En los días previos al 6 de octubre de 1993, el rumor se convirtió en amenaza: Su Majestad Michael Jordan podía anunciar su retiro del baloncesto. Y la amenaza se transformó en el anuncio menos deseado por los fanáticos.
El Berto Center, las instalaciones de entrenamiento de los Chicago Bulls, recibía a la prensa de todo el país para que fuera testigo de de un hecho histórico. Allí estaban el dueño del equipo, Jerry Reinsdorf, junto a Jerry Krause, el gerente general y arquitecto de la dinastía. Estaban también Phil Jackson y todo su cuerpo técnico, sus compañeros y su primera esposa Juanita. Hasta David Stern decía presente.
Y lo tan temido sucedió. Michael Jordan, alegando que, a pesar de seguir amando el básquetbol, éste era el tiempo indicado para retirarse. “No me queda nada que probarle a nadie”, dijo con aspereza. “He alcanzado el pináculo de mi carrera”.
Desde ese instante, todo cambió: para los Chicago Bulls, para la NBA, para el baloncesto mundial y hasta para otras actividades. El mejor atleta del mundo, por entonces el mejor basquetbolista del planeta, el mismo que se codeaba en popularidad con Babe Ruth y Muhammad Alí, daba un paso al costado.
No fue un adiós definitivo, pero hubo que esperar hasta el 18 de marzo de 1995 para escuchar de su propia voz que estaba de regreso. Acaso lo hizo para poner orden y retrotraer las cosas a su normalidad. Tal vez para seguir deleitándonos con sus habilidades, acumulando títulos y joyería fina. Quizás para echar por tierra aquel dicho que reza que las segundas partes nunca fueron buenas… Y hasta para hacernos imaginar qué hubiera sucedido si aquella decisión de alejarse no hubiera existido…
Chicago Bulls y Michael Jordan tuvieron que escalar la montaña más alta antes de lograr el primer título. Los “Bad Boys” de Detroit Pistons siempre se le cruzaban en el camino para frenarles el ascenso. Sin embargo, en la temporada 90-91 los Bulls derrotaron a su némesis y el resto fue historia. Una primera parte de esa historia que nos mostró como el equipo brillantemente armado por el gerente general Jerry Krause, sistemáticamente conducido por el entrenador Phil Jackson y magistralmente liderado por Su Majestad, no encontró obstáculos para convertirse en el primero en ganar tres títulos consecutivos desde que la dinastía de Boston Celtics lo lograra en la década del 60.
Ni los Los Angeles Lakers de Magic Johnson, ni Portland Trail Blazers con Clyde Drexler, ni los rejuvenecidos Phoenix Suns desde la llegada de Charles Barkley, pudieron salir airosos de sus enfrentamientos con los Bulls de Jordan. Ninguno de ellos pudo siquiera extender la serie a 7 juegos. El dominio estaba establecido y la pregunta, año tras año, era quién podía ser el nuevo rival en las finales del próximo año.
Pero llegó el recreo que el béisbol le propuso a Michael Jordan y éste decidió tomarlo. Primero intentando pertenecer a las Grandes Ligas y más tarde buscando hacerse un nombre en el anonimato de las ligas menores. Una oferta que el resto de la NBA no podía dejar pasar y decididamente la aprovechó: fue una especie de “juguemos en el bosque mientras el lobo no está”.
Por entonces, los New York Knicks amenazaban con tomar la posta de Chicago, Orlando le ponía magia a la competencia, pero los Houston Rockets volaron más alto y en dos temporadas consecutivas. La primera derrotando a los Knicks en 7 juegos y la segunda barriendo a los inexpertos Shaquille O’Neal y Penny Hardaway de un joven equipo de Orlando Magic.
Sin Jordan, los Bulls no se hundieron como muchos pronosticaron. Por el contrario, tuvieron dos buenas temporadas solidificadas con 55 victorias en la 93-94 y con 47 en la siguiente. En ambas ocasiones, el equipo escaló hasta las Semifinales de Conferencia del Este.
Si bien el rating ofensivo había bajado en casi seis puntos por cada 100 posesiones respecto de las temporadas en las que fueron campeones, defensivamente habían progresado hasta permitir menos puntos a sus rivales en ambas temporadas comparándolas con las estadísticas de la última vez que habían sido campeones. Y el dato más destacado fue que Scottie Pippen brillaba con luz propia promediando en ambas temporada 21.7 puntos por juego, con 8.4 rebotes, 5.4 asistencias y 2.9 robos. Nada mal.
Mientras tanto, Houston conseguía esas dos temporadas mejor promedio ofensivo y defensivamente tenían números similares a los Bulls sin Jordan. Es más: en la temporada 94-95, tanto Rockets como Bulls terminaron la temporada regular con idéntico récord: 47 triunfos y 35 derrotas. Pero la diferencia fue, sin dudas, que mientras los Rockets contaban con dos estrellas como Hakeem Olajuwon y Clyde Drexler, los Bulls extrañaban a Su Majestad.
Analizando todo esto, no resulta descabellado imaginar que con Jordan en su mejor momento dentro del plantel, además de contar con la posibilidad de sumar talento como lo hicieron con Tony Kukoc, Ron Harper, Luc Longley, Steve Kerr, y finalmente Dennis Rodman, la historia estaría hablando de que Chicago pudo haber sido el segundo equipo de la historia en sumar al menos ocho títulos consecutivos, detrás de los 10 seguidos que alcanzó Boston Celtics entre 1957 y 1966.
Es más, me animo a afirmarlo.
Si Michael Jordan no se hubiera retirado, el tema de discusión sería hoy si los Rockets podrían llegar a ganar su primer título en la NBA, si Hakeem Olajuwon habría sido el jugador más dominante de la competencia en los das dos temporadas en las que Jordan cambió la pelota naranja por el bate de madera. Hasta quizás no habría quienes hoy se atrevieran a mencionar otro nombre más que el de MJ para considerarlo como el mejor de la Historia.
Y no solo el mundo de la NBA habría cambiado. Porque mientras Jordan estaba en las ligas menores, tuvo tiempo para convertirse en estrella de cine filmando Space Jam en donde derrotaba a unos monstrous que les habían robado el talento a las estrellas de la mejor liga del planeta. Si esa película no se hubiera filmado, seguramente Hollywood se habría perdido un actorazo para acompañar a Bugs Bunny en este universo paralelo
De lo que sí estamos muy seguros, es que si bien el primer retiro nos tomó por sorpresa y fue completamente mal guionado, el regreso con gloria de Michael Jordan para completar una nueva trilogía con sus Bulls, fue digno de un gran final de los que Hollywood nos tiene acostumbrados. Pero el final de dicha dinastía no se dio en la imaginación de un gran guionista. Se dio en la vida real gracias a Su Majestad.