primera parte del Muñeco como técnico Millonario. Y para esa vuelta a las fuentes apeló al jugador que en el pasado fue el implacable conductor del equipo, Leonardo Pisculichi. El resto de las modificaciones fueron de nombres y no de posiciones.

Ahora bien, la pregunta es: ¿las variantes se vieron reflejadas en una mejora del nivel del equipo? Poco, muy poco, apenas en algunos pasaje, pero no tanto por mérito propio sino más bien por algunas vacilaciones que experimentó su rival.

Ahora, de cara al debut de River en la Copa Sudamericana, la actualidad futbolística no es la que le hubiese gustado tener, a priori, al técnico pensando en el mencionado certamen internacional, pero él sabe que es lo que deben afrontar y confía en el plus que este grupo demuestra en las competencias que son por eliminación.

En este contexto, no le queda otra que esa búsqueda de optimizar el funcionamiento tenga que hacerla sobre la marcha, en plena actividad, cotejando cada modificación a cada paso, en base a la prueba y al error. No es lo aconsejable, pero es lo único que le ofrece el calendario.

El alma y la experiencia de este equipo es lo que invita a soñar a su público. Ellos ya han paladeado y gozado con ese valor agregado que ha exhibido River en tiempos cercanos. En eso se sostiene su ilusión. Porque la realidad futbolística no es hoy, justamente, un disparador que los invite a soñar....

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BUENOS AIRES -- No hay equipos ni personas infalibles. Esto corre para el deporte y para la vida. Y aunque se trate de una obviedad sirve para enmarcar y darle introducción al momento que atraviesa River tras su derrota en el Superclásico.

Sin dudas el equipo no ha logrado reponerse del estrés que le generó la Copa Libertadores y el posterior viaje a Japón. Esto dejó de ser una posible excusa para convertirse en una realidad palpable. Desde que regresó de su periplo por Oriente, River ganó sólo un partido, empató otro y perdió tres, números inusuales para una formación que venía aceitada y con un funcionamiento medianamente confiable.

River Plate
Getty ImagesEl Millonario cayó ante su clásico rival
¿Esto justifica algo de lo sucedido el domingo? Nada, ni pretende hacerlo. River en el Superclásico fue una sombra de lo que era hace apenas unos meses. Por lo expresado, porque el recambio no ha rendido en la medida de lo esperado, porque están desgastados individual y colectivamente, porque este combo de circunstancias le disminuyó esa llama que le otorgaba un plus cuando lo futbolístico no aparecía.

En fin, son circunstancias diversas que conforman un presente que no es el mejor. Y en el caso del domingo hasta Marcelo Gallardo, quien durante mucho tiempo tomó decisiones acertadas, no estuvo tan lúcido para definir.

Vayamos por partes. Primero hay que marcar que esto no pretende marcar un estado de crisis que, por cierto, no existe. Siempre desde está columna tratamos de analizar el día a día y eso es lo que estamos haciendo. Como equipo, River no tuvo el fútbol ni la concentración que exhibió en clásicos anteriores. Se lo vio como apagado, mustio. Sin figuras en lo individual ni funcionando colectivamente. Como conclusión, entonces, estuvo voluntarioso, pero nada más que eso.

En el caso de Gallardo hay algunas decisiones que son motivo de análisis. La primera fue la de haber sacado a Leonardo Ponzio en el primer tiempo. El volante central es el alma del equipo, el que contagia, el que se carga la responsabilidad, el "señor de los Superclásicos". Es cierto que estaba amonestado y que coqueteaba con la tarjeta roja, pero no menos real es que en esa situación estuvo en los cotejos anteriores y siempre logró salir indemne. En este equipo que adolece de las luces de otros tiempos, Ponzio es fundamental. No puede faltar.

La otra cosa que abre el debate es la ausencia de Leonardo Pisculichi. Resulta innegable que quien fuera conductor del equipo en el primer semestre de Gallardo como entrenador no goza hoy de un gran presente, pero para un equipo sin fútbol, sin pelota parada precisa y con tan escaso porcentaje de asistencias, no ofrecerle la chance de estar unos minutos en cancha a alguien que hasta sabe lo que es convertirle a Boca, a la distancia y sin conocer el día a día del plantel resulta poco menos que curioso.

Ahora el campeonato se volvió una utopía para River. Barajar y dar de nuevo se observa como la fórmula más saludable, y en esta idea debería incluirse la posibilidad de descanso para la columna vertebral y recuperación para los lesionados (la ausencia de Jonatan Maidana fue determinante), algo así como una mini pretemporada dentro de la competencia pensando en la Copa Sudamericana, ese objetivo que Gallardo ya tiene en la cabeza como prioritario. Y por supuesto con el intento de recuperar el fútbol que resultó el sello distintivo de River desde la llegada del Muñeco.

