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Barcelona, Koeman y un desastre que no tiene fin

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BARCELONA -- Leo Messi se sentó en la tribuna, bien protegido contra el frío, para presenciar desde allí el último desastre de un 2020 para olvidar. El año que empezó con un decepcionante empate (2-2) ante el Espanyol acabó con peores sensaciones contra el Eibar.

De Valverde a Koeman, el Barça sigue perdido en la mediocridad, incapaz de enlazar una racha de victorias que le ofrezca la posibilidad de ganarse el derecho a considerar cualquier posibilidad de abandonar este papel desastroso.

En 15 jornadas de Liga el Barcelona se ha dejado ya por el camino 20 puntos y no es descabellado imaginar que si el club no estuviera en esta situación de interinidad, dirigido por una gestora hasta las elecciones del 24 de enero (si es que llegan a celebrarse), la figura de Ronald Koeman estaría muy en entredicho.

No sería, para nada, sorprendente imaginar que el holandés pudiera ser despedido a la vista de unos números que muestran al peor Barça de las últimas décadas. Y que más allá del marcador no ofrece apenas nada en el terreno de juego.

Messi seguirá en el Barça hasta que acabe la temporada y, lo aseguró en su última entrevista televisiva, decidirá su futuro a partir de las sensaciones que tenga en esta segunda parte de la temporada... Pero visto lo visto, sería un ejercicio de generosidad fuera de lo común pensar que el argentino esté dispuesto a permanecer en un club roto por los cuatro costados y que futbolísticamente deambula sin rumbo.

Koeman está siendo un entrenador intervencionista. Cambia sistemas, cambia jugadores, varía esquemas pero no da con la tecla. Lo prueba con insistencia pero ni le responde el equipo ni le acompaña la fortuna... Y el equipo sigue cayéndose sin remisión.

Si Atlético y Real Madrid vencen este miércoles a Getafe y Elche se escaparán ya diez puntos por encima de un Barça que quedará atrapado en la pelea con Real Sociedad, Sevilla y Villarreal por mandar en un segundo pelotón que en su caso es un auténtico fracaso.

El Barça no despega. De hecho, se arrastra como no se recordaba en una Liga que en diciembre tiene perdida. Soñar con el título, a estas alturas, es poco menos que una quimera. Un desastre en toda regla.