RIO DE JANEIRO (Enviado especial) -- La Copa del Mundo es lo más grande que hay. A veces se usa esta expresión con liviandad, como un lugar común. Por ejemplo: "esta milanesa es lo más grande que hay". Está claro que hay cosas mucho más grandes que esa milanesa, pero para explicar lo sabrosa que es se utiliza esa figura. Bien, en este caso no hay exageración alguna, porque la Copa del Mundo es lo más grande que hay, literalmente.

No hay evento de la humanidad que se compare con el Mundial de fútbol. Despierta más emociones que ninguna otra cosa en los pueblos de todo el planeta y hace que, por un mes, sólo se hable de la pelota. Eso uno lo sabía desde antes de viajar a Brasil. Siempre ha respetado y valorado la trascendencia cultural de este campeonato y por eso no hacía falta vivirlo en el lugar de los hechos para comprender lo que significa. Sin embargo, estar allí, en el centro de todo, pone en verdadera dimensión lo que esto representa.

No hay región más futbolera que Sudamérica. En ningún otro continente se vive el fútbol con esta pasión. Por eso, que la Copa se haya celebrado aquí le dio una intensidad particular. En cada estadio había una energía especial, diferente a la que se ve en cualquier otro estadio. Quien haya asistido a clásicos nacionales, finales de Copa Libertadores, Champions League o Copas continentales sabe de qué se trata. Cada reacción esta exacerbada.

Esta Copa quedará en el recuerdo por muchas situaciones. Cada uno tendrá su momento destacado, de acuerdo a su nacionalidad o a sus gustos. Algunos eligirán la derrota impresionante de España ante Holanda, otros las victorias de Costa Rica contra Uruguay e Italia, otros cada uno de los goles de James Rodríguez, otros el remate al travesaño de Pinilla, otros la entrega conmovedora de Javier Mascherano en cada juego. Hay para todos los gustos.

Otra de las cuestiones que hizo de este el mejor Mundial que muchos de los que estamos vivos recordemos fue la paridad que hubo. Ninguna Selección se sintió ganadora antes de jugar. Brasil, el gran candidato, jugó frente a Camerún, el peor del torneo, y estuvo a punto de quedar abajo en el marcador. Argentina, con Messi, casi empata ante Irán. Costa Rica protagonizó, quizás, la triple sorpresa más grande de la historia. Argelia llevó al tiempo suplementario a Alemania. Colombia eliminó a Uruguay con una claridad impresionante. Cualquiera podía ganar y cualquiera podía perder. Pero esto no significó una merma en el nivel de juego, sino un incremento en lo que hace del fútbol el deporte rey: la competencia.

Como si fuera poco, Brasil 2014 entregó el resultado más increíble de todos los tiempos. Sí, todo puede ser discutido en el fútbol pero hay momentos en los que uno se da cuenta de forma automática que serán eternos. La goleada 7-1 de Alemania sobre Brasil en las semifinales será recordado como el partido más extraordinario de todos. Sólo el tiempo le dará la trascendencia que tiene, pero con un poco de lucidez uno puede ver lo grande que ha sido ese resultado.

Porque el Maracanazo es una marca que el pueblo brasileño tendrá por siempre, ni el paso del tiempo ni los cinco títulos ganados calmaron ese dolor. Aquel día, el Scratch perdió 2-1 la final contra Uruguay. Fue el batacazo más grande jamás visto. Pasaron 64 años y todos creían que había llegado la oportunidad de enterrar aquella frustración. Lejos de eso, se generó una herida aún mayor. Nadie sabe cuánto tardará el fútbol brasileño en reponerse de semejante humillación.

Luego de la derrota, los torcedores no dejaron de darle importancia al Mundial, todo lo contrario. Ese día, la nación entera lloró la desgracia, pero al día siguiente todos se pusieron la camiseta de Holanda para alentar al adversario de Argentina. Sí, como si no hubiese pasado nada, los brasileños se quitaron la canarinha y se pusieron la naranja. Ese día volvieron a sufrir, pero ya habían encontrado una manera de gambetear el dolor. En la final, sus vecinos cayeron contra Alemania y ellos celebraron el gol de su propio verdugo. Si alguien entiende esta situación, que la explique.

Cuando uno tiene la inmensa fortuna de vibrar con un Mundial en el país organizador, puede ver a la perfección como cada aspecto de la vida social está marcado por el fútbol. El Mundial está omnipresente. En cada charla callejera, en cada canal de televisión, en los diarios, en las escuelas, en los trabajos, en los medios de transporte. La Copa del Mundo llena todos los espacios, incluso los que ya estaban llenos. Se habla del marcador de punta de Bosnia como si fuese un amigo y se busca enseñarle a parar el equipo al entrenador de Suiza. Nadie está ajeno a la gran fiesta.

La Copa del Mundo es lo más grande que hay. Ver un Mundial en vivo y en directo, estar en la cancha mientras sucede algo que quedará en la historia, es el máximo sueño de cualquier futbolero de ley. Y todos los que nos dedicamos al periodismo sobre fútbol somos, primero, amantes de este juego. Por eso, hoy, el día después al final del Mundial quiero agradecer por este sueño cumplido. A la vida y a la pelota.

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RIO DE JANEIRO (Enviado especial) -- Es hoy. El día que le da sentido a todo lo demás. El día que puede cambiar para siempre la historia de un grupo de jugadores. Y quizás la historia de un pueblo entero. Porque el fútbol es mucho más que un juego, es una de las formas más nobles que tiene la humanidad de relacionarse. Por eso, el resultado del partido que jugarán Argentina y Alemania es tan trascendente. Porque será una de las mayores alegrías que una nación puede vivir. Así de simple y así de grande.

Siempre es mejor no hablar en primera persona, porque las experiencias individuales siempre son subjetivas y cada hombre la vive de manera singular. Sin embargo, en un momento como este se hace muy difícil expresar sentimientos sin usar ese tiempo verbal. Quien esto escribe será testigo de la final de la Copa del Mundo en el estadio Maracaná. Traducir en palabra las sensaciones de estas horas previas es simplemente imposible. No hay palabras, o por lo menos yo no las tengo, para describir la emoción que genera un evento como este. No hay nada igual en el mundo. De eso si no hay dudas.

