Así que está este club pequeño, sin grandes luces. Juega en un auténtico semillero mundial de fútbol: un país con tanto talento que, cada cuatro años, alguien se pregunta cuántos equipos de nivel Mundial se podrían armar solo con futbolistas de ahí. Y, de hecho, las selecciones de ese país llegaron a las dos últimas finales de la Copa del Mundo.
Lamentablemente, la liga en la que compite este club quedó desnaturalizada por lo que le pasó al fútbol europeo en los últimos 30 años: la irrupción de capitales soberanos y fondos de inversión extranjeros. Esta liga, en particular, es un ejemplo grotesco de cómo el dinero ilimitado puede deformar por completo un escenario competitivo que casi no tiene barreras contra el gasto desmedido.
En ese contexto, hay un gigante —propiedad del gobierno más rico del mundo— que ganó el título en 11 de las últimas 13 temporadas. Pero no hay demasiado mérito deportivo en eso: no hubo detección de talento subvalorado ni la búsqueda de una forma distinta de jugar que otros no se animaran a intentar. No. Simplemente pagan salarios por unos 202 millones de dólares al año, casi el doble del segundo plantel más caro (110 millones), mientras que ningún otro equipo de la liga supera los 72 millones.
Sin embargo, nuestro club pequeño y discreto parece estar haciendo todo lo posible dentro de la cancha para achicar esa brecha. Su masa salarial es de apenas 38 millones de dólares. Y antes de una caída de resultados en el último mes, estaba a solo un par de puntos del primer puesto. Aun así, genera y concede situaciones de gol a un ritmo comparable al del cuarto mejor equipo del campeonato, pese a tener un presupuesto propio de la mitad inferior de la tabla.
Y lo hace siendo distinto. Juega con un estilo único y pausado, con muchos pases cortos y laterales, que aun así lo tiene como líder de la liga en los pases más verticales y urgentes, los que más chances generan de gol: los pases filtrados. Además, lo logra con un plantel que no se parece a ningún otro en Europa. La edad promedio de los jugadores que utilizó esta temporada es inferior a los 22 años, cuando ningún otro equipo de las principales ligas del continente baja de los 24.
Este club chico, que ganó su único título local en 1979 y que estuvo en la tercera división tan recientemente como en 2016, se reinventó apostando y confiando en el talento joven de una manera que casi no habíamos visto antes. Compite muy por encima de sus posibilidades y sus resultados parecen mejorar temporada tras temporada.
Debería ser una de las grandes historias del año, pero no lo es. ¿Por qué? Porque este club —Racing de Strasbourg de la Ligue 1— ahora pertenece a los mismos dueños del Chelsea. Sí, el club de la Premier League que no hace mucho batió el récord al gastar más de mil millones de dólares en su plantel.
En lugar de ser un antídoto contra la desigualdad que aqueja al fútbol, Racing de Estrasburgo es simplemente otro ejemplo de ella. En la práctica, Racing de Estrasburgo se convirtió en el equipo satélite de Chelsea.
La historia del “equipo satélite” en el deporte
El concepto moderno de farm system (sistema de equipos satélite) fue creado por el legendario gerente general de béisbol Branch Rickey. De manera casi irónica, Rickey fue despedido como mánager (entrenador principal) de los St. Louis Cardinals y luego “degradado” a un rol que hoy entenderíamos como el de gerente general, algo similar a un director deportivo.
En aquel entonces, los equipos de las principales ligas profesionales de béisbol en Estados Unidos incorporaban jugadores nuevos de una forma muy parecida a como lo hacen hoy los clubes de la Premier League: mayormente desde otras ligas más chicas. En EE.UU., esas competiciones se conocían como las “ligas menores”.
“Cuando los Cardinals peleaban por sobrevivir en la Liga Nacional, descubrí que estábamos en desventaja para conseguir jugadores de calidad desde las ligas menores”, explicó Rickey. “Otros clubes podían ofrecer más dinero. Tenían recursos. Tenían mejores estructuras de scouting. En definitiva, nosotros teníamos que conformarnos con lo que quedaba… o con nada”.
