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¿Qué pasaría si Leo hubiera sido Messi-Cano? Capítulo 4

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¿Y si Messi hubiera nacido en México? (1:09)

Rafa Ramos hace una ficción sobre lo que habría sucedido si el astro no hubiera nacido en Argentina. (1:09)

Rafa Ramos nos cuenta la cuarta parte de la historia ficticia de Leovigildo Messi Cano, un extraordinario futbolista que nació en México


Aquí puedes ponerte al día con la historia

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El exabrupto del profesor José Luis Leal había provocado una burbuja intemporal en la Cancha 6 de Valle Verde, la de los Sub-12 del Rebaño Sagrado. La “Cancha Godínez” le llamaban porque era el feudo del amo y señor de esa división, pero que en ese momento estaba recluido a la banca, y refunfuñando al lado de su padre.

En un impensado escenario de estatuas, de impávidos cuerpos de impávidas emociones, sólo Leal se movía, con paso veloz y firme hacia Leovigildo Messi-Cano.

Leíto estaba en el centro de la cancha, con el mismo asombro de la otra treintena de personas envueltas en ese lapso de silencio, de quietud, de inmovilidad, de azoro.

“¡Así no, chamaco, así no sirves en un equipo!”, le dijo Leal. “Otra vez, ¿cómo te llamas?”. El chico estaba estupefacto, abrazaba con fuerza el balón contra su pecho, como siempre que se angustiaba, se desconcertaba o no entendía lo que ocurría en su entorno. No respondió.

“¡Leovigildo!, ¡Leíto!”, gritó desde fuera de la cancha el padre.

“Eso, eso, pues. Lío, te voy a llamar Lío, porque eso armas en la cancha. ¿A quién se le ocurre llamar a su hijo Leovigildo? Ya vi que puedes anotar un gol dejando a todos en el camino y que le pegas bien al balón, pero nadie gana solo un partido, nadie. ¿Entiendes? Necesito que juegues para el resto y con el resto de los niños, si no, el equipo desaparece, y el futbol es de grupo, es asociación, es de cumplir sueños colectivamente, ¿Me entiendes?”, finalizó Leal, ya más sereno.

Leovigildo, ya no más Leíto, y ahora Lío, dijo que no con la cabeza, pero sí con la boca. Leal estalló en carcajadas y todos se relajaron. “Quiero que hagas eso que haces, pero toca a tus compañeros cuando te aprieten en la marca, y sigue al frente a buscar que te regresen el pase. ¿Me entiendes?”. Esta vez el pequeño dijo que sí con boca y cabeza.

Para entonces, los gritos de Leal, y el chismorreo sobre las peripecias de Lío, habían llamado la atención de varios padres, entrenadores, empleados, niños y adolescentes. Unos querían ver la versión de Leal fuera de sí, y otros ver al mocoso que lo había puesto fuera de sí. Se fue formando una barrera humana en torno a la mitad de la cancha en que se desarrollaba la práctica.

Leal dio el silbatazo. Los de casacas rojas recuperan el balón, y buscan a Lío. El pequeño aquieta la pelota, la duerme, la esclaviza. Y empiezan a acosarlo. Recorta, avanza, amaga, retrocede, escapa, llega al área contraria, encara al portero, y súbitamente le llega la revelación, la palabra clave de Leal: “Equipo”. Antes de disparar, busca a uno de sus compañeros, y sobre la izquierda aparece un güerito, más alto, pero tan flaco como él. Lío le cede el balón, con el portero ya sin perfil para reaccionar. Pero la pelota termina yéndose por encima de la portería.

El Profe Leal se queda paralizado, y después azota la cachucha contra el piso. “Bueno, vamos mejorando, pero hay que meterla”.

“A ver, mándenme tres jugadores de la Sub-13 para acá. Quiero 14 con el equipo blanco y 11 con el rojo. Quiero que cinco estén siempre cerca del 10, siempre, no lo dejen solo, pero no le cometan falta, no quiero golpes, sólo encímenlo”, dispuso Leal, buscando que en el agobio numérico, Leovigildo, antes Leíto y ahora Lío, tuviera, que desprenderse del balón más rápido.

Sin embargo, el equipo rojo empezó a sufrir para recuperar la pelota y más para que llegara a su destino: el 10. Pero Lío, instintivamente resolvió la situación. Se alejó hacia la banda y luego picó hacia donde su compañero tenía el balón, se lo arrebató y con los metros que había ganado de ventaja, enfiló de nuevo al arco, esquivando no sólo marcas, sino patadas e intentos de empujones. De nuevo buscó al güerito, quien esta vez sí marcaría el gol.

Leal no necesitaba más pruebas. Había encontrado un garbanzo de a libra. “Godínez pídele la casaca al 10. Usted señor, el papá de Lío, venga para acá. Los tres que llegaron de la Sub-13, vayan con sus equipos. Hazte cargo Manolo, le dijo a uno de sus auxiliares”. Varios de los presentes, de los entrometidos, aplaudieron a Lío, mientras cuchicheaban entre sí. “Éste es un fenómeno, hay que asegurarlo”, dijo uno de los entrenadores auxiliares. “Pobre Godínez, no va a volver a jugar”, sentenció otro.

“Felicidades Lío, felicidades don Jordi”, les dijo Leal. “Su hijo tiene mucho futuro, creo que puede hacer algo importante aquí. Vamos a la oficina a ver qué podemos gestionar… espero que no sea necesario llegar a Don Jorge Melgara”.

Sin embargo, aún había muchas aduanas que librar. Cuando llegaron al vestíbulo de la oficina del director deportivo, José Luis Helguera, se escucharon gritos. El padre de Godínez, tesorero del club, había observado todo lo que había ocurrido en la Cancha 6, y amenazaba a su directivo, al que en la institución conocían como El Pelagatos, porque todo mundo lo ninguneaba, y porque era zalamero en exceso con sus superiores.

“Mira José Luis –se escuchaba la voz colérica del padre de Godínez--, así de simple, esto no es entre mi hijo y el enano ese, es así de simple, si se queda, te vas tú y se va él también. No lo quiero aquí. Mi hijo es primero. Y cuidadito con que vayas a quejarte con Don Jorge, porque te desaparezco del futbol”, increpaba Godínez, con el rostro enrojecido, y su índice derecho en la nariz de su subordinado.

Segundos después, Godínez padre apareció furioso por la puerta. El padre del ex 10 de la Sub-12. Miró de arriba a abajo a Leal, a Lío y a su padre, escupió al otro costado, y salió del recinto.

Acto seguido, Helguera apareció con el rostro rojo por la humillación y de inmediato se desquitó con los tres pasmados visitantes: “Ya lo oyeron. Ya lo oíste, Leal. Este escuincle ñengo puede ser Pelé o Maradona o Crispiano Romualdo, pero la respuesta es no. Aquí, en el Rebaño Sangrado, digo Sagrado, es no. Es nunca”.