Se mezclan los sueños de la infancia, la primera pelota, los partidos con los amigos, las vivencias en las tribunas de todo el país, la vida como hincha y la experiencia como periodista. Es un cúmulo de sensaciones que crean una especie de estado de fragilidad emocional que pocas veces en la vida se da. Uno quiere creer que lo que se juega es sólo un encuentro futbolístico, pero en realidad tiene una carga mucho mayor, más significativa.

En un punto, es lógica pura. Uno abraza al fútbol como una pasión única. El fútbol llena muchos huecos, se transforma en una compañía, en un punto de unión con los seres queridos, en un sitio donde sentirse importante, en un lugar de pertenencia. Entonces, cuando se juega una final del mundo, que es el duelo más importante de todos, las emociones afloran como nunca. Y más aún uno de los protagonistas es tu Selección.

Todo esto es así en cualquier Mundial. No importa dónde y cómo se juegue. Sin embargo, lo que sucedió en Brasil 2014 potenció todavía más estos sentimientos. Porque esta es una de las naciones más futboleras del planeta, porque en Sudamérica se vive el fútbol con más intensidad que en ningún otro lado, porque el nivel de juego fue el mejor en mucho tiempo y porque muchos partidos ya forman parte de la historia por dramatismo y por jerarquía.

El 7-1 sufrido por Brasil, las victorias de Costa Rica contra dos campeones del mundo (dejando afuera a un tercero en el camino), la eliminación de España, los goles de Messi, el fútbol de Alemania, las apariciones de Bélgica y Colombia, la paridad en cada uno de los choques. Todo esto fue lo que convirtió a esta Copa del Mundo en la mejor de la era moderna. Esta sentencia es casi unánime. Esta es otra de las razones por las cuales la final de hoy es tan relevante.

Quien sea campeón, será uno de los cinco Seleccionados más importantes de todos los tiempos. Y quizás uno de los tres. ¿Por qué? Simple, porque si es Alemania habrá derrotado a los dos grandes sudamericanos, como visitante y desplegando un juego de muy alto vuelo. En tanto, si es Argentina, se habrá coronado en la casa de su clásico rival tras derrotar al verdugo del mismo. Además, ambos tienen argumentos propios: la Albiceleste cuenta con el fútbol de Messi y la Nationalmannschaft busca consagrar a una generación de lujo.

A horas del encuentro esperado por todos, Río de Janeiro se transformó en una ciudad más de Argentina. Unas cien mil personas llegaron desde el vecino país para acompañar a la Selección que dirige Alejandro Sabella. Aunque esta cantidad de hinchas podría llenar el Maracaná con comodidad, la mayoría no tiene entradas y verán la final en las calles cariocas. Este escenario le da aún más mística al partido.

Es hoy. Tardó mucho, pero el día ansiado por todos al fin llegó. Los neutrales lo esperaron desde aquella noche de 2010 en la que España venció a Holanda. Los alemanes desde que Brasil los dejó sin nada en 2002. Y los argentinos desde aquel lejano 1990 en el que este mismo rival les quitó la oportunidad de ganar el tricampeonato.

Pasaron 24 años desde el penal de Andreas Brehme en Italia. Mucho ha sucedido en el fútbol argentino desde ese día. Han habido cambios, han nacido y muerto grandes jugadores, han habido equipos inolvidables y también mediocres y han crecido amantes del fútbol que necesitaban de un partido como éste.

Desde ese humilde lugar, un cronista elige sincerarse en medio de la emoción por la final mundialista y suelta un deseo: ganen. Por mí, pero también por mi país. Por los pibes que corren detrás de una pelota y sueñan. Por las familias de todos. Por los que van a venir. Por los que se fueron. Por todos. Ganen, es su gran oportunidad. Devuelvan al fútbol argentino al lugar que le pertenece.

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Una pesadilla

FECHA
13/07
2014
por Damian Didonato

RIO DE JANEIRO (Enviado especial) -- A los brasileños no les importaba este partido. O mejor dicho, no los movilizaba. La increíble derrota 1-7 contra Alemania todavía retumba -y retumbará por muchos años- en los torcedores y por eso el duelo por el tercer puesto ante Holanda carecía de trascendencia en sí mismo. Lo que sí tenía relevancia era la despedida de la Selección local de la que iba a ser "su Copa del Mundo" y terminó siendo la vergüenza más grande de su historia.

Este sábado, Río de Janeiro amaneció invadida por argentinos. No es una figura metafórica ni nada de eso, es la más cruda realidad. Pasear por Copacabana es toparse con cinco argentinos por cada brasileño. A pesar de sentirse visitantes en su propia casa, los torcedores colmaron el Fan Fest carioca. De hecho, antes del inicio del encuentro debieron cerrar las puertas porque la capacidad ya estaba completa.

"Vine para despedir al Scratch", "estoy acá para repudiar a estos jugadores", "vinimos porque es el último partido del Mundial", "queríamos estar para festejar un triunfo en el último juego". Estas son sólo algunas de las razones que dieron los brasileños ante la pregunta "¿Por qué viniste al Fan Fest?". Después de la goleada alemana, uno podía esperar que poca gente apoyara al combinado anfitrión, pero tanto el estadio Nacional de Brasilia como la playa de Copacabana se mostraron repletos de camisetas amarillas.

Es cierto que en cada uno de los Fan Fest del Mundial uno puede encontrarse con hinchas de todas partes del mundo. Incluso de países que no se clasificaron. Por eso, no es correcto decir que los brasileños coparon el festival. Había mayoría, claro, pero también se podían ver holandeses, alemanes, mexicanos, colombianos, españoles y, claro está, argentinos. Cientos de argentinos. Dentro del área FIFA pero también fuera. Por todos lados.

Los vecinos armaron su propia fiesta ajena al partido por el tercer puesto. Es cierto que celebraron los goles de Holanda, pero le dieron la espalda a lo que sucedía en Brasilia y se concentraron en seguir alentando a su Selección, que el domingo irá en busca del título. Casi todas las canciones están dedicadas a sus clásicos rivales, que en esta ocasión tenían algo más de que preocuparse.

