BUENOS AIRES -- No podía fallar. El dicho popular lo vaticinaba: "No hay dos sin tres". Los Juegos Olímpicos de 1908 estaban destinados a transitar la misma ruta de los de París 1900 y Saint Louis 1904. Es decir, formar parte de una exposición. Pero, ¡atención!, porque fue con una resultante muy diferente, después de...
Berlín fue la primera ciudad en postularse como sede. De inmediato la siguió Roma, con el fuerte apoyo del rey Víctor Manuel III. Al final de cuentas, ni Berlín ni Roma los iban a albergar.
El 24 de marzo de 1904, en la Mansión House de Londres, el Comité Olímpico Internacional, presidido siempre por Coubertin, votó por Roma. Claro, sin tener en cuenta los celos regionales de los italianos. Tanto Milán como Turín expresaron: "¿Por qué Roma?, si no existe ninguna diferencia con nuestra ciudad". Y el boicot quedó declarado.
Esa fue la verdadera razón del cambio de Roma por Londres. Aunque la tremenda erupción del Vesubio a principios de 1906 sirvió posteriormente como excusa. En sus memorias, el mandamás del movimiento olímpico lo explicó así: "En vano buscaríamos en esta misma Revue Olympique rastro o señal del paso de los Juegos Olímpicos de Roma a Londres. Esta nueva dificultad nos recordaba otras que nos incitaban a un prudente silencio. Por ello, cuando la British Olympic Association tuvo la certeza de poder realizarlos con éxito, no se comunicó oficialmente la decisión a ningún periódico. El telón descendió discretamente sobre el decorado del Tiber, para elevarse enseguida sobre el Támesis".
Pero antes de desembarcar en Londres, Coubertin debió satisfacer los requerimientos de Grecia y admitir a regañadientes la realización de los Juegos Panhelénicos Olímpicos Atenas 1906.
Los griegos deseaban organizarlos en los años pares entre olimpiada y olimpiada. Los convenció de efectuarlos cada diez años. Se produjo la Primera Guerra Mundial y, tras su conclusión, nadie trató de mantenerlos en vigencia.
LOS JUEGOS PANHELÉNICOS OLÍMPICOS
Estos Juegos Panhelénicos fueron un éxito. Los deportistas europeos estaban ávidos de participar en una competición internacional, los norteamericanos por refirmar sus triunfos de Saint Louis y los griegos de concretar una organización perfecta para obligar al COI a designar a Atenas sede permanente de los Juegos Olímpicos.
Cerca de un millar de atletas compitieron en Atenas, representando a 20 países. La organización fue la mejor alcanzada hasta esos momentos. El nivel resultó excelente. El Barón se opuso a ubicarlos en el historial olímpico por no cumplir el período de cuatro años entre cada juego y evitar otros intentos de intercalar competencias.
Algunos estudiosos del tema consideran como un error la decisión del COI de no tenerlos en cuenta en la historia y, en sus libros, ubican los resultados de las pruebas y contabilizan las medallas obtenidas por cada país, aunque admiten que la estrategia de Coubertin de excusarse de no poder asistir por una "Conferencia consultiva de las artes, las letras y el deporte", citada por él en la Comedia Francesa, de París, le aportó a los Juegos el programa cultural olímpico sobre la base de concursos de escultura, música, pintura, literatura y arquitectura, puestos en marcha en 1912 y aún vigentes.
POR FIN, EN LONDRES, UNA BUENA ORGANIZACIÓN
Después de tantos años de penurias, el restaurador encontró compresión y apoyo. Lord Desborough, de enorme prestigio por haber cruzado a nado las cataratas del Niágara, hizo pública una declaración: "Es escencial para Inglaterra, que ha sido cuna de tantas modalidades atléticas, que los Juegos Olímpicos se organicen de una manera digna a su reputación deportiva".
La respuesta no pudo ser mejor. La Exposición Franco-Británica, a realizarse en 1908 para conmemorar "la entende cordiale", firmada en 1904 entre el rey Eduardo VII y el presidente de Francia, Emilio Loubet, los recibió con los brazos abiertos de par en par.
No se interpuso en la constitución del programa, ni en las fechas de realización dentro del período del 27 de abril al 31 de octubre e inclusive donó un terreno, junto a los stands feriales, para que Coubertin hiciera realidad su sueño de un gran estadio.
Ubicado en el barrio de Shepherd´s Bush, en las afueras de Londres, las dimensiones eran de 235 por 100 metros. El problema a resolver era el dinero para construirlo. Con visión de futuro, los propietarios de la exposición decidieron invertir 220.000 libras esterlinas y así surgió una obra monumental.
