En la noche de este martes, después de la derrota 1-0 del Chelsea en su visita al Dinamo Zagreb para disputar su debut en Champions League (Repetición disponible por Star+ sólo en Suramérica excepto Brasil), Thomas Tuchel se enfrentó a las cámaras pareciéndose un poco al personaje de Dennis Hopper en la cinta "La Fuga" luego de recibir el beso de la muerte por parte de Christopher Walken y darle una bocanada a su cigarrillo. Sabe lo que viene y sabe que no es algo bueno.
Al menos así parece al mirarlo en retrospectiva, la que siempre nos da una visión 20/20. Cuando se le preguntó si sentía preocupación por el arranque de campaña del Chelsea (con tres derrotas en siete partidos jugados en todas las competiciones), afirmó: "No es cuestión de preocupación. Es cuestión de realidad".
En estas situaciones, los clubes siempre están ansiosos por dar su versión de los hechos; por ello, no fue coincidencia que dejaron saber que sentían preocupaciones por cierto tiempo y que la medida no se trataba de una reacción "desesperada" a la derrota del martes.
No estoy seguro de hasta qué punto esa explicación pasa la prueba del olfato.
No se trata de que no tenían razones para estar preocupados. Con la excepción del cotejo de local contra Tottenham Hotspur, el Chelsea realmente no ha jugado bien durante toda la temporada. Pero si se está preocupado al punto de pensar en cesantear a tu director técnico, no es normal hacer un gasto dispendioso durante el verano, en el que el Chelsea fue el club que más dinero invirtió en fichajes en toda Europa, tanto en términos en bruto (más de £250 millones, cerca de $300 millones) como netos (la cifra récord de £200 millones o $230 millones). Eso es especialmente cierto cuando se fichan jugadores y firman contratos esencialmente sin contar con una gerencia, ya que los miembros clave del régimen anterior, como la directora general Marina Granovskaia, el director deportivo Petr Cech y el guru de evaluación de talentos y reclutamiento Scott McLachlan se habían marchado o estaban a punto de dejar el club.
La broma era que Todd Boehly, líder del grupo de propietarios de los Blues, era el "director deportivo interino" de facto del club, excepto que no era broma. En realidad, Boehly era el hombre que volaba por toda Europa, sosteniendo conversaciones con intermediarios y negociando contratos, contando con las opiniones de Tuchel.
Boehly, que practicaba lucha libre en la universidad y mantiene ese aspecto de fornido luchador amateur, es indudablemente un hombre muy brillante y que tiene amplia experiencia como propietario de un equipo deportivo. (Es copropietario de la organización de Los Angeles Dodgers del Béisbol de Grandes Ligas). Sin embargo, éste es un deporte distinto, un rol distinto y uno que ni siquiera tenía en mente hasta hace poco más de seis meses cuando Vladimir Putin decidió invadir Ucrania, desatando así la cadena de eventos que condujo a la salida de Roman Abramovich.
Así las cosas, el Chelsea operó el verano pasado de la forma en la que la mayoría de los clubes ingleses solían operar hace veinte años: con un entrenador decidiendo qué jugadores quería fichar y que otros dejar partir mientras que el club, a través de Boehly, cumplía con sus deseos.
Hay una razón por la que nadie ha tenido éxito trabajando de esta forma desde los tiempos de Sir Alex Ferguson: porque no funciona al máximo nivel. La evaluación de talentos y reclutamiento son áreas especializadas que exigen un montón de atención y conocimiento. Como también lo exigen las negociaciones y la cotización del precio de los jugadores. Cada una es una tarea lo suficientemente difícil por sí sola, y se complica mucho más cuando una de las personas encargadas de ella tiene un empleo principal (como, pues, entrenar el equipo en la cancha) y el otro tiene experiencia cero en el ámbito.