La Canarinha dio vergüenza, una vez más. Perdió 3-0 contra Holanda y quedó cuarta en el Mundial, pero la caída odría haber sido aún peor si la Naranja no hubiera regulado en muchos momentos del juego. El análisis futbolístico quedará para otro momento, pero es indispensable comentar el bajísimo nivel colectivo e individual de todo el equipo brasileño. Como frente a Alemania, no tuvo argumentos futbolísticos, anímicos ni físicos para contrarrestar las virtudes holandesas y volvió a tener errores defensivos imperdonables. Fue una caricatura de lo que se esperaba.

El público que acudió al Fan Fest estuvo como ausente desde el comienzo mismo del encuentro. La imagen de Neymar fue la primera que apareció en la pantalla tras una arenga forzada del maestro de ceremonias y eso levantó un poco a la multitud. Fue ovación para el crack malogrado. E indiferencia para el resto del plantel. El himno fue cantado tímidamente y el comienzo del juego no tuvo los aplausos característicos. Era como si todos hubieran ido a cumplir un trámite, a decir estoy presente.

Una goleada como la de Alemania hace tambalear hasta los preceptos más sólidos de una estructura futbolísticas. Y hasta pone en jaque a la historia. Será un golpe que Brasil tardará años en asimilar. Se notó en el primer partido post 1-7 y se seguirá notando por mucho tiempo. La gente está dolida. Ni siquiera se vio bronca ni enojo. Sí dolor y resignación. Por eso, no hubo entusiasmo nunca. Y menos todavía después de un penal en contra antes de los dos minutos.

La reacción fue algo así como "sigue la pesadilla". Tras la aparatosa caída de Arjen Robben se escuchó un "noooooo" tímido. Era como si el partido ante Alemania siguiera jugándose. Robin Van Persie definió con tranquilidad y Brasil ya perdía de nuevo. La gente hablaba con su compañero, se quejaba del arbitraje sin demasiada vehemencia, tomaba cerveza y pensaba en qué pasará en el futuro.

Antes de los 20 minutos Daley Blind convirtió el segundo tanto y ya no quedaron dudas: el Maracanazo había sido una gran campaña en comparación con este Mundial 2014 ignominioso. Holanda ganaba 2-0 y manejaba el trámite del juego a su antojo. La gente miraba en silencio mientras escuchaba el triste relato en portugués y de fondo los cánticos extasiados de los argentinos. Si eso no es una pesadilla, entonces qué es.

El resto del encuentro transcurrió entre la abulia y algunos silbidos aislados. El principal destinatario de los abucheos fue Luiz Felipe Scolari, en tanto que el único que despertó algún tipo de reacción positiva fue Hulk cuando ingresó. Ni siquiera había fuerzas para repudiar al peor Seleccionado de la historia del fútbol brasileño. No hubo llantos porque las lágrimas se terminaron el pasado martes, pero sí decepción. Una silenciosa decepción.

Tras la caída 0-3 y el cuarto puesto confirmado, algunos hinchas se quedaron en el Fan Fest para presenciar el show musical posterior, mientras que los que se fueron se encontraron con la fiesta de Argentina en la Avenida Atlántica. Cientos de hinchas cortaron el tránsito para festejar el hecho de jugar la final del mundo en la cara de sus acérrimos adversarios. Lo único bueno para los locales: queda sólo un día para que se termine este Mundial.

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RIO DE JANEIRO (Enviado especial) -- "Yo nunca salí campeón del mundo". Las palabras son de un argentino que viajó a Río de Janeiro para ver la gran final ante Alemania. Algunos podrán decir que no son ciertas, dado que la Selección ganó dos títulos, en 1978 y 1986. Sin embargo, representan el sentimiento de una generación que aún no pudo experimentar en carne propia lo que significa la gloria de ganar la Copa del Mundo. Los sub 30, que hoy copan la capital carioca, sueñan con dejar de sólo imaginarse aquello que les contaron sus padres.

Los hinchas argentinos invadieron Río. Esto no es sólo una metáfora exagerada, es la más pura realidad. Desde este viernes, miles y miles de simpatizantes de la Albiceleste se movilizaron al país vecino y protagonizaron un éxodo sin precedentes. Caminar por Copacabana es como caminar por Villa Gesell un día de enero. Camisetas de River, Boca, Racing, Vélez, Platense, Chacarita y Deportivo Riestra pueblan las calles cariocas. El mate, el fernet y la cumbia desplazaron a las costumbres brasileñas del paisaje característico de la Cidade maravilhosa y los autos con chapas argentinas se multiplican. Todos vinieron a cumplir el sueño de dar la vuelta olímpica.

En este contexto, la enorme mayoría son jóvenes menores de treinta años. Sí, esos mismos que no llegaron a ver al Matador Kempes ni a Diego Maradona levantando la Copa que hoy duerme en el Maracaná. Esos mismos que crecieron con la certeza de que "somos los mejores" pero que la realidad los golpeó una y otra vez. Esos mismos que llegaron tarde para disfrutar los dos goles más legendarios de la historia. Esos mismos que sufrieron en 1994 el "me cortaron las piernas"; en 1998 el gol de Bergkamp; en 2002 el increíble empate con Suecia; en 2006 los penales y la injusticia contra Alemania y en 2010 el llanto de Maradona y Messi. Esos mismos que hoy tienen una ilusión concreta, posible.

"Yo nunca salí campeón", dice un porteño y a su lado asiente un cordobés y se suma un platense. Saben que en su ADN están los títulos del 78 y del 86, pero en realidad son ajenos, son de sus padres y de sus abuelos. Ellos los ven como dos estrellas que casi no iluminan. No porque no sean importantes ni porque no los valoren, sino porque es muy difícil darle la trascendencia real a aquello que no se vivió.

Estos miles y miles de argentinos viajaron a Río como pudieron: en avión, en micro, en auto, a dedo, en combi, en grupo, en soledad. Hay historias de todo tipo. Muchos son gente humilde, que tuvieron que vender bienes personales para llegar aquí. Son hombres y mujeres del fútbol, que van todos los fines de semana a alentar a su club y hoy tienen una cita que los trasciende, a ellos y a sus camisetas. Hoy están ante el momento que esperaron toda su vida. Por eso nadie quería estar lejos del Maracaná.

