El 24 de agosto de 1989, Pete Rose firmó un documento en el que aceptó una suspensión indefinida del beisbol organizado tras aceptar que había cruzado apuestas que incluyeron a los Cincinnati Reds, equipo que entonces dirigía. Ésa fue su sentencia para no obtener la indulgencia y mucho menos ser elegible al Salón de la Fama de Cooperstown.
Rose, líder de todos los tiempos de imparables conectados en las Grandes Ligas, con 4,256, y figura indiscutible de los Rojos de Cincinnati en la década de los sesenta, setenta y ochenta, además de haber vestido otras franelas como las de Philadelphia y Montreal, no imaginaba que el Salón de la Fama de las Grandes Ligas aprobaría dos años más tarde a la firma de su sentencia, que no permitiría la aparición en sus boletas de peloteros en la lista de inhabilitados.