LOS ÁNGELES -- El nombre de Héctor Camacho genera recuerdos en quien le conoció -- y en su caso fueron muchos, por su condición de figura pública, colorida y controversial.
A continuación, tres testimonios de veteranos periodistas deportivos que trabajaron distintos episodios de la carrera del "Macho".
Hiram Martínez, Senior Editor de ESPNDeportes.com
Edwin "Chapo" Rosario. Roberto "Mano de Piedra" Durán. Félix "Tito" Trinidad. Oscar de la Hoya. Julio César Chávez. Rafael "Bazooka" Limón. José Luis Ramírez.
Es sorprendente, asombroso ver esa lista de nombres juntos. Todos fueron grandes pegadores, que tienen en común haber sido rivales de Héctor "Macho" Camacho. Ninguno de ellos pudo noquearlo. Ninguno se acercó siquiera a enviarlo a la lona.
Aunque no siempre escapó con la victoria, siempre terminó de pie, listo para hablar con la prensa, regresar al hotel, bañarse, vestirse, ponerse la cadena de oro con su apodo y seguir la fiesta hasta el amanecer.
Las pocas veces en que salía con los ojos hinchados, se ponía gafas, pero nada le impedía pasarla bien después de todo el esfuerzo físico de las peleas.
El primer día, no llegamos a tiempo para tomar fotos de su carrera matutina, por lo que decidimos ir a la habitación donde se hospedaba. Después del entrenamiento mañanero, los boxeadores acostumbran desayunar y descansar en el cuarto durante la semana previa al combate, pero Camacho era otra historia. No lo encontramos en el cuarto, ni en el vestíbulo del hotel, sino caminando por el centro comercial adyacente al paseo tablado de esa ciudad.
Caminaba por los pasillos, bromeaba con los aficionados que lo reconocían, firmaba autógrafos y promovía el combate a su manera. No sabía qué esperar, pues apenas lo conocía, pero tan pronto lo abordé, me dijo: "Estás tarde, ya yo corrí".
La entrevista duró cinco minutos, y la conversación cerca de media hora. Allí habló de por qué prefería no entrenar en Puerto Rico: "Donde quiera que voy me ofrecen una (cerveza) 'fría'. Por más que le digo que estoy entrenando, no me ofrecen ni una maltita, todo es una 'fría'", se quejaba con su usual estilo.
La conducta errática de Camacho en la calle no le auguraba necesariamente un final feliz.
Pero quienes lo vieron en el gimnasio, como en la semana previa a ese combate frente a Leonard, se explicaban el porqué de su éxito en el cuadrilátero. Cuando entraba, era como si se despojaba de su alter ego de "Macho" Camacho y se transformaba en un hambriento, concentrado y dedicado boxeador, que trabajaba horas y horas puliendo la velocidad, la maña y el estilo que lo convirtieron en uno de los grandes de todos los tiempos.
Sólo así se puede explicar por qué esos grandes pegadores que enfrentó durante el mejor momento de su carrera nunca lo enviaron a la lona.
Alfredo R. Berríos, Senior Editor de ESPNDeportes.com
Si algo distinguió al recién fallecido ex boxeador Héctor "Macho" Camacho fue su peculiar manera de vestir en el cuadrilátero, sus entradas pintorescas y su español mezclado con inglés, que sacaba risas a sus seguidores, pero era un verdadero dolor de cabeza para los medios que lo seguían.
Si no fue el primero, fue uno de los primeros que entraba al ring previo a su pelea con vestimentas exageradas, penachos de plumas, ropa brillosa, todo acompañado al ritmo de una canción pop de la época en que duró su carrera, que se extendió por casi 30 años.
Tuve la oportunidad de cubrir sus combates en Puerto Rico, Las Vegas y Nueva York, siendo los más relevantes los de José Luis Ramírez, Edwin Rosario, Rafael Solís y Rafael "Bazooka" Limón. En todos los combates era favorecido por los apostadores, pero odiado por los fans por su personalidad fogosa y peculiar y sus expresiones disléxicas hacia su rival de turno.
