“¿Para qué engañarse? Vivimos en una
democracia secuestrada por el poder
económico, esto todo el mundo lo sabe”.
José Saramago
MÉXICO --Cada que se tiene una oportunidad de demostrar al mundo que el futbol mexicano se acerca al umbral de la cordura, siempre aparecen los intereses de unos cuantos que lo impiden.
La reunión de este miércoles tuvo elementos sorprendentemente sensatos, que ya desde hace años tenían que estar incorporados, pero que los interminables intereses de unos cuantos lo impedían. Por ejemplo: se evitarán en el futuro los “dobles contratos”, aceptación tácita de una irregularidad que duró décadas. Todos lo sabían, pero nadie lo reglamentaba. A partir de ayer es parte de la nueva “normalidad” del anormal futbol mexicano. Otros dos buenos detalles: los contratos serán en pesos, no en dólares; y cada jugador o entrenador se hará responsable (como siempre debió ser) del pago de sus obligaciones fiscales. Es decir: se acabaron los contratos en dólares y libres de impuestos.
Esto podría provocar que algunos jugadores o entrenadores de la más alta calidad decidieran que México dejó de ser el paraíso de América y le apunten al mercado de la MLS en el futuro próximo.
Este hábito se había hecho ley para muchos extranjeros, que a la hora de firmar exigían depósitos en dólares y contratos libres de impuestos. Es decir: la carga impositiva la tenía que absorber el club, por lo que el salario del jugador se iba cuando menos 35 por ciento por encima de lo que le depositaban.
También se decidió que aunque el torneo Clausura 2020 fue cancelado en la jornada 10, la final de la Copa MX sí se jugará porque tanto Monterrey como Tijuana hicieron méritos suficientes para llegar a la final y se merecen disputar el trofeo de campeón.
Y cuando todo se veía tan claro, el cielo se nubló y se soltó la tormenta de las decisiones equivocadas.
La primera de ellas: no habrá castigos reales a los equipos que ocuparon los últimos lugares del porcentaje en los últimos cinco torneos con 10 jornadas. Sabedores de que ya no hay ascenso ni descenso, y que el último lugar del porcentaje (sin salvación alguna) hubiese sido el Veracruz, al cual desafiliaron hace unos meses, pues ahora el Atlas, Juárez y San Luis hacen sus ahorritos porque no pagarán los 120, 70 y 50 millones de pesos que les correspondería pagar por ocupar los tres últimos lugares en la tabla del cociente.
Así que si los equipos que antes pertenecían a la Liga Ascenso MX esperaban sus 20 millones cada uno para iniciar este torneo, se van a quedar con las manos vacías porque esa promesa se cumplirá hasta mediados del año próximo. Volverán a pasar los 12 sobrevivientes un año de penurias para sacar la nómina y los gastos de operación de sus planteles.
Dijo textual el imperturbable Bonilla: “Se acordaron las sanciones para los últimos lugares de la tabla de cocientes para la temporada 2020-2021… El último lugar del cociente pagará 120 millones de pesos pero empezará el torneo 2021-2022 con cociente cero; el penúltimo lugar pagará 70 millones y el antepenúltimo 50… En los siguientes años, del segundo al quinto año cambiará el sistema de sanciones para obtener los 240 millones de pesos para la Liga de Expansión”.
Si un club, como el Atlas, reincide en el 20-21 en quedar en último lugar, pagará 120 millones, si en el 21-22 reincide de nuevo, pagará 120 más otros 20 millones; y si en el torneo 22-23 vuelve a quedar en el fondo del cociente, otra multa de 120 más 20. Y así, pudiendo descender cuatro o cinco veces en otro país, acá sólo será multado una y otra vez. Solución ridícula. No hay castigo deportivo, como ocurre en todo el planeta del futbol.
Y otra decisión para llorar: volver al repechaje. En la nueva “normalidad” de un futbol anormal, calificarán 12 de 18; tres más se preocuparán por el cociente y las multas que les impondrán y los tres restantes vivirán en el limbo. Lo novedoso de este repechaje es que los cuatro primeros de la tabla van directo a la liguilla, y que los lugares 5, 6, 7 y 8 podrían ser eliminados en 90 minutos o en penales por los lugares 9, 10, 11 y 12. Y la última: la afición de Morelia que grite, llore, haga marchas o rompa sus símbolos de identidad, porque el traspaso a Mazatlán ya fue consumado. Primero le piden amor, que compre camisas, bufandas y bonos anuales y luego se lo quitan para irse con un mejor postor. Y Querétaro, que cambió de dueño hace seis meses, vuelve a venderse, con la condición de permanecer (nomás poquito) en la misma plaza. Y luego nadie se sorprenda si cambia de nombre y sede en poco tiempo. Otra vez los dirigentes del futbol mexicano dejaron escapar una brillantísima oportunidad de dar un golpe de sensatez total. La pandemia no fue aleccionadora. Seguimos como antes, cambiando plazas y nombres, incorporando dueños sin investigación previa, anteponiendo siempre lo económico a lo deportivo y pensando en todo menos en hacer normal un futbol anormal. Vayan pues a descansar. Estuvo duro el gatopardismo: hicieron muchos cambios para que todo siguiera igual...