La solución de Rickey fue que los Cardinals compraran uno de esos equipos más chicos y lo usaran como lo que él llamó un “campo de pruebas” para jugadores jóvenes. Eso le permitió al club controlar una mayor cantidad de futbolistas —perdón, jugadores— que sus competidores. Y ese “control” tenía varios sentidos: (1) controlaban su empleo y (2) controlaban cómo entrenaban y cómo se desarrollaban.
Como lo explicó Andy McCue, de la Society of Baseball Research: “Con el tiempo, los Cardinals crearon una cadena de equipos de ligas menores que les permitió fichar jugadores baratos, separar a los buenos de los realmente excepcionales, ganar banderines y hacer dinero. Rickey vendía a los buenos y se quedaba con los grandes para los Cardinals”.
Fue una práctica tan claramente beneficiosa que, con el tiempo, todos los equipos de las Grandes Ligas la adoptaron. Hoy, cada franquicia tiene tres equipos satélite en niveles estandarizados: clase A, doble A y triple A.
Tras dejar a los Cardinals, Rickey llevó todo ese conocimiento a los Brooklyn Dodgers, donde inventó el concepto de los entrenamientos de primavera, impulsó el análisis estadístico del juego, terminó dándole el debut a Jackie Robinson y ayudó a sentar las bases del equipo que luego se convertiría en Los Angeles Dodgers, del cual Todd Boehly pasó a ser copropietario en 2012.
Boehly, claro, es parte de BlueCo, el grupo empresario que tomó el control del Chelsea en 2022. Y desde entonces ha sido, digamos, un dueño muy activo en el club.
En su primer verano como propietario recorrió Europa en avión privado. Intentó fichar a Cristiano Ronaldo. Actuó como una suerte de director deportivo de facto mientras el club incorporaba a nueve jugadores nuevos —de los cuales solo dos tienen hoy minutos con regularidad—. Sugirió que la Premier League necesitaba un partido de estrellas al estilo NBA o MLB y, en general, encajó a la perfección en todos los estereotipos que un hincha británico podría tener de un financista estadounidense que acaba de comprar un club de la Premier League: “Mis ideas del Nuevo Mundo van a revolucionar su deporte, porque está anclado en el pasado”.
Chelsea era el tercer o cuarto mejor equipo de Inglaterra cuando Boehly y BlueCo tomaron el control del club. Y hoy, el Chelsea sigue siendo, básicamente, el tercer o cuarto mejor equipo de Inglaterra.
Casi todas sus “innovaciones” fueron en realidad simples maniobras contables: venderse a sí mismos hoteles y estadios, prorratear los pagos de los pases en contratos larguísimos, todo para poder gastar más dinero que otros clubes sin violar las nuevas reglas financieras de la Premier League. Han acumulado una cantidad impresionante de talento joven, pero todavía no demostraron tener la capacidad —ni siquiera la intención— de tomar esas decisiones finas que te dan esos puntos marginales tan difíciles de conseguir y que te transforman de un simple clasificado a la Champions League en un verdadero candidato al título.
Lo que sí están haciendo con su segundo club, en cambio, da la sensación de ser una innovación genuina, capaz de generar una ventaja competitiva para el Chelsea… a costa del Racing de Estrasburgo.
Por qué el sistema de academias es peor que el de equipos satélite
Todos los grandes clubes de Europa tienen una academia cuyo objetivo general es formar jugadores jóvenes para convertirlos en futbolistas profesionales capaces de jugar en algún nivel del fútbol europeo.
En el mejor de los casos, esos jugadores son lo suficientemente buenos como para jugar en tu propio club. Pero incluso así, el modelo tiene un eslabón perdido: la brecha entre la competencia a nivel academias y la exigencia del primer equipo en una liga europea de primer nivel es enorme.
En la NFL, el fútbol americano universitario es probablemente el segundo entorno más competitivo del mundo, y los equipos renuevan su talento todos los años a través del draft universitario. Sin embargo, la distancia entre la academia del Chelsea y el primer equipo del Chelsea es más parecida a la que existe entre el fútbol colegial de secundaria y la NFL.
Frente a eso, hay dos soluciones posibles, aunque imperfectas.