"Mis viejos me contaron lo que fue el 86. Yo tenía dos años, no me acuerdo de nada. Pero sé lo que significa jugar una final del mundo, porque sufrimos mucho en los Mundiales anteriores. Por eso quisimos venir con mis amigos", explica Carlos, un cordobés que llegó este mismo viernes a Río. A él no le importa demasiado no tener entradas, sólo quería estar en el lugar de los hechos, para no perderse detalles de lo que será un momento único e irrepetible.

La generación sin Copa entiende a la Selección Argentina de forma extraña, casi bipolar. A veces creen que "tenemos a los mejores jugadores", que "somos los candidatos a ganar todo", que "no podemos perder", pero en otras ocasiones las derrotas rompen toda esperanza y el pesimismo le gana a aquellas ideas positivas. Es que crecieron con esa idea de que "somos los campeones, tenemos al Diego", pero cuando tuvieron el entendimiento para disfrutar un Mundial, al Maradona omnipotente de sus padres le cortaron las piernas y, las pelotas que antes entraban, en sus partidos pegaban en el palo.

Hoy, por primera vez en su vida, muchos argentinos verán su camiseta en el partido más importante del mundo, en el juego que le da sentido a todo lo demás. Algunos todavía no creen que el día tan esperado por fin llegó. Aún no son conscientes de que se armó un equipo con carácter, con actitud y con la decisión de ir a buscar la gloria. Que por una vez todos tiran para el mismo lado, que la solidaridad se ve en cada pelota dividida, en cada ataque del rival. Es lo mismo que disfrutaron sus padres, es lo que habían leído como si fuera una fábula. Hoy lo viven en carne propia. Nada es más merecido.

"Venimos a buscar la Copa que soñamos desde que empezamos a ver fútbol", dice el líder de un grupo de amigos que llegó hace minutos desde Buenos Aires. Todos tienen entre 20 y 30 años, como la enorme mayoría de argentinos que coparon Copacabana, Leblón y Barra. Es esa generación sin corona que el domingo tiene la oportunidad de conseguir una victoria que recordarán el resto de su vida. Así de maravilloso es el fútbol.

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FORTALEZA (Enviado especial) -- -Después de cada triunfo de Brasil en la Copa del Mundo, todo el país se convierte en una fiesta. Hay pirotecnia, baile en las calles, música y litros de cerveza. Eso sucedió frente a Croacia, Camerún y Chile. El partido contra Colombia era la gran oportunidad de hacer aún más grande esa celebración, porque la Canarinha podía clasificar a semifinales por primera vez desde 2002. Sin embargo, no hubo ningún tipo de festejo. El equipo jugó bien y ganó, sí. Pero la pena fue mayor que la alegría.

Iban 41 minutos del segundo tiempo cuando Neymar encaró y fue derribado por Juan Camilo Zúñiga. A primera vista, pareció una falta normal del juego, en la que un defensor logra derribar a un delantero que se escapa hacia el área. La figura brasileña quedó tendida en el piso, gritando por el dolor. A pesar de esto, nadie en el estadio le creyó demasiado al principio. Su equipo ganaba, necesitaba perder tiempo y no es extraño en Ney simular. Hasta los médicos tardaron en ingresar. Luego, cuando lo vieron salir en camilla todo cambió.

El partido terminó sin el delantero de Barcelona en la cancha, pero el público festejó de todas maneras una clasificación que terminó siendo sufrida porque Colombia atacó en los últimos minutos y estuvo cerca de empatar. La felicidad duró hasta que comenzaron a llegar las noticias: Neymar había sido trasladado inmediatamente a una clínica de Fortaleza, donde le realizaron una tomografía que arrojó el diagnóstico más temido: fractura de tercera vértebra lumbar.

El estadio Castelao ya estaba casi desierto cuando se confirmó la lesión, pero en las calles ese golpe se sintió y mucho. Dejaron de escucharse los cantos y las sonrisas desaparecieron. Es que Brasil deberá afrontar el duelo de semifinales contra Alemania sin dos de sus pilares: el suspendido Thiago Silva y el lesionado Neymar. Preocupación es el sentimiento común hoy en todo el país.

"Estamos muy tristes por Neymar. La Canarinha jugó muy bien, pero la lesión de nuestro mejor jugador nos angustia", afirmó un torcedor que todavía estaba en las inmediaciones del campo de juego cuando se dio a conocer la baja del Diez. Sus compañeros intentaban ser más optimistas, pero se notaba el nerviosismo y la incertidumbre por lo que viene: "Vamos a ser campeones igual, aunque esto hará todo más difícil".

Los bocinazos y el ruido de las cornetas estuvieron presentes en la noche de la capital de Ceará, pero sin dudas fueron menos que los que atronaron en Sao Paulo, Recife y las otras sedes donde jugó el Scratch. Es que Neymar es el símbolo de este equipo, el mejor jugador, el hombre capaz de romper cualquier cerrojo del rival, cualquier esquema defensivo. Además, ese el goleador del Seleccionado local y fue la figura en tres de los cinco juegos.

"Claro que será muy complicado superar la ausencia de Ney, para nosotros los hinchas y para los jugadores también. Pero somos locales y seguiremos apoyando a la Canarinha en todos los juegos". Las palabras son de un simpatizante fortalecense que pasea por el centro de la ciudad enfundado en su camiseta verdeamarela y charla sobre las posibilidades de la Selección con un grupo de amigos.

La sensación podría describirse como "agridulce", pero en realidad es más amarga que otra cosa. Porque nadie pensó nunca que el triunfo local estuviera en duda, por eso la clasificación fue celebrada con mesura. Sin embargo, la lesión de Neymar sí es algo que tomó por sorpresa a la torcida. Y muchas veces las malas noticas vencen a las buenas. Por eso, la noche de Fortaleza no fue de fiesta ni mucho menos.

El pesar también estuvo presente entre los jugadores. De hecho, Fred estuvo a punto de romper en llanto tras el partido: "Estoy triste porque trabajó tanto para estar con nosotros. La importancia que tiene para nosotros, claro que ahora vamos a centrarnos en el grupo, que tiene mucha calidad".

