Nota del editor: Este texto se publicó originalmente el 31 de diciembre de 2012
LOS ÁNGELES -- El 31 de diciembre de 1972, el Año Viejo terminó en Puerto Rico antes de que el reloj tocara las 12 campanadas.
Primero como rumor, luego tristemente confirmado, el astro boricua del béisbol Roberto Clemente Walker había fallecido en un accidente de aviación en camino a una misión de auxilio a las víctimas del devastador terremoto en Nicaragua varias semanas atrás.
Era algo increíble. Junto con Orlando "Peruchín" Cepeda, era la principal figura deportiva del país en la llamada Gran Carpa. Entre sus logros, aún activo, tenía cuatro títulos de bateo, 12 guantes de oro, dos campeonatos de Serie Mundial, jugador más valioso de la Liga Nacional y promedio de bateo de por vida de .317.
Apenas en septiembre, Clemente había conectado su hit número 3,000, un hito casi inalcanzable en esa época. En octubre, había dirigido el equipo de béisbol aficionado de Puerto Rico en el Campeonato Mundial celebrado en Managua y posteriormente, había logrado su sueño de ofrecer clínicas del deporte a través de toda la isla.
Y súbitamente, perdía la vida apenas horas antes de terminar el año que quizás le dio más exposición en el béisbol de Grandes Ligas y en su propia tierra.
Ramiro Martínez, octogenario periodista cubano residente en Puerto Rico, conoció a Clemente en el 1954. Desde ese momento, desarrolló lo que describió como algo más que una amistad con el pelotero nacido en Carolina, Puerto Rico el 18 de agosto de 1934.
"En el '54 conocí a Clemente por primera vez cuando debutó con el equipo de Montreal, los Royales, en el estadio de Montreal en la pelota Triple A", recordó Martínez, quien estuvo relacionado al jugador casi todo el resto de su vida. "Acá (en Puerto Rico), tuve la oportunidad de estar con Roberto en todos los momentos de su existencia.
"Ya no fuimos amigos, se creó una hermandad".
Antes de fallecer Clemente, tuve la oportunidad de verlo jugar. De hecho, mi primer contacto con el béisbol fue unos años antes, cuando vi mi primer partido de Liga Invernal entre los Cangrejeros de Santurce y los Senadores de San Juan. Había acompañado a mi bisabuela a ver sus Senadores, en donde militaba el legendario jugador.
Entre las estrellas de ese equipo de San Juan estaban dos novatos de los Cincinnati Reds: Johnny Bench y Lee May. Del otro lado, recuerdo las figuras de Paul Blair, Frank Robinson, Dusty Baker, Rubén Gómez y Juan Pizarro. Era una constelación de leyendas... pero quien llamó mi atención fue el número 21 de los Senadores.
Clemente tenía una extraña manera de jugar al béisbol. Gustaba de batear lanzamientos afuera hacia la banda derecha aun cuando era un bateador del lado diestro. Su manera de correr las bases, meneando agitadamente todo su cuerpo, era algo distinto al poco béisbol que había visto en mi corto tiempo de vida. Cuando sonaba el batazo del equipo contrario, corría
automáticamente hacia el área donde iba la pelota y recibía la misma en su guante, regresándola al diamante sin mucho esfuerzo sin que esta botara en el terreno de juego.
Me sorprendió cómo puso de out a un rival en el plato, con un lance de aire desde lo profundo del jardín derecho al plato sin rebotar, un perfecto strike.
Confieso que no recuerdo qué equipo ganó esa noche de invierno en la década del sesenta, pero mis lealtades quedaron con el San Juan y Clemente. Desde esa noche en adelante, colocaba el auricular del radio en mi oído y escuchaba cada partido donde él jugaba, llevando crudamente la anotación en un papel cuadriculado improvisado sin saber que estaba anotando mis primeros boxscores.
Más tarde en mi vida, vi a Clemente hacer cosas que creía imposible y, que hasta el día de hoy, muy pocos peloteros han igualado.
Martínez asegura que nunca había conocido a nadie como Clemente. Fuera de sus hazañas en el terreno, el veterano periodista deportivo destacó las cualidades del jugador fuera del terreno.
"De tantas y tantas personas que he conocido en el inquieto quehacer de radio y televisión, no he conocido a nadie con las características tan increíbles de humanismo y disciplina, de buen padre, buen hijo. Roberto era una persona ejemplar", añadió el cronista, quien narró decenas de partidos de Clemente en radio y televisión, incluyendo el hit 3,000, un doble ante el zurdo de los New York Mets Jon Matlack el 30 de septiembre del 1972.
