<
>

¿Se atreverá Javier Hernández a rescatar a Chicharito?

LOS ÁNGELES -- Un mea culpa público no es un acto de expiación. Es, apenas, un acto de autocompasión.

El arrepentimiento es apenas el principio de un largo, agreste, entrampado camino rumbo a la expiación. Muchos lo comienzan, sólo lo terminan los peregrinos genuinos de la fortaleza y la resiliencia.

Javier Hernández hace una confesión este lunes en Instagram. Pero, no hay una promulgación de compromiso, no hay un juramento de honor, acaso una carta de buenas intenciones, de ésas de las que dicen está empedrado el camino del infierno…

En su publicación, Hernández lamenta el fracaso del Galaxy de Los Ángeles, el equipo que lo rescató del limbo en Sevilla. Sí, el club que lo contrató para que escribiera una épica diferente, pero paralela en éxito e impacto a la de Zlatan Ibrahimovic. Las nupcias fracasaron.

“La evaluación de esta temporada es completamente negativa, comenzando desde la autocrítica, y sabiendo que no pasé por mi mejor momento futbolístico”, explica en su mensaje Javier Hernández, llamado Chicharito en honor a su padre, aunque después se autonombró 'La Leyenda'.

“Ahora toca descansar unos días, para después, empezar a darlo todo, para que el Galaxy vuelva al lugar donde merece estar”, agrega Hernández en su epístola, al calce de una foto en la que se muestra abatido, vencido, cabizbajo, y que ha recibido cerca de 70 mil 'likes'.

Como para casi toda la humanidad, 2020 ha sido un año desafiante, cruel, inclemente, para Javier Hernández. Claro, es un atenuante tener un salario seguro de 6 millones de dólares.

Tiene, además, un poderoso privilegio que gran parte de la humanidad no tiene: darse a sí mismo una segunda oportunidad. ¿Cuántos disfrutan de ese derecho?

Lamentablemente, habla en ese lenguaje vacío del futbolista preso más de remordimientos circunstanciales que arrepentimientos genuinos. “Empezar a darlo todo”. Es como el que aplaza cada viernes la dieta para el próximo lunes.

“Empezar a darlo todo”, equivale a no haber dado antes absolutamente nada. Apesta a esa excusa de entrenadores y jugadores del montón: “Vamos a seguir trabajando, a trabajar más fuerte cada día”. Y los resultados son iguales o peores. Suenan a lloriqueos del Titanic.

Javier Hernández tiene tres meses de vacaciones. Tres fantásticos meses para reconstruirse como futbolista, pero, antes, como él persistentemente lo ha dicho, como ser humano. Lamentablemente, en su entorno parece haber más apapacho y compasión, que ayuda y exigencia. Sus asesores le endulzan el oído en lugar de ser solidariamente críticos.

Tres meses. Y Javier puede, con los vestigios de aquel goleador, reconstruir una nueva versión. No es tarde. Sólo será tarde si deja de intentarlo, si claudica.

Javier Hernández hoy sufre de sobrepeso para poder ser el atleta de alta competencia que él cree que es. Dentro del Galaxy, estiman que está al tres o cuatro kilos por encima del peso ideal para las exigencias de alta competencia.

Y en la cancha, sus deficiencias generan más lástima que cuestionamientos. Ya no es el jugador que hace tiempo anticipaba a los defensas. Ni el que estaba una milésima de segundo antes que su marcador. Ni el que aparecía en el área como un fantasma acechando un balón dividido o a la deriva. Y cuando llega, su organismo ha estropeado su dinámica de golpeo.

Todo esto lo ha detectado el equipo angelino. Y lo trabaja con él. Pero hace falta más, justo del lado del jugador. Su aparato motriz empieza a oxidarse, y él cree que aún vive en la explosiva y consecuente juventud poderosa de los veintitantos años.

Ha perdido la idea integral de disciplina. En sus reflexiones en redes sociales reniega del sacrificio, porque lo considera más una condena ingrata y castrante, antes que un ritual urgente y necesario de expiación.

Como podrá verse, aún es tiempo para el rescate. Imagínese, tres meses, con el poder económico para conseguir los mejores asesores y no rodearse de charlatanes, sino con especialistas en nutrición, en motivación y en acondicionamiento físico. Tres meses, una eternidad.

Observe, Usted, el escéptico, imágenes que con frecuencia publican en sus redes sociales, futbolistas que por la edad rebasan con mucho a Javier Hernández, pero que desafían y vencen el castigo despiadado e inclemente del tiempo.

Observe las fotografías que difunden Sergio Ramos, Zlatan Ibrahimovic y, por supuesto, Cristiano Ronaldo, o el cambio impresionante en algunos jugadores del Bayern Múnich tras la encerrona por la pandemia.

Si ellos pueden, ¿no podrá Javier Hernández? Todo esto repercutirá en más potencia atlética, especialmente, habida cuenta que Chicharito nunca ha sido un exquisito con el balón, pero no hay quien le compita con esa fascinación única, atropellada y chocarrera que lo coloca como el Chaplin del Gol.

Lamentablemente, siempre encuentra quien le sobe la crin al caballo conformista que vive dentro de él. En nada le ayudan las lisonjas lastimeras, bobaliconas, zalameras, hipócritas, que aseguran que “hay un boicot contra Chicharito”, “hay odio hacia La Leyenda”, “le tiene envidia y se ensañan en estos momentos”, “¡No les hagas caso, Javier, sé quien quieres ser!”, bla, bla, bla. Y lo triste es que estas letanías rastreras, las he leído bajo firmas que se ostentan como críticos comunicadores.

Tres meses, Javier. En tres meses, se cumplirá el plazo que tú mismo has impuesto. Pero no esperes al lunes para darlo todo, empieza el viernes, empieza ayer, empieza siempre.

En tres meses, si Javier Hernández es capaz de mostrar aparatosamente una reconversión física como la de los citados Ramos, Zlatan, Cristiano, entonces, será el tiempo de creerle, de tomarle en serio, de que ha llegado, finalmente, el momento de darlo todo, y no sólo por el Galaxy, sino porque seguramente ni él, ni su bulliciosa, escandalosa y escandalizada corte de lambiscones quieren verle terminar su carrera postrado humillantemente en la banca del Galaxy.