El sábado, los periódicos brasileños ilustraron muy bien la situación. La tapa del diario más importante de Fortaleza tenía dos fotos: la de David Luiz y el título "alegría" y la de Neymar con el título "tristeza". Ahora, Brasil, el gran candidato al título, deberá aprender a jugar y a vivir sin su referente.

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SAO PAULO (Enviado especial) -- Hinchas de Brasil, Colombia, Argentina, Holanda, México, Australia, Estados Unidos, Alemania y más. Eso es lo que uno se puede encontrar en las calles de cada una de las sedes mundialistas. Todos juntos, compartiendo tragos, charlas y vivencias que los unen durante un mes. Porque vivir un Mundial en el lugar de los hechos es algo que se puede dar pocas veces en la vida y disfrutarlo con otros visitantes es aún más placentero.

En Vila Madalena esta unión se puede ver mejor que ningún otro sitio. Este "barrio noble" de Sao Paulo se ha vestido de fútbol durante la Copa del Mundo. Situado en el distrito de Pinheiros, en la región oeste, es reconocido por ser el reducto bohemio de la capital paulista y también por recibir a muchos de los estudiantes que asisten a la Universidade de São Paulo y a la Pontifícia Universidade Católica de São Paulo.

En la rua Aspicuelta se encuentra la gran mayoría de los bares del barrio. Allí, todos los fines concurren miles de jóvenes en busca de diversión. Los fines de semana se cierra el tránsito, los establecimientos sacan las sillas a las veredas y la vía pública se llena literalmente de gente. Además, puestos ambulantes de bebidas alcohólicas copan el paisaje. Durante el Mundial, el ritual se repite todos los días. Por eso, Vila Madelena es conocido como "el barrio de los torcedores".

El día después del histórico partido que la Selección Colombia le ganó a Uruguay, se pudieron ver muchos hinchas cafeteros celebrando en Sao Paulo. Aunque el encuentro se disputó en Río de Janeiro, algunos simpatizantes cafeteros no pudieron viajar y se quedaron en la ciudad que ya se convirtió en hogar del fútbol colombiano. En Vila Madalena disfrutaron de la victoria.

"Colombia le demostró al mundo que somos grandes. El partido contra Uruguay fue espectacular y ahora vamos a ir a ganarle a Brasil. Los respetamos, claro, pero tenemos equipo para ganar de nuevo". José Luis, bogotano que viajó a la Copa junto a sus amigos, habla mientras toma una cerveza. Sus compañeros asienten con la cabeza mientras visten con orgullo la camiseta tricolor.

Desde que se pone el sol, a las seis de la tarde, hasta la madrugada, las calles de Vila Madelena dejan sus apariencia bucólica y se transforman en una especie de discoteca gigante al aire libre. La música llega desde los bares pero también hay bandas que amenizan la velada con ritmos típicos de Brasil. De hecho, el barrio tiene una escola do samba propia: el Grêmio Recreativo Social Cultural Escola de Samba Pérola Negra.

La Copa del Mundo forma parte de la vida social y cultura de todo el país desde antes del comienzo del juego. Brasil es una de las naciones más futboleras del planeta y, como tal, ha cambiado sus rutinas durante el gran torneo. En estos días, lo que era una zona bohemia, de artistas, se convirtió en un hervidero de sentimientos mundialistas, con hinchas por todos lados.

ESPNFC.com estuvo en Vila Madalena el día del partido entre Costa Rica y Grecia. En la definición por penales, todos tenían un favorito y los goles se festejaron como si fueran propios. No había demasiados costarricenses y griegos entre la concurrencia, pero nadie estuvo indiferente. Cuando triunfó el conjunto tico, todos dejaron un rato sus bebidas y aplaudieron a los clasificados para cuartos de final. Es decir, que primero está en el Mundial y luego todo lo demás.

A días del gran duelo entre Brasil y Colombia, este era un sitio perfecto para comenzar a vivir lo que será uno de los partidos más emocionantes del torneo. Entre los hinchas de ambas Selecciones sólo hubo respeto, pero también mucha confianza en las propias fuerzas. Por el lado de la Tricolor, vencer a los dueños de casa sería una verdadera hazaña. En Vila Madelana, como en todo Colombia, ya se sueña con eso.

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RÍO DE JANEIRO (Enviado especial) -- Una Copa del Mundo es mucho más que un torneo de fútbol. Esta frase se dijo una y mil veces, pero no deja de ser una verdad irrefutable. Es un evento social y un encuentro de diversas culturas. Aquí, occidentales, orientales, católicos, judíos y musulmanes conviven durante un mes sin que esas diferencias tengan ningún tipo de relevancia. Eso se puede ver en cada estadio, en cada calle.

Sin embargo, durante el Mundial la vida sigue, aunque parezca que se detiene. Por primera vez desde 1986, el Ramadán coincide con la disputa del campeonato más importante de todos. Esto supone un verdadero desafío para futbolistas e hinchas, ya que ven como su pasión, su trabajo y su religión entran en conflicto.

Ramadán es el noveno y el más importante mes del calendario musulmán. Durante treinta días, los religiosos deben realizar el sawn, que es el ayuno desde el alba hasta que se pone el sol. El principal objetivo del sacrificio es buscar la paz que promueva el estado de conciencia Divina. La abstinencia es de bebida, comida, relaciones carnales y cambios de ánimo exagerados.

En Brasil todavía hay varias Selecciones con jugadores musulmanes. Argelia, que dio la sorpresa y se metió en octavos de final, es la que mayor cantidad tiene, pero también hay en Bélgica, Francia, Suiza y Alemania. Irán y Costa de Marfil ya quedaron eliminado y sus futbolistas e hinchas podrán realizar el ayuno sin ningún tipo de problemas.

Sin dudas, la Selección argelina es la más afectada por la fecha en la que este año se celebrará el Ramadán, ya que casi todo su plantel profesa esta religión, al igual que los cuatro mil hinchas que viajaron a Sudamérica. Todos ellos suplicarán por una extensión para seguir en la Copa del Mundo sin traicionar sus raíces y credos.

Además de que es una época de instrospección y trabajo espiritual y eso no debería entrar en conflicto con algo tan trascedente como la disputa de un Mundial, el Ramadán podría afectar a la salud de los futbolistas. El gran problema de este tipo de ayunos es el nivel de deshidratación que provoca, sobre todo en un clima como el de Brasil, con partidos a las 13.00 horas.

