<
>

El básquetbol según Facu Campazzo

En los últimos dos partidos con Denver, Facundo Campazzo dio un salto necesario para ganar minutos en la NBA AP

"Mi cabeza estaba explotada -acepta-. Había perdido confianza. Me preguntaba si realmente me daba el cuero para jugar en la ACB. O sea, confiaba en mí, pero la verdad que esa primera temporada con el Real casi no había tenido minutos y tampoco tenía muy en claro adónde estaba yendo. No sabía nada de Murcia. Pero si me mandaban a otro club era porque no les gustaba. Me comía la cabeza: todas las noches antes de dormir pensaba: "¿Y si me va mal ahora? ¿Qué va a pasar conmigo?" -- Facundo Campazzo ("El Legado" de Germán Beder)

Campazzo está ahora sentado en el banco de suplentes del Ball Center. Mira hacia el piso, estira los cordones de sus zapatillas. Levanta la mirada y observa lo que ocurre a su alrededor. En la cancha hay partido, pero él está en la dulce espera. Celebra una acción aislada, grita por el esfuerzo de un compañero que hasta ayer era un ignoto, acomoda su barbijo. Ante los ojos del mundo, es el ejemplo perfecto del deber ser. De reojo, fulmina al entrenador Mike Malone con una mirada tajante para ver si ocurre el milagro. Pero nada. Malone está en otra, despotrica porque ya no tiene a Jerami Grant, porque Michael Porter Jr. deja huecos en defensa, porque pese a que Jamal Murray y Nikola Jokic están ahí, activos, parece quedar poco de aquel equipo sensación de la burbuja de Orlando.

Malone pide minuto, pega dos gritos a sus dirigidos y en el descanso Campazzo logra colar su cabeza entre gigantes para espiar las indicaciones. Así, bajito, asomándose por un hueco del telón, luce discordante, fuera de contexto. ¿Puede funcionar esta locura? Paciencia. Todavía, para todos, es solo Campazzo. Aún no hay rastros de Facu. No saben bien de donde viene, que hizo, que hace ni qué hará. Malone manifiesta ante el mundo conocer su currículum, una manera elegante de confesar que no tiene ni la más remota idea de quien ha llegado al equipo. La distancia entre ver videos de highlights a entrenarlo todos los días es gigantesca. Lo sabe él y lo sabe Campazzo, que en este preciso momento cierra los ojos para despejar fantasmas. Necesitan encastrar un motor distinto en una maquinaria acostumbrada a moverse de manera diferente. Campazzo evita el relampagueo que le recuerda la confortabilidad de Real Madrid, la bendición del trato de estrella, lo que significa cambiar las bondades de la capital de habla hispana más elegante del mundo por las frías montañas del estado de Colorado. Trata de focalizar en el objetivo. "Cuando entre, estaré listo".

Y entonces, Malone lo llama.

Ahora Campazzo está apostado en una esquina del Ball Center. Las cosas están más o menos, por estos días padece la NBA y sus fanáticos en Argentina y España, que lo siguen como y donde sea, se duermen. Es todo muy aburrido porque no toca la pelota y cuando eso pasa, produce la exacta sensación de un mago que extravió la varita. La escena, que se repite desde hace días, es despiadada. Duele: de ser el alma máter en Europa a ser el cuarto base de Denver. De agarrarlas todas a abanicar desconocidos. Twitter, a través de sus infinitos tentáculos alimentados de impaciencia, se indigna de manera recurrente: algunos se preguntan para qué fue a la NBA, otros decretan la concreción de un fracaso irremediable. Los más positivos se ilusionan con un intercambio entre franquicias con solo cinco partidos jugados. Y los que mendigan limosnas disfrazadas de básquetbol directamente se alegran con la ausencia de algún compañero de turno que le de minutos y protagonismo. La generación millenial, acostumbrada a no esperar por nada, refuerza la teoría de que tiene que ser ya o no será nunca. Pasan de alegría desmedida por su llegada a desazón mayúscula. Pero Campazzo, en su carrera, ya vivió esto muchas veces. En Peñarol, cuando era un desconocido. En la Selección, cuando recién empezaba. En Real Madrid, cuando tuvo que emigrar a Murcia.