"A mí no me importa lo que haga porque soy el 'Macho Man' y me lo voy a ganar encima del ring", solía decir.
Fue objeto de sátira en su natal Puerto Rico cuando un actor cómico basó su personaje en una serie televisiva en Camacho, quien contrario a lo esperado aceptó y fue parte de esa sátira. Camacho incluso utilizó frases del personaje de "Chevy" como parte de su vocablo y en playeras para la venta.
Mi mejor recuerdo de él, sin embargo, no fue cuando estelarizaba un combate. Fue durante la cartelera entre Rocky Lockridge y Wilfredo Gómez, otra leyenda puertorriqueña, celebrada en San Juan en 1985.
En aquella ocasión, Gómez buscaba agenciarse el título súper pluma de la AMB ante el estadounidense. Ya en el ocaso de su carrera, el boricua estaba cansado luego de ocho asaltos (todavía en aquella época se peleaba a 15) y al borde del nocaut. Camacho, quien entró junto al grupo de Gómez, estaba cerca de la esquina y en el descanso en el octavo giro, se las agenció para desanudar los guantes de su compatriota. Esto le permitió un descanso a Gómez, quien recuperó su aire y ganó una controversial decisión tras ofrecer un recital de boxeo en los siete asaltos finales a Lockridge.
Descanse en paz el "Macho Time".
Jaime Vega-Curry, Deputy Editor de ESPNDeportes.com
Como periodista, cubrir las actividades boxísticas del "Macho" Camacho era algo totalmente impredecible. Las posibilidades oscilaban entre un manjar de ángulos llamativos a una pesadilla idiomática. Todo encerrado en un personaje que combinaba un contagioso carisma, impresionante calidad pugilística, alma de niño, sagacidad de comerciante y una superlativa confianza en sí mismo y en la vigencia de su "Macho Time".
Recuerdo particularmente tres encuentros.
El primero, cuando daba yo mis primeros pasos profesionales, entonces como recepcionista de una empresa periodística, a principios de los 80. Camacho llegó al lugar con toda fanfarria: solo, sin camisa, en una motocicleta que quedó mal estacionada. Avisé su llegada a la redacción deportiva, y la respuesta no me sorprendió: "¿Camacho? ¿Está loco? Él no tiene cita con nadie aquí".
Por supuesto, los periodistas de turno no desaprovecharon la oportunidad de entrevistarle, ni él de deleitarse con la bienvenida que le prodigaron las féminas a su paso por las oficinas.
Años después, en agosto de 1990, cubrí una pelea suya, de segunda importancia.
Se enfrentaba en Lake Tahoe a Tony Baltazar, en un cartel encabezado por un choque titular unificatorio entre Pernell Whitaker y Juan Nazario. Novato yo en las lides, mi editor me advirtió: "No te dejes llevar por Camacho, la principal es Whitaker-Nazario".
Entre el taciturno Whitaker, el humilde Nazario y el showman Camacho, costó mucho trabajo mantener el foco de la encomienda.
Esa cualidad de centrar en sí la atención quedó particularmente expuesta en mi tercer encuentro memorable: septiembre de 1992, Las Vegas, contra Julio César Chávez.
El mexicano le vapuleó y le desfiguró el rostro como nunca antes, pero eso no impidió que Camacho acudiera a la fiesta postcombate que ofrecía el promotor Don King, quien esa noche llenó sus bolsillos como nunca antes, y que se quedara con ella.
Subido en tarima, Camacho "rapeó" su mensaje: "Estoy aquí en la casa, hoy no me veo bien, pero los pongo a gozar... y a Don King también lo pongo a gozar, él sabe que me necesita... ¿y dónde está Chávez?... ¡sigue siendo 'Macho Time'!".
En efecto, tenía razón. Derrotado, pero sin bajar de su propia cima. Y él siempre lo supo. Y lo disfrutó.