El 22 de marzo de 2018 fue un día de luto para el fútbol. Tras pelear un largo tiempo contra un cáncer que lo terminó venciendo, moría René Orlando Houseman. Para muchos el último wing, producto típico del potrero argentino, dueño de una habilidad y una desfachatez que lo convirtieron en un jugador único.
Integró grandes equipos. Como el Huracán de 1973, ese que quedó en la historia por su juego bajo el mando de César Luis Menotti. Y, también con el Flaco, fue campeón del mundo en 1978, en el primer Mundial que ganó la Selección Argentina.
Se dio el gusto de disputar dos Mundiales, ya que además participó en Alemania 1974, y también el lujo de marcar cuatro goles en esas competencias. Un privilegio que no todos pueden darse.
Pero en el Globo fue donde más se destacó.“El equipo de 1973 tenía grandes jugadores, se armó enseguida un lindo grupo. Yo llegué y era muy flaquito, me miraban medio de costado, hasta que empecé a jugar y los sorprendí”, recordaba el Hueso.
Era rápido, habilidoso, atrevido, muy difícil de marcar. Jugaba por la raya como clásico wing de esa época, pero tenía llegada al gol.
Había nacido en Santiago del Estero el 19 de julio de 1953. Los primeros pasos como jugador los dio en Excursionistas, su lugar en el mundo junto con Huracán. Pero por esas cosas del destino, debutó en Defensores de Belgrano, el clásico rival de Excursio, en la Primera C, donde ya desde chico desparramaba rivales. Menotti lo llevó a Huracán y no se equivocó.
Con el Globo, además de ser campeón en 1973, obtuvo dos subcampeonatos y llegó a una semifinal de Copa Libertadores.
Para el Mundial de 1978, Menotti no dudó en convocarlo. Salió como titular en tres partidos, pero cuando entró siempre respondió, Incluso marcó un gol, el quinto en la goleada 6 a 0 ante Perú que clasificó a la Argentina a la final de esa Copa del Mundo. Con la Albiceleste anotó 13 goles en 51 partidos.
Luego de jugar varias temporadas en Huracán, pasó a River en 1981. Su carrera siguió por Colo Colo de Chile, AmaZulu de Sudáfrica, Independiente, donde ganó la Copa Libertadores de 1984 (apenas jugó cuatro partidos en el Rojo), y Excursionistas, el club que lo vio nacer y en el que finalmente se retiró.
Houseman fue un hombre sencillo, de barrio, que vivió una época donde los contratos de los jugadores de su talla no eran millonarios como los de ahora. En estos tiempos, sin dudas, el Loco hubiera sido tentado por los grandes de Europa y por sumas que en la década del setenta eran imposibles de imaginar.
Se lo veía seguido en las tribunas de las canchas de Excursionistas o de Huracán, detrás del alambrado, como un hincha más, cercano a los fanáticos y siempre bien predispuesto a sacarse una foto o firmar un autógrafo.
La Ciudad de Buenos Aires lo declaró ciudadano ilustre en 2016. Querido por el mundo del fútbol, el alcohol fue una adicción con la que debió convivir durante muchos años. Finalmente, murió por un cáncer de lengua.
Huracán, el club que lo vio en todo su esplendor y con el que jugó 278 partidos y marcó 111 goles, lo homenajeó parando el encuentro posterior a su muerte, ante Banfield, a los siete minutos de juego, debido a que ese era el número de la camiseta que usaba.
Creció en el Bajo Belgrano, dentro de una familia humilde. Y hacia allí iba seguido, nunca olvidó sus orígenes. Como el día que estando concentrado con la Selección abandonó el hotel para ir a visitar a los excompañeros, que jugaban un partidito en un potrero. Menotti lo fue a buscar y lo hizo volver: “Usted es titular de la Selección, no puede estar acá”, lo retó el Flaco.
Sus hijos Diego y Jesica, lo despidieron con una emotiva carta: “Te amamos. Descansá, que la 7 siempre será tuya, en casa, en el Bajo, en la Quema, y ahora en el cielo”. “Yo fui amigo del verdadero René Houseman y disfruté de su fútbol. Descansá en paz, Loco", le dedicó Maradona en un posteo: el 10 compartió partidos con la Albiceleste en cuatro oportunidades.
Murió humilde, como nació. Cerca de su gente. Bohemio, simpático, simple. Con la misma simpleza con la que gambeteó a sus rivales en la cancha.