La primera es la que estamos viendo esta temporada en Arsenal. Dos de sus grandes proyectos, Myles Lewis-Skelly y Ethan Nwaneri, forman parte del primer equipo. Entrenan todos los días con Bukayo Saka, Martin Ødegaard y Declan Rice. Pero como juegan en, probablemente, el mejor equipo del mundo, casi no tienen minutos. Tras temporadas prometedoras como adolescentes el año pasado —favorecidas por una crisis de lesiones en todo el plantel—, volvieron a caer en la consideración. Entre los dos suman cero partidos como titulares en la Premier League en la primera mitad de la temporada.
La otra solución es la cesión a préstamo. Enviás a un jugador a otro club y básicamente esperás que se lleve bien con el nuevo entrenador, que el club priorice su salud y que gane experiencia compitiendo en un nivel inferior al tuyo, pero todavía muy por encima del de la academia.
Pero si uno se detiene a pensarlo, el modelo del préstamo resulta rápidamente absurdo. Estás mandando a un jugador joven a un equipo que no tiene ningún incentivo real para hacerlo jugar: el entrenador va a preferir futbolistas más experimentados porque quiere ganar partidos y conservar su puesto, y la dirigencia no va a exigirle que utilice a ese joven talentoso porque el club no tiene nada invertido en él más allá de la temporada actual.
Tomemos como ejemplo a Harvey Elliott, de Liverpool. El volante de 22 años fue cedido al Aston Villa después de haber sido titular apenas tres veces bajo el mando de Arne Slot la temporada pasada. En Villa disputó apenas 91 minutos en total y no juega un partido de Premier League desde septiembre.
Para resolver este problema, Chelsea tiene ahora a su disposición un equipo entero, en una de las ligas más competitivas del mundo, al que puede enviar a sus jóvenes. Allí tienen los minutos garantizados y, además, juegan en un entorno táctico similar al que eventualmente encontrarán en el club de la Premier League.
Racing de Estrasburgo también puede funcionar como un sistema satélite de entrenadores. Su actual técnico, Liam Rosenior, tiene apenas 41 años. BlueCo obtendrá más información sobre su capacidad como entrenador que la que podría conseguir con cualquier otro candidato que, en el futuro, llegue a dirigir al Chelsea.
“Somos un equipo satélite”, le dijo Alexandre, representante de los cuatro principales grupos de hinchas del Racing de Estrasburgo, a ESPN. (Pidió que no se utilizara su apellido). “No queremos ser un equipo satélite porque sentimos que tenemos una historia muy fuerte, una tradición local muy marcada, y creemos que las decisiones sobre Racing de Estrasburgo deberían tomarse pensando en los intereses del Racing de Estrasburgo. Y eso no está pasando”.
Desde Chelsea, probablemente te dirían que esa premisa —la idea de que Racing de Estrasburgo es apenas un equipo satélite del Chelsea— se basa en información incorrecta. (El club londinense no respondió a nuestra solicitud de comentarios). Al fin y al cabo, solo tres jugadores del Racing de Estrasburgo están actualmente a préstamo desde el Chelsea. Pero eso es una cuestión semántica. Está claro que el club francés está siendo utilizado como un centro de desarrollo y una estación de paso para el equipo de la Premier League.
En septiembre ya se anunció que el mejor jugador del Racing de Estrasburgo, Emmanuel Emegha, se mudará al Chelsea la próxima temporada. De los 13 futbolistas del Racing de Estrasburgo que acumularon al menos 500 minutos esta temporada, solo uno supera los 23 años: Ben Chilwell, de 28, quien llegó en el verano europeo como agente libre.
Pero nada resume mejor la situación que lo ocurrido en agosto. Cuando los medios informaron sobre un posible fichaje de Julio Enciso, de Brighton, las noticias no decían que estuviera en la mira del Chelsea o del Racing de Estrasburgo. No. Los reportes —incluidos los de James Olley, de ESPN— señalaban que el apuntado era… BlueCo.
El futuro es la multipropiedad de clubes
Claro que la multipropiedad de clubes viene creciendo desde hace tiempo. El ejemplo más famoso —o infame— es el del grupo Red Bull, dueño del RB Leipzig en Alemania, del RB Salzburg en Austria, de los New York Red Bulls en la MLS y de otros equipos en Brasil y Japón. Toda esa red está hoy supervisada por el exentrenador del Liverpool, Jürgen Klopp.
