Nota del editor: esta historia se publicó originalmente antes de la pelea de Brian Ortega contra Max Holloway en UFC 231.
HARBOR CITY, California – El 8 de agosto de 2008, Brian Ortega sostuvo a uno de sus amigos más queridos a un lado de la calle, mientras éste sangraba hasta morir, producto de una herida de bala.
Un informe local decía que el incidente había ocurrido poco después de las 8 p.m., cuando un vehículo plateado se encontró con un grupo de adolescentes reunidos en el jardín de la fachada de una propiedad residencial. Hubo múltiples disparos y la víctima, un joven de 17 años llamado Daniel, fue fatalmente herido por la espalda.
En ese momento, Ortega no pensaba en su propia seguridad o su vida. Ya estaba considerando algo distinto: la venganza.
“Uno no piensa en su futuro en ese momento”, dijo Ortega. “Estás pensando: ‘¿Cómo voy a acabar con esos co--- de madre? ¿Dónde se reúnen? ¿Cómo los voy a conseguir? ¿Qué auto voy a usar? ¿Cuál de mis amigos estaría dispuesto a acompañarme? ¿Quién será una persona sólida, que no me delatará cuando la cosa se ponga difícil?”
Si realmente quieren conocer la historia de Brian Ortega, deben estar conscientes de que se trata de la historia de dos vidas.
En una vida, Ortega es un atleta. Peso pluma invicto de 27 años que intentará poner fin al reinado de Max Holloway en el evento UFC 231 este sábado en Toronto. Es el único hombre que ha noqueado a Frankie Edgar, además de hacerlo en el primer round. Un favorito de la afición que administra una fundación que ayuda a jóvenes en problemas a involucrarse en la práctica del jiu-jitsu.
En la otra, es ese chico de 17 años que se mantiene al lado de un amigo moribundo, listo a llevar un conflicto al “próximo nivel”. Algunas personas que conocen a Ortega utilizan esa frase como la mejor forma de describirle. Es buena persona. Es amable. Es un “niño bonito” en muchas formas. Pero en la calle, Ortega siempre estuvo dispuesto a ir más allá. Nunca se echaba para atrás.
Rener Gracie, entrenador brasileño de jiu-jitsu de Ortega, ha visto al peleador girar en torno a ambas vidas desde que se conocieron en 2004. En un minuto, Ortega le asistiría en un seminario y al próximo, desaparecería hasta por espacio de meses.
“Hubo ocasiones en las cuales no sabría ni escucharía de él por meses y me imaginaba que había muerto”, dijo Gracie. “Sólo esperaba que su padre viniera a decírmelo”.
“Brian iba a terminar muerto o en la cárcel, o el tiempo se encargaría de él y eventualmente terminaría escogiendo el camino correcto. Y ahora te puedo decir, nunca estaba seguro de un resultado o el otro, porque no había nada certero con él. La persona con el futuro de vida más impredecible y menos garantizado que jamás haya conocido es Brian Ortega”.
Ortega es la primera persona que dirá que siempre tuvo opciones. Nada de lo que ha hecho con su vida fue producto de alguna obligación.
El área portuaria en donde creció era un caldo de problemas para cualquiera que los buscara. Existía actividad de pandillas en el lugar, especialmente en los años 90 y 2000. Creció en viviendas humildes y su padre Martin, solía estacionar una casa rodante en frente del edificio por las noches, para servir de escudo ante las balas perdidas que pudieran cruzar el sitio.
“Nuestro vecino hacía lo mismo, y contábamos los hoyos de balas en cada vehículo todas las mañanas”, dijo Martin. “Pandillas. Traficantes de droga”.
Sin embargo, Ortega conoció muchos chicos que crecieron en esa área y nunca hicieron algunas de las cosas que él llegó a experimentar. Fue su decisión. Conocía la diferencia entre el bien y el mal; admitiendo que en muchas ocasiones terminó optando por lo malo.
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“La primera vez que realmente pensé que era padre ser así, tenía 13 años y mis padres dejaron la ciudad para ir a México”, recuerda Ortega. “Tuvimos una fiesta en la casa. Todas las personas de nuestro vecindario se presentaron allí… todos los pandilleros. Había hierba por todos lados. Mucha actividad y eso me interesó. Pensé: ‘Diablos, qué padre’”.
Independientemente de que Martin estuviera consciente de que su hijo estaba susceptible a caer bajo esas influencias o comprendía los peligros del área, fue quien preparó a Ortega a fin de sobrevivir en las calles. Le enseñó como saltar una cerca y a usar sus instintos para cubrirse si aparecía un auto sospechoso.
“Hubo un momento en el cual me dijo que fuera a casa, una noche”, dijo Ortega. “Voy en bicicleta a casa y súbitamente, este auto detrás de mí apaga las luces y de adentro, sacan una pistola. Pienso: ‘Diablos, me llegó la hora. Me van a disparar’”.
