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Mundial de Atletismo, Día 10: Las raíces torcidas de América Latina

Eugene, Oregon -- El verde y frondoso parque nacional Willamette ha decorado el paisaje diario de Eugene por una semana. Hoy es el último día del Mundial de Atletismo, el primero que se realiza en Estados Unidos, en la ciudad menos poblada y el estadio más chico en la historia de los mundiales.

Eugene no podía ofrecer más que el distintivo de una ciudad que conoce mucho de atletismo. Todo construido detrás de la tradición del programa atlético de la Universidad de Oregón. Décadas de darse a llamar "TrackTown USA" llegaron a la culminación del mito en un evento sin precedentes.

Adentro de este súper moderno escenario se reunió lo mejor del atletismo mundial. Se confirmaron nombres fantásticos como Fred Kerley o Shelly-Ann Fraser-Pryce. Sydney McLaughlin o Ryan Crouser. Atletas que han fortalecido su posición en el escenario más luminoso del deporte. Uno que, fuera del deporte, deja a pocos encandilados.

El atletismo tiene una amenaza grande y el tema fue central en cada conversación. Hacer crecer el deporte y llevar a sus figuras, a estos nombres que tanto tienen que contar y los demás cuyas historias de esfuerzo construirían afición en las nuevas generaciones, es una obligación pronta y primaria de quienes queremos este deporte.

Entre esa vegetación verde y frondosa que pone marco a estos mundiales, hay un desierto. El atletismo latinoamericano vive en ese desértico panorama. Rescatado, como siempre, por aislados talentos que surgen como producto de todo menos un sistema ordenado. Cuba solía ser la salvaguarda de la vergüenza latinoamericana, pero dejó de serlo. Sin recursos para preparar a sus atletas, ha caído a niveles jamás vistos.

Este fue el primer Mundial en la historia sin medallas para la delegación cubana. Hubo cubanos con medalla, como Pedro Pablo Pichardo, campeón del mundo de salto triple. Cubano, pero representa a Portugual. Pronto se sumará otro cubano a esa delegación, Reynier Mena. El velocista tiene el tercer mejor tiempo del mundo en 200 metros pero no compitió en Eugene por no tener aprobada su nueva nacionalidad por la federación internacional.

Cuba no la está pasando bien y el deporte es un reflejo. Figuras históricas del deporte cubano, antes favorecidas por el régimen con beneficios especiales, ahora pasan problemas para llevar comida a casa. Muchos siguen en la isla por reconocer que salir sería un acto de traición a la revolución. Sus hijos, sin embargo, viven en la Florida. Cuba dejó de ser el salvavidas de Latinoamérica y duele decirlo porque muchas fueron las veces que nos subimos a los hombros de Quirot o Sotomayor para decir que algo habíamos "ganado".

Ahora nos sustentan triunfos como el de Yulimar Rojas en salto triple, los dominicanos del relevo mixto o la peruana Kimberly García León en la marcha. Campeonatos mundiales que se pueden entender porque a su alrededor han encontrado un sistema que trabaja para ellos y que toma en cuenta las necesidades y exigencias de los atletas para actuar en la máxima competencia. Latinoamérica cuenta con estos aislados resultados y hasta que no encuentre una proliferación de los sistemas que los consiguieron, seguirá viviendo en el desierto atlético.

Eugene me ha servido para encontrarme con el deporte que me permitió formarme como atleta y, en consecuencia, como persona. No asistía a un Mundial de Atletismo desde que participé en uno en 1995. Me doy cuenta de que muchas cosas han cambiado -- la tecnología, por ejemplo --, pero otras tantas siguen igual.

El atletismo es una práctica vocacional que obliga a la soledad en el camino al perfeccionamiento. Exige sacrificio, propone desprenderse hasta de la juventud, obliga a la disciplina. Después te premia con resultados o te castiga sin ellos. Ahí todo sigue igual.

Los atletas, de Latinoamérica, sobre todo, sufren tanto hoy como hace veintisiete años. Carecen de apoyos sistemáticos, orden dirigencial, preparación científica, profesionalismo, infraestructura. Las raíces torcidas de América Latina. También es el título de un ensayo de Carlos Montaner.