El doctor Hakim Chalabi, quien trabaja para la Federación de Argelia, afirmó: "Es un periodo en el que el riesgo de lesiones aumenta, especialmente a nivel lumbar, de las articulaciones y de los músculos. El nivel de nutrición debe cambiar. Hay que modificar también la calidad de los alimentos para adaptarlos al ejercicio. Los jugadores deben hidratarse mejor. Además, les aconsejamos que sus siestas sean más largas por la tarde, con el fin de recuperar una parte de su tiempo de sueño".

El capitán Madjid Bouguerra habla por él y sus compañeros: "Es más psicológico. A menudo, hay que mostrar a los entrenadores que no están de acuerdo (con que se cumpla el Ramadán) que estamos ahí al 200%. Lo más duro es la hidratación. Pero está bien, el clima es bueno. Algunos jugadores puede retrasar esos días. A título personal, voy a ver en función de mi estado físico, pero pienso cumplirlo".

Varias estrellas del Mundial son musulmanes, como el francés Karim Benzema, el alemán Mesut Özil, el belga Marouane Fellaini y el suizo Philippe Senderos. Cada uno deberá decidir de forma individual y consensuando con su cuerpo técnico de qué manera respeta su credo. Algunos, como Özil, confirmaron que no lo realizarán: "El Ramadán empieza el sábado, pero no voy a participar porque estoy trabajando".

El entrenador de la Selección de Francia, Didier Deschamps, afirmó ser respetuoso con respecto a este tema: "Los jugadores están acostumbrados. No es un problema que surja ahora. No tengo ninguna preocupación y cada uno se adaptará a la situación". De todos modos, su gran figura Benzema ya ha manifestado que se acogerá a la excepción que le permite el Corán a los viajeros y pospondrá su ayuno. El otro musulmán del plantel, Mohamed Sissoko ya ha sufrido problemas en otras temporadas por realizar el sawn y es probable que tampoco lo lleve a cabo.

El jefe médico de la FIFA, Jiri Dvorak, llevó tranquilidad: "Hemos hecho extensos estudios a los jugadores durante el Ramadán, y la conclusión es que si se sigue adecuadamente todos los preceptos y si se toman las precauciones necesarias, no hay disminución en el desempeño físico".

Argelia vive el mejor momento de su historia futbolística y Francia va en busca de su segundo título del mundo en medio de un mes muy especial para las vidas espirituales de sus jugadores e hinchas. La Copa del Mundo no para, pero puede convivir con las creencias de los pueblos.

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RIO DE JANEIRO (Enviado especial) -- Después de casi dos semanas de Copa del Mundo, se puede decir que la ciudad en la que se vive con más intensidad el gran torneo es Río de Janeiro. Claro que en todas las sedes el Mundial está omnipresente en las calles, en los negocios y en las conversaciones de la gente, pero es aquí, en la Cidade maravilhosa, donde absolutamente todo gira alrededor de la pelota Brazuca.

Desde el 12 de junio, Copacabana se vistió con camisetas de las diversas Selecciones participantes y los bares típicos de la playa se convirtieron en sitios de propiedad casi exclusiva de los hinchas. Hoy, a pocas horas del inicio de los octavos de final, los simpatizantes colombianos son los dueños de Río de Janeiro, tal y como antes coparon Belo Horizonte, Brasilia y Cuiabá.

Según informaciones que llegaron desde Bogotá, se esperan unos 60 mil colombianos este sábado en la capital carioca. Teniendo en cuenta todos los que ya se encuentran viajando por Brasil, el estadio Mario Filho podría ser completado exclusivamente por hinchas cafeteros, algo que en otros tiempos era una utopía. Sin dudas, la masiva presencia de simpatizantes de la Tricolor ha sido uno de los puntos para destacar en lo que va de la Copa.

Copacabana invita a caminar. Sus amplias veredas y el paisaje de mar y montañas son la mejor escenografía para dar un paseo bajo el sol carioca. Allí, en la Avenida Atlántica, está el centro de la vida mundialista. No sólo porque se encuentra el Fan Fest más grande del Mundial, sino también porque está la tienda oficial y, sobre todo, porque es el sitio que los hinchas de todas las Selecciones han decidido tomar como propio.

"Venimos a disfrutar de la playa antes del partido. Para venir a Río teníamos que salir primeros y siempre tuvimos esperanza de que eso iba a suceder, por eso compramos los pasajes", afirma Andrés, un bogotano de 30 años que llegó junto a su pareja para vivir el gran choque entre su equipo y Uruguay. Como él, decenas de compatriotas vestidos de riguroso amarillo matan el tiempo en las playas más famosas del planeta.

El sentimiento que más se repite en los momentos previos al gran choque es la ansiedad. Casi todos los colombianos con los que uno habla afirman estar muy ansiosos por el partido más importante de las últimas décadas para el fútbol de su país. En la primera fase, sobre todo después del debut triunfal, había mucha alegría por volver a formar parte de la fiesta, pero hoy eso cambió y se puede ver una concentración mayor, como si la dificultad hubiese aumentado también para los hinchas.

"Estamos muy ansiosos, queremos que empiece el juego ya. Creemos que Colombia tiene un gran equipo, con jugadores en muy buen nivel y que tiene una gran oportunidad contra Uruguay", declaró José Luis a la salida de la tienda oficial. Este santandereano llegó a Río junto a su familia y, aunque no tiene ticket, espera disfrutar del encuentro en el Fan Fest, que promete estar repleto de colombianos al igual que el Maracaná.

Caminar por Copacabana es encontrar uno y mil hinchas de la Tricolor. Como por ejemplo David, quien lleva la bandera atada a su cuello y camina con el pecho erguido: "Estamos muy orgullosos de lo que hizo la Selección hasta ahora, pero creemos que le vamos a ganar a Uruguay y también a Brasil. Para eso estamos aquí".

No sólo hay bares en las "praias mais grandes do mundo", también hay canchas de fútbol. Una al lado de la otra. Como para entender por qué se dice que los brasileños aprenden a jugar en la arena y no en el césped. Aí también se puede ver a simpatizantes cafeteros jugando como si de ellos dependiera la clasificación a cuartos de final. Es fácil distinguirlos porque todos tienen su camiseta. Si no viste la amarilla o la roja, no es colombiano. Así de simple.

