Alterarse cuando las cosas no van bien no es una actitud que caracterice a Luke Walton. Con 36 años de edad, el coach más joven de la NBA se está prodigando por la paciencia a la hora de encarar la peor racha de su carrera como entrenador. Los Angeles Lakers ya suman siete derrotas consecutivas y el nerviosismo amenaza con salir de la forma menos esperada. Lo que le sucedió el lunes en el traspiés ante Sacramento Kings fue fruto de una mezcla de sensaciones que acabó con su primera expulsión como dirigente. No es justificable, pero sí explicable.
Por un lado está la realidad que vive Walton con los Lakers. La frustración de no estar siendo capaz de transmitir algunos mensajes a una plantilla que se ha olvidado de defender. Esa es la principal falla de los laguneros en este punto de la temporada y no hay más que ver al coach repetirlo hasta la saciedad en cada juego. Con gestos y con palabras, pero nada, nadie parece reaccionar, el conjunto no parece reaccionar. Al grupo se le olvida esa máxima de cualquier deporte colectivo de bajar a defender con velocidad. Por supuesto, lo están pagando caro al ser la vigésimo séptima peor defensa de los 30 equipos de la liga con 111.1 puntos permitidos por cita.
Antes del encuentro del domingo ante NY Knicks, un reportero le preguntó a Walton quién era el jugador de su equipo que mejor llevaba a cabo la defensa en transición. Su silencio habló por sí sólo. Nadie. Obviamente no es una cuestión individual sino colectiva. Si de cinco jugadores uno sólo no es capaz de cumplir con la lógica de cualquier defensa, eso ya afecta de manera colectiva. Y así, poco a poco, el buen inicio de temporada de los Lakers se ha convertido en el espejismo de un camino que cada vez se hace más arduo.
La ilusión de un proyecto nuevo con espacio para el crecimiento, basado en jugadores jóvenes y en una manera fresca de dirigir sigue siendo el pilar de los Lakers de la era post-Kobe. Sin embargo, por mucho que los resultados sean un aspecto secundario con respecto al proceso, cuando estos no llegan la frustración es irremediable.
La paciencia de Walton tocó techo ante los Kings, y de ahí se desprendió al abismo de un comportamiento que acabó en expulsión. El detonante fue cosa del chico malo de la NBA. DeMarcus Cousins es tan buen jugador como provocador y su manera de quitarse de en medio a Julius Randle en una jugada ofensiva de su equipo fue la más fiel imagen de 'bullying' deportivo. El pívot de 26 años de edad eligió a su víctima a conciencia. ¿Acaso se hubiera quitado de en medio de manera gratuita a un Luis Scola, DeAndre Jordan o Marc Gasol? De ninguna manera. Cousins se aprovechó del bueno de Randle y Walton salió en su defensa.
Sus protestas le salieron caras al coach y hasta el momento el centro se ha ido de rositas. En la superficie está la injusticia contra su jugador, pero en la base se sumerge la frustración generalizada. Aquella reacción de Walton significó más que una protesta que dieron para dos técnicas. Aquél fue el desahogo de un entrenador que todavía no ha conseguido que sus jugadores lleven a cabo conceptos básicos del baloncesto.
Walton alzó la voz contra Cousins y contra el momento que vive su equipo y al final acabó perjudicando a los suyos al ser expulsado al comienzo del partido con un rival directo.