No jugó Kyrie Irving. Luka Doncic jugó solo un cuarto. Tampoco estuvieron Tim Hardaway Jr., Josh Green, Maxi Kleber y Christian Wood. Era el partido más importante del año y los Dallas Mavericks tiraron la toalla. Fue mucho más que un papelón histórico: fue el quiebre de un pacto que nunca debería romperse.
El deporte es una ilusión compartida. Uno cree, siente, está convencido, que si su equipo gana tendrá una noche mejor. Que su vida puede cambiar por un rato. Se trata de un contrato implícito entre franquicia, jugadores y fans. Cuando el pragmatismo extremo, el raciocinio, le gana al corazón, deja de ser deporte.
Los Mavericks, con Mark Cuban a la cabeza, cometieron un delito sentimental que quiebra el contrato de fidelidad entre partes. Que trastoca la esencia del juego. Abandonaron la carrera antes de tiempo por un beneficio futuro. Revelaron sin tapujos un secreto intramuros: el negocio está por encima de todo.
La NBA se encuentra desde hace un buen tiempo tratando de ver cómo manejar el "load management" o carga de minutos para que los fanáticos puedan ver a sus jugadores favoritos siempre, algo que ya no ocurre. Sí, existen multas, pero es más profundo: una discusión que no logra encontrar solución al tema.
¿Quién gana la pulseada? Es un camino sin salida. Los cuerpos médicos trabajan para extender el tiempo de carrera de las estrellas, tienen estudios que así lo comprueban, pero al mismo tiempo el show deportivo pierde con esta estrategia. Habrá que considerar la frustración y el aburrimiento del fan antes de que sea tarde.
Aclaro esto, porque con ese tema en carpeta desde hace un buen tiempo (¿Jugar menos partidos? ¿Cambiar más reglas?), y con un nuevo acuerdo colectivo de trabajo dado a conocer días atrás, estas cosas lastiman el doble. Lo del viernes fue patético porque más allá de la indignación, nadie se mostró demasiado molesto.
"Las decisiones a veces son difíciles en este negocio. Estamos tratando de construir un equipo de campeonato. Con esta decisión, esto es quizás un paso atrás. Pero espero que nos lleve a seguir adelante", dijo Jason Kidd. Lo lamento, pero no. Se educa con el ejemplo, y esto fue un mensaje nefasto.
Seamos claros: los Mavericks, con lo del viernes, vendieron su alma por un beneficio en la lotería del Draft. Tratar de conseguir algo mejor porque ya está, para qué competir, total no vamos a ganar. Es una pena, porque el deporte es mucho más que triunfos y derrotas.
Analicemos el lenguaje corporal de los Mavericks en el banco de suplentes. Me hubiese gustado ver a un Luka Doncic ofuscado por esto. Dolido. No, estuvo a pura risa con sus compañeros. ¿Qué puede pensar un fanático de Dallas que ve eso? Básicamente, que nada importa. Se llevó la materia liderazgo a marzo.
Uno es lo que es pero también lo que parece que es. Lo que se perdió ayer entre los Mavericks y el público es la confianza. 80 partidos en continuado de alegrías y tristezas, para esta desgracia deportiva que no se diferencia con jugar a perder para evitar un cruce desfavorable.
Como padres, lo que le enseñamos a nuestros hijos es que la dignidad y el honor es lo que está en juego en cada cosa que uno hace. No se trata solo del fin (ganar-perder) sino del camino que lleva a ese fin. Caer, levantarse y volver a intentarlo. La integridad es un hábito de todos los días.
Lo del viernes no lastimó solo a Dallas. Fue al juego en su totalidad. Pido solo una cosa: condenar un acto que lastima todas las leyes del deporte. No vaya a ser cosa que los demás lo copien, porque si eso ocurre, entonces sí: el básquetbol que conocemos habrá muerto para siempre.