En uno de los restaurantes playeros se dio la situación más mundialista que uno puede presenciar. Dos grupos bastante importantes de uruguayos y colombianos se trenzaron en un "duelo de hinchadas" muy duro. Los charrúas cantaban "vamos a ser campeones como la primera vez" y los cafeteros respondían "mi Colombia va a ganar". Son los dos gritos más famosos de cada una de las parcialidades, que también recordaron viejos partidos.

"Colombia va a hacer historia en este Mundial. Lo sabemos desde que clasificamos. Con Pekerman, James, Cuadrado, Teo, el corazón de Falcao y Faryd tenemos todo para ser campeones". La frase es de un hincha sin nombre, pero representa el sentimiento de un pueblo, que hoy vive y sueña en Río de Janeiro.

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SAO PAULO (Enviado especial) -- Día 1. Los periodistas están afuera de la carpa de prensa porque el calor dentro de la misma es insoportable minutos antes de las tres de la tarde. Sólo ingresan para anotarse en la lista de quienes desean hacer preguntas y vuelven a salir. Cuando aparecen los dos jugadores elegidos, todos regresan y se sientan. Hay mucha más capacidad de la necesaria y sólo las cámaras no están tan cómodas como deberían. Se hacen preguntas rutinarias y se escuchan respuestas rutinarias. Cómo juega el rival, cómo está el grupo, cómo se sintieron en el último partido. Termina la rueda de prensa y muchos salen corriendo rumbo a las tribunas del campo de entrenamientos, distantes unos 50 metros. Algunos trotan de manera cómica, con trípode y cámara a cuestas. Otros van con paso cansino, como si no esperaran demasiado de lo que verán. Son siempre los mismos, claro. Trabajadores de prensa que van una y otra vez al predio de Cotia donde se entrena la Selección Colombia. Se conocen, se saludan y, si se puede, se ayudan en la tarea. Se acomodan en la platea, lo más cerca del centro de la cancha que se pueda. Entonces, asisten al espectáculo: los jugadores ingresan cuando el cuerpo técnico ya está sobre el verde césped. Entonces, se reúnen en una ronda. Pekerman habla, sus futbolistas lo miran. Se abrazan. Todo transcurre en silencio, porque las voces no llegan hasta la tribuna. Luego se separan, toman contacto con la pelota. Se arman dos grupos, se hacen pases sin correr demasiado. Luego, se separan en parejas: Teo con Bacca, Valdés con Yepes, Carbonero con James. Tocan la pelota y elogan. Entonces, hacen un trote, desde el extremo más lejano hasta el más cercano de la platea. Un trote tranquilo, lento. El preparador físico Urtasún mira y Pekerman camina, charla con Patricio Camps. Los futbolistas se tiran en el piso y elongan de nuevo. Entonces, aparece el jefe de prensa Mauricio Correa y dice: "Ya está muchachos, se cumplieron los quince minutos, afuera". Lo dice una, dos, tres veces. A los dos o tres minutos, los camarógrafos y los periodistas salen de a poco, espiando un poco más de la práctica sin saber muy bien buscando qué. La seguridad cierra la puerta de las tribunas y todos tienen un rato más para dejar el predio. Entonces, Bill Murray se despierta y todo comienza otra vez.


Día 2. Los periodistas están afuera de la carpa de prensa porque el calor dentro de la misma es insoportable minutos antes de las tres de la tarde. Sólo ingresan para anotarse en la lista de quienes desean hacer preguntas y vuelven a salir. Cuando aparecen los dos jugadores elegidos, todos regresan y se sientan. Hay mucha más capacidad de la necesaria y sólo las cámaras no están tan cómodas como deberían. Se hacen preguntas rutinarias y se escuchan respuestas rutinarias. Cómo juega el rival, cómo está el grupo, cómo se sintieron en el último partido. Termina la rueda de prensa y muchos salen corriendo rumbo a las tribunas del campo de entrenamientos, distantes unos 50 metros. Algunos trotan de manera cómica, con trípode y cámara a cuestas. Otros van con paso cansino, como si no esperaran demasiado de lo que verán. Son siempre los mismos, claro. Trabajadores de prensa que van una y otra vez al predio de Cotia donde se entrena la Selección Colombia. Se conocen, se saludan y, si se puede, se ayudan en la tarea. Se acomodan en la platea, lo más cerca del centro de la cancha que se pueda. Entonces, asisten al espectáculo: los jugadores ingresan cuando el cuerpo técnico ya está sobre el verde césped. Entonces, se reúnen en una ronda. Pekerman habla, sus futbolistas lo miran. Se abrazan. Todo transcurre en silencio, porque las voces no llegan hasta la tribuna. Luego se separan, toman contacto con la pelota. Se arman dos grupos, se hacen pases sin correr demasiado. Luego, se separan en parejas: Teo con Bacca, Valdés con Yepes, Carbonero con James. Tocan la pelota y elogan. Entonces, hacen un trote, desde el extremo más lejano hasta el más cercano de la platea. Un trote tranquilo, lento. El preparador físico Urtasún mira y Pekerman camina, charla con Patricio Camps. Los futbolistas se tiran en el piso y elongan de nuevo. Entonces, aparece el jefe de prensa Mauricio Correa y dice: "Ya está muchachos, se cumplieron los quince minutos, afuera". Lo dice una, dos, tres veces. A los dos o tres minutos, los camarógrafos y los periodistas salen de a poco, espiando un poco más de la práctica sin saber muy bien buscando qué. La seguridad cierra la puerta de las tribunas y todos tienen un rato más para dejar el predio. Entonces, Bill Murray se despierta y todo comienza otra vez.