Para aquel tiempo, el estadio, más tarde conocido como White City, era una maravilla de diseño. Hasta hoy llamaría la atención por su versatilidad. Capacidad: 70.000 espectadores. Pista de atletismo, con una cuerda de 536,45 metros, rodeada de un anillo de cemento para el ciclismo de 603,50 metros y campo de césped para la práctica de fútbol, rugby y hockey. Como si eso fuera poco, en uno de los costados, estaba la pileta de natación de 100 metros de largo y 17 de ancho. Y se demoró apenas nueve meses para ponerlo en actividad.
INAUGURACIÓN CON PRESENCIA REAL
En ese imponente escenario, el 13 de julio de 1908, al compás de la banda de música de la Guardia Real desfilaron 2.059 atletas (de los cuales 36 eran mujeres) ante el rey Eduardo VII y la reina Alejandra, quienes estaban acompañados en el palco oficial por los príncipes de Grecia, Suecia y Gales.
Los participantes lo hicieron detrás de sus respectivas banderas, luciendo vestimenta deportiva, excepto los norteamericanos con traje de calle, los australianos con trajes de baño completo y los británicos con chaqueta blanca y pantalón corto negro.
El rey Eduardo VII declaró inaugurados los Juegos ante 15.000 asistentes y la solemne ceremonia se completó con una exhibición de gimnasia danesa, para dar paso de inmediato a las eliminatorias de atletismo. Pierre de Fredy observaba embelesado el espectáculo, como si estuviese flotando en una nube.
El lanzamiento de la jabalina hace una retumbante presentación. El sueco Eric Lemming tira el implemento a 54m625 y supera su propio récord mundial de 54m40. Todo un acontecimiento.
También entra en escena el hockey sobre césped. Participan Gales, Escocia, Alemania, Inglaterra, Francia e Irlanda, Inglaterra se consagra campeón al vencer en la final a Irlanda por 8-1. Este deporte no formará parte del programa de 1912, pero reaparecerá en 1920 y quedará ligado permanentemente a los Juegos.
MÚLTIPLES MEDALLAS Y UN GRITO
El atletismo era en esa época y lo es aún hoy el deporte individual de mayor atracción. Las tribunas se colmaron día a día. En la segunda jornada, en el lanzamiento del martillo, el norteamericano John Flanagan aventajó por muy poco al británico McGrath, poseedor del récord mundial, que se había lesionado en el precalentamiento.
Ese éxito significaba para Flanagan la tercera medalla de oro olímpica consecutiva de esa especialidad. El y sus compatriotas lo festejaron con unos gritos eufóricos: "ra, ra, ra...", los que fueron tomados como ofensivos por el público, que respondió con silbidos y abucheos.
Esa fue la declaración de una guerra anglo-americana, ya que los norteamericanos repitieron esos gritos ante cada triunfo y el público inglés le respondió de la misma manera para establecer el primer capítulo de un extenso anecdotario de las reacciones de los espectadores en los Juegos Olímpicos.
Y hablando de múltiples medallas, debemos mencionar nuevamente a Ray Ewery, conocido como el Hombre de Goma. El indiscutido rey de los saltos sin impulso venció, a los 35 años, en alto y en largo para totalizar ocho medallas de oro en sus participaciones en París, St. Louis y Londres.
La mayor producción en pruebas individuales hasta nuestro días y eso sin contabilizar las dos que obtuvo en los Juegos Panahelénicos Olímpicos Atenas 1906. Un portento, capaz de superar una poliomielitis y llegar a la cumbre de una especialidad dejada de practicar tras la Primera Guerra Mundial.
Por otra parte, puede decirse que el de Londres fue el primer torneo de fútbol con un valor acorde a una competencia olímpica. Participaron seis equipos: Gran Bretaña, Suecia, Holanda, Dinamarca y dos conjuntos de Francia. En la final, Gran Bretaña superó a Dinamarca por 2-0. Como curiosidades merecen mencionarse dos goleadas: Gran Bretaña a Francia II por 12-1 y Dinamarca a Suecia por 17-1.
OTROS HECHOS SOBRESALIENTES
La circunstancia de contarse por primera vez con una pileta de natación se vio reflejada en la obtención de récords mundiales en todas las pruebas realizadas.
El atleta sudafricano Reginald Walker sorprendió al ganar los 100 metros, en 10s8, y se convirtió en el vencedor olímpico más joven de esa distancia, aún vigente, con 19 años y 128 días de edad.
El salto con garrocha presentó una innovación revolucionaria. El norteamericano Alfred Gilbert compitió con una pértiga de bambú, saltó 3m71 y compartió el primer puesto con su compatriota Edward Cooke.
