LOS ÁNGELES.- Cuando Dani Alves engulló ese plátano –ícono obsceno del racismo-, vomitó un desprecio pacífico contra la discriminación.
El plátano voló desde la tribuna a la cancha de juego. Cayó a los pies de Alves. El jugador recogió el banano. Lo peló, comió la mitad y cobró el tiro de esquina.
Explicaría después: "Ya son 12 años en España viviendo esto (actos racistas)".
La hinchada del Villarreal se sumaba a la de tantas otras en España, en Europa... en el mundo. Y esos aficionados irrespetaban incluso a algunos de sus propios jugadores, en las pretensiones perversas de su acción.
Y el problema ya no sólo es que los buitres acechen en cualquier cancha del mundo. El problema es que la inmundicia, en un acto de complicidad de autoridades, se esconde, pero no se combate ni se aniquila.
A eso se refiere Alves al hablar de 12 años de cautiverio en España resistiendo lo que no debería resistir porque no debería ocurrir.
La contrariedad, el daño, es que lejos de ser reprimido, el acto censurable del racismo, al recibir apenas un par de nalgadas, termina por ser fomentado. La autoridad que no se ejerce es burlada y sometida.
Gladiador humanitario contra la discriminación, mártir de esa lucha que no termina, Martin Luther King reclamaba voces y denuncias de las víctimas, pero sobre todo de quienes ejercían en silencio su tolerancia a lo intolerable.
"Nuestra generación no se habrá lamentado tanto de los crímenes de los perversos, como del estremecedor silencio de los bondadosos", decía Luther King. Lamentaría saber que no fue un clamor de su generación, sino de nuevas generaciones.
A casi 50 años de esa promulgación preocupante, a Dani Alves le llueven crímenes frutales desde la tribuna.
El plátano es un grito silencioso de los cobardes.
"Hemos aprendido a volar como los pájaros, a nadar como los peces; pero no hemos aprendido el sencillo arte de convivir como hermanos", reflexionaba el mismo Luther King.
¿Cómo habría reaccionado a la plaga verborreica de Donald Sterling, dueño de Clippers, quien castiga a su novia V. Stiviano, descendiente de afroamericanos y mexicanos, por convivir y fotografiarse con afroamericanos y latinos?
Sterling, las tribunas de El Madrigal, y las de los estadios Corona, Ciudad Universitaria, Hidalgo, Azteca, entre otros, son calamidades que no sólo mancillan, difaman e infaman al deporte, sino que sirven de modelos perversos.
A John Terry, Luis Suárez, Pikolín Palacios y Darío Verón los desune la calidad futbolística propia y de sus propias ligas, pero los emparenta la miserable promiscuidad por sus granadas racistas a colegas, y que en este caso, las diferencias los hacen mejores a ellos que a sus trasgresores.
"El problema no es que el blanco deba ver al negro como blanco, el problema es que aprendamos que el único color de los hombres, es el color de Dios", explicaba Nelson Mandela.
Al final, esas es la lección que debe prevalecer.
Lo importante no es que Dani Alves engulla ese plátano como vómito de desprecio pacífico y universal contra el racismo.
Lo importante es que no haya nunca un escenario ni un alma perniciosamente confusa y confundida, capaz de esgrimir bananos o sonidos guturales contra semejantes, y que no deban ver en otro hombre, algo distinto del espejo de su propio hombre.
Según el Viejo Testamento, la manzana se convirtió en la dulce casamentera de las bendiciones divinas de dos sexos distintos y complementarios.
¿Será, acaso, que el plátano o banana, se convierta en el futuro en la fruta reconciliadora a pesar de los enconos naturales del futbol?
Amén.