Porque hoy se ha vuelto un equipo sin recursos diferentes. El entrenador lo sabe y también tiene en claro que la única forma de retomar el sendero del éxito es reencontrándose con el buen juego. Material para conseguirlo posee, ahora, en este fútbol donde las conquistas casi no pueden disfrutarse, el Millo ya tiene que buscar un nuevo desafío en el futuro inmediato.

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BUENOS AIRES --En el transcurso de la semana Marcelo Gallardo había expresado que debían ser más precisos en el área rival, también hizo una cruda lectura de la realidad de River en el torneo local al decir que no importaba que los de arriba perdiesen puntos, si ellos no sumaban de a tres.

Pues bien, casi mágicamente sus palabras fueron refrendadas por una realidad que en siete días se ha modificado de manera sustancial. Lucas Alario se encargó de que cada pelota que anduviese boyando cerca del arco de Nueva Chicago terminase adentro (marcó tres goles) y el que era puntero del torneo no ganó (aunque a poco estuvo de cumplirse su profecía en el clásico entre Boca y San Lorenzo).

Por lo expresado, los tres partidos de abstinencia de triunfos han quedado en la historia y además hoy el Millo volvió a prenderse en la pelea por la punta, con el meritorio agregado de que el fin de semana goleó, superando una serie de contingencias que, a priori, asomaban como extremas. Recordemos: cuatro futbolistas convocados para las distintas selecciones de Sudamérica (Matías Kranevitter, Carlos Sánchez, Camilo Mayada y Eder Álvarez Balanta); el desgarro en el gemelo de Leonel Vangioni; Rodrigo Mora con alguna molestia física pero fundamentalmente con cuatro amarillas que lo condicionaban pensando en el Superclásico que se viene y, ya sobre el final de la semana, la ausencia de Tabaré Viudez por una molestia muscular.

Pese a todo pudo superar una prueba compleja. En el análisis hay que decir que lo hizo con holgura desde el resultado, pero no en el juego. Fue tan contundente que derrumbó a Chicago desde lo anímico, y lo hizo cada vez que la estaba pasando mal.

La pelota parada en su campo fue un verdadero karma. Por esa vía le convirtieron (gol en contra de Maidana) y también mediante ese camino le bautizaron dos veces el travesaño. Sufrió, pero obtuvo un triunfo que lo motiva en la vigilia de un nuevo choque contra Boca. Muchas de las variantes que ensayó en entrenador no le rindieron, como Guido Rodríguez de segundo marcador central y Leandro Vega como lateral, pero supo modificar a tiempo.

Con un ánimo diferente River empieza a transitar una semana especial, como lo son todas las que tienen al rival de toda la vida en el destino final. Dentro del mundo Millonario está instalada la idea de que las alegrías de los últimos tiempos le otorgan una posición más descontracturada, algo así como transferirle toda la responsabilidad al oponente. En algún punto puede ser cierto, pero todos siempre quieren ganar los clásicos, y en el del Monumental, River ha encontrado otro punto de motivación, que es darle una estocada a Boca que le posibilite estar más cerca todavía de la cima del torneo.

En ese choque Gallardo recuperará a casi todos los soldados, una gran noticia para un equipo que no deja de reinventarse.

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River bajo la lupa

FECHA
31/08
2015
por Javier Gil Navarro

BUENOS AIRES -- Desde esta columna siempre hemos seguido una idea uniforme: analizar a los equipos según su rendimiento actual y no por estadísticas de victorias o de derrotas logradas en los últimos tiempos.

Obviamente que se debe tener en cuenta el funcionamiento que viene teniendo para saber si se trata, ya sea por lo bueno o por lo malo que haga, de una cuestión coyuntural o de algo que arrastra como una patología crónica. Realizada esta salvedad podemos poner a River bajo la lupa.

Y lo primero que sorprende, habida cuenta de que estamos ante un equipo que viene de conseguir títulos internacionales, es que lleve tres partidos consecutivos sin paladear una derrota. Podrá decirse que la Copa Libertadores y la Suruga Bank ya son historia y que no pueden ponerse como un atenuante a la hora de encontrar los por qué de la escasez de resultados, pero es innegable que cuando los grandes objetivos se alcanzan se produce un lógico e involuntario relax.

Y aunque los futbolistas y el cuerpo técnico busquen aventar esta idea exteriorizando su fastidio ante la situación, lo real es que no resulta sencillo mantener la concentración. Esto por un lado. Por el otro, existe una merma en el funcionamiento colectivo. La cual, en el caso del partido con Huracán, se vio reflejada en la ineficacia ofensiva y en las desatenciones de su defensa.