Ahora bien, podríamos argumentar que el Chelsea no tenía muchas opciones. Me han comentado que Boehly no se convirtió en un negociador del fútbol este verano por cuestión de ego: fue producto de la necesidad. No podían mantener a Granovskaia, Cech y McLachlan en la nómina y querían contratar a los mejores expertos para sustituirlos. (Durante todo el verano, fueron objeto de rumores que hablaban del posible fichaje del ex ejecutivo del Liverpool Michael Edwards, pero las negociaciones quedaron en punto muerto). Por eso, en vez de afanarse para hacer una contratación poco adecuada, le pidieron a Tuchel que asumiera dos funciones con la ayuda de Boehly.
Entiendo la lógica, aunque dista mucho de ser buena idea. No sólo en lo que respecta a gastar en exceso para fichar jugadores, sino también por la pesada carga asumida por Tuchel, que terminó pasándole factura. No se requiere ser experto en lenguaje corporal para darse cuenta de que su humanidad delgada y de aspecto de mantis religiosa se mostraba mucho más estresada en semanas recientes. Adicionalmente, una idea mala empeoró mucho más al incurrir en un nivel de gastos superior al de cualquier otro club de Europa bajo las órdenes de Tuchel para luego despacharlo en la primera semana de septiembre.
¿Por qué? Porque el club acaba de invertir £253 millones en jugadores que Tuchel quería (y que en algunos casos como el de Pierre-Emerick Aubameyang, querían a Tuchel) y no tiene idea de si su sucesor en el banquillo (y/o quien terminen contratando como director deportivo) también los querrá. Y porque contrario a la creencia popular, no hay un suministro interminable de dinero: quienes lleguen para asumir esos cargos trabajarán con recursos más limitados de los que tendrían en caso contrario, lo que solo complicará mucho más la reconstrucción.
Es difícil entender por qué no mantuvieron a Tuchel y evaluar la situación a mediados de noviembre, cuando se inicia un receso de seis semanas también conocido como el Mundial Qatar 2022. A pesar de todas sus actuaciones mediocres, el Chelsea ocupa el sexto puesto de la tabla de posiciones en la Premier League luego de disputar seis de un total de 38 encuentros, apenas a tres unidades de distancia del cuarto lugar. Y en la Champions, por muy mala que haya sido la demostración en Zagreb, para nada están alejados de la clasificación a falta de jugar cinco de seis partidos en fase de grupos.
De sus siete fichajes de jugadores de campo, hay tres (Aubameyang, Denis Zakaria y Carney Chukwuemeka) no han disputado un solo minuto. Wesley Fofana sólo lleva un encuentro jugado. Obviamente, se creería que Tuchel iba a hacerlo funcionar tras sus fichajes. ¿Cómo se cambia de opinión tan rápido?
Ahora, el Chelsea está obligado a reiniciarse sobre la marcha. Quien asuma las riendas de esta plantilla tendrá que trabajar con la variada nómina armada por Tuchel a un precio sumamente alto, sin tener oportunidad de refrescarla hasta enero. Estarán obligados a trabajar con lo que tienen con la intención de mejorar y virtualmente sin tiempo en la cancha de entrenamientos para hacerlo funcionar. Eso se debe a que el calendario invernal abreviado por la Copa del Mundo implica que, con la excepción de un parón de 12 días a finales de este mes (cuando la mayoría de los jugadores del Chelsea, que son internacionales, estará apartada del club de todos modos), el equipo literalmente jugará todos los martes y fines de semana.
A menos que haya algo que no sepamos (por ejemplo, que algo haya ocurrido en las 14 horas transcurridas entre el momento en el que Tuchel se puso delante de las cámaras en Zagreb y el comunicado emitido por el Chelsea en la mañana del miércoles) que explique mejor esta decisión, parece exactamente producto de todo lo que el Chelsea afirma que no es: una decisión precipitada, mal pensada e improvisada. Precisamente, la clase de decisiones que pueden volverse en tu contra.