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Los Rockets cuentan con la misión de alegrar a una ciudad devastada

El sol volvió a salir en Houston este miércoles, otorgándole una dosis vital de alivio a una ciudad que ha sufrido más durante los últimos cinco días que en las cinco décadas anteriores. Pero pasar de esto…

A esto…

Ya es progreso. El Huracán Harvey todavía está haciendo daño en los estados de Texas y Louisiana, pero aun así el ver al sol salir por detrás de las nubes de tormenta le indica a toda una comunidad que está intentando rescatar a sus residentes con vida de la inundación catastrófica que la hora de sanar se avecina, y el deporte puede ser una herramienta sumamente importante para lograrlo.

Esfuerzos como los del liniero defensivo estelar de los Houston Texans J.J. Watt, recaudando más de un millón y medio de dólares, y la donación de 10 millones de dólares de parte del dueño de los Houston Rockets Leslie Alexander son loables y merecen ser mencionados, pero hoy nos vamos a enfocar en los Rockets como equipo para los propósitos puntuales de esta historia.

Algunos podrán decir que el deporte es pan y circo, que distrae de las urgencias primordiales de una población que necesita mucho más que un triple o un alley-oop para subsistir, pero en realidad este siglo ya nos ha mostrado ejemplos que exponen lo que podría llegar a ser el potencial impacto de James Harden, Chris Paul y compañía. En pocas palabras, el básquetbol es capaz de unir a una ciudad entera detrás de una causa común.

En el 2001, toda Nueva York estaba devastada por los eventos del atentado terrorista del 11 de Septiembre, pero los Yankees demostraron el espíritu de pelea de su ciudad y la gente se identificó con ellos como símbolo de lo que significaba ser neoyorquino y estadounidense durante todo octubre y noviembre de aquel año.

El estadio de los Yankees estaba a 13 millas de las ruinas de las torres gemelas, pero su corazón no podía estar más cerca. Aquella postemporada vio a su estadio colmado para presenciar momentos únicos como la remontada de un 0-2 en la serie divisional contra los Oakland Athletics, la improbable clasificación a la Serie Mundial tras derrotar a unos Seattle Mariners que habían ganado más juegos que nadie en la temporada regular, el primer lanzamiento del presidente George Bush y el jonrón dramático de Derek Jeter para hacer delirar a su gente en el cuarto juego de aquella fase final.

No importó tanto que los Yankees hayan perdido la Serie Mundial ante los Arizona Diamondbacks en siete juegos, ya que lo primordial fue el trayecto que una franquicia emblemática y una ciudad tomaron juntos para cicatrizar sus heridas.

En el 2006, la ciudad de Nueva Orleans estaba sacudida por un Huracán Katrina cuya destrucción fue tan masiva como la de Harvey hoy en día. La ciudad estaba en ruinas y el Superdome, hogar de los New Orleans Saints, supo ser el refugio de varios que se habían quedado sin nada de la noche a la mañana.

Los Saints jugaron allí por primera vez desde que ocurrió el desastre natural en septiembre del 2006 en un partido correspondiente a la tercera fecha de la NFL contra los Atlanta Falcons, y más de 76 mil personas se habían dispuesto a demostrarle a todo un país que los estaba viendo en vivo y en directo por ESPN que su comunidad seguía fuerte y de pie.

Nadie los iba a detener. Sus jugadores y la gente estaban en armonía, tan doloridos como esperanzados, y así fue como aquel equipo le otorgó esperanza a su ciudad. Tres años después, en el 2009, ganarían el primer y único Super Bowl de la historia de una franquicia que se quitaba el rótulo de perdedora para siempre y así culminó el proceso de unir a todos detrás de un touchdown.

En el 2013, Boston fue la ciudad que sufrió el atentado terrorista que acabó con las vidas de seis personas e hirió a 280 durante el maratón. La gente no tardó en congregarse en el Fenway Park, donde David Ortíz proclamó frente a una multitud que nadie los podría intimidar o quitarles su ciudad. En aquel entonces, la afición de los Boston Bruins también se congregó para cantar el himno a todo pulmón.

Los Medias Rojas ganaron la Serie Mundial seis meses después.

Lo que todas esas historias nos dicen es que los Rockets ahora deben verse impulsados por una fuerza mayor. Ya no juegan solamente por un anillo o su gloria personal, sino que 20 mil personas concurrirán a unToyota Center que actualmente es su refugio para encontrar un consuelo, una alegría o simplemente una distracción de los desafíos que les deparan reconstruyendo a su metrópolis poco a poco. Su equipo de básquetbol es parte de esa reconstrucción, y cada victoria ayuda mucho como pizca de arena.

Los Rockets son considerados grandes protagonistas de la campaña que viene, y en las casas de apuestas de Las Vegas solamente los Golden State Warriors se proyectan con más triunfos que ellos durante la temporada regular.

Cuando debuten de locales el 21 de octubre contra los Dallas Mavericks, también arrancará su misión de secar las lágrimas que caen sin cesar. Quizás los Rockets no pueden reconstruir casas ni devolver vidas una volcada a la vez., pero lo que sí pueden hacer es motivar a su gente a ser campeones de la vida y encontrar un propósito unificador que alimente la fe y la esperanza por un futuro mejor.