Esta es una historia exclusiva de la edición 2017 del Body Issue de ESPN The Magazine. Suscríbete ahora
Michelle Waterson ha sido una luchadora de la MMA durante más de una década, pero ella dice que su vida – y su carrera – nunca tuvo un cambio tan radical como cuando dio a luz a su hija, hace seis años. Para el "Body Issue" anual de ESPN, Waterson (también conocida como Karate Hottie) se explayó con el periodista Morty Ain sobre ser una madre en la MMA, las estrías y lo que ella desea que la lucha le enseñe a su hija.
La MMA no es para alguien que quiera mantenerse bonita. Tu cuerpo cambia. Pierdes grasa corporal, y eso significa que pierdes tejidos de mamas. Tus hombros se ensanchan y te quedan marcas de los guantes. Lo hago porque amo hacerlo. Podría estar haciendo otras cosas si solo quisiera verme atractiva.
Me gusta mi apodo de Karate Hottie. Creo que es pegadizo. No me importa que digan que soy "hot". Si se quiere subestimar a la contrincante [debido a su apodo], seguro, vamos adelante.
Yo tenía 10 años cuando comencé con las artes marciales. Fue una pesada influencia cuando llegué a ser adulta. Realmente me ha dado una voz. Me dio la confianza que necesitaba para entrar al mundo sin timidez. Cuando era una niña, era extrovertida, pero tampoco quería enojar a nadie. Nunca decía lo que sentía. Pero las artes marciales me permitieron defender mi postura cuando me pareció que algo no estaba bien o cuando sentí que se estaban aprovechando de mí.
Yo me enamoré perdidamente de Muay Thai en la universidad. Viajamos a Tailandia para ver a su familia y es ahí cuando comencé a explorar. Cuando volví, estaba asistiendo a la universidad y trabajando en Hooters a tiempo completo. Tuve la oportunidad de ser una anunciadora en el ring, y fue algo divertido para hacer un dinero extra. Recuerdo mirar esas peleas de la MMA y decirme, "Caramba, creo que me gustaría más estar dentro del Octágono que fuera de él". Uno de los luchadores – que ahora tiene un gran prestigio en la UFC, Donald Cerrone – me escuchó y vino a verme a mi trabajo porque necesitaban otra muchacha para una pelea. Me dejó una nota en la que me decía, "Si te tomas el entrenamiento en serio, lleva tu trasero al gimnasio". No he vuelto a mirar atrás desde entonces.
Fue una sorpresa cuando me enteré por primera vez de que estaba embarazada. Un millón de pensamientos daban vuelta en mi cabeza al mismo tiempo. “¿Y qué pasará con mi carrera como luchadora?” El embarazo fue probablemente una de las partes más duras de mi carrera, simplemente porque ignoraba tantas cosas.
No hay nada que pueda compararse con los dolores del parto. En una escala de 1-10, cualquier dolor que he sentido en el ring merecería un 6, mientras que el dolor de parto es un 10. Ahora sé que si pude soportar 12 horas de trabajo de parto, entonces puedo soportar una pelea de 25 minutos.
Tengo un instinto guerrero que nació junto con mi hija. Me sentí como, “Muy bien, ahora estás luchando por un buen motivo”. Me sentía más voraz y más motivada porque tenía alguien a quien cuidar. Comencé a visualizar cada pelea como si yo fuera la Mamá Osa y alguien quisiera arrebatarme a mi osezno.
Al ser madre, una tiene que dejar el egoísmo de lado, y al ser una luchadora, una tiene que ser egoísta. Así que cuando estoy entrenando, me concentro al 100 por ciento en el entrenamiento y cuando estoy en casa siendo una mamá, tengo que estar 100 por ciento enfocada en ser una mamá, cambiando de ese fiero instinto guerrero primario a ser maternal y amorosa para cuidarla, comprenderla y abrirme con ella.
Durante mucho tiempo, me avergonzaba de mis estrías de embarazo. Ahora las he aceptado, porque para mí son la marca de ese nido que cree para hacer crecer a ese pequeño ser humano dentro de mi cuerpo, y estoy orgullosa de eso. Son como mis heridas de batalla.
Finalmente he llegado a un lugar en mi corazón y mi alma que ha abrazado a mi cuerpo y a las cosas que hace por mí – y la manera en que me hace sentir. Estoy realmente en paz con la persona que soy. Esa paz me llegó después de tener a mi hija. Realmente, llegué a apreciar el trabajo que invertí para poner a mi cuerpo donde necesitaba estar.
La lucha para mí no tiene nada que ver con lastimar a mi oponente o hacerla sangrar. Para mí, luchar es encontrarme a mí misma, batallar conmigo misma e integrarme cada vez más conmigo misma.
Me crié en la religión Budista. La parte de meditación del Budismo le enseña a una cómo estar en el momento presente y bloquear todo lo demás afuera. En la lucha, es importante lograr eso, porque el instante en que comienzas a pensar lo que sucedió dos segundos antes, o lo que podría suceder dentro de un minuto, es cuando sales de tu concentración. Y eso es peligroso, ese es el momento en que a una la pueden lastimar y cuando una puede perder.
Hay tantas cosas que le puedo enseñar a mi hija solo haciendo que me vea luchar. Ella ha asistido a cada una de mis peleas y espero que esté aprendiendo simplemente por observar lo que hago un día tras otro, tanto como cuando logro una gran victoria y me mantengo humilde, como cuando soy derrotada y lo acepto. Todas estas cosas son lecciones de vida que deben ser enseñadas a un niño, ¿y qué mejor manera de hacerlo que a través de tu propia experiencia?
No quiero que ella me vea lastimada, pero al mismo tiempo, cuando perdí mi cinturón [en 2014], creo que fue importante para ella verme en esa situación. “He tocado fondo y todo sigue estando bien. Mañana me levantará y volveré a subir a la montaña". Es importante que ella vea esa actitud.