Porque River no se quedó con los tres puntos producto de una mezcla de estas variables. Cuando en el primer tiempo dominaba el trámite casi a voluntad, no lo liquidó. Falló en la definición. Dilapidó ocasiones. Y a partir de esta falla no sólo le dio vida a su oponente, sino que además lo empujó a estar en partido con un infantil error defensivo.

Huracán, que estaba siendo maniatado, empató gracias a una equivocación de su oponente, volvió a la vida apuntalado en ofrendas ajenas. La primera reflexión es que a River esto antes no le sucedía. Liquidaba los pleitos usufructuando cada una de las chances que se le presentaban. Hoy la historia es diferente, paga caro su improductividad.

Esto perturba a Gallardo, aunque no lo preocupa del todo porque el técnico estima que esa carencia es pasajera y, en la medida que su equipo continúe teniendo nivel de los primeros cuarenta y cinco minutos, todo lo va a encarrilar en el corto plazo.

La historia pasa por saber cuál es el verdadero River de hoy, si el del primer tiempo, que generó mucho pero falló en la definición, o el del segundo, que no encontró los caminos claros y fue vulnerable en defensa.

Por todo lo que se observó y por las coronas que ha conquistado, la respuesta obvia parecería ser que cuando recupere el golpe final va a verse nuevamente al equipo multicampeón. Hoy padece por su propia impericia, pero cuando la mala llega después de una gran cosecha, sobrellevar la tormenta es mucho más sencillo.

Gallardo es conciente de esto. Y no quiere prolongar la mala racha, entre otras cosas porque es un obsesivo del buen funcionamiento y, aunque tenga crédito de sobra, sufre cuando las cosas no salen como las planifica.

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BUENOS AIRES -- El trajín de la Copa Libertadores, los festejos prácticamente arriba de un avión, en un vuelo interminable, la Suruga Bank con un cambio horario de doce horas, el inmediato regreso, en algún momento el cuerpo le iba a pasar factura al plantel de River. Nadie puede soportar semejante carga sin pagarlo de una manera u otra. Y el equipo de Marcelo Gallardo terminó sufriendo ese ajetreo con una derrota, en su propia casa, ante San Martín de San Juan.

Pero la idea mencionada no se refrenda con el traspié en sí mismo, que dentro de un fútbol tan competitivo puede estar dentro de las generales de la ley, sino que además queda en evidencia por lo sucedido en el campo. River jugó un tiempo y se quedó sin combustible. Claramente. Ni siquiera el haber estado más de media hora con un hombre más fue el disparador para que pudiera establecer una diferencia. Lógico, entendible, razonable. Pero quizás se va con un sabor amargo porque de haber cosechado de a tres, esto le hubiese permitido poder alcanzar a los punteros (Boca y San Lorenzo) con el partido que aún tiene suspendido ante Defensa y Justicia. No fue posible. Hoy el plantel que tiene es muy corto y el entrenador no tuvo la posibilidad de apelar a un necesario recambio.

Por todo esto, en el día de los festejos el hincha de River no pudo irse con una alegría total. De más está decir que la sensación de regocijo por haber ganado la Libertadores no se modifica con nada. Bastaba mirar a las tribunas y observar que el partido se había vuelto una excusa de los simpatizantes Millonarios para estar juntos; sólo deseaban ser participes de una celebración que se venía postergando por casi dos décadas. A nivel cosecha de títulos internacionales, River ha cerrado un año (deportivo no calendario) que es de los mejores en su historia, quizás sólo comparable con aquel 1986/87 en el cual consiguió la Libertadores, la Intercontinental y la Interamericana.

Un festejo que aglutinó a los campeones de otros tiempos, que unió distintas generaciones de futbolistas y, por qué no, de hinchas. No se extendió demasiado ya que Gallardo prefirió algo corto para no desconcentrar a sus jugadores. Pero la realidad es que el tema no estaba en la cabeza, sino en el físico. En lo mental el equipo está atravesando un momento estupendo. Gracias a esa fortaleza anímica es que ha podido superar infinidad de obstáculos y levantar dos copas con una diferencia de días.

La frase "River vuelve a ser River" se convirtió en una de las muletillas más escuchadas de la tarde. Y no deja de ser verídica. Porque después de días aciagos, en muy poquito tiempo ha logrado encarrilar su destino. Tal vez por ese antagonismo en un lapso tan cercano es que se percibía tanta emoción. Con la Copa Libertadores en la vitrina, ahora la voracidad de este River lo lleva a ponerse nuevas metas, ir por otras conquistas, y la realidad es que no resulta malo que, pese a lo ganado, renueve sus horizontes.