Como si fuese una premonición, Clemente hizo muchas cosas ese año, tanto en la parte personal como en el terreno de juego, de las cuales Martínez fue parte tanto como periodista deportivo como promotor en varias de las actividades.
"Ese año 72 el hizo de todo. El año que se entregó a su primer proyecto para firmarlo con Eastern Airlines, que era ir a la nación americana, a diferentes lugares de América Latina, a diferentes lugares de escasos recursos económicos. Él iba a llevar una producción que iba a narrar José Ferrer y Orson Wells", explicó Martínez, quien recordó que parte del proyecto incluía el filmar a varios niños en Pittsburgh, en donde jugó Clemente casi toda su carrera en las mayores y un homenaje al narrador de los Piratas de aquel entonces Bob Prince.
En esa actividad, Martínez convenció a Clemente de dirigir al equipo puertorriqueño de béisbol aficionado que viajó a Nicaragua, evento que le marcó durante toda su historia.
Pude ver a Clemente muy poco en Puerto Rico luego de ese encantado año. Alegando lesiones recrudecidas durante los 150 partidos que duraba la temporada de Grandes Ligas en ese entonces, el ídolo jugó muy poco en el béisbol invernal en sus últimos años. De hecho, mi último recuerdo de él en uniforme de San Juan fue cuando los dirigió cerca de 1970.
De los pocos partidos que no asistí ese año fue su único turno al bate, como emergente en el noveno episodio ante los odiados Cangrejeros. Un elevado largo hacia el jardín derecho que fue out para cerrar el partido.
Clemente no demostró mucho como mentor aun cuando tenía varios de los principales jugadores de los Piratas ese año bajo su comando. Si la memoria no me falla, San Juan no clasificó para la post temporada, doble dolor para el fanático que veía el fracaso de su héroe desde el dugout.
Sí recuerdo que Clemente no era muy aficionado a conceder entrevistas, algo que no era muy bien recibido entre los periodistas puertorriqueños de la época y que no le ganó muchos amigos.
De mi parte, recuerdo que nunca pude conseguir su autógrafo, ya que se mantenía alejado de los fans durante los calentamientos pre partido, algo que causó mucho descorazonamiento en mi joven desarrollo.
Joaquín Martínez-Roussett tuvo protagonismo con Clemente sin pretenderlo en los últimos días de su vida. Como Jefe de Redacción en la agencia noticiosa The Associated Press, fue encargado de cubrir las incidencias del Campeonato Mundial de Béisbol en el 1972 cuando el jardinero derecho le tocó a dirigir a sus coterráneos en Nicaragua.
"Yo viajé de San Juan a Miami y en Miami me encontré con Clemente camino a Nicaragua", relató Martínez Roussett, de 94 años, quien se sentó a su lado en el avión que los llevó a tierras centroamericanas. "Estuvimos hablando todo el viaje de las peripecias de él y sus lesiones. Él decía que tenía lesiones verdaderas, y sin saberlo toda la gente, él continuó jugando".
El veterano cronista, quien trabajó en varios diarios en su natal Puerto Rico como editor deportivo y en el área de noticias, recordó que Clemente era una persona muy compleja y que tenía sus seguidores al igual que muchos detractores.
"Clemente no era una persona muy simpática. Tenía sus detractores. Según me contaron a mí, en el (estadio) Hiram Bithorn en San Juan había gente que se sentaba allí a insultarlo", dijo Martínez-Roussett.
Recuerdo haber seguido el camino al hit 3,000 de Clemente. De hecho, fue un evento de magnitud incomparable en Puerto Rico, en una época en donde las transmisiones televisivas vía satélite eran contadas y la radio era el principal medio de escuchar béisbol a través de la Cabalgata Deportiva Gillete, un programa a nivel regional en América Latina en las voces de Martínez, el hoy narrador en español de los Marlins de Miami Felo Ramírez y la legendaria voz del argentino Buck Canel.
Se difundieron todos los partidos de los Piratas en donde participó Clemente mientras se acercaba a la legendaria marca. Clemente fue el primer hispano que rompió esa barrera y tuve la oportunidad de disfrutarlo en vivo, apenas días antes del final de la temporada y cuando ya se acercaba el tiempo de terminar las transmisiones por lo costosas e infructuosas de las mismas.