City Football Group es el conglomerado más grande de este tipo, con clubes en 13 países distintos. Jim Ratcliffe, dueño de facto del Manchester United, posee varios clubes. Stan Kroenke, propietario del Arsenal, también es dueño del Colorado Rapids. Los dueños del Newcastle controlan prácticamente toda otra liga. Y muchos otros clubes de la Premier League forman parte de estos enormes portfolios.
La UEFA tiene reglas destinadas a impedir que clubes bajo una misma propiedad compitan en una misma competencia europea, pero no existe ninguna norma que prohíba la existencia de estos grupos en sí.
La consultora Twenty First Group trabaja con frecuencia con grupos interesados en comprar clubes de fútbol, y la mayoría de ellos o bien busca ampliar su cartera de propiedades, o son compradores primerizos que, con el tiempo, aspiran a construir su propio imperio de multipropiedad.
“La mayoría lo ve como una palanca para acceder, desarrollar y vender talento, lo cual es una hipótesis perfectamente razonable, pero que hasta ahora solo fue demostrada por muy pocos grupos”, le explicó a ESPN Omar Chaudhuri, director de Inteligencia de Twenty First Group. “Nuestro análisis indica que los clubes que forman parte de organizaciones de multipropiedad no rinden mejor que otros de tamaño equivalente que no pertenecen a estos grupos, y que mover jugadores entre clubes suele ser mucho más difícil de lo que parece en los papeles. Por lo tanto, las barreras para adquirir más clubes son bajas, pero la barrera para tener éxito suele estar en los desafíos operativos”.
Sin embargo, ninguno de estos grupos llevó el proceso tan al extremo ni lo utilizó de manera tan agresiva como Chelsea. Y ninguno, en realidad, habló de esto con tanta franqueza.
“Nuestro objetivo es asegurarnos de poder mostrarles caminos claros a nuestros jóvenes talentos para llegar a jugar en Chelsea, dándoles al mismo tiempo minutos reales de competencia”, dijo Boehly poco después de comprar el club. “Y, para mí, la manera de lograrlo es a través de otro club, en alguna liga realmente competitiva de Europa”.
Lo que falta en el análisis de Boehly —tanto acá como en otros aspectos— es entender qué significan los clubes de fútbol para la mayoría de sus hinchas. Si bien es innegable que Racing de Estrasburgo mejoró desde que BlueCo tomó el control, a los fanáticos eso no les resulta determinante. Algunos seguidores más ocasionales de Racing de Estrasburgo“ disfrutan del hecho de que ahora tenemos más dinero para gastar en el mercado de pases y que contamos con jugadores bastante buenos”, según contó Alexandre. Pero los miembros de los grupos de hinchas organizados lo detestan.
“En el panorama general, esto es muy malo para la relación emocional que la gente tiene con este club de fútbol”, dijo Alexandre. “En Europa, un club es realmente parte de una comunidad, y Racing de Estrasburgo forma parte de una comunidad. Eso no encaja con que el club sea propiedad de un fondo de capital privado en Estados Unidos, en asociación con un equipo de la Premier League inglesa. Hay algo muy raro, muy turbio en todo eso”.
La conexión emocional que uno construye con un equipo —el combustible de esta industria global gigantesca— no nace de la eficiencia ni de mejores resultados deportivos. Surge de la experiencia colectiva de ver los partidos cada fin de semana y de cómo la identidad particular de cada club ayuda a moldear tu propia identidad como hincha. Hay algo profundamente alienante en que algo tan significativo se transforme en una palanca financiera pensada para que un club más grande y mucho más rico tenga éxito, con el único objetivo de aumentar el valor del portafolio de inversiones de un multimillonario que vive en otro país.
Pero mientras los clubes sigan necesitando inversores y no existan leyes que impidan que los mismos propietarios compren múltiples equipos, la situación Chelsea–Racing de Estrasburgo parece más un punto de partida que un punto final. La nueva realidad del fútbol europeo es que la Premier League va primero… a costa de todos los demás.
