BARCELONA -- Mientras resuenan en las paredes del Camp Nou las proclamas de Joan Laporta afirmando que Dembélé "es mejor que Mbappé” y se reparten culpas y responsabilidades por elegir a Ousmane por encima de Kylian en el verano de 2017, Lionel Messi dio a entender el martes en el Parque de los Príncipes que la melancolía puede ser una de las peores frustraciones en el futbol profesional.
El Paris Saint-Germain derrotó el martes al Real Madrid en el Parque de los Príncipes y lo hizo catapultado por la magnificencia de un Mbappé indiscutible e inabordable mientras Messi, esperado a la hora de la verdad, completó un partido muy alejado de lo esperado.
Nunca se escondió en el campo pero a pesar de su papel incrustado en el centro del campo, no alcanzó a mostrar el repertorio que siempre, o casi siempre, ofreció en el Barça. Fallar un penalti fue apenas la guinda de un desasosiego que le acompaña en París y que enciende, o confirma, las dudas que despierta su presencia en un equipo donde no es el dueño que siempre fue.
Camino de los 35 años y a punto de cumplir 800 partidos oficiales repartidos entre Barcelona y PSG, el astro argentino se sabe en la recta final de una carrera monumental y plagada de títulos a todos los niveles, coronada en el plano personal con el séptimo Balón de Oro que celebró recientemente y que tiene en el Mundial de Catar a la guinda deseada, una obsesión cargada de responsabilidad y que a veces parece dejar en un plano secundario cualquier otro reto deportivo.
Hace apenas un año, siete meses incluso, Messi tenía el convencimiento pleno de ser el dueño de su destino. Cuatro años después de arrancar a Josep Maria Bartomeu una renovación de oro, enfocaba la negociación de su última firma en el Barça sin sospechar que el club pudiera plantearse rechazar su continuidad y a pesar de un verano de idas y venidas, de rumores, desencuentros y silencios, cerró sus vacaciones seguro de seguir en casa.
Cuando el 5 de agosto de 2021 el Barcelona anunció oficialmente que Leo se marchaba porque no podía quedarse, al jugador se le rompieron todos los esquemas y afloró en él un sentimiento de incredulidad del que hay quien sostiene aún no se ha acabado de recuperar. Se despidió, con lágrimas, afirmando, proclamando y dejando claro que no le dejaron seguir y sin tiempo que perder acordó su fichaje por el PSG convencido de trasladar a París su genialidad para seguir siendo el número uno.
Pero lejos de su hábitat natural, lejos de su casa y su mundo de Castelldefels, la vida se le hizo mucho más difícil de lo que habría pensado. Se encontró de repente encerrado en un hotel, de lujo, en pleno centro de una ciudad desconocida y con la urgencia de habituarse a un nuevo día a día tan inesperado como agobiante en comparación a lo que había sido en los últimos años y, por si fuera poco, se encontró en un equipo donde siendo respetado y hasta admirado no tenía, no tiene, el ascendente que siempre disfrutó en Barcelona.
Siempre se dijo que Messi podría alargar su carrera hasta que quisiera porque cuando no le alcanzase la velocidad, el cambio de ritmo, el caracoleo cerca o dentro del área rival y su instinto matador legendario y sin igual podría reconvertirse a posiciones más retrasadas manteniendo su papel providencial.
Lo que no se dijo nunca, porque no entraba en los cánones de la lógica, es que tuviera que empezar a readaptarse lejos del Barça y en el PSG se ha encontrado un vestuario repleto de estrellas con una, Mbappé, que brilla por encima de todas. Hasta tal punto que la potencia y espectacularidad del joven delantero francés ha ensombrecido el papel reservado para el veterano astro argentino.
El Barcelona de los últimos tiempos, bien, regular o mal, jugaba y bailaba al son que le marcaba Messi pero en París se baila a los acordes de Mbappé, capaz de correr como un búfalo desde el primero y hasta el último minuto de cualquier partido, capaz de sacar de cualquier atolladero a su equipo... como habitualmente hacía Leo en el Barça y no puede hacer en el PSG.
La figura de Messi en el Camp Nou será eterna y alrededor del club azulgrana no se oculta el pesar que supone verle deambular sin el genio que mostraba en Barcelona. Y lo que para unos es añoranza para él es melancolía, un mal de difícil cura a estas alturas de su carrera...