"Lo logró, limpio como él lo quería", atizó la voz de Ramírez al conectar Clemente el doble que lo llevó a la inmortalidad ante Matlack, zurdo que irónicamente había lanzado en Puerto Rico para los Senadores de San Juan de Clemente.
Martínez recuerda vivamente el momento de la hazaña de Clemente. Luego del partido, en el camerino, asegura que el jugador le solicitó que organizara clínicas en Puerto Rico como parte de su celebración.
"Roberto me pidió en el camerino que si yo le podía organizar unas clínicas ya que él quería festejar con los niños de su pueblo el hit 3,000", recordó el periodista.
Martínez dijo que además vivió con Clemente momentos de humanismo tremendo en Nicaragua, entre ellos el ver un niño de escasos recursos sin piernas a quien sus padres no podían colocarle prótesis porque era algo que alegadamente no estaba entre las prioridades del dictador Anastasio Somoza, que regía los destinos de Nicaragua en esa época.
"Esa fue una de tantas cosas que hizo que no llevó fotógrafos ni camarógrafos, ni enteraba a nadie. La disfrutaba sólo. Planificó con la señora para llevarla a la nación americana y no lo llegó a ver. En el estadio que luego llevó su sombre, conoció una mujer en estado de ocho meses, puertorriqueña, quien le pidió que la llevara a Puerto Rico para que su hijo naciera en Puerto Rico y Roberto le dijo que sí", continuó Martínez.
El niño fallecería durante el terremoto del 23 de diciembre sin que Clemente lo supiese.
Luego de una poco memorable serie en Nicaragua, Clemente regresó a Puerto Rico a ofrecer las clínicas de béisbol en diferentes lugares del país.
Precedidas de gran publicidad a través de los programas de radio y televisión de Martínez, se llevaron a cabo alrededor de Puerto Rico en varios municipios del país. En San Juan, la vecindad de Summit Hills fue una de estas. Más tarde en mi vida me enteraría que Martínez-Roussett y su hijo, Avelino Muñoz Stevenson, ambos periodistas durante un momento de sus vidas, fueron parte de ellas y parte inevitable de este relato.
Las Navidades, como todas en Puerto Rico en aquella época, fueron momentos de celebración familiar y fiestas a granel. Debido a mi corta edad, 14 años, apenas celebraba fuera del entorno familiar. Una de las noticias que manchó esa celebración fue el terremoto en Nicaragua, devastador por demás, en donde miles quedaron sin hogar, cientos fallecieron y del cual todos los puertorriqueños nos hicimos parte debido a la campaña que preparó Clemente junto a varias figuras cívicas y artísticas del momento.
El animador de televisión Luis Vigoreaux era uno de estos, cuyos programas durante el fin de semana dominaban la audiencia televisiva del país. Gracias a que se involucró junto al pelotero, junto a la cantante folclórica Ruth Fernández, Clemente pudo recabar de la generosidad de los puertorriqueños para llevar ayuda a Nicaragua.
El jugador alegó que su cercanía con los nicaragüenses le obligaba a hacer esta cooperación.
Dos centros de acopio de ayuda se prepararon en el estadio Hiram Bithorn y el centro comercial Plaza Las Américas. Durante los primeros días, dos aviones cargados de medicinas, ropa y comida fueron enviados a la nación centroamericana.
La generosidad había llevado a poder cargar un tercer avión, el cual Clemente se ofreció a acompañar.
Muchas leyendas urbanas nacieron de esa decisión. Se decía que Vigoreaux y Fernández acompañarían a Clemente en su gesta humanitaria. El jugador decía que era su obligación el acompañar el cargamento para evitar que miembros del ejército se robaran los envíos, como había trascendido públicamente. Otras versiones señalaban intereses no relacionados del jugador para tomar el vuelo y visitar un poblado cercano a la capital Managua a visitar a alguien allí.
Voluntarios de varios lugares se encargaron de llenar los aviones que llevarían la carga a Managua. El 31 de diciembre, el joven Muñoz, su hermano Joaquín y un tercer vecino de la vecindad de Summit Hills tuvieron el encargo de mover al avión todo lo que se llevaría en ese tercer viaje.
"Nosotros montamos la carga. Primero las medicinas e implementos médicos, luego la ropa y finalmente la comida", recordó Muñoz, hijo de Martínez-Roussett. "Cuando nos íbamos, era el 31 de diciembre, todos estaban camino a casa para celebrar, llegó Clemente y nos mandó a vaciar el avión ya que primero tenían que salir las medicinas, luego la comida y finalmente la ropa. El avión se había cargado al revés".