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BUENOS AIRES --  Y lo hicieron otra vez…La voracidad de este equipo de River parece no conocer los límites. Después de diecinueve años de abstinencia, de vaivenes emocionales que llevaron al hincha a vivir momentos de ansiedad extrema, hoy, con Marcelo Gallardo como entrenador y con un grupo de jugadores que ha conseguido una maduración que no tiene demasiados precedentes en la historia del club, River se convirtió en el campeón de la Copa Libertadores de América.

RiverAPRiver ganó la Libertadores después de 19 años

Superando escollos en su recorrido, enterrando dudas y denotando el pragmatismo y la versatilidad que se necesitan para disputar con éxito este tipo de compromisos. Porque está claro que se trata de una competición diferente, en la cual no sólo lo futbolístico tiene preponderancia, sino que existen además factores que deben conjugarse para terminar levantando el trofeo.

Los últimos dos años resultaron paradigmáticos en esto de las causas que exceden al juego en sí mismo. En la edición 2014 fue San Lorenzo el que terminó celebrando después de haber disputado una muy floja fase de grupo. Ahora River terminó emulando aquella gesta. Entró por la ventana y se encargó de terminar con las aspiraciones de los más encumbrados. Después de dos momentos en los cuales pareció despedirse en forma prematura, la agonía terminó dándole vida. Una paradoja. Pero fue así. Y en ambos pasajes adversos tuvo a un mismo rival como el débil verdugo que no consiguió culminar su obra.

En la fase de grupos, cuando en Monterrey ganaba 2 a 0, con holgura, Tigres mostró la vulnerabilidad espiritual de quien aún no se cree todo lo grande que puede ser. Le dio cinco minutos de vida a River y, por supuesto, los aprovechó. Luego, cuando el Millonario dependía de los mexicanos para colocarse en los octavos de final, volvió a recibir esa mano salvadora. Y el fútbol es tan injusto como determinados aspectos la vida, en los cuales si no hay frialdad en momentos clave después la estocada se vuelve en contra y termina siendo insoportablemente lacerante.

Hoy Tigres, lleno de frustración, se llevó de Buenos Aires una enseñanza convertida en dolor. Así es River, así es este River, sigiloso, frío, calculador. Sabe lo que tiene que hacer en cada paso que da y ha conseguido domar sus emociones. Sentirlas, obviamente, pero sin permitirles que lo desenfoque de su objetivo. En que haya llegado a semejante punto de aplomo tiene que ver Gallardo, su grupo de trabajo y los puntales de un plantel que, tiempo atrás, daba la sensación de que serían uno más dentro de una rica y nutrida historia. Pero, asociado al perfil bajo y despojado de estrellas con espíritu individualista, fue ascendiendo en su funcionamiento hasta alcanzar una transformación que se tradujo en atiborrar de copas las vitrinas de la institución.

Copa Libertadores - Final
El Muñeco Gallardo es el cerebro, el estratega, un obsesivo del trabajo que no se encerró en una idea. Tuve la suficiente inteligencia como para ir moldeando la táctica de acuerdo a las necesidades. No se quedó con su pensamiento inicia, el que, tal vez, era tan ofensivo que si no le imponía matices se podría haber quedado apenas en buenas intenciones. El entendió (y entiende) que cada partido es una historia y que cada historia necesita de diferentes estrategias. Por eso jugó con tres y con cuatro en el fondo, con un solo volante central y con doble cinco, con enganche y sin él y hasta en determinados enfrentamientos con un único punta. Esto lo enriqueció a él y a sus jugadores. Su mensaje les llega claro a los protagonistas. Pero, por sobre todas las cosas, sincero. Todos saben que pueden jugar o salir del equipo, el rendimiento dispone de esa permanencia. Le creen al entrenador. Marcelo Barovero, Jonathan Maidana, Leonardo Ponzio, Matías Kranevitter, Rodrigo Mora, en su momento Teo Gutiérrez, todos configuraron una columna vertebral a la cual se adosaron otros futbolistas que estuvieron a la misma altura. Lo mismo que las incorporaciones, que arribaron a un equipo armado y consiguieron ensamblarse a la estructura.

Para que esto haya ocurrido también se debe ponderar el buen ojo del director técnico, quien pidió poco, pero bueno. Lucas Alario fue un ejemplo de esto, dos goles trascendentes hicieron comprender el por qué de tanta insistencia por parte de Gallardo para que sea contratado. Por todo lo narrado (y por muchas cosas más) es que el mundo River hoy festeja, vive en un glorioso limbo que lo transporta a una realidad soñada.

“La Copa Libertadores es mi obsesión…”, cantaba la gente en las tribunas, y ese anhelo hecho canción hizo explotar de felicidad a los corazones riverplatenses. Que soportaron la lluvia en la final y deliraron bajo esa cortina de agua que le dio un toque épico a una noche que no olvidarán jamás...

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