MEDALLAS Y DESPEDIDA
El 25 de julio concluyó la parte básica del programa de los Juegos. En el Whity City Stadium, tuvo lugar la ceremonia de entrega de medallas. Resultó emocionante y, a la vez, bulliciosa y alegre a través de los festejos de quienes las recibían y de sus compatriotas.
A modo de clausura, a pesar que la actividad continuó hasta el cierre de la exposición el 31 de octubre, se realizó una cena de gala. Coubertin expresó en el discurso de cierre la famosa frase: "Lo más importante no es ganar, sino competir", haciendo mención que se la había escuchado al arzobispo de Pensylvania. Pero, a pesar de esa mención, durante muchísimos años se divulgó la frase como si fuese una creación de Coubertin.
Londres 1908 despedía a los Juegos Olímpicos de las exposiciones internaciones y se constituía en un buen referente para las futuras organizaciones. Cuando el Barón se ubicó en el tren que lo iba a llevar a Dover, en su rostro se reflejaba por primera vez una amplia sonrisa de satisfacción.
SE HIZO FAMOSO POR NO GANAR
Esto le sucedió a un hombre que se hizo famoso por no ganar la maratón de Juegos Olímpicos de Londres 1908. La primera que se corrió sobre 42 kilómetros y 195 metros. La distancia exacta del trayecto que realizó el legendario guerrero Filipides para trasmitir a los habitantes de Atenas la victoria de Marathon y caer muerto por el esfuerzo apenas cumplió su misión.
Aquel mediodía del 24 de julio de 1908, 56 atletas partieron frente al castillo de Windsor. Los favoritos eran los británicos Lord, Jack y Price, el sudafricano Charles Heferson y el indio-canadiense Tom Longboat. Cerca de 250.000 personas, según las crónicas de la época, se habían apostado a lo largo del recorrido, alentando a sus compatriotas que imponían el ritmo, seguidos muy de cerca por Heferson, Longboat y el pastelero italiano Dorano Pietri, no tenido para nada en cuenta pese a su triunfo en París sobre 30km.
A los 25km la alta temperatura comenzó a hacer estragos. Abandonó Jack, un poco más adelante siguieron el mismo camino Price y Lord. El indio canadiense pasó resueltamente a comandar el lote, pero tras siete kilómetros se retiró y Heferson se convirtió en el nuevo líder, seguido de cerca por Pietri y por el norteamericano John Hayes, muy distanciado de ellos.
A unos tres kilómetros de la meta, el sudafricano mermó su paso, Pietri aumentó su ritmo, lo pasó con facilidad y se alejó rápidamente en busca del triunfo.
Una ovación recibió a Pietri cuando ingresó al White City Stadium. Pero pronto, los 70.000 espectadores advirtieron que algo andaba mal para el atleta de bigotes, camiseta blanca, pantalones rojos y el número 19 en la espalda.
El italiano dobló a la izquierda en vez de hacerlo a la derecha para dar la vuelta final. Los jueces corrieron a indicarle su error. Completamente sin fuerzas, con la mirada perdida, Petri acató las indicaciones. Estaba agotado y se tambaleaba como un borracho.
La definición se había transformado en un angustioso espectáculo. El público comprendió la situación y lo apoyó con su aliento. El pastelero de Capri se asemejaba con su andar al muñeco de un titiritero, ante la imposibilidad de poder caminar derecho.
Se cayó una y otra vez. Rodeado por los jueces se levantó por sus propios medios. El recuerdo del trágico final de Filipides se sumó a la tensión del momento. De repente, un gritó envolvió el estadio. Había ingresado el estadounidense John Hayes.
Pietri estaba a 70 metros de la meta, cuando de nuevo su cuerpo aterrizó en el suelo. Estaba a punto de quedar knock out. Un periodista (según algunos se trataba de Conan Doyle, el creador de Sherlock Holmes) y un juez lo ayudaron a levantarse y lo empujaron para que cruzara la línea de llegada antes que lo hiciera Hayes. Hubo reclamos y sucedió lo inevitable: Pietri fue descalificado.
Las impactantes imágenes fueron presenciadas por la reina Alejandra, quien dispuso otorgarle una copa de oro y al hacerlo le expresó: "No tengo ni diploma, ni medalla, ni laurel para entregarle, señor Dorando, pero he aquí una copa de oro para premiar vuestro esfuerzo".
Las fotografías de esa agonía recorrió el mundo y constituyó una de las mejoras propagandas de divulgación de la maratón y del movimiento olímpico, a tal punto que el compositor Irving Berlin compuso una canción popular en su honor.
Actualmente, en Capri, la ciudad natal de Dorando Pietri, se exhibe en un museo su copa de oro, en honor al hombre que se hizo famoso sin ganar.