En ese momento, Muñoz no sabía que el avión estaba sobrecargado por el peso de varias sillas de dentistas que fueron donadas y las toneladas de medicina y ropa. Lo que si se dio cuenta era que la aeronave, un DC-7 de hélice, botaba aceite y no ofrecía seguridad.
"El avión estaba sobrecargado", admitió Muñoz, de 56 años, quien ejerció durante muchos años el periodismo deportivo. "A Clemente le dijeron que no viajara, que lo cambiara para otro día".
De hecho, el propio Vigoreaux le dijo a Clemente que no viajara esa noche, pero nada cambió su opinión.
"Yo escuché a Vigoreaux decirlo", anecdotó Benny Agosto, un veterano hombre de béisbol que ha estado relacionado a la liga invernal puertorriqueña por más de 40 años y quien conoció a Clemente.
El Año Viejo en Puerto Rico tenía varios detallas propios y únicos en esa época. Entre ellos, estaba la transmisión en vivo por televisión del conteo regresivo al año entrante con la participación de artistas destacados. Creo que uno de estos programas era del propio Vigoreaux, quien lo animaba, y me parece recordar que mencionaba continuamente sobre la misión de Clemente a Nicaragua.
Mi familia recibía cada año en casas diferentes de familiares, a donde íbamos a compartir, celebrar, ver la televisión y esperar la entrada del Nuevo Año. Una de los más esperados momentos era el recite del Brindis del Bohemio, de Guillermo Aguirre y Fierro, tradición que conservo hasta el día de hoy. Siempre era recitado momentos después de la llegada del año, tras lo cual regresábamos a nuestro hogar.
Cerca de las 10 de la noche, la transmisión del conteo regresivo fue interrumpida.
Martínez-Roussett esperaba la llegada de su hijo Edmundo de la ciudad de Mayagüez, al oeste de Puerto Rico, en un vuelo nocturno tardío. Su hijo regresaba de estudiar en la principal escuela de ingeniería del país.
"Habíamos ido a visitar varios vecinos, como se estilaba en esa época antes de recibir el año. Cuando llegamos a casa, el teléfono sonó. Era mi hijo Edmundo, que bajó de un taxi cuando el conductor le dijo que había un rumor de que Clemente había muerto al caerse el avión en la costa frente al aeropuerto", narró Martínez-Roussett.
En aquel momento le pidió a su hijo que regresara al aeropuerto, llamado en aquel entonces de Isla Verde, para que averiguara detalles. Martínez-Roussett llamó al jefe de The Associated Press en Puerto Rico, el estadounidense George Arfeld, quien movilizó a todos los editores y periodistas a perseguir la noticia.
"Me dijo, vamos a la oficina", recordó Martínez-Roussett. "Yo mandé a mi hijo para que hablara con el esposo de mi hija, que era el supervisor de turno de la Autoridad de los Puertos en el aeropuerto, para que me tratara de conseguir más información... y así fue que confirmamos que el avión había caído.
El receptor Manny Sanguillén, que en aquel momento jugaba con los Senadores en Puerto Rico, trató de ver a Clemente antes de que saliera el avión, no para convencerlo de que no fuese ya que desconocía que él iba a volar a Nicaragua, sino respondiendo a una invitación de quien consideraba su amigo y mentor para hablar.
"Luis Mayoral (cronista deportivo y amigo de Clemente) vino a tocarme a la puerta. Me dice: "¿Tú sabes que el avión de Clemente se cayó?". Yo me volví loco... Y nunca llegamos a comunicarnos. Eso siempre me afecta. Por eso no me gusta hablar de ese día", dijo Sanguillén al diario Primera Hora de Puerto Rico.
Un sombrío presentador confirmó lo que se escuchaba como rumor... Roberto Clemente había fallecido en un accidente de aviación.
"El avión despegó y cayó inmediatamente al mar en las costas frente al Club Cangrejos Yatch Club en el área de Isla Verde. No hay sobrevivientes", narró el presentador de noticias.
La fiesta de Despedida de Año por televisión nunca regresó al aire. El conteo regresivo se detuvo. El Brindis del Bohemio nunca se escuchó.
El 1973 había entrado sin penas ni gloria, y Puerto Rico había perdido a su hijo predilecto.