BUENOS AIRES - Y finalmente estamos escribiendo la crónica de un campeón anunciado. De San Lorenzo, que gobernó el Clausura 2007 de punta a punta y que construyó una campaña tan sólida que incluso llegó al título una fecha antes de lo esperado.
Es obvio que los que entran a la cancha y mueven la pelotita son los jugadores, pero también es verdad que el principal artífice de este éxito es Ramón Díaz, quien llegó a un club que venía acosado por los fracasos deportivos y por las divisiones políticas que tenían a Rafael Savino, presidente de la institución, al borde de dimitir, ya que la gente y la oposición reclamaban su renuncia porque, decían en aquellos tiempos, "era un inoperante".
Fue tal la influencia de Ramón Díaz en el club (no sólo en la conformación del equipo) que los que estaban en contra de Savino se pusieron de su lado y los socios y simpatizantes se olvidaron de quién dirigía el club para colocarse en la cabeza que era posible festejar un título local después de seis años (el último había sido el Clausura 2001 con el Ingeniero Pellegrini como DT) y así alcanzar la cifra de diez en su historia.
Ramón Díaz, como no podía ser de otra manera, empezó su campaña en San Lorenzo entre las miradas de reojo de los periodistas y con un estigma para sacarse: que sólo podía salir campeón en River con una billetera abultada y muy buenos jugadores. También, y como para no ser menos, debía desmentir todo lo que se había dicho de él, sin ir más lejos que aquel River multicampeón en realidad era dirigido por Enzo Francescoli en lugar de él mismo (el uruguayo, dicho sea de paso, siempre se encargó de alentar aquellas habladurías).
En el verano, ni bien asumió, tiró que el club iba a hacer compras fabulosas. Se llegó a hablar de Ayala, el Indiecito Solari, Romagnoli e, incluso, D'Alessandro. Pero apenas llegaron la Gata Fernández y Ledesma, expresamente pedidos por el entrenador.
También se peleó con todos para retener en el equipo a Lavezzi y tomó una decisión que ahora es reconocida pero que, si le hubiera salido mal, todavía la estaría pagando: sacó del arco a Saja, un histórico que finalmente fue vendido a Gremio de Porto Alegre, y confirmó en el puesto a Orión, el eterno suplente de Saja.
Así fue Ramón para San Lorenzo. Entró pisando fuerte y con convicciones muy claras. Porque Ramón Díaz es un tipo que respira fútbol y que pocas veces se equivoca cuando abre la boca para emitir alguna opinión (de fútbol, repetimos, porque cuando habla de política siempre la tira a la tribuna).
Y los que supieron usufructuar esa sabiduría fueron los jugadores, que se despojaron de la presión y lentamente fueron transformando los insultos con que despidieron la temporada anterior en respaldo del público, que sintió desde el primer momento que se venía algo grande porque ya en el debut en el torneo llenó el Nuevo Gasómetro como hacía años no ocurría.
San Lorenzo además cimentó su camino hacia el título jugando como local: disputó diez partidos, ganó nueve, empató uno, marcó 21 goles y apenas le anotaron 9. Es decir ganó 28 puntos de 30, algo rarísimo para San Lorenzo que pocas veces en su historia hizo pesar tanto la condición de local como en esta oportunidad.
Y si algo le faltaba a San Lorenzo para ser un merecidísimo campeón, era un actuación final como la que tuvo ante Arsenal. Porque el equipo había quedado en deuda ante Argentinos no tanto por el resultado (empató y sacó más diferencia a Estudiantes y Boca que perdieron) pero sí por el rendimiento.
En aquel juego, Ramón Díaz extrañamente no mostró la actitud ganadora de otras oportunidades y puso un equipo que (el igual como lo había hecho ante Vélez) salió más a relojear el partido que a convertirse en protagonista.
Pero contra Arsenal enmendó ese error (el menos lo había sido para nosotros) y puso en la cancha un equipo largo y ancho, dispuesto a correr riesgos con tal de llevarse los tres puntos.
Y así fue como salió un partido entretenidísimo, porque San Lorenzo iba para adelante y Arsenal no se guardaba nada, convertido en un partenaire de lujo.
Vamos a decir algo más y que no es menor: San Lorenzo salió a jugar sintiéndose menos campeón de lo que el clima que lo rodeaba lo señalaba. No hubo ni un gramo de relajamiento en los jugadores, que entraron a la cancha a comerse al rival y con la convicción de que para dar la vuelta olímpica era necesario asfixiar a Arsenal en el campo de enfrente sin darle la chance de armarse con la prolijidad que habitualmente ostentan los conjuntos de Alfaro.
Tula a los 7 minutos (marcó un gol en cada uno de los últimos tres partidos con lo que demostró que la cinta de capitán no le quedaba grande ni mucho menos) y Lavezzi a los 18 pusieron en ventaja a San Lorenzo, que pese al 2-0 a su favor no cambió un ápice su postura en la cancha.
Tan ofensivo era San Lorenzo que dejaba algunos huecos por la franja izquierda y, desde allí, llegaron dos réplicas letales de Arsenal, a los 28 y 31 minutos, que le permitieron a Óbolo, ante el estupor de las 50 mil personas que colmaban el estadio, poner el 2-2.
Pero a San Lorenzo poco le importó. Siguió yendo Rivero por derecha y Hirsig por izquierda. Ferreyra (en el mejor partido que le vimos en su carrera) y Ledesma eran dos leones en la mitad corriendo a medio mundo y entregándole la pelota a sus compañeros redondita, para que pudiera progresar en el campo.
Es cierto, el partido terminó 2-2 en el primer tiempo, pero la diferencia de peso específico era tan favorable a San Lorenzo que no cabía ni la más mínima duda de que el equipo de Ramón Díaz iba a ganar y que no iba a demorar una semana más para dar la vuelta olímpica.
Y así fue nomás. La Gata Fernández en dos oportunidades, a los 2 y a los 6 minutos -la última de penal- puso el 4-2 y asunto liquidado.
De ahí en más sólo faltaba saber cuántos goles iba a hacer San Lorenzo y hasta qué punto los jugadores visitantes eran capaces de soportar la humillación futbolística a la que eran sometidos, ya que San Lorenzo manejaba el palota con criterio, inteligencia y lujo.
El final era el previsible. La gente enloqueció cuando Favale marcó el final (era extraño ver al clon del presidente de Boca, Mauricio Macri, dirigiendo el partido) y el delirio se apoderó del estadio, del Bajo Flores y de Boedo.
La fiesta ya está inundando las calles de Buenos Aires. Porque San Lorenzo, si algo tiene en su historia, es que es un club grande pero de barrio. Y que nadie le podrá quitar ese orgullo a su gente, que a estas horas lo está desparramando por la ciudad. Una ciudad que, al menos en algunos lugares, se resiste a ser arrasada por la modernidad o por recetas mágicas, y mantiene inalterable el orgullo de ser "cuervo desde que estaba en la cuna".
San Lorenzo lanzó un mensaje para el futuro desde su bastión de Boedo. Nada es imposible, gritan sus hinchas. Y el resto de la ciudad observa en silencio.