El Barcelona no metió ni las manos en la Final de la Supercopa de España y fue exhibido y humillado por Vinícius y el Real Madrid.
BARCELONA -- El Barcelona entregó su corona de la Supercopa de España goleado, bailado y destrozado por un Real Madrid que hizo con él, liderado por un diabólico Vinicius, lo que quiso. No hubo final, no hubo discusión, no hubo dudas. Ni defensa, por supuesto, porque la defensa azulgrana fue poco menos que un chiste en la noche más trágica de Ronald Araújo. Podía, que lo era, ser favorito el Madrid... Pero nunca esperó el Barça semejante castigo.
Le evitó el árbitro prolongar su agonía no descontando ni un solo segundo en el minuto 90 cuando ni que fuera por los cambios pudo alargar el simulacro de final al menos hasta el 94. No hacía ninguna falta. Y se lo ahorró después de un partido que el Madrid gobernó con una autoridad, y en ocasiones brillantez, indiscutible.
Apostó Xavi por juntar cuatro mediocampistas por primera vez después de 23 partidos, con la intención de imponer su filosofía a través del juego de combinación en el centro del campo, dándole los galones a Araújo y De Jong, esperando el acompañamiento de Sergi Roberto y la fantasía de Pedri...
Pero no contó con que la velocidad del rival le destrozaría. No tuvo ni tiempo de corregir porque a los diez minutos Vinicius, señalando a Koundé primero y Araújo después, ya había metido dos goles y cuando quiso dar un giro al argumento la comodidad merengue era tan evidente que se sospechaba más una humillación que una reacción.
Tuvo tiempo, poco, para soñar gracias al golazo de Lewandowski, apoyándose también en un relajamiento extraño del Madrid. Pero fue poco menos que una mentira porque apenas seis minutos después reapareció Vinicius, forzó el penalti, claro, de Araújo y le devolvió a su triste realidad.
No sabe, es incapaz, el Barça de remar contracorriente. Si ya le cuesta hacerse ver en el campo, cuando el resultado y las circunstancias van en contra se disuelve como un azucarillo, sin capacidad de mostrar ninguna revolución. Tan enganchado está al adn, tan insistente en querer ganar por su personalidad que es imposible adivinarle otra imagen.
A la hora de arremangarse, correr, pelear y mostrar orgullo contra convicción se pierde en la nada y eso ante un equipo como el Madrid es un suicidio. Sin más. Tuvo, en la segunda mitad, más tiempo el balón. Lo jugó queriendo volver al partido... Pero en cada aparición supersónica del Madrid se temía una puntilla, un nuevo golpe, otro bofetón.
Disfrutó el Madrid de una manera que tampoco pudo pensar. Si en la previa los dos entrenadores coincidieron en avisar de una final aigualada, Ancelotti le dio un auténtico repaso a Xavi, entregándole una libertad de movimientos en ataque a Vinicius que derrumbó completamente al Barça.
Cuando pretendió el técnico azulgrana recomponer al equipo con un triple cambio, la respuesta madridista fue el cuarto gol para hundirle. Ya era un esperpento del Barça y una fiesta merengue en toda su extensión, redondeada con la expulsión de Araújo para convertir la recta final de la final en un drama para el campeón.
Ya son 21 partidos consecutivos los que suma el Madrid sin perder y ya puede decirse que la diferencia entre los dos gigantes del fútbol español es, hoy por hoy, inmensa. Que el Barça deberá mejorar es una evidencia... Que esa mejora le de opciones para discutir la superioridad madridista es muy cuestionable.
El Madrid ganó la Supercopa. Y la ganó barriendo, destrozando y arrodillando a un Barça que no tiene ninguna defensa.