Tarda en llegar, pero al final, hay recompensa.

Sus compañeros, distantes, aún dudan, porque si bien es cierto que su esfuerzo ha sido importante, sobre todo en defensa, se necesita un poco más que eso para ser relevante en la NBA. El relator se ríe cuando pronuncia su nombre, el comentarista se burla cuando queda enganchado en un cambio de defensivo. "Así no durará mucho tiempo aquí", desliza de manera socarrona. Malone lo elogia en público, lo ensalsa como a ninguno, pero a la hora de la verdad no sube nunca a la autopista con Campazzo de conductor, se traslada por caminos alternativos con diferentes pilotos. Will Barton, potrillo salvaje, recibe desde línea de fondo y sale disparado hacia el otro costado. Gary Harris ahora toma el balón y ni siquiera lo observa. Parece casi un desprecio, pero no es personal. Disciplinado y obediente, Campazzo ni se inmuta. Está dispuesto a pagar el precio de hacer lo que le pidan sin quejarse. Sentir la experiencia, disfrutar la incertidumbre sin reparar en lo que diga el resto. Acostumbrado a ser capitán de navío, ahora vive en la bodega del barco: será marinero de carga. Adiós los beneficios, bienvenidas las obligaciones.

Agachado casi hasta la altura del piso, Campazzo se desplaza de manera lateral. Sigue sin reparar en los errores, en las desventajas, en los problemas. Acepta las limitaciones y aprende rápido. Ojos bien abiertos en las rotaciones, anticipación de los espacios. Viaja con sus piernas al límite de las posibilidades, hace que los muslos piquen del dolor. El tiempo que toque pero que sea al cien por cien. Si se deja todo, entonces no habrá reproches. El coro alrededor no se explica qué está haciendo ¿Acaso no entiende que acá no va a jugar? No, Campazzo no entiende. Mejor dicho, Campazzo no acepta que el destino no pueda modificarse. Que el libreto no pueda reescribirse. Lo ha hecho antes, lo empieza a hacer ahora y lo hará después. Entonces, cuando la cosa parece juzgada, pasa algo. Un alarido que vuelve a quebrar el escepticismo, un golpe al mentón de las hipótesis desfavorables.

En su sexta aparición, Jokic le cruza un balón y Campazzo anota un triple. No es solo un triple: es el nacimiento del intangible llamado confianza. Esos tres puntos empujan su límite y hacen que la serenidad abúlica del entorno se transforme en tormenta. De inmediato, roba un balón, asiste a un compañero y sus ojos se inyectan de fuego. Ebullición inmediata, montaña rusa emocional. El gigante serbio le habilita ahora una nueva chance. Otro triple de Campazzo, que en ese preciso momento, con la red aún deglutiendo el globo anaranjado, vive una vez más su transformación. Cambia la piel, deja de ser Campazzo y con un grito de desahogo se convierte en Facu. Ni Superman, ni Batman, ni Spiderman: Facu. Abre la camisa y la personalidad oculta le da lugar al superhéroe.

No hay vuelta atrás: a partir de ahora ya nada será lo mismo. Y entonces llega otro triple. Y otro. Y otro más. Las pupilas le chispean como en China. Él se divierte y nosotros también. El festeja y nosotros nos entregamos a un guión ya conocido. Hola campeón, te estábamos esperando. Sus compañeros, que hasta hace minutos no lo registraban, ahora aplauden y ríen. ¿En qué momento pasó todo esto? No hay público en la cancha, pero él levanta el índice de todos modos cuando convierte, porque hay un encuentro consigo mismo. Esta es su carta de presentación en la mejor liga del mundo: hola, soy Facu y esto es lo que hago. El relator que se reía por su nombre ahora calienta la garganta con el poder que solo tienen los hallazgos. Lo que nosotros sabíamos, ahora lo saben ellos. Lo que nosotros contábamos, ahora lo cuentan ellos.

Bienvenidos, entonces, a la alegría del juego.

Bienvenidos al básquetbol según Facu Campazzo.