Día 3. Los periodistas están afuera de la carpa de prensa porque el calor dentro de la misma es insoportable minutos antes de las tres de la tarde. Sólo ingresan para anotarse en la lista de quienes desean hacer preguntas y vuelven a salir. Cuando aparecen los dos jugadores elegidos, todos regresan y se sientan. Hay mucha más capacidad de la necesaria y sólo las cámaras no están tan cómodas como deberían. Se hacen preguntas rutinarias y se escuchan respuestas rutinarias. Cómo juega el rival, cómo está el grupo, cómo se sintieron en el último partido. Termina la rueda de prensa y muchos salen corriendo rumbo a las tribunas del campo de entrenamientos, distantes unos 50 metros. Algunos trotan de manera cómica, con trípode y cámara a cuestas. Otros van con paso cansino, como si no esperaran demasiado de lo que verán. Son siempre los mismos, claro. Trabajadores de prensa que van una y otra vez al predio de Cotia donde se entrena la Selección Colombia. Se conocen, se saludan y, si se puede, se ayudan en la tarea. Se acomodan en la platea, lo más cerca del centro de la cancha que se pueda. Entonces, asisten al espectáculo: los jugadores ingresan cuando el cuerpo técnico ya está sobre el verde césped. Entonces, se reúnen en una ronda. Pekerman habla, sus futbolistas lo miran. Se abrazan. Todo transcurre en silencio, porque las voces no llegan hasta la tribuna. Luego se separan, toman contacto con la pelota. Se arman dos grupos, se hacen pases sin correr demasiado. Luego, se separan en parejas: Teo con Bacca, Valdés con Yepes, Carbonero con James. Tocan la pelota y elogan. Entonces, hacen un trote, desde el extremo más lejano hasta el más cercano de la platea. Un trote tranquilo, lento. El preparador físico Urtasún mira y Pekerman camina, charla con Patricio Camps. Los futbolistas se tiran en el piso y elongan de nuevo. Entonces, aparece el jefe de prensa Mauricio Correa y dice: "Ya está muchachos, se cumplieron los quince minutos, afuera". Lo dice una, dos, tres veces. A los dos o tres minutos, los camarógrafos y los periodistas salen de a poco, espiando un poco más de la práctica sin saber muy bien buscando qué. La seguridad cierra la puerta de las tribunas y todos tienen un rato más para dejar el predio. Entonces, Bill Murray se despierta y todo comienza otra vez.

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CUIABÁ (Enviado especial) -- Las historias de hinchas en la Copa del Mundo esperan en cada sede, en cada calle. Pueden tener diferentes orígenes, desenlaces o características, pero tienen algo en común: el amor por la Selección. Todos los simpatizantes que hicieron un largo viaje para vivir desde el lugar de los hechos el campeonato más trascendente del planeta tienen la misma motivación, que es acompañar al representativo nacional.

En Cuiabá, como antes en Belo Horizonte y en Brasilia, hay miles de colombianos que llegaron para alentar a la Tricolor. Después de 16 años de frustraciones, el equipo regresó a un Mundial y la tentación por viajar fue irresistible para muchos hinchas. De hecho, han conseguido que el conjunto de Pekerman se sintiera local en cada uno de sus partidos y han llenado todos los estadios.

La capital de Mato Grosso no es una ciudad tan amigable como la de Minas Gerais y el Distrito Federal. El calor sofocante hace muy difícil permanecer en la vía pública y eso atenta contra la idea de un Mundial "callejero". como ha sido éste. Por eso, aquellos simpatizantes que hicieron el viaje hasta aquí son aún más valiososo, porque aunque la Selección ya está clasificada, es importante que siga sintiéndose dueña de casa.

Una de las historias que hoy pueblan las calles cuiabanas es la de Eduardo, Andrés y Mike, tres amigos que se juraron estar presentes en el Mundial y lo lograron con sacrificio e inventiva. Salieron desde Bogotá el 11 de junio y llegaron a Cuiabá este domingo, dos días antes del partido de la Selección y de la fecha prevista.

"Nuestra idea era llegar acá para ver a Colombia contra Japón y lo logramos", afirma la voz cantante del grupo, Eduardo, quien además cuenta que durante el viaje conocieron a otros cuatro amigos que se sumaron a la travesía mundialista por América Latina.

Desde 1978 que no se jugaba un Mundial en nuestra tierra y eso hizo que muchos jóvenes crecieran sin la posibilidad de disfrutar de cerca el evento más importante de todos. Por eso, nadie quiso dejar pasar esta oportunidad de vivir la Copa en el lugar de los hechos. La historia de este trío de amigos sirve para describir algo que quien esté en Brasil puede ver con claridad en cada ciudad.

"Llegamos mochileando y haciendo dedo acá. Lo único que queríamos era estar listos para apoyar a la Tricolor en el Mundial. Ahora, esperamos poder entrar al Arena Pantanal hoy y después viajar rumbo a Río de Janeiro para seguir alentando a nuestros ídolos", afirma con optimismo Aldo, quien viste orgulloso una casa amarilla del combinado nacional.

En medio de la marea amarilla que inunda cada pueblo donde vaya el plantel que conduce Néstor Pekerman, aparece esta pequeña historia de amor por el fútbol y también de amistad. Porque Eduardo, Mike y Andrés viajaron por la Copa del Mundo pero también porque buscaban vivir una experiencia inolvidable con sus amigos. Eso es lo que genera un hecho social como este, porque un Mundial no es sólo un torneo de fútbol, es mucho más que eso.

Este trío de colombianos se hizo "famoso" porque llegó a Cuiabá en la noche del domingo y, como no tenían dónde dormir, decidieron acampar en las puertas mismas del Arena Pantanal. Sí, llegaron y se preguntaron: ¿ahora adónde vamos? La respuesta era obvia: vamos a la cancha ahora mismo. Pidieron permiso a las autoridades y se instalaron en el césped que rodea el moderno estadio matogrossense. Allí, se convirtieron en una verdadera atracción.

"Comenzamos el viaje tres pero hoy somos como siete amigos que estamos aquí para alentar a la Selección. El Mundial es algo único y nuestra idea es continuar el viaje hasta la final, que es donde soñamos con ver a Colombia contra Argentina". El deseo es unánime y es lo que los mantiene firme en el viaje. Aunque no tienen boletas y ni siquiera saben si podrán conseguir, eso no les impide sentirse parte de la numerosa hinchada colombiana que hoy ha copado Cuiabá.

La historia de Eduardo, Andrés y Mike es sólo una más de las cientas que potencian la historia de Colombia en esta Copa del Mundo. Una historia de amor y fútbol, que en definitiva es lo que transforma al Mundial en algo único, extraordinario.

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