Entre los dolores del corazón deben existir pocos que se comparen con el de la pérdida. Esa sensación de ansiedad, impotencia y tristeza que se apodera del cuerpo es incurable.
El principal problema del amor es que cuando lo pierdes te devasta. No hay vuelta atrás. Vendrán otros, tarde o temprano sanarán las heridas —o no—, pero frente al final no hay regreso.
Cuesta asimilar, no se diga creer. Existe una resistencia natural a la renuncia, al desapego, a aceptar que lo que existió ya no está más, ya no volverá.
Aplica para todas las pérdidas, no hay menores o mayores ni las que duelen más o menos. Una pérdida es un dolor y esos no tienen unidad de medida.
En el deporte y en específico en el futbol, las pérdidas tampoco son un tema menor. Basta ver un video que se hizo viral hace unos días en el que aparece un hombre hincado que se retuerce frente a la reja del Camp Nou, y con la playera de Messi en manos llora: “no puede ser que haya llegado este día”, dice desconsolado.
Él no estaba listo, nadie lo estaba, pero las pérdidas no siempre avisan... Y la de Messi es la de un talento superior que va más allá de un campo de futbol.
“¿Cuánto vale un jugador que es una máquina de generar prestigio y dinero? ¿Cuánto vale para un club (y para una ciudad) la imagen de una leyenda que proyecta una potente imagen global? ¿Cuánto vale la felicidad de estar representado por un genio en una causa popular y pasional como el futbol?”, se preguntó Jorge Valdano.
No hay respuesta... De ese tamaño es la pérdida.
Han sido apenas unos días desde que, de forma inesperada, y a través de un desafortunado boletín, el Barcelona anunció que los caminos de Leo y el club tomarían rumbos distintos, y como si se tratara de cualquier mortal le agradeció y le deseo suerte en “su nueva aventura”.
Ante la pérdida también hay que tener altura, y claramente ni el Barcelona ni Joan Laporta la tuvieron.
Son y serán tiempos difíciles para los amantes de Messi y el Barça. Cuesta creer que ya no está, y su ausencia va a doler como ninguna.
Llegó el día que millones —el propio Leo incluido— no querían que llegara... Messi se va de casa y la pérdida es irreparable.