“Suelto la bicicleta y comienzo a correr, zigzagueando por la calle y me escondo detrás de un auto. En mi mente, pienso que estoy bien. Luego, escucho al jo---- de mi padre. ‘¡Oye Brian! Si te hubiese querido muerto, estarías muerto’. Pensé: ‘La próxima vez, corre a la derecha lo más rápido posible y salta la primera cerca que veas”.
Ortega nunca se hizo miembro de una pandilla. Sin embargo, afirma haberse convertido en objetivo de una de ellas. Ortega y su mejor amigo Richard sabían como pelear y casi nunca se negaban a irse a los puños. Cuando tenía 16 años, Ortega prácticamente vivía con Richard. Dormía en el suelo, lo cual sigue haciendo porque le es muy familiar.
El dueto eran mejores amigos, pero no estaban solos. En un momento, el grupo de Ortega llegó a sumar más de 40 personas. El tamaño del grupo, junto a su mentalidad, hacía la situación sumamente volátil.
“Nos hicimos un grupo tan grande, comenzamos a meternos en mi---- que sólo hacen las pandillas”, dijo Ortega. “Y no debimos haberlo hecho, porque no éramos una pandilla. Se suponía que debíamos dejarnos someter y azotar por las pandillas. Hicimos lo totalmente opuesto. Les dijimos: ‘Al ca----‘. Y eso nos hizo sus enemigos”.
“Venían a molestarnos y les dijimos: ‘Pelearemos contra ustedes’. Eso no cayó bien. Y una vez que nos hicimos enemigos, allí fue cuando fueron a disparar a Daniel. Fue su forma de decirnos: ‘Pues bien, ustedes nos llevaron a este punto. Ahora lo llevaremos más lejos’”. Poco después de la muerte de Daniel, Richard fue sentenciado a seis años de prisión. Ortega entiende que las cosas que ocurrieron a sus amigos pudieron haberle pasado a él (haber terminado en la cárcel o con un balazo en el cuerpo), si no hubiese contado con su otra vida, la que terminó salvándole.
La vida que él mantuvo en secreto durante años.
Gracie tuvo varias primeras impresiones de Ortega cuando llegó por primera vez a la Academia Gracie junto a su padre, cuando tenía 13 años.
Era un chico pequeño. Hasta frágil, podía decirse. Con hombros desgarbados. Ojos pegados al piso. Apenas era capaz de decir una palabra. Sin embargo, absorbía las técnicas enseñadas como si fuera una esponja.
Gracie recuerda que Martin inscribió a su hijo con una membresía completa por 12 meses el primer día. Luego, conoció que la madre de Ortega tenía preocupaciones monetarias. Martin se comprometió por un año completo, a fin de asegurarse que Ortega no abandonaría las clases luego de pocos meses.
“Cuando comenzó a instruirme, me dijo: ‘No le digas a nadie que entrenas, ni a tus propios amigos’”, recuerda Ortega. “’Es como un arma secreta. Cuando llegue el día que tengas que usarlo, úsalo. Pero no le digas a nadie hasta entonces’”.
Cuando Ortega cumplió 15 años, comenzó a competir en peleas aficionadas fuera de los circuitos organizados, siempre de la mano de Gracie. Le encantaba la idea de enfrentarse a un rival y no tener que preocuparse de si otro saltaba a unírseles. También le gustaba la idea de no meterse en problemas después de combatir.
“Se escenificaban en jardines o pequeñas bodegas”, dice Gracie. “Llegábamos a lo que parecía ser la fachada de una casa o una empresa pequeña y por detrás, había un área abierta con una carpa. Literalmente, era una carpa al aire libre con 150 o 200 personas a su alrededor. Todos a los lados de las jaulas. Brian pensaba: ‘Esto es maravilloso’”.
Ortega ganó aproximadamente una docena de estas peleas en el transcurso de dos años, prácticamente dependiendo de las técnicas de jiu-jitsu. No tenía ambiciones o esperanzas de convertirlo en su carrera; sin embargo, su éxito no pasó desapercibido.
Comenzó a regarse la especie de que había un chico del Área Portuaria que no perdía peleas. Eventualmente, la noticia llegó a los oídos de James Luhrsen.
Luhrsen, uno de nueve hermanos, creció en Carson, al norte del Área Portuaria. Se niega a revelar su edad; sin embargo, admite que las peleas callejeras de su juventud eran en su mayoría a puño limpio. Nunca tuvo que preocuparse por la presencia de armas.
Luhrsen tiene dos grandes amores: el surfing y el boxeo. Entrenó a un pequeño grupo de niños en un gimnasio local, pero no era demasiado. En una ocasión, pensó que contaba con un futuro profesional bajo su tutela. No obstante, ese sobrino terminó eligiendo la escuela en vez del ring y Luhrsen no iba a luchar contra ello.
Se trata de un hombre que ama a su terruño y se enorgullece de estar pendiente de lo que ocurre allí. Entre sus nexos con el gimnasio y sus ocho hermanos merodeando por el sitio, Luhrsen sabía mucho sobre los jóvenes de la región, en particular, sus jóvenes en situación de riesgo.
Por ende, era natural que Luhrsen supiera mucho sobre Ortega antes de que Ortega conociera de la existencia de Luhrsen. Cuando llegaron a cruzar caminos, Luhrsen tenía mucho que decirle a Ortega, quien tenía en ese entonces 17 años.
“No había escuchado sino cosas positivas sobre el chico”, afirma Luhrsen. “Crecí con nueve chicos que conocían a todos y siempre escuchaba ese nombre: ‘Brian Ortega’”.
“Estaba un día en la playa y veo a este chico. Me dije: ‘Diablos, es él’. Estaba con un grupo de gente con malas costumbres. Fui y le dije: ‘Oye, ¿por qué demonios estás con esos muchachos?’ Me veían, pero me importaba un ca----. No me gustaba la situación. No me gustaba ver a este chico bien parecido, de quién escuchaba tantas cosas buenas, metido en ese camino”.
“Le hice saber quién era y que le podía enseñar a boxear. Le dije: ‘Brian, ¿quieres aprender? ¿Deseas aprender cómo pararte en el cuadrilátero?’. Me respondió: ‘Sí, James, de verdad que sí’. Le dije: ‘Muy bien, ve mañana a mi casa’”.
Ortega nunca había permitido que alguien le hablara así, pero había algo que hacía diferente a Luhrsen. Era oriundo del mismo barrio y sabía por lo que Ortega estaba pasando. Había ciertas facetas del comportamiento de Luhrsen que le sorprendían, pero las respetaba.
“James iba justo donde estaba la gente y les decía: ‘Ya no puedes andar con Brian’”, recuerda Ortega. “Yo le decía: ‘Pero James, es mi amigo’”, y me respondía: ‘Al ca---- con eso, soy tu amigo. Ya no lo necesitas más”.
En 2010, dos años después de la incursión de Luhrsen como su entrenador, Ortega se hizo profesional en la MMA. En menos de un año, ganó cuatro peleas y fue programado en la pelea estelar de un evento. Para 2014, había firmado un contrato exclusivo con la UFC.
Las artes marciales ya no eran una afición o arma secreta para la defensa personal. Era todo un futuro para él.
Martin nació en México y emigró a Estados Unidos cuando tenía 24 años. Cuando llegó a este país, todas sus pertenencias entraban en un morral pequeño. Una de esas posesiones era un par de guantes de boxeo.
Fue electricista en México y consiguió empleo en la industria alimenticia en Estados Unidos. Sin embargo, su verdadero sueño era convertirse en boxeador profesional. Nunca llegó a pelear a ese nivel, pero creció boxeando en las calles y ganó más peleas de las que perdió.
Cuando Ortega noqueó a Edgar con un uppercut explosivo en marzo pasado, las cámaras de la UFC capturaron las lágrimas con las que reaccionó Martin. Siendo aficionado al boxeo, fue un resultado muy especial para Martin. Era el nocaut más limpio de la carrera de Ortega.
“Siempre le impulsé a boxear más porque no siempre se sentía cómodo haciéndolo”, dice Martin. “Poder decirle: ‘Muy bien, lo hiciste’, era como hablarle a mí mismo cuando era más joven. Nunca pensé que podía sentir tal felicidad en mi corazón. Nunca supe que existía algo así”.
“A veces, me dice: ‘Estás viviendo tu sueño a través de mi vida’, y le respondo: ‘La verdad, sí, muy cierto’”.
Ortega está a un triunfo de conseguir un título de la UFC y así hacer realidad un sueño de vida para él y su familia; aunque, en ocasiones, Luhrsen sigue preocupado por él. Se preocupa por ese segundo en el cual la antigua vida de Ortega le llame y si Ortega sigue siendo aquel chico dispuesto a llevar una pelea al próximo nivel. Si Ortega está aún dispuesto a aceptar cualquier problema que le busque.
Sin embargo, Ortega dice que nadie tiene que seguir preocupándose por él. El chico que vivió dos vidas ahora está interesado en que solamente una de sus vidas siga transcurriendo.
“Ya he terminado con esa faceta”, afirmó. “Estuve allí, lo hice. Sobreviví. Escapé de todo ello. Estoy viviendo bien actualmente”.
“He visto lo peor. En mi mente, he visto lo peor. Cuando salgo a pelear, estoy bien. ¿Sabes a qué me